Capítulo 7: Soledad.
Capítulo 7
Soledad.
Si en algún momento me había sentido sola, había sido por muy corto tiempo, porque el destino me llevo a donde Nicolás, y con él y la señora Rosalía jamás estuve sola, no con ellos, con sus rosas, con sus voces, con sus conversaciones y con su presencia. Con ellos mis días eran soleados y cálidos, pero ahora ya no podía volver gracias a mi estupidez, ¿qué acaso no había podido evitar enamorarme de él? ¿Acaso era tan tonta como para no notar que el lazo que existía entre ambos era tan fuerte e inquebrantable que ni los años habían podido hacer sus estragos? Y por supuesto no una estúpida niñita de catorce años.
Pero tampoco quería que se separaran, no podía querer eso porque era algo egoísta, sólo quería retroceder el tiempo, no haberme caído de la maldita escalera, no haber mirado a Nicolás como lo hice, no sentirme tan mareada al escuchar su voz, no sentirme especial cuando obviamente me trataba como a una niña. Solo quería estar con ellos, de cualquier forma.
Pero ahora estaba sola, realmente sola, y sentía tanto miedo de quedarme así que decidí ponerle mejor cara a Miriam y pasar tiempo en su compañía. Sí, era débil.
Miriam desde luego se mostró feliz, alegre, pensando que por fin sus métodos y tácticas de darme mi espacio habían surtido todo su efecto. Me llevo a comprar zapatos para la escuela, que sin darme cuenta ya estaba por comenzar, también me compró el uniforme y me aseguró que me vería encantadora en él, me llenó de regalos y en los días siguientes me llevo al cine y a todos los lados a los que yo deseara ir.
—Sarah —me llamó de pronto Miriam. Estábamos en el auto y nos habíamos detenido en un semáforo. Íbamos de vuelta a casa, luego de haber ido al supermercado a comprar las cosas para la cena. —¿Por qué tienes esa cara, querida?
Me volví de la ventanilla para mirarla. A veces sin notarlo mi rostro me traicionaba y reflejaba mi verdadero estado de ánimo.
—Por nada —le dije, esperando que mi sonrisa la tranquilizara. —es solo que estoy un poco nerviosa por la escuela.
Aquello era creíble, pues la escuela comenzaba el lunes próximo, y solo me quedaban tres días para llegar a eso. Jamás había sido buena haciendo amigos y realmente me preocupaba un poco.
—¡Pero todo saldrá bien —exclamó ella —ya veras, cuando hagas amigos podrás traerlos a casa!
—Eso suena bien —dije, aunque era lo último que quería.
El lunes llegó increíblemente rápido y con eso el ingreso a la escuela, una escuela privada muy cara en la que mis nuevos padres habían insistido en inscribirme porque la consideraban la mejor para mí pues tenía educación artística después de la escuela y creyeron que eso quizá me gustaría, pero ahora ni eso me agradaba. Me levanté temprano, me puse la falda amplia azul, las calcetas también azules y la camisa blanca, además del moño azul, toda una monada, según Miriam. Lo detestaba.
Miriam me dejó frente a un edificio grande y bonito, que era atiborrado por chicos y chicas, ninguno mayor de quince años, que corrían de un lado a otro con las pieles bronceadas por el verano que aún no llegaba a su fin. Con una mochila estilo mensajera al hombro y un nudo en la garganta me aproximé a la puerta, siendo empujada y aplastada hacia un lado en el proceso. Me presentaron en las primeras clases, y por suerte no fui la única de nuevo ingreso, habían dos chicas más y un chico aparte de mí. Me sentí aliviada.
A la hora del almuerzo me presenté en las filas de la comitiva y elegí solo lo que me pareció que era adecuado para mí, un par de platos insignificantes que desde luego no llenarían mi estómago y luego me volví para buscar asiento. La parte más difícil.
Había en el fondo de la sala una mesa llena de chicas de mi edad, todas enfrascadas en pláticas que me daban igual, pero sin duda ellas eran las populares de la escuela y entre más rápido me integrara mejor me iría.
Fui hacia ellas.
—Hola —dije, cuando llegué a su mesa, con la voz más patética que pude haber elegido. Desde que Nicolás me echó de su casa mi voz no había vuelto a ser la misma. Me sentía demasiado pequeña. —¿Puedo sentarme?
Las muchachas me miraron de arriba abajo, evaluándome de manera hostil. Y la que estaba hasta el fondo, la que parecía un poco mayor que las demás asintió, señalando un asiento que estaba hasta el otro lado, pero no alejado totalmente de ellas. Eran siete, todas de cabello largo pero de distintos tonos, ligeramente maquilladas, seguramente para no ser castigadas y se veían mayores que yo, aunque quizá era yo la que me veía menor que ellas.
—¿Qué estas comiendo? —me preguntó la chica que estaba más cerca de mí cuando tomé asiento, era rubia y de ojos verdes.
—Ensalada…—dije —señalando mi plato —y estas cosas —agregué, apuntando con el dedo a unos pequeños bocados de papas.
—¿Haces dieta? —se interesó la chica del fondo, la que me había dado permiso de sentarme con ellas. Tenía el cabello negro, liso, largo y muy bonito, y los ojos azules, pero feos, no me recordaban a la belleza y profundidad de otros ojos que yo había visto antes.
—No —le dije, meneando la cabeza y hablando más fuerte para que me oyera —soy vegetariana y casi todo incluye carne en el menú así que…—me encogí de hombros.
—Oh, que sofisticada —respondió, sonriéndome y luego las demás, aprobándome así a partir de ese momento.
Sonreí aliviada pero no feliz.
—¿Y ese es tu color natural de cabello? —preguntó otra de las chicas, una que se sentaba a lado de la de ojos azules.
Asentí.
—Está lindo —dijeron algunas de ellas, pero en un tono que destilaba envidia.
Intenté sonreírles.
—Gracias.
Luego de un par de preguntas más me permitieron comer, y agradecida comencé con ello, mientras las escuchaba hablar sobre un montón de cosas que ciertamente no me interesaban, y me pregunté por qué. Luego sin que me diera cuenta, comenzaron a hablar de chicos, y todas parecían tener un poco más de experiencia que yo, así que me asuste, deseando salir corriendo de allí.
—¿Y tú, Sarah? —me preguntaron de pronto, acorralándome todas con sus ojos de distintas tonalidades que nada me gustaba como me miraban. —¿Tienes novio? Eres muy bonita para no tenerlo.
También muy joven y estúpida. Quise agregar. Sin embargo de mi boca salió otra cosa.
—Sí —dije, y en el instante me retracté. ¿¡Por qué lo había hecho!? Podría haber dicho que no porque me acababa de mudar y no conocía a nadie, eso hubiese sido perfectamente creíble.
—¿Quién es? ¿Quién es? —me miraron extasiadas y evidentemente sorprendidas por mi respuesta.
Mi corazón latió fuertemente dentro de mi pecho obligándome a responder a toda prisa.
—Nicolás —dije, pues era uno de los pocos nombres que revoloteaban constantemente en mi mente y el único que no era de mi familia.
—¿En serio? —preguntó una de ellas, realmente no recordaba el nombre de ninguna. —¿Y cómo es?
—Es…—dije, queriendo desintegrarme de allí, no valía la pena mentir para ser aceptada en su estúpido grupo de chicas tontas, pero ya no había vuelta atrás. —alto y rubio.
—¡Espera! —grito una chica de cabello castaño y corto, una que me había preguntado sobre el lugar donde vivía hace un momento. Se había casi atragantado con su comida por hablar tan fuerte —¿Te refieres a Nicolás el nieto de la anciana de la casa 118?
—Sí —asentí, sintiendo que estas chicas me iban a destrozar cuando se dieran cuenta de que les estaba tomando el pelo. ¿Era normal tenerles miedo a unas compañeras de la escuela?
—Eso es mentira —se rió su líder, la muchacha de cabello largo y negro. —el chico tiene como dieciocho años, ¿Cuántos tienes tú? ¿Trece?
—Catorce —susurré, intentando no bajar la mirada, pero en ese momento el timbre sonó, salvándome de la mirada desaprobatoria de las muchachas y también de sus burlas, que ya se veían venir.
Todas su pusieron de pie, permitiéndome ver que sus faldas eran mucho más cortas que la mía, y pasaron a mi lado, dejando que la mayor se quedara hasta el final junto con su mejor amiga, supuse, por la forma en que habían estado sentadas justas en la mesa.
—Eso patético, niña, —se burló —inventar algo así para impresionarnos.
—Es verdad —dije, finiendo estar ofendida y luego me fui de allí.
Miriam me abordó bruscamente cuando Franco me trajo de la escuela, preguntándome sobre las nuevas amistades que había logrado hacer y sobre el trascurso del día. Le dije que era muy pronto como para eso y luego me dediqué a mentirle sobre el día, mesclando hechos reales con ficticios, y ella quedó satisfecha.
Luego subí a mi habitación, en donde me quedé durante un par de horas, mirando por la ventana en dirección a la casa de la esquina, sin haberme tomado la molestia de cambiarme de ropa y arrastrando las calcetas de la escuela por el piso. Tuve que bajar al comedor cuando Miriam me llamó para tomar la cena y luego me fui a la cama en donde lloré un par de horas por lo que había perdido, por mi casa, por mi padre y madre, por mi hermano, por la señora Rosalía y por Nicolás, a quien no había visto ni hablado en casi dos semanas, se había alejado tanto de mi vida que comenzaba a preguntarse si no realmente había sido una invención mía para superar mi aburrimiento. No, no podía ser, yo no era tan talentosa como para inviértame un Nicolás.
El resto de la semana en la escuela las muchachas populares me fastidiaron por mis mentiras y yo acepté lo mejor que pude sus bromas y risas porque me lo merecía, pero sin jamás admitir que había mentido. Por alguna razón no quería admitirlo aunque ellas ya lo sabían. Prefería juntarme con las dos chicas de nuevo ingreso, que se encontraban más o menos en la misma posición que yo.
Nos sentábamos juntas en una mesa pequeña de la cafetería y disfrutábamos relativamente de nuestra compañía. Una era platicadora y alegre y la otra era callada y reservada, lo que me gustaba aún más. Miriam creía que era inmensamente feliz en aquella escuela, en su compañía, la de Franco y mi nueva vida. Pero no era cierto, simplemente había aprendido a no poner mala cara a nada.
Esa tarde Franco no había podido pasar por mí a la escuela para llevarme a casa por lo que me vi obligada a regresar por mis propios medios, a pie. Iba caminando perezosamente por la acera cuando de pronto un montón de pares de pasos resonaron sobre el suelo y luego me alcanzaron por detrás, eran las chicas de la escuela, a las que había evitado a toda costa durante la semana.
—Hola, —dije, volviéndome a verlas al tiempo que intentaba que soltaran mis hombros —¿Qué pasa, chicas?
—Nada —contestó Elena la de los ojos azules y cabello negro —es solo que te vimos tan sola que decidimos acompañarte.
—Sí —corearon las otras dos que venían con ella.
Me tomaron por los hombros y así me siguieron el resto del camino, haciéndome caminar lentamente bajo el sol sofocante de la tarde y cuando llegamos a la esquina de la calle, ya casi a unas casas de distancia de la mía me soltaron y me empujaron bruscamente a un lado. Estábamos detrás de una casa.
—Aquí vive tu novio ¿No? —preguntó Elena, que tenía ánimos de humillarme desde el primer día de clases, y ni siquiera sabía porque, yo no le había hecho nada malo. Estaba señalando la casa de la señora Rosalía, la que había evitado mirar mientras caminaba. Verla me hacía sentir triste porque ya no era bienvenida allí.
—Sí —asentí, pero para mí mala suerte los cabellos rubios de Nicolás asomaron por detrás de las cercas blancas en ese mismo instante. Parecía que estaba haciendo algún trabajo de jardinería y ahora se levantaba, irguiéndose en toda su altura.
—Ve a saludarlo —sugirieron ellas, riendo y empujándome.
Apreté los puños, odiaba a esas chicas y debía admitir que también les tenía miedo, aunque no estaba segura de si más que a Nicolás o no, por el momento sí.
—Claro —dije, sonriendo a duras penas.
Temblando me aparté de ellas y busqué en la cerca blanca la entrada al jardín de la casa, aquella que yo conocía casi como la mía propia, y cuando ya estuve dentro, extendí los brazos para envolver con ellos a un inmaculado Nicolás que ni siquiera sudaba a causa del calor del día. Éste se dio la vuelta al verme y entonces lo abracé, hundiendo el rostro en su playera blanca. Él me devolvió el abrazo casi únicamente por la sorpresa con que había entrado a la casa y lo había abordado pero rápidamente me apartó de sí tomándome por los hombros y alejándome tanto como sus largos brazos le permitían.
—¿Que estás haciendo?—preguntó, enfurruñado.
—Trato de cerrarles la boca a esas chicas para que dejen de molestarme —contesté, bajando la mirada al suelo al escuchar la risa de estas al ver la reacción de Nicolás. Se estaban burlando de mí descaradamente y yo sólo podía sentir la garganta cada vez más cerrada, incapaz de defenderme.
Él suspiró, realmente enojado, pero luego me miró con algo que no supe interpretar, quizá más enojo, quizá un poco de compasión.
—Bueno —dijo, mirándome tiernamente con sus bellos ojos azules y luego echando una mirada a hurtadillas a las chicas —hagámoslo bien —me atrajo hacia sí, enredándome los brazos alrededor del cuerpo, y besándome en el cabello al mismo tiempo. Me soltó únicamente para saludar a las muchachas que nos miraban, de pie en la acera. Les dedicó la sonrisa más simpática que jamás le había visto, y estas humilladas salieron corriendo de allí.
Sonreí, realmente contenta, pero luego él me soltó tan bruscamente que si ellas lo hubiesen visto se habrían partido de la risa, pues se podía ver todas luces que había estado fingiendo.
Nicolás se apartó de mí, fue a recoger las pinzas de jardinería que había estado usando y se aproximó a la entrada de la cocina, como si yo no estuviera allí.
—Nicolás…—lo detuve, titubeante —¿Puedo quedarme?
Me miró ceñudo, meneando la cabeza negativamente al tiempo que tomaba el pomo de la puerta.
—Por favor, —insistí —solo quiero saber cómo está Rosalía. Me gustaría saludarla.
—Ella está bien —dijo secamente —yo le envío tus saludos.
Un gemido casi inaudible se escapó de mi garganta al escuchar su rechazo tan definitivo.
—Bueno…—dije, dándome la vuelta para que él no pudiera ver que me temblaban los labios y que las lágrimas ya se escapaban de mis ojos. —gracias, Nico, no volveré a molestarte, te lo prometo.
Con el corazón destrozado de todas las maneras que podía estarlo me puse en marcha hacia casa, intentando pensar en cosas bonitas para poder detener las lágrimas antes de llegar, cuando de pronto la fría mano de Nicolás me tomó por detrás y me hizo volverme bruscamente.
—¿Te portaras bien? —preguntó, pero aún con el ceño fruncido y la voz endurecida.
Asentí, sintiendo que las lágrimas paraban casi inmediatamente de fluir.
—Sí, lo prometo, jamás volveré a hacer nada que te disguste, nada que los moleste a ambos —dije, tan rápido que las palabras salían atropelladas unas con otras. Me veía patética pero no me importaba.
Nicolás asintió.
—Ven mañana, —dijo, logrando con esas dos simples palabras que sonriera entre mis lágrimas —tenemos mucho que limpiar.
—Lo haré —le dije —mañana después de la escuela estaré aquí, lo juro.
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Como este capítulo es cortito el siguiente lo publicaré antes, será el domingo.
Gracias por leer, espero que les haya gustado. Si gustan dejar estrellas, comentar preguntado algo, o lo que sea, yo estaré encantada de responder. :)
-Chel
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