|1| OJOS VERDES
10 MESES ATRÁS
«Tenemos que hablar...».
No dejo de darle vueltas.
Cuando tu novio te dice esas tres palabras y vuestra relación no está yendo por el rumbo que creías como en los primeros meses plagados de amor y felicidad... Sabes exactamente qué significa.
Desde hace varias semanas (meses) he sentido como poco a poco nos hemos ido apagando, y por mi trabajo apenas nos vemos. Ni siquiera hablamos cuando llego a casa por dos motivos: estoy agotada y él está dormido u ocupado con sus propias cosas, incluso ha pasado noches enteras sin aparecer por mi dormitorio.
Nuestra distancia empezó cuando conseguí el empleo en marzo de este año, en una gran empresa hotelera. Trabajo legalmente ocho horas al día, pero tengo otro trabajo los fines de semana de camarera en una discoteca del centro y eso me da un margen de pocas horas dedicadas a mi persona o al ocio. Debo adaptar mi vida a esta rutina por el motivo más simple. El dinero. Mi sueldo se divide en tres partes: alquiler y facturas, familia y deudas.
Mi familia, mis queridos padres, que en paz descansen, tuvieron una vida muy dura, más al emigrar con una niña de tres años a un país muy distinto al suyo. No conocía el motivo para que se decidiesen por Verona. Veníamos de Calcuta, La India. Éramos una familia numerosa, y según lo que me llegó a contar Ura, mi tía, vivíamos bien y con algún que otro lujo. Sin embargo, con el tiempo descubrí que no había una buena relación entre mis abuelos y mi padre, hijo de estos. Así que, para no depender económicamente de ellos, decidió arriesgarse y ganarse su propio sustento por completo.
Comenzó mi nueva vida; sin embargo, no fue lo que yo creía. Mi infancia se basó en la soledad. Era muy distinto a mi país. La gente era diferente. Me miraban y me señalaban en clase, me decían palabras que solo con el tiempo comprendí y aprendí a ignorar. Los ideales de la sociedad me enseñaron desde muy pequeña como sería mi vida allí. Fui creciendo y al llegar al instituto la situación mejoró. Conocí a Gabriela y comenzamos una bonita y duradera amistad. Pero, cuando creía que por fin lograba encajar, perdí a mis padres.
6 de agosto del 2006. Recuerdo el último abrazo que le di a Kalinda, mi madre, era por la noche y nunca la volví a ver. Mi padre, Yamir, ni siquiera había venido a casa ese día porque estaba trabajando. Al día siguiente habíamos quedado después de que saliese del instituto para comer todos juntos para tener una bonita comida familiar. Mientras salía del centro educativo sonaban diferentes tipos de alarmas por las calles. Pasaron 3 ambulancias y un camión de bomberos a toda prisa por la carretera y por algún motivo desconocido mi cuerpo tembló. Tuve un mal presentimiento.
Los llamé, pero nadie respondió.
Desde entonces, convivo con mi tía en la casa que me pudieron dejar mis padres; sin embargo, por culpa de una estafa debo mucho dinero al banco en nombre de mi pobre padre. Ura me ayuda a saldar la deuda, así que poco a poco, cada día poniendo de nuestra parte se reduce cada vez más. Me pregunto cuanto tiempo nos llevará.
No culpo a mi padre por ello. Estoy segura que tuvo suficiente todos aquellos años trabajando de sol a sol, lidiando con la culpa y el arrepentimiento de habernos obligado a dejar la vida cómoda que teníamos por el orgullo. Sin embargo, yo lo admiro. No estoy enfadada con él, y si pudiera oírme desde donde quiera que esté, quisiera que lo supiera.
Ura y Gabriela eran las personas más importantes en mi vida, y sabía que después de salir del trabajo y ver a mi novio, Edgard, iba a llamar a una de las dos. Mi tía, desde el primer día que lo conoció, no le gustó. Decía que nada más verlo percibió una energía negativa, que tenía maldad en los ojos.
Nunca le creí. Y, en este momento considero sus palabras.
Ura se describe a sí misma como una bruja. En Calcuta lo mantenía en secreto por el peligro al que se exponía. Solo la familia y gente de mucha confianza sabía su secreto. Hacerse cargo de mí fue una oportunidad que tuvo de marcharse antes de que grupos cerrados del pueblo fuesen a por ella.
A los quince años, me regaló algo inusual. Un collar, un simple collar de una piedra verde con manchas rojizas.
—Oh, muchas gracias... —expresé notablemente decepcionada.
Se puso seria.
—Meena, hoy ya eres una mujer y te hago entrega de la reliquia familiar, que llevó tu madre desde la misma edad que cumples hoy, hasta el terrible día de su muerte —. Acepté, más emocionada por el extraño regalo.
—Gracias tía, lo aprecio mucho —me lo puso en el cuello y lo ató con un fuerte nudo —. No me lo ates tan fuerte, que no me lo podré quitar entonces.
—Meena, necesito que me escuches —se posicionó a mi altura.
Nunca había visto tal seriedad en su rostro, comencé a ponerme nerviosa. Algo sucedía.
—¡No puedes volver a quitarte el colgante jamás! —me asustó su tono —. O algo terrible sucederá. Ahora, no puedo explicarte por qué. Eres muy joven para conocer la historia.
—¿Qué historia? ¿No has dicho que ya soy una mujer? Creo que merezco saber por qué un simple collar es tan peligroso. Y, ¿tengo que llevarlo para siempre? No quiero ofenderte, pero me parece demasiado... Si me lo contases...
Se levantó, pero no rompió el contacto.
Mi tía me quería mucho y lo demostraba, pero, siempre había sido muy misteriosa y sentía que nunca iba a llegar a conocerla. Tenía demasiadas extrañezas.
—No. Todavía no —se giró, después de darme una leve caricia en el pelo —. Si amabas a tus padres, confiarás en mí. Así lo quiso Kalinda.
Y, nunca volvimos a hablar del asunto, porque con aquellas palabras consiguió, al menos por mis fuertes sentimientos de amor y respeto a mis padres, que jamás me lo quitase. Nunca me molestó, solo, que siempre me venía a la mente aquella conversación. Solía pensar que estaba loca, o al menos eso siempre decían mis amistades, o Edgard.
Llevaba once años con aquel colgante en mi cuello y se mantenía estupendamente la cuerda de cuero con la pequeña piedra irregular. Y seguiría de esta forma por mucho más tiempo.
Recibo otro mensaje de Edgard, insistiendo.
Sé lo que viene. Lo sé desde hace tiempo. No me ha pasado desapercibido que su lado del armario se ha ido vaciando con los días. ¿Y lo peor de todo? Que no he hecho nada para impedirlo. Nada. No me he sentado con Edgard para hablar e intentar comunicarnos. No solo ha sido por falta de tiempo. Tal vez, he sentido que no encajamos y he preferido dejarlo pasar para ahorrarme el mal sabor de boca. He sido cobarde. Hemos estado un largo tiempo y hemos compartido tantas cosas que no sé por qué he actuado así. Tantos recuerdos, momentos especiales, besos, lágrimas, sueños... ¿Cuándo dejamos de querernos? ¿Dónde se quedó nuestro final feliz? ¿Acaso fue el amor de mi vida en algún momento?
Estoy muy confusa. Ni siquiera le he contestado. No sé qué decir. En este instante, ni siquiera sé lo que siento. En mi pecho solo noto... ¿Alivio? ¿Por qué?
Tal vez, es por qué lo he sabido todo el tiempo. Cómo me he quedado callada sabiendo que ha estado envuelto en otros brazos.
—Meena.
Freno mis pensamientos. Es Antonella, mi amiga del trabajo. Guardo el teléfono y levanto la vista. Reconozco en su semblante la preocupación.
—¿Pasa algo? ¿Tengo que ir ya? Aún me quedan cinco minutos de descanso...
Pregunto, comenzando a ponerme nerviosa. Mi alarma se activa; no obstante, antes de que pueda explicarse, entra en la habitación de empleadas la gobernanta, Lucrezia, y cuando su mirada se encuentra con la mía, tiemblo.
Últimamente el hotel pasa una mala racha. Desde agosto no ha habido mucha ocupación a pesar de que hay muchos turistas en Verona. Sin embargo, la dura competencia entre las empresas hoteleras, mismamente con el Hotel Catal, han causado despidos entre mis compañeras. La semana pasada tuve que decirle adiós a Bianca, mujer con la que estuve desde mi primer día. Es cuestión del azar, podría haber sido yo.
Me asusté y he tratado de hacer mi trabajo aún mejor que antes. Sin embargo, las demás han utilizado la misma técnica que yo y se ha creado una rivalidad horrible entre nosotras. Cada una tiene su número de habitaciones, tal vez un día una o dos más, o menos, y nos damos prisa y esto se ha vuelto el juego de quién termina antes. He llegado a quedarme sin comer para poder completar mi trabajo. Si lo pierdo mis facturas retrasadas serán más difíciles de pagar. Apenas tengo dinero. Intento ahorrar, pero es inútil. La deuda me consume.
Recuerdo qué feliz me puse al ser contratada finalmente. Llevaba mucho tiempo buscando empleo. Sin la compañía de mis padres he debido hacerme cargo de mí y aunque mi tía debía cuidarme, yo tuve que encargarme de "cosas de adultos" por un par de años porque Ura no conocía el idioma.
—Meena, acompáñame, por favor. El director quiere verte.
Me levanto alisándome la camiseta y poniéndome el chalequito con el logo de la empresa.
—No será necesario que te lo pongas —el resto de las compañeras me observan en silencio. Algunas parecen sorprendidas por el comentario de Lucrezia y otras me miran con perversión. Se alegran de que me vayan a echar—. Sígueme.
Malditas.
Miro a Antonella y le sonrío fingiendo tranquilidad, lo que no es convincente. Estoy muy asustada.
Sigo a Lucrezia con el pulso acelerado. Tengo ganas de salir corriendo. Soy una mujer de veintiséis años y me siento de nuevo una niña que debe afrontar los golpes de la vida. Asumiré mi responsabilidad. Buscaré otro empleo y seguiré adelante, sean cuales sean las circunstancias. Estoy familiarizada a que me persiga la mala suerte. Nunca he estado rodeada de fortuna.
El pasillo está muy iluminado, más que de costumbre y me resulta abrumador. Subimos en ascensor hasta la cuarta planta, la cual tenemos generalmente prohibida.
En todo el tiempo que he estado aquí, nunca me han encargado limpiar estas habitaciones. Ni siquiera sé con certeza si son comunes dormitorios de hotel o una pequeña oficina ya que he visto a muchos hombres trajeados entrar allí acompañados por mi superior, el señor Costa. La gobernanta nos prohibió interrumpir cuando se reunían. La primera regla que me dieron fue concretamente evitar el cuarto piso si no lo mandaban. Sin embargo, una vez desobedecí la norma por error.
Era por la mañana, demasiado temprano para que alguien estuviese deambulando por esa zona del hotel, o eso creía.
Eran las 06:04 am.
Arrastré con dificultad el carro de la limpieza. Los productos químicos eran nuevos y pesaban demasiado. Solía cargar con ellos a menudo, pero los habían repuesto porque ese día íbamos a trabajar más que nunca ya que se iba a celebrar una boda. Debíamos prepararlo todo. La gobernanta nos dijo que los recién casados eran amigos del director y debíamos dejar el edificio reluciendo para demostrar que el Hotel Tjäder era la mejor elección y procurar poner en buena posición a nuestro jefe.
Me alegraba haber podido dormir lo suficiente la noche anterior, sola, pero pude cerrar los ojos y permitirme descansar.
Recorrí con la vista perezosa el pasillo y no me di cuenta de que estaba caminando por el sitio prohibido. Al subir al ascensor, en vez de pulsar la penúltima tecla, di a la última. Continué como si nada, aunque, al ver una puerta semiabierta, frené mi paso.
«¿Alguien se me ha adelantado?» Me dije, pausando mis movimientos.
Sin meditarlo, me di la autoridad y empujé el manillar.
Era un despacho. Y no estaba sola.
Supe en aquel momento que estaba metida en problemas.
Había alguien junto a una mesa cuadrada, tras una gran ventana con vistas a la preciosa ciudad. Estaba apoyado en sus brazos, impidiendo que viese su identidad. Una parte de mí me exigió dar un paso hacia atrás y retirarme a tiempo, huyendo de la posible llamada de atención por haber desobedecido (inconscientemente) la primera regla del hotel. Pero, no hice caso a lo que mi mente me demandó y seguí mis instintos. Me acerqué con lentitud al escritorio, escuchando a medida que me aproximaba unos ronquidos que mostraban el cansancio del hombre. Quería verle la cara. No sé por qué actúe de esa forma tan irresponsable, solo quise acercarme sin pensar en las consecuencias.
Antes de que pudiese llegar a su lado, mi vista me traicionó y tropecé con un ligero bulto en la alfombra, provocando que me cayese, despertándolo. Traté de ponerme en pie lo más rápido posible y retirarme creyendo que todavía estaba a tiempo, pero, de pronto, alcé la vista y me topé con unos profundos ojos verdes.
—¿Se ha perdido usted? —dijo el hombre, con una voz grave y un leve acento que me intimidó.
Me sorprendió lo rápido que actuó. Ni siquiera supe cuando se levantó y dejó atrás cualquier signo de haber estado descansando.
¿Dónde me había metido? ¿Quién era ese hombre? Me quedé helada, pegada al suelo. No sabía qué hacer.
—Perdóneme señor. Me he equivocado de habitaci... —comencé hablando apresuradamente sin vocalizar. Me interrumpió:
—Míreme a los ojos cuando se dirija a mí. Haga el favor de levantarse.
Hice lo que pidió al instante, bastante intimidada, aunque, comencé a enfadarme. ¿Por qué me estaba hablando tan maleducadamente?
Mi vista se cruzó con un rostro maduro. Mandíbula marcada y apretada, labios finos, nariz puntiaguda y perfilada, ojos verdes que irradiaban antipatía, pequeñas arrugas alrededor de estos... Eran de un color oscuro, rodeado de líneas de diferentes tonos verdosos. Tenía el ceño fruncido, provocando que sus cejas formasen una fina línea oscura.
Era un hombre curioso, llamativo por sus rasgos puntiagudos y gatunos. Aunque, mientras yo admiraba sus rasgos, él no me estaba mirando a los ojos, sino a una zona inferior.
Esto sí que no lo iba a permitir.
—Oiga, primero —le dije, levantando un dedo, asombrándolo —. Míreme ahora usted a los ojos, ¿no?
Introduje mi collar en el interior de mi camisa, incómoda. No me gustaba mostrarlo, prefería mantenerlo cercano a mi piel, alejado de miradas curiosas.
Fueron cinco segundos exactos hasta que regresó su mirada a la mía y se giró dándome la espalda.
—¿Decide ignorarme?
—¿Nombre?
—Meena. ¿Por qué?
Contesté, obteniendo un gruñido de su parte. Se dio la vuelta, mirándome de reojo.
—¿Apellido, señorita Meena? —Odié su tono. Lo odié a él.
Quise retarlo y preguntarle el suyo y saber quién era para poder permitirse esa autoridad, aunque me mordí la lengua y me limité a responder.
—Rakt.
Permaneció en silencio, observándome mientras su ceño desaparecía, al igual que su rostro airado. Me miró y calló. Solo se escuchaba el fuerte latido de mi corazón. Transcurrieron los minutos y, tras analizarme de arriba abajo, me dejó ir.
—Váyase, señorita Meena. Y no vuelva.
No necesité que me lo repitiera. Salí enfadada, dándome por vencida a comenzar un conflicto. Cerré la puerta, arrastré el carro de la limpieza y hui de la escena. Pasaron los días y en ningún momento nadie me llamó la atención. Tampoco sabía quién era ese hombre y no podía preguntárselo a Lucrezia porque desvelaría mi error. Me quedé en silencio y solo olvidé el extraño encuentro que tuvimos.
De nuevo, camino por este pasillo, dirigiéndome a la misma puerta por la que corrí meses atrás. Me pregunto si estará ese hombre. Aunque, me resulta extraño. ¿Quién era? No es el director, tampoco ningún personal de seguridad. Si ese fuese el caso, no comprendo esa superioridad con la que me habló.
—Aquí es, Meena —asiento, respirando y expirando—. Fue un placer trabajar contigo.
Le sonrío a Lucrezia. Siempre se portó bien conmigo y sus palabras son sinceras. Hasta nos hicimos amigas, de vez en cuando salíamos de aquí a por un café o una cerveza, mientras nos confiábamos nuestros problemas amorosos y familiares.
Por muy extraño que parezca, echaré de menos este lugar. El trabajo ha sido duro, pero me mantenía ocupada, alejándome de mis preocupaciones y de Edgard. Todo está yendo mal el día de hoy e irá de peor en peor. Lo presiento.
—Gracias.
La gobernanta me da un corto abrazo y se va a seguir con sus funciones.
Toco a la puerta con lentitud.
—Adelante —reconozco la voz del director.
Abro la puerta y me introduzco, nuevamente, en la habitación. Sin embargo, el hombre de la otra vez no está. En su lugar, el director Costa me saluda desde el mismo escritorio donde se sentó el señor con aires de superioridad.
—Buenos días, señorita Meena —cierro la puerta y llego hasta él—. Siéntese.
Nunca he tenido mucho contacto con el director Pietro Costa. Lo conocí en mi primer día de trabajo y solo lo veo a finales del mes o en excepcionales ocasiones que requieren a todo el personal por eventos importantes. He tratado en muy pocas circunstancias con él y esta será la última.
Hago lo que me pide.
—Bueno, pues seré breve si no le importa —se aclara la garganta y saca varios papeles de una carpeta—. Como sabe, el hotel últimamente ha estado prescindiendo del personal y, aunque tu trabajo ha sido correcto debo comentarte que...
Antes de que pueda continuar, me adelanto:
—Sé lo que va a decir. No es necesario que siga.
El señor Costa alza una ceja, asombrado por mi osada interrupción. De pronto, en vez de reprimirme o mirarme con la negatividad en los ojos, sonríe. Curva los labios y me transmite serenidad.
—¿De veras? ¿El qué? —su tono cambia radicalmente.
—Me va a despedir... ¿no es así?
Me aventuro a decir.
—Algo así.
Frunzo el ceño, confusa por su respuesta. ¿Cómo que "algo así"? ¿Se está burlando de mí?
—¿Qué quiere decir?
—¿Me dejará explicarme hasta el final?
Asiento, avergonzada por mi comportamiento.
—Aunque sí hemos estado prescindiendo de personal, aquello tuvo sus razones —explica —. La Empresa Tjäder ha estado construyendo nuevos hoteles por las zonas costeras, tanto en Calabria como en Las Marcas... lo que quiero decir es que estamos dando la oportunidad de nuevos puestos de trabajo y he pensado añadirte a la lista.
—¿¡No estoy despedida!? —exclamo, demasiado feliz para poder reprimirme.
El señor Costa se ríe.
—Exactamente. Te doy la oportunidad de trasladarte a otra zona de Italia predeterminada y contar con la facilidad de encontrarte un nuevo lugar para vivir. De esto se encarga la empresa. Meena, solo tiene que firmar un contrato y no necesitaría más. Cabe decir que su sueldo se vería multiplicado.
Espera, ¿irme a otro lugar? De un momento a otro me desinflo. Me quedo callada, pensando en mi casa, los gastos que tengo actualmente, mi tía y Edgard.
—¿Pero, no hay posibilidad de quedarme aquí? ¿Y si no acepto?
—Aquí tenemos personal más que suficiente, sin embargo, en los nuevos hoteles los necesitan más. Por ello, en vez contratar personal nuevo, queremos dar a los nuestros la oportunidad —. Me suena convincente —. Tiene tiempo para pensarlo. Esta oferta no se la estamos ofreciendo a cualquiera.
Es demasiado bueno para mí. Sí he hecho un buen trabajo, pero, solo he hecho lo que debía hacer, nada excepcional o destacable que merezca un premio. Además, es muy surrealista. Sin embargo, sería una gran oportunidad y podría ganar mucho más. Como siempre, el dinero nubla el buen juicio.
—Por qué... ¿Yo? —pregunto, dubitativa.
Se aproxima a mí, más de lo que me gustaría y me observa directamente a los ojos.
—Porque usted tiene un gran, gran valor, como empleada.
Mi piel se eriza y siento un escalofrío recorriéndome. La circunstancia ha cambiado. Aparto la vista. Esta conversación se ha desviado hacia otro camino que no me gusta ni un pelo. Pietro Costa no es un anciano, ni tampoco un hombre joven. Cuenta con más de cuarenta años y su actitud conmigo ha sido en todo momento adecuada para que haya adquirido este tono. Es mejor que me vaya antes de que terminen las palabras y alguien reciba un manotazo y sí sea definitivamente despedida. O tal vez estoy exagerando.
—Gracias por la oferta, pensaré en ello.
—Necesitaré una respuesta la próxima semana—me levanto dispuesta a irme, aunque su voz me frena en el último momento—. Y, Meena.
—¿Sí?
—Haga el favor de ser discreta con este asunto. No quiero que lo sepan personas incorrectas.
—No se preocupe, eso haré.
Cierro la puerta y respiro con profundidad.
¿Qué acaba de suceder?
***
¡Holaaa! Espero que os haya gustado el primer capítulo! Espero vuestros comentarios sobre que os ha parecido y si os va gustando por el camino que va la trama. Gracias y muy buen día a tod@s. 🥰💫❤️
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