4- Gritos de agonía (#ETAPA 4, LA HORA DEL TERROR 2. Mi elección: Sector B).
Finalmente, Guillermo el Mariscal recitó un poema fúnebre ante el cajón vacío, halagando al pupilo y olvidando sus sospechas infundadas. La muerte confería a los pecadores un halo de santidad. Entretanto buscaban el cuerpo, que a esas alturas olería a putrefacción.
Hubo un impasse en las controversias familiares, pero pronto el padre cometió el desatino de reincidir en su favoritismo. Armó caballero a Juan sin Tierra, prometiéndole reinar en Irlanda y, lo peor, exigiéndole a Ricardo que le entregara Aquitania. A este no le dejaban otra opción que devolver la estocada.
Una vez más, los hermanos sobrevivientes formaron un bloque contra el poderoso león quien, como si fuese la repetición de un salmo, recibió la ayuda de un patriarca arrepentido por originar el lío. También en esta ocasión el coste fue la vida de un hijo, ya que mientras Godofredo disfrutaba de su amistad con el rey de Francia, se cayó de la cabalgadura en un torneo y lo arrollaron los caballos.
Felipe Augusto lo enterró en el altar mayor de la Catedral de Notre Dame, tanta era su pena. Como un fantasma vengador la emprendió contra los que consideraba responsables, los parientes del muerto. Pero luego de pactar una tregua, Ricardo se instaló con él en París y su opinión cambió. Es más, tuvo la sensación de que el propio Godofredo había resucitado.
—Todos murmuran porque siempre estamos juntos —le advirtió a Felipe; el fuego de la estufa le calentaba la piel y el aroma a leña lo estimulaba.
—Dejad que murmuren —le susurró el rey, mirándolo con deseo mientras se le aproximaba, provocando que el corazón del otro hombre latiera desbocado.
Contuvo la respiración cuando le mordió con dulzura los labios y lo empujó sobre la cama, rozándole el pecho con la lengua. El colchón de plumas se hundió bajo su peso, como rogándole que lo acompañara. El Plantagenet se sintió feliz: ni se escondía ni se encontraba solo, ¡qué acontecimiento tan inusitado!
—Yo os ayudaré —le prometió el amante, en tanto le pasaba la mano por los muslos, jugando con el vello ensortijado—. Vuestro padre me propuso que Juan se case con mi hermana Aélis, para que reciba Anjou y Poitou. ¿Entendéis lo que esto significa? Lo elige como heredero.
—¿De verdad os animáis a tomar partido por mí? —murmuró Ricardo, haciendo que se recostara sobre él cuan largo era—. ¿Aunque vuestra ayuda engendre una nueva guerra?
—Una guerra ha sido lo que me ha permitido hallar a mi nuevo amor —expresó el francés con pasión, aspirándole el perfume del cuello, que le había echado mientras lo desnudaba—. Porque os amo, ¿acaso lo ignoráis?
—¡Callad! —le pidió él, emocionado—. ¡Solo besadme!
Los cortesanos recorrían las distintas estancias, comentando los últimos acontecimientos. Sin embargo, todos giraron cuando oyeron los gritos de agonía. Retumbaban por los salones del castillo.
—Deberían cambiar de sitio las mazmorras —pronunciaron, frunciendo las frentes.
Por supuesto todos se equivocaron: no eran alaridos de dolor, sino de placer sin atisbo de culpa.
https://youtu.be/jthxA3VmMvk
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