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Cap8.4: La jaula de las liebres

Mis ojos no pueden creer lo que ven, ese chico con esos rasgos tan finos es claramente una representación de mi familia. El punto es que no tenemos más miembros y tampoco su aparición constaba en la historia original, no puede ser real. Ahora que lo pienso, el primer Lewis nunca estuvo aquí, por lo que cualquier interacción en esta área hará que las cosas cambien.

Mi pulso se acelera y esto puede ser percibido por Helios a mi lado. Llevo mis ojos a él y por primera vez noto en estos un brillo de interés, le llama la atención el pequeño en la jaula. ¿Qué demonios está pasando? Lo mejor será mantener la calma, debo respirar despacio y no dejarme llevar por las emociones.

—¡Era un humano que fue sometido a un estrés de tal magnitud que sus rubios cabellos se volvieron totalmente canosos! ¡¿No es impresionante?! No es un Roosevelt, pero, ¿a qué sería divertido torturarlo como si fuese uno? Claro, para hacerlo más cercano lo convirtieron, eso y que trataba de suicidarse a cada rato. Así no iban a sacarle dinero a su venta, un esclavo muerto solo le sirve a los necrófilos o clientes con gustos muy especiales. Si hay alguno, puede matarlo luego de comprarle —plantea la presentadora con una sonrisa de oreja a oreja y todos en el auditorio le secundan con entusiasmo.

Está prohibida la transformación de niños en vampiros por nuestra familia, dado que sus organismos dejan de crecer cuando esto sucede. Por si fuese poco, son mucho más débiles. El niño mira a todos dejando ver el rojo en sus ojos, sacando los colmillos. Fuera de una mirada de rendición como la de Charlotte, él parece que desea pelear contra cada uno de los espectadores.

—¡Atrévanse, les voy a arrancar el cuello si me ponen un solo dedo arriba! —grita el albino poniendo sus manos en la reja y estas tiemblan, pero no parece ser por el miedo, la jaula debe ser electrificada. Realmente es interesante, no se ha dejado vencer.

—Pueden iniciar las ofertas, la base son veinte monedas de oro —dice la mujer del escenario y presiona el botón de un control en su mano. Parece que el voltaje sube, porque la acción hace al niño alterarse y gritar, dejando ver los dientes.

Desagradable...

Las pujas no se hacen esperar y en poco tiempo llegan a las cincuenta monedas de oro, a manos de la dama pelirroja del sirviente quemado.

—Será un buen juguete para mi colección, esos malditos Roosevelt que nos están limitando nuestro parque de juegos —plantea la dama tras levantar la mano para su puja. Su mirada se desliza hacia donde estamos nosotros, pero volteo mi rostro hacia otro lado evitándole.

—Sesenta —dice de la nada William, que hasta ahora se había quedado callado.

El brujo no debe estar planeando nada bueno con ese niño, más siendo en extremo parecido a mí. Su devoción por los Roosevelt brilla por su ausencia, de hecho, la relación de ambas familias siempre ha sido muy complicada y de cierta forma cercana, por lo menos fue así hasta la muerte de la esposa del conde. Algo que me pregunto cómo habrá acomodado Gabriel, porque lo tenía tomado con alfileres oxidados, trabajaba en eso cuando me envió aquí.

—¿Pujo por él? —pregunta Helios en voz baja.

—No, no hace falta, solo es uno de entre todos los que están ahí, no vale la pena. —Aprieto los dientes ante mi decisión. Debo destruir este lugar, debo hacerlo. Todos me dan asco y este sentimiento se ve intensificado por los gritos de dolor del niño. ¿Por qué no me diste un poder para matar a todos, Gabriel?

—Entiendo —responde Helios a mis palabras regresando a su sepulcral silencio.

La oferta se cierra en el valor ofrecido por William Walker, recibiendo él al desdichado niño. No hace comentarios, solo se mantiene en silencio, como esperando algún comentario de mi parte, uno que no llega. Sin embargo, no lo hacía como alguien al que le gusta jugar con menores.

—¿No le gusta, joven Roosevelt? —dice él posando el dorado de sus ojos en mí—: pensé que le gustarían estos pasatiempos, como a la duquesa.

—No pierdo mi tiempo en banalidades —respondo tajante.

—Y aun así, se presentó. Dígame, ¿qué esperaba encontrar? Esta es la realidad del mundo que ha creado su familia y le aseguro, es solo la punta del iceberg —responde William.

Lo sé, se los secretos de Narciso porque soy el heredero que los controlará. Como alguien que ha estudiado esto, intentar eliminar todo solo hará que te eliminen a ti, ir en contra de la corriente es difícil una vez te metes en un río desbordado.

—Ahora que esta información se encuentra abiertamente en manos de los Roosevelt, yo personalmente me encargaré de intervenir —susurro de forma tajante, sin dejar ver las emociones en mi rostro.

—Mi curiosidad deriva más hacia el motivo de su intervención, es un vampiro bastante curioso, casi como si esto no fuese placentero —dicta el conde.

—Lo es, pero que se viole mis leyes es algo que jamás perdonaré y el castigo es la muerte —sentencio disimulando el asco que termina siendo mi motor principal, eso y. mi rechazo a verme representado en la jaula.

—Es una respuesta sumamente interesante, joven Roosevelt —dice el conde mientras desliza sus dedos en la silla como si recorriese el desnivel de los detalles tallados—. A los humanos les duele que torturen humanos, ¿pero sabes?, soy un brujo y me molesta que tomen a los de mi raza para sus juegos. Los humanos nos rechazan, las criaturas también al ser nosotros el punto medio y ninguna de las leyes nos ampara.

—¿A dónde quieres llegar? —respondo y el escenario se vuelve a robar mi atención.

Observo cómo sacan al próximo subastado; una joven desnuda que ronda los veinte. La presentadora raja su muñeca para que comprueben que la sangre es humana. Por culpa de eso, el salón se llena de gritos de euforia como si fueran bestias emocionadas. Helios, por su parte, rompe el brazo del asiento mientras controla sus impulsos y salen sus colmillos a la fuerza, pero jamás muestra más allá su instinto.

—Esto es patético. No solo humanos, ninguna criatura debe ser tratada así. Vamos joven Roosevelt —dice William mientras se ríe por todo lo que pasa, una risa grotesca de la cual se escapan recuerdos. No logro entenderlo bien, no soy capaz de leer las líneas de acción de mi vigilante. Lo entendía como prepotente y se resume en soñador. Quizás a esto se refería mi sirviente con su descripción.

—Desmantelaré este sitio —digo tras cerrar los ojos, se supone que por mi corta edad y el fuerte olor a sangre que debería estar sintiendo, estos deberían estar rojos.

—Son los Blackburn, no puede ir contra ellos sin la autorización del duque —continúa diciendo el brujo y ahora deja de mirarme para ver lo que ocurre en el escenario, una grotesca demostración de subordinación de especies.

—Sí puedo —digo.

—No, ¿cree que realmente su sirviente fue el único que disfrutó de matar a esos humanos?, no sea idiota. Fue la familia, solo que al ser nobles, los Roosevelt dejan pasar los hechos, Lewis Roosevelt. Por eso este sitio sigue existiendo, vuestro padre sabe que existe. Los Verdugos deben controlarlo, pero no lo hacen, solo lanzan a la basura a las clases bajas y se limpian las manos —responde el brujo.

Lo sé, sé cómo funcionan, pero esto es un libro y solamente eso, no debo pensarlo tanto y solo debo sobrevivir. Deshumanizar a los personajes, al final, la única persona que realmente tiene un futuro o vive reamente soy yo. ¿Verdad? No tengo por qué ayudar a seres escritos en un papel a costa de mi propia vida.

—Te lo diré más claro. ¿Disfruta este espectáculo o no? —Llama mi atención el brujo y abro mis ojos más calmado para ver lo que ocurre. Justo cuando esto pasa, la mujer de rojo logra ganar la puja por la señorita.

—¡Bien!, un nuevo accesorio. He escuchado que las pieles de las jóvenes son buenas para los desayunos. Aunque prefiero la carne de hadas —dice la ganadora mientras su sirviente cambia la mirada, ese joven dañado.

—No me malinterprete, conde William —le digo de forma fría.

—¿Qué se supone que malinterpreto? —me responde él.

—No tengo empatía por estos personajes de la obra, son simples rellenos en el papel. Soy un Roosevelt y como ello acataré mi trabajo. Desmantelaré este lugar y a quien sea que lo administre. Me da igual si es un Blackburn o incluso mi padre —reafirmo mi decisión, acabaré con esto.

—Interesante... —Se limita a reír. Quisiera a veces saber qué pasa por su cabeza—. ¿Y qué hará?

—Aniquilar a la familia Blackburn —digo sin dudarlo.

—Curioso, hace unos años yo pensé lo mismo de los Roosevelt —expone las palabras que se encontraban atoradas en su garganta todo este tiempo. Así que busca que piense como usted, conde. Cree que nuestras visiones no distan, eso sí es interesante. Debo contener la risa por lo hilarante que es, debo estar perdiendo la cordura para caer en este juego.

Se levanta del asiento con su misión cumplida antes de terminar la función, dejándonos en esa sala, presenciando cada maltrato hacia esos pobres seres que se le podía ocurrir a la más enferma mente. No salgo del lugar, me dejo bañar con los pecados del sitio, esos que hacen más firme mi decisión.

—No llores —le susurro a Charlotte al escucharla sollozar, tomo su mano al ver sus labios mordidos del miedo ante los gritos desesperados de los subastados.

Los odio, odio este sistema y su política de mierda donde si no eres de los poderosos puedes ser tratado como quieran. ¿Mi familia lo permite en las sombras? Sí, lo sé, y por eso el Lewis original mató a sus padres, para impedirlo. ¿La solución no es aniquilar al enemigo?, patrañas. Algo tengo que hacer, debo parar esto.

—Ups, creo que me pasé un poco. ¿Algún necrófilo en la sala? —dice la presentadora con tono burlesco y sacándome de mis pensamientos. Acababa de matar sin querer al anciano humano que estaban exponiendo.

Salgo del lugar lleno de las imágenes, algunas ya las había visto antes en casa. Realmente he rechazado demasiado tiempo esa parte de mí que le molestaba y se sentía capaz de oponer resistencia ante los abusos de los Roosevelt e incluso en este momento creo el intervenir como algo que solo me traerá problemas. Lo sé, si no lo hago, voy a perderme, voy a perder mi humanidad terminando por convertirme en el monstruo que necesitan. Lo debo hacer por sobre las marcas de mi cuerpo para mantenerme viva, lo necesito.

—Joven amo, el carruaje nos está esperando —dice Helios despertándome, ni siquiera me había dado cuenta de que habíamos llegado a la salida. Las personas hablando a nuestro lado me parecen un cuadro tan poético, vivan en mundos tan diferentes sin saberlo.

Charlotte se limpia la nariz, aún se escapan por esta varios mocos, representando las lágrimas que no fueron capaces de salir por sus ojos. Al menos se pudo contener hasta salir del salón.

—Charlotte, eso te pasará si te revelas, todos esos gritos de dolor. Nunca desobedezcas una orden mía y podrás tener una vida pacifica —le comento. Si lo hace, si sale de mi poder, no creo que ella viva mucho.

—Lo sé, amo —dice nerviosa y asustada ante la idea de que pueda ser ella quien emita los sonidos antes captados por sus oídos.

—Fue mucho por hoy, vamos a la mansión. —Me subo en el carruaje tras abrir la puerta y está amarrado el niño vampiro albino de la subasta junto a una nota al lado en el asiento. Patalea tratando de romper la madera de los asientos en un intento desesperado por salir. Su boca está amordazada y llena de ajos que le vuelven mucho más débil.

—Parece obra del Conde —comenta Helios, algo obvio al ser su comprador.

—Maldito brujo... Comprarlo para dejarlo en mis manos. —Una sonrisa se dibuja en mi cara, pero es algo retorcida. Lo hizo para que no olvide este día—. No voy a desaprovechar un regalo como este.

Recojo la carta para leer su contenido confirmando mi sospecha.

"Mi querido Lewis. A forma de sello sobre nuestros intereses conjuntos, le hago entrega de este, mi regalo. Una bella muñeca que parece de vuestra familia. Según sus recuerdos se llama Bralen. Espero que le dé una bonita crianza junto a la niña ciega que le ofreció su padre. ¿Cuál de ambos regalos le gustó más?"

Firma: Su principal admirador

Me termino de montar en el carruaje ignorando su presencia el resto del viaje y cierro los ojos para descansar un rato. Puedo escuchar la voz del albino de ojos azulados quejarse una y otra vez mientras amenaza con matarnos. Por su parte, Charlotte le ruega que se calme para no ser castigados. Helios no dice palabra. Qué circo más raro hemos montado.

Conde, con regalo se refiere al camino, ¿verdad?

—Joven amo, ya llegamos —las palabras de Helios me avisan de que terminó el recorrido a la mansión sobre las cuatro de la mañana. Siento bastante frío, lo que me indica que la fiebre invadió de nuevo mi cuerpo. Parece que aún soy débil y me dejo influenciar por esas vistas tan macabras llegando a dañar mi salud.

—Bien, lleva a Charlotte y a Bralen dentro. Yo iré a mi habitación —le respondo sin demoras.

Me bajo sin requerir su ayuda y siento la mirada de alguien sobre mí, es la de mi madre que me saluda desde una ventana, por lo que le devuelvo el gesto. Sabe ya que salí esta noche sin un motivo, debo tener cuidado con el uso que le pueda dar a esa información, pero, ¿acaso no puedo disfrutar de la ópera?

Pido que preparen un baño y cuando por fin está listo me dejo caer en la bañera con el cuerpo sumamente cansado. El agua tibia me hace sentir un poco mejor del frío que me daba la fiebre. He aprendido a cuidar de mis debilidades yo sola, así puedo sobrevivir.


Observo por la ventana del baño para ver la luna en el cielo y solo pienso lo calmado que era mi otro mundo junto a la vida pacífica que llevaba. ¿Cómo a Gabriel se le pudo ocurrir una historia tan macabra cómo está? Humanos torturados, las razas aplastándose entre ellas y una familia vigía que puede dejar pasar los hechos que tengan un peso en los nobles. Lo entiendo, sin su apoyo no tendríamos este puesto y más ahora que nací yo, un error.

Termino mi baño y me dejo caer boca abajo en la cama como si de un juguete de trapo se tratara para luego sentir la punzada en la muñeca recordando la mordida de Helios antes de entrar al teatro.

Sí, dejé que tomara de mi sangre para que llenara su estómago un poco antes de entrar a ese circo, me decidí luego de verlo huir por una simple tentación. Él no es un vampiro con experiencia en esas situaciones y su descontrol era casi seguro ante lo que pasaría ahí. Solo no pensé que doliera así. Aunque ya me acostumbré a todas estas marcas. Sin embargo, pude notar tristeza en sus ojos en ese momento y no logro sacármelos de la cabeza. Hay veces en las que pienso que Helios odia lo que es, que odia su naturaleza y si alguien amenaza con empalar su corazón abriría los brazos.

Esta noche las pesadillas no dejan descansar mi mente, solo puedo pensar en cómo destruir esas jaulas de liebres tan indefensas y matar a sus captores. Yo, un simple humano. ¿Puedo lograr eso?

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