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|20| ACEPTO

   ¿Cómo era posible?

   Abro la cajetilla y no me quedan ningún cigarro. Suspiro y la aprieto, haciendo de ella una bola y me levanto y me acerco a la barandilla. Miro hacia abajo, buscando qué cubo de basura está abierto. El del medio, perfecto. Apunto y la lanzo con todas mis fuerzas.

   Fallo.

   Sonrío negando y me deslizo por la barandilla y termino sentada en el suelo frío de mi terraza. Estoy triste, ansiosa y no tengo más cigarros, ni dinero para comprar más. Busco en mi cuello el colgante, aquella llave que una vez guardé debajo del colchón cuando llegué a Rímini. Me la volví a poner, pensando con inocencia que tal vez me daría suerte. No fue así.

   ¿Cómo he acabado así? ¿Por qué me he permitido terminar así? ¿Debí de aceptar? ¿Estoy a tiempo?

   Habían pasado alrededor de dos semanas en las que llevaba sin trabajo y sin saber de Vincent... Ni de Giovanni. El primero debía de seguir esperando una respuesta de mi parte, pero el segundo... Debía de haberme olvidado, enterrado en su memoria y la estúpida sensación que me causaba estar cerca suya quedó en el pasado. Sus ojos azules mirándome y cómo lo miré yo por última vez... ¿Por qué se fue esa mañana sin mirar atrás? ¿Por qué no me había vuelto a llamar? ¿Por qué fue capaz de dejarme sola? ¿Cómo era posible que le fuese indiferente?

   Estoy que me tiro de los pelos. No sé si alguna vez estuve tan desesperada, porque siento que solo me quedan dos opciones. Hundirme o sobrevivir. Y no tengo fuerzas para seguir luchando.

   ¿Por qué nadie necesitaba personal? ¿En toda Rímini? Imposible, sin embargo, con mi mala suerte era posible. O, acaso, ¿tendría tanto poder Vincent Tjäder para controlar todos los hoteles y negocios? No lo creo, todo el mundo tiene un límite. ¿Verdad?

   —Meena, tú no te rindas, ¿vale? —me animó Gabi, a quién había llamado esa misma mañana, actualizándole mi situación, laboral y sentimental—. Sabes que tengo algún conocido en Rímini, puedo preguntar...

   —Tranquila, no molestes a nadie por mí —le dije queriendo evitar molestarla por mi situación personal—. He decido que hoy será el último día de suerte, si no, no queda otra opción...

   —Meena, ¿de verdad? ¿Trabajar para Vincent?

   —No hay tanta diferencia a la vez anterior, aunque esta vez teniendo que soportarle todo el rato —respondí.

   Esa mañana, cuando Giovanni se fue y nos dejó solos, Vincent me propuso lo siguiente:

   —Trabaja para mí, conmigo.

   Vi como Giovanni se alejaba y perdí definitivamente la esperanza de que se diese la vuelta. No lo hizo. Me centré en Vincent. Fruncí el ceño, sin comprender a qué se refería.

   —¿Qué quieres decir? —pregunté, aún sabiendo que no había que hacer pactos con el diablo, quería escucharlo.

   Se aproximó a mí, quedándose delante mía y me propuso lo que jamás esperé de él.

   —Se mi acompañante —enunció, sorprendiéndome—. Es sencillo. Siempre tengo que atender a eventos y tu compañía no me desagrada. Tendrías que llevar ropa de etiqueta, aunque sabes que por eso no debes de preocuparte, incluso puedes elegirlos tú, ya que los que te envío te desagradan. Sobra aclarar que tendrás un sueldo superior al anterior. ¿Qué opinas, Meena?

   —¿Está hablando en serio? ¿Solo acompañarte a eventos y ya está?

   —Correcto.

   —¿Sin segundos intenciones?

   —Ni una sola.

   Solté una risa y poco a poco comencé a reírme como una loca, dejándolo desconcertado con mi extraña reacción. Fui calmándome y respirando.

   —¿Está de broma? ¿Por qué querría yo ir a cualquier sitio con usted? Además, ¿a esas cosas por qué no se lleva a su novia? —pregunté, haciendo referencia a Bianca.

   Me miró con molestia y seriedad.

   —Yo no tengo novias —pronunció y por algún motivo dejé toda la comedia a un lado. Me estaba hablando totalmente en serio.

   —Pero, ¿por qué un hombre cómo usted llevaría a una mujer cualquiera como yo? —dije irónica, recordándole cómo se había referido a mí horas antes ese día.

   Carraspeó y se colocó la camisa.

   —No pienso eso de ti, señorita Meena, fue por, bueno, por provocar a Giovanni —me confesó, y pude ver, por primera vez cómo se ponía nervioso, muy poco, pero lo hizo.

   —Habérselo pensando mejor —respondí con indiferencia—. Supongo que, gracias por la propuesta, pero no estoy interesada.

   Me giré y me disponía a seguir el camino por el que se fue Giovanni para salir de aquí de una vez por todas, no obstante, la voz de Vincent no me dejó.

   —Dejaré que te lo pienses —dijo, llegando hasta a mí—, tienes hasta el 1 de diciembre para darme una respuesta.

   —Por muy desesperada que esté, jamás trabajaré de nuevo para alguien como usted—lo enfrenté molesta, él sonreía con superioridad—. No vuelva a cruzarse en mi camino.

   Me di la vuelta y no volví.

   Hice lo que prometí. Al día siguiente Fiama recibió mi renuncia. No hizo preguntas, solo aceptó y me explicó que me llegaría mi sueldo y el finiquito y que fuese a firmarlo. Después, recibí una llamada de Pietro Costa, mi jefe anterior. Le había llegado mi repentina renuncia y quiso saber qué había sucedido. Me excusé.

   Le dije que no podía continuar con el trabajo por motivos personales. Trató de convencerme, pero no acepté. Mi orgullo era aún más fuerte por lo que había sucedido. Se resignó y le pregunté cuando tendría que abandonar el piso. Me dio cuatro semanas, de las que ya habían pasado dos.

   —Meena, ¿no prefieres volver a Verona? —quiso saber Gabi.

   —Era una de mis opciones, pero ya no puedo —dije, reprimiendo las ganas de llorar.

    —Meena, yo no puedo aconsejarte subjetivamente porque yo acepté hacerle una entrevista y me ha salido muy bien, tú misma lo has visto, ¡mi artículo sale por todas partes! —dijo, y tras una pusa me respondió lo siguiente:— Vincent no es un empresario cualquiera, parece estar envuelto en asuntos turbios y me da miedo que entres en su mundo... Pero, tu misma me lo dijiste, trabajo es trabajo. Te apoyaré sea cual sea tu decisión.

   Después de dimitir busqué trabajo. Fui a todos los hoteles de la ciudad con cinco o una estrella, los cuales no habían sido pocos, sin embargo, fue peor de lo que pensé. Ninguno necesitaba personal. Probé con hostales y tuve la misma suerte. Decidí probar dejando mi currículum en restaurantes y bares, pero a nadie parecía interesarle. Pasé por la tiendas para dejar mi currículum ya sea como cajera o reponedora y solo recibí rechazos. Así habían sido estas dos semanas. Llenas de confusión y rechazo. No comprendía por qué nadie necesitaba una empleada. Busqué en internet empleo de limpiadora en casas, pero o eran trabajos rozando el abuso laboral o anuncios falsos.

   Estaba perdida.

   Había decidido ocultárselo a Ura, pero al final me decidí y la llamé para avisarle que era muy posible que volviera a Verona, sin embargo, no solo me pidió que me quedase allí, sino que me dijo que no podría ya que había encontrado otro alquilado. Quise llorar esa tarde de la impotencia de no poder ni siquiera vivir en la casa que estaba pagando con el sudor de mi frente desde los dieciséis años. Colgué, aceptando.

   ¿Y ahora? ¿Qué es lo que haría?

   Había tenido por seguro que volver a Verona era una posibilidad, pero no tuve más remedio que tacharla de mi corta lista de opciones. Me quedaba solo una, el camino más fácil... Vincent era mi única salida. Gabi trató de convencerme de que fuese a su piso, pero no quería abusar de su amabilidad. Además, ella no solía quedarse mucho tiempo en un sitio y no quería ser una carga.

   Hoy, 1 de diciembre, después de despertarme, me duché y decidí hacer un último intento. Sino encontraba un puesto de trabajo de lo que fuese, buscaría a Vincent.

   Todos los días despertaba angustiada, con dolor de cabeza y miedo de no saber qué iba a pasar conmigo y esta maldita situación. Sin embargo, por muy enfadada o frustrada que me sentía, no había vuelto a experimentar esa poderosa al igual que dolorosa sensación ardiente en mi piel, en mi sangre. Continuaba poniéndome la lentilla porque ni yo misma soportaba verlo. No había recibido respuesta de Ura ese día en el que le pedí que me llamase, solo su terquedad en permanecer aquí. 

   Y, aquí estaba ahora, rendida y convencida de que no tenía más salidas.

   Jugueteo con el teléfono en la mano, indecisa.

   Es ahora o nunca. Quedan cinco horas para que sea 2 de diciembre, se me acabará el tiempo que me dio Vincent. Pero, ¿cómo voy a ser capaz de trabajar para él? ¿Mano a mano? ¿Ir detrás de él todo el día para acompañarlo a saber dónde? ¿Por qué yo? ¿Y si tiene otras intenciones? ¿Y si quiere que sea su acompañante también en la nocturnidad? Supongo que habrá un contrato, si lo hay lo leeré por completo, ¡y la letra pequeña! Podría ponerle unas cuantas condiciones para cerciorarme...

   Busco el número al que Giovanni llamó la noche que fuimos a la villa de Tjäder. Lo encuentro rápidamente, no tengo números desconocidos en mi historial.

   1

   2

   3

   Suspiro.

   Lo haré.

   Es mi decisión. Aunque pensé en volver a Verona, no es lo que realmente quería. Por una parte, quería rendirme y volver a mi anterior monotonía. Sin embargo, hay algo distinto en mí, una obstinación que hacía muchos años que no sentía. He llegado al límite y necesito escucharme solo a mí. Ni a Ura o Giovanni.

   Estoy a punto de darle a llamar, pero otro nombre aparece en mi pantalla.

   ¿Ura?

   Lo cojo, sin dudar.

   —Dime Ura, ¿todo bien?

   No hay respuesta.

   —¿Hola? —pregunto, extrañada—. Ura, creo que has silenciado la llamada, aleja el móvil y dale a la pantalla al símbolo del sonido.

   Espero unos segundos, pero no sucede. ¿Me habrá escuchado? 

   —¿Ura? ¿Todo está bien? Respóndeme.

   Nada. Silencio.

   Y se cuelga.

   Me extraña, pero no es la primera vez que le pasa. Seguro que dejó el móvil encendido y se lo metió en el bolsillo y sin querer me llamó. Debe de estar yendo al trabajo.

   Vuelvo a buscar el número y sin esperar más, decido llamar.

   —¿Con quién hablo?—responden en la otra línea y aprieto el teléfono con todas mis fuerzas, impactada.

   No ha respondido Vincent, sino...

   —Giovanni —respondo, en un susurro confuso y ligeramente emocionado.

   ¿¡Por qué tuvo que contestar él!?

   Escucho ruido por el otro lado.

   —¿Señorita Meena? —habla otra voz, llamándome, es Vincent—. Veo que ha tomado la decisión correcta.

   Puedo imaginarme su sonrisa y me enfurece, pero lo que más rabia me da es que Giovanni sea testigo de esto.

   —Acepto.

   Murmuro y cuelgo, con el corazón latiendo con fuerza.

   Dejo el teléfono en el suelo y toco mi colgante.

   ¿Seré yo la que de mala suerte? 



***

¡Hola! ¿Cómo estáis? Ya el capítulo 20, estoy contenta y algo sorprendida por haber llegado hasta aquí y lo que queda aún. Más o menos tenía pensando unos 50-75 capítulos  por lo que todavía quedan muchos misterios hehhehe. 

Espero que os haya gustado y espero vuestra opinión sobre la decisión que ha tomado Meena, ¿creéis que le irá bien o que Vincent sacar algún beneficio con ello? ¿Y Giovanni qué podrá hacer algo al respecto? 

Un abrazo, Neferet 😊💞


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