|2| OBJETO PERDIDO
Somos como dos desconocidos.
Nos miramos y todo lo que sentí un día por él no se puede comparar con lo que en este mismo instante experimento. ¿Amor? Nada de eso.
Ayer, después de tener la conversación con el director, continué con mis labores como si nada, recibiendo como despedida algún que otro comentario tóxico de mis compañeras, las que no volveré a ver.
A pesar de que Pietro me pidió discreción, no quise omitirle esta información a Antonella, y no sé si hice bien. La conozco desde hace un tiempo, pero, tras contárselo en privado, discerní un atisbo de entusiasmo por mi ida. Bromeé por su reacción aliviada y esperé una negación por su parte, sin embargo, solo se dignó a sonreír. Lo que me ha hecho dudar de la relación que teníamos.
Por la noche, después de esperar a Edgard por varias horas, con la esperanza de que llegara y finalmente pudiese terminar con todo, le mandé un mensaje:
«Mañana a las 18:30 en el Restaurante Lilac».
Recibí su respuesta minutos después, cambiando la hora, a una más acomodada a su horario. Después de salir de su trabajo, como si no dispusiese de más tiempo, al menos para mí. De igual forma, acepté. Sabía que mañana cambiaría todo.
Me vestí con lo más sencillo que pude coger del armario y salí de casa después de lavarme rápidamente los dientes. Hay gente que en esa situación se vestiría lo mejor que pudiese para que la otra persona vea que lo que se perdió. Yo no, no tengo tiempo para estas tonterías.
Llegué tarde porque se me pasó la hora, incluso tuve la duda de que su impaciencia saliese a la luz y al llegar no estuviese allí. No sería la primera vez. Antes de llegar, me paré frente a un escaparate para ver mi reflejo. Temía tener pasta de dientes seca en la barbilla. Cuando comprobé que estaba en condiciones aceptables me decidí por seguir. Me acerqué al local con el ligero temblor en las piernas y las mariposas en el estómago de los nervios, y en el momento que lo visualicé con la cara camisa que decidí comprarle por su cumpleaños, supe a qué situación hacía frente.
Nada más llegar a su lado, levantó la vista y no percibí ni siquiera el amago de saludarme con un beso en la mejilla como hacía habitualmente, por lo que me senté murmurando un incómodo «Hola». Me quité el abrigo tratando de ganar tiempo para pensar en cómo actuar con naturalidad. Pero, aquella sensación de familiaridad había desaparecido y era imposible recuperarla. Nunca más.
Nos miramos sin atrevernos a romper el silencio. Edgard no sabe cómo proceder. Siempre ha creído que tenía el mando o esa falsa seguridad que los hombres como él muestran; no obstante, ni siquiera puede mirarme. Sé que estuvo practicando qué decirme horas antes o preparó un discurso de los suyos... Sin embargo, sustituir su reflejo del espejo por mi persona es diferente.
—¿Qué tal has estado? —pregunto.
—Muy bien. Todo me va bastante bien... Bueno, al final me ascendieron. ¿Y tú?
—Me alegro —respondo, tragando con dificultad—. ¿Yo? Bien. A mí también me ascendieron.
Sonríe incomodo, rascándose el cuello. Al hacer ese movimiento, se hace visible una cadena dorada con una pequeña L, pretendiendo pasar por desapercibida, me arde el cuerpo.
Continúo:
—Con el ascenso también te han cambiado los horarios, ¿verdad? A los nocturnos, me refiero.
Aprieta la mandíbula, comprendiendo mejor de lo que pienso mi indirecta.
—Meena...
—Edgard, llevamos mucho tiempo juntos y te conozco lo suficiente. Sé claro —explico— ¿Desde cuándo? ¿Septiembre? ¿Julio? ¿Abril...? —me tiembla ligeramente la voz, pero trato de disimularlo.
—Mayo.
Levanto la cabeza bruscamente, con los ojos abiertos como platos. Su respuesta me deja sin respiración. Sobre todo, por la confianza que utiliza para contestar cuánto tiempo lleva engañándome.
—¿Llevas se... Seis meses con otra?
Es Edgard. El que fue mi Edgard, es quien me está diciendo esto. El primer hombre al que quise. Mi compañero, mi mejor amigo, el que pensé como único amor. Al hombre que conocí una preciosa noche de invierno y se enamoró de mí a primera vista y ha estado junto a mí dos largos años. Es él.
—Me he enamorado Meena. Pasó sin más y no tuve el valor para decírtelo —admite, y reconozco la sinceridad en sus palabras.
—¿La conozco?
Niega con rapidez.
—No.
—¿Dónde la conociste? —suspira, no quiere decírmelo—. Edgard, merezco unas explicaciones. ¿Acaso piensas que no?
—La conocí en el trabajo... Es la chica nueva.
Abro los ojos asombrada.
—¿Lauretta? ¿La niña de veinte años? La que estuviste criticando un mes entero, que, si era torpe, tonta, una cría inmadura... Estás loco.
Quiero salir corriendo. Huir de aquí. Lejos.
—Ya sé que dije esas cosas, pero, no la conocía de verdad.
Me voy a poner violenta en cualquier momento.
—Ay Dios mío, hubiera preferido que fuese al menos con una de tu edad —le digo, avergonzada de haber estado con este infeliz.
—No seas anticuada, solo nos sacamos seis años.
—Qué vergüenza Edgard, ¿qué dirían tus padres?
—Pues... —baja la mirada, algo apenado— ... Ya la han conocido.
—¿Ellos lo sabían? ¿Tu amante lo sabe?
—Sí.
Esto es surrealista.
Pensaba que tenía una buena relación con mis suegros, pero, no les ha importado que su hijo me engañe. De hecho, no hacía tanto, habíamos hablado por teléfono para vernos algún día de estos. Falso. Todo.
—Yo te quiero todavía, pero...
—Cállate —nunca le había hablado con tanta seriedad. Lo miro con los ojos ardiendo de la ira, que pronto se apaga con tristeza—. Tú no me quieres. Tú no le haces esto a una persona que quieres. No te fijas en otra mujer cuando tienes a una esperándote en casa, mandándote te quieros por mensaje y con la que te acuestas. Eres un desgraciado.
Me tapo la cara con las manos, tratando de procesar la información y controlarme para no montar una escena. Era consciente de que no estaba siendo fiel. Mi instinto me lo decía; pero, guardaba la esperanza de que solo hubiese sido mi imaginación y todo volviese a la normalidad. Nada de eso era real, solo meras fantasías sin fundamento.
—Perdóname. En serio.
—No —murmuro al instante—. No te perdono. Eres un cabrón. No te atrevas a decirme que lo sientes cuando en todo momento has sido consciente de lo que hacías mal. Y yo creí que era culpa de mi trabajo, pero eras tú el problema. Encima tus padres lo sabían.
—Por favor, no vayas de santa. ¿Acaso tú no has estado con otro? No mientas.
Eso hubiese querido él, para no ser el único culpable.
No puedo más. Lo que me enamoró de Edgard se ha extinguido. Es un completo idiota y acabo de despertar de un mal sueño.
Cojo su vaso de agua y se lo lanzo al rostro, escuchando varias exclamaciones de mesas cercanas. Edgard me insulta, llamando hasta la atención de los camareros, los que se sorprenden por el numerito.
—Se terminó —agarro mi abrigo y con la dignidad que no perderé por este patán, me dispongo a irme, no sin antes soltar mi última joya—: Pobre la mujer que ha aceptado estar junto a ti, no sabe lo que le espera.
Distingo las risas de los comensales, varios aplausos de una mesa repleta de mujeres y vítores alegres, a las que sonrío y salgo triunfante del restaurante.
Pero la historia es completamente diferente fuera del local. Estoy sola. Bueno, llevaba sola más tiempo.
Ya está hecho, definitivamente.
¿Qué se supone que debo hacer ahora? ¿Irme de copas con mi mejor amiga y olvidarlo? ¿Llorar dos semanas viendo nuestras fotos? ¿Hacer deporte? No. No haré ni la primera ni ninguna de esas opciones. No estaba enamorada de él, y mucho menos él de mí. Me alegro de que al menos se haya llevado las cosas de mi casa. No soportaría verlo parado en mi puerta pidiendo sus pertenencias. Si ese hubiese sido el caso sí le habría dado su ropa, pero por la ventana.
Creo que sé lo que haré. Llevo paseando por las calles de Verona mucho tiempo y creo que ha llegado el momento de marcharme. Trabajaré este fin de semana por última vez en Scintilla, mi trabajo en la discoteca y no me queda nada pendiente. Le enviaré a Ura dinero para la deuda y algún extra porque su sueldo como friegaplatos no es suficiente para poder mantenerse a flote por sí sola.
Tal vez es una locura, pero no puedo aguantar otro golpe de la vida. Necesito alejarme, volver a sentir y, sobre todo, volver a ser un ser humano.
Me siento en un banco relativamente alejado, y saco un cigarro. Solo uno.
Siento demasiado, pero, al mismo tiempo estoy vacía.
Pero, no estoy realmente triste. Es decir, mi relación de dos años ha terminado y me duele. Me molesta, me cabrea que me haya traicionado.
Solo que, dejé de tener sentimientos por él desde hace un tiempo largo. Rompió mi confianza, pero, yo, por cobarde, decidí seguir (no sé por qué motivo). Me pregunto en qué momento dejó de sentir amor por mí. Cuando me dijo el último te quiero verdadero. Qué pensaba cuando venía a mi habitación y se acostaba a mi lado y nos abrazábamos. Qué sintió cuando me besó por última vez... ¿Se sintió querido en nuestro último abrazo?
Varias lágrimas caen por mis mejillas. Me las limpio con la manga y doy las últimas caladas. De pronto, levanto la mirada y veo a Edgard saliendo de la cafetería, colocándose el pelo mojado. Me ve. A continuación, una mujer se le aproxima y le coge de la mano. Sonrío.
Qué sinvergüenzas. Tal para cual.
Le digo adiós con la mano, me levanto apagando el cigarro y me giro.
No lloraré por alguien a quien no le he importado absolutamente nada.
Comienzo a caminar sin rumbo, pensando en la tentadora oferta del señor Costa. ¿Qué pierdo? ¿Qué cambiaría si continuase en esta ciudad? En la misma cama que me recordará a Edgard. Con el mismo pasar de los días y la sensación de vacío poco a poco instalándose aún más en mi interior. No quiero que mi vida sea así: triste. Quiero recuperar esa alegría al abrir los ojos o el simple placer de sonreír cuando vea el cielo azul. Necesito despertar de esta pesadilla y recuperar la que fue mi vida, o al menos, cambiarla. No puedo seguir con este rumbo hacia ningún lugar. Y, en el futuro, una persona a la que le brillen los ojos con solo verme.
Mis sentimientos se ven sustituidos por la emoción y la adrenalina. Supongo que el destino tenía preparado para mí una vía de escape. Tal vez un cambio es lo que necesito. Nada de complicaciones, nada de dramas y mucho menos, hombres. Al menos por un tiempo, ¿no?
El lunes iré al Hotel Tjäder a primera hora de la mañana, o bueno, tal vez al mediodía (merezco dormir un poco) y aceptaré su oferta, claro está, conociendo todos los detalles o, ¿debería dejarme llevar y aceptar sean cuales sean las circunstancias de esta pequeña aventura? Estoy muy confusa y puede que mañana vea la vida de otra forma; sin embargo, ahora mismo, solo quiero irme.
¿Y si me envían a otro país? Solo sé italiano, inglés y lo básico del hindú. Aunque no puede ser, Pietro dijo a alguna zona de Italia así que por esa parte no tengo que preocuparme, pero, todavía no he leído ni el supuesto contrato. ¿Debí habérselo pedido?
Le estoy dando muchas vueltas y eso solo me pondrá ansiosa y no obtendré respuestas hasta el lunes. Este fin de semana lo pensaré lo más relajadamente posible y mañana se lo contaré a Gabi, mi mejor amiga.
Gabriela siempre está a mi lado apoyándome, sobre todo en situaciones difíciles. Nos conocimos a comienzos del segundo año del instituto y hemos continuado juntas desde entonces. Sin embargo, no puedo ir a verla ahora porque viaja constantemente y no estará en casa. Volverá a Verona mañana por la tarde de Málaga, y le contaré todo lo sucedido. Su trabajo como periodista le impide permanecer temporalmente en una zona determinada, por lo que usualmente está cogiendo vuelos, exceptuando los fines de semana, en los cuales siempre nos vemos y tomamos algo por ahí mientras compartimos nuestros días. Ambas somos dos mujeres con horarios apretados, pero buscamos la forma de vernos habitualmente. Si me voy, eso cambiará.
Mientras continúo con la bola de pensamientos, me doy cuenta de que he llegado a parar enfrente de la Basílica de Verona, la de San Zenón. En muy pocas ocasiones me ha invadido la curiosidad de visitar los monumentos de la ciudad. He visto por encima lo necesario y me basta. No siento precisamente un afán por la belleza al arte en todas sus dimensiones. Es decir, me gusta verlo y conocer algún dato curioso, pero me aburro rápidamente. Al contrario que Gabi, la cual hizo un doble grado de historia y periodismo. Yo estudié dos años de fisioterapia, pero tuve que dejarlo antes de terminar por falta de dinero. Con el tiempo me acostumbré a trabajar para sobrevivir sin permitirme lujos y después lo dejé permanentemente. Mi tía no estuvo de acuerdo con que dejase los estudios, pero entonces hubiera sido más difícil para mí.
La basílica creo recordar que fue construida en el Siglo IV, o tal vez en el V y terminada en el año 1389, ese último dato lo recuerdo por Gabi. Además , aquí se supone que se casaron la pareja más famosa de esta ciudad: Romeo y Julieta. Cada vez que pasábamos por aquí soltaba mucha información mientras yo la escuchaba en silencio.
Por un momento tengo ganas de entrar para volver a ver cómo era por dentro; sin embargo, debe estar cerrado. Me apoyo en un muro de piedra y me permito sacar del bolso la cajetilla que tiene únicamente dos cigarros. No fumo muy a menudo, ni tampoco demasiado. Sé que no está bien y daña mi cuerpo, pero lo hago a sabiendas y me gusta la sensación que provoca en mi organismo. Es uno de los pocos placeres que me consiento.
Busco en los minúsculos bolsillos del accesorio el mechero, pero no lo encuentro.
¿Dónde está? ¿Acaso lo saqué? ¿Cuándo?
De pronto, me viene el recuerdo del jueves pasado, tras salir del baño de empleados vino mi compañera Antonella a pedírmelo y se lo dejé a sabiendas de que es muy olvidadiza. Me dijo que me lo daría al salir del trabajo, pero, yo misma lo dejé pasar.
Genial...
Fumaré en mi casa y ya está, creo que tengo otro mechero en la cocina. Y sino, creo que tengo cerillas por alguna parte. Miro alrededor y no hay nadie en la calle. Igualmente tomar el aire me ha venido bien para aclarar mis ideas. No obstante, antes de siquiera ponerme el bolso en el hombro y dirigirme a mi casa, oigo un ruido cercano que proviene de la basílica. La puerta de madera se abre y de un momento a otro, una perdona sale de ella apresuradamente.
¿Qué hace abierta la basílica a las diez de la noche? Que yo recuerde el horario es solo de mañana y tarde.
Me detengo a pocos metros, expectante. Por su fisionomía parece un hombre, pero lleva una capucha que le tapa el rostro. Pasa por mi lado sin levantarlo y se limita a encaminarse por la callejuela de enfrente. Pienso en preguntarle si tiene un mechero, pero, mi intuición me retiene. En cambio, mientras se marcha veo cómo se le cae algo de un bolsillo. Un pequeño objeto. Continúa andando como si nada.
¿No se ha dado cuenta? ¿Qué hago?
No pierdo el tiempo y voy en su dirección. Cojo el pequeño saquito de terciopelo del suelo, con más peso del que aparenta.
—¡Disculpe! ¡Oiga! —exclamo, pero el hombre no se inmuta—. ¡Se le ha caído esto!
Hace caso omiso. No sé si me está ignorando o no me oye. Trato de alcanzarlo, aunque es demasiado tarde. Anda muy rápido. Cuando llego al final de la calle no hay rastro de él. Tampoco le he visto la cara. ¿Y ahora qué hago yo con esto? ¿Se lo llevo a la policía? ¿Lo vuelvo a dejar en el suelo por si vuelve a por él? Solo quiero irme a casa. Mañana me pasaré por la basílica para preguntar. Bueno, si acaba de salir de allí, significa que está abierta.
¿Debería entrar? ¿Y si se está celebrando un evento privado?
Regreso a la plaza y, para mi sorpresa, otras dos personas salen del edificio. En cambio, el asunto toma otro rumbo cuando empujan el portón con una fuerza impresionante y se quedan allí unos segundos, conversando. Estos definitivamente no son monjes o frailes. Su vestimenta consta de un uniforme negro y sus cuerpos son anchos y fortificados.
A primera vista, negaría que tienen algún puesto eclesiástico. Jamás, de las veces que he rondado por los alrededores, he visto a semejantes hombres saliendo de está basílica a estas horas de la noche. ¿Qué está pasando?
—Kom igen, vi måste gå. Den väntar på oss (Vamos, tenemos que irnos. Nos está esperando).
No comprendo en qué idioma están hablando. Mi mirada baja a sus manos y me encuentro que uno de ellos se aferra a un libro muy grueso, y por la iluminación de las farolas se distinguen unas letras doradas en la portada. La corta lejanía impide que pueda descifrar lo que pone.
Sin embargo, no soy la única con la duda de su presencia.
Me están observando.
No solo eso. Ahora se están acercando. Sus expresiones son inescrutables. Agarro con fuerza el pequeño saquito y lo guardo con disimulo. Algo me dice que estoy en peligro. No puedo huir, estoy paralizada del miedo.
—¡Meena!
No puede ser.
Me giro volviendo a respirar, sabiendo de quién procede la voz.
—¿Señor Costa?
—Hola Meena, ¿qué tal estás?
—¿Qué hace usted aquí?
—¿Acaso esta plaza es tuya? —pregunta con sorna.
¿¡Cómo se me ocurre decirle eso a mi jefe!?
—Perdone, no quería decir eso...
—Meena, estamos fuera del horario laboral, no es necesario que me trates de usted —no estoy de acuerdo con su petición, pero accedo. Prosigue—: Ya hay un poco de confianza.
—Está bien señor Cos... Pietro.
—Mucho mejor -responde—. Y bueno, ¿qué haces por aquí?
Volteo hacia atrás, acordándome de los hombres, pero no hay rastro de ellos. Han sido rápidos. ¿Tendrían conexión con el hombre de la llave? Debe ser así, los tres han salido de la basílica, aunque con minutos de diferencia. Igualmente, es infrecuente que haya gente entrando y saliendo de allí por la noche.
Menos mal que ha aparecido el señor Costa.
—Salí a dar un paseo nocturno. ¿Y tú?
—He salido con unos amigos del trabajo, de otra empresa. Ya sabes, para afianzar las relaciones en el futuro. Estamos en el bar de abajo, el Randagio. Salí a atender una llamada y te encontré.
—Qué casualidad —sonrío incómoda.
Gracias a su intervención me ha salvado sin saberlo.
—Ha sido un placer verte, pero debo volver con ellos. Adiós, espero verte en mi oficina el lunes. Estoy esperando tu decisión.
—Descuida, allí estaré.
***
¡¡¡¡Holaa!!!! Espero que hayáis disfrutado el segundo capítulo y me comentéis que os ha parecido!!🥰🥰🥰✨🩵🩵🩷😂❤️💛💛☀️🥰
Muchas gracias por vuestro apoyo y los comentarios, me animan mucho. ⭐💫🥰
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro