Cap8.3: La jaula de las liebres
Salgo sin mi chaleco y demás ropas caras, solo la camisa blanca de mangas largas y el pantalón corto llenos de polvo. Helios regresa a por Charlotte cargándola como un saco de papas. Yo, en cambio, camino a su lado pareciendo su mascota por esta vez. Sí, es molesto, pero la presencia de un Roosevelt pararía cualquier acto que incumpla las leyes. En el peor de los casos pueden atacarme para evitar que los delate.
—Perdone mi afrenta, joven amo —dice Helios.
—Cállate, si lo vuelves a hacer te corto la lengua —digo guardando mis manos en los bolsillos, luciendo como un lindo acompañante infantil con capa y el cabello oculto.
—Seguiré su pedido —responde mi mayordomo.
Él camina hacia la entrada del teatro con la suficiente convicción en sus pasos como para parecer alguien de clase alta. Es espléndido, no se parece en nada al anterior barrio, este desborda opulencia y brillo. Los carruajes paran dejando a diferentes nobles o personas con dinero para disfrutar de la función. Las conversaciones a nuestro alrededor son triviales y vanas si no sabes encontrarles el provecho oculto, uno lleno de debilidades importantes aunque estúpidas.
—No me hables más, ya di las instrucciones. A partir de ahora soy tu esclavo y Charlotte también. Tutéame mientras estemos aquí —le respondo en voz baja.
—Como usted ordene. —Pone la mano en su pecho y camina hacia la entrada con nosotros, pero le recrimino con la mirada por su respuesta formal.
Un anciano vagabundo se acerca a los visitantes, dañando el cuadro perfecto y vacío de este sitio, con sus atuendos malolientes y tan diferentes a los demás. No tarda en ser eliminado, unos guardias se lo llevan hacia un callejón para sacarlo de la pintura, sin ruidos, sin espectáculos. Se demoran varios minutos en regresar de la oscura entrecalle a la que le llevan, nadie interviene, ni siquiera nosotros dentro de nuestro riguroso papel, en el cual, tampoco averiguamos cuál pudo ser el final de ese acto.
Un hombre vestido de traje negro con cara de estirado, más que la de Helios, nos recibe en la amplia recepción. Las alfombras rojas se extienden por el suelo desde la puerta principal hasta las magistrales escaleras. Los candelabros alumbran todo de forma cálida, principalmente, disminuyen la sensación gélida que transmite la mirada de Gardella Breneti, la soprano más famosa de Narciso, que se encuentra representada a forma de estatua a un costado del salón. Fácil de adivinar, ¿no? Es una sirena, una extremadamente bella. Según la cartelera, hoy estará presentando "El Fantasma de la Ópera", conocida en este mundo como "Fragmentos de una Máscara Blanca".
Depositamos un pago de cinco monedas de plata para la entrada simple. No se necesita presentación, solo dinero. Una mujer de cabellos rojos pasa por nuestro lado y pide un asiento en los palcos elevados del área B. La reconozco, es un ser sobrenatural, la he visto en las reuniones de padre. Esto hace que cambiemos de opinión, Helios lo detecta en mi movimiento de manos y pide, con las respectivas monedas de plata en mano, un cambio en su petición, esta vez para los palcos elevados del área B.
Seguimos el recorrido de la larga tela hacia los palcos. Helios deja a mi cuidado a Charlotte y se me hace complicado subirla por mí solo a cuestas por las escaleras, maldito buen actor. Me lo busqué yo sola por fingir ser su sirviente, deja que volvamos a nuestros papeles habituales. Cuando logro llegar con ella hasta nuestros asientos, la falta de aire se convierte en algo que debo disimular de la mejor manera posible con ejercicios para disminuir los latidos de mi corazón a oídos de "mi señor".
—¿Se encuentra cómodo, amo? —digo con tranquilidad, como si toda mi vida le hubiese servido de esclavo.
Me coloco al lado de su asiento, cada espectador se encuentra separado de los demás por un espacio para la comodidad, dado que los palcos priorizan el espacio personal. Charlotte suelta un fuerte ronquido que llama la atención de la mujer de cabellos rojos, pero esta solo deja una ligera sonrisa para regresar la mirada al gran escenario a oscuras. Como si fuese un gato, la dama no deja de acariciar los cabellos de una joven chica a su lado, una con un atuendo largo con mangas y llamativo.
—Sí, así estoy bien —responde Helios tan seco como siempre. Me pone difícil olvidar que es un muerto viviente sin escrúpulos.
No le respondo más, me dedico a hacer presión en la marca de su agarre en mi muñeca, maldiciendo su anterior descontrol en el carruaje. Algo en lo que prefiero no pensar, pero al menos logré lo que necesitaba.
Dirijo la vista al frente y observo cada detalle del lugar. Me gusta y a la vez me deprime, Gabriel amaba la ópera y ahora la odio, me lo recuerda, me trae a la mente a ese ser que ha hecho que yo tenga que pasar por todo esto. Los telones rojos, la fuerte iluminación, los asientos dibujados de dorado y las telas que los bordan. Todo está perfectamente acomodado para la alta sociedad. Ese maldito hubiese disfrutado un lugar como este, algo de lo que puedo estar segura, dado que es su libro y él lo creó.
Los telones del escenario se abren dejando ver un decorado en azul, con candelabros antiguos portadores de velas, un humo que avanza por el suelo dando lugar a la sensación de inseguridad y misterio. La mujer representada en las estatuas es la primera en abrir el espectáculo, con atuendos hermosos en violeta y rizos perfectos en dorado hasta la cintura, comienza a entonar las líneas tan difíciles de cantar de forma correcta para cualquier otro. Sus poderes encandilan a todos a penas abre la boca, es la dulce melodía de las sirenas que hacía perderse en el abismo a los marineros.
Solamente es un acto de introducción y de regalo por parte del teatro a nuestros oídos, dado que nada más presenta un acto. Próximamente, comienza a desfilar por el escenario una representación de la ópera "Carmen", haciendo mayor énfasis en el aria de "L'amour est un oiseau rebelle", que como siempre, acá presenta un título distorsionado, aunque la calidad no tiene nada que envidiar.
No puedo negar que me atrae este ambiente, pero la incomodidad y sensación de ser vigilada es mayor. El desagradable sentimiento de que también soy un personaje más para la obra de alguien, para la de Gabriel y cada persona que juzga mi accionar detalladamente especifico de un Roosevelt.
Helios observa el escenario sin parecer prestar mucha atención a su entorno, la música le ha secuestrado y alejado de la realidad. No le culpo, todo esto tiene la capacidad de abstraer tanto a alguien como para llevarle a un mundo de fantasía. Incluso Charlotte se despierta con los fuertes sonidos, pero lejos de gritar o asustarse, obedece como un perro al que le han golpeado muy fuerte si se hace notar. Quizás ella lo reciba de una mejor manera, pues su principal medio para receptar el exterior son sus oídos.
—Joven amo, es la hora —dice Helios en un tono bajo, sin ninguna expresión en particular en su rostro, rompiendo en mí la idea de que solo se centra en el escenario.
—También lo siento, el olor a sangre. Soy tu esclavo, voy detrás de ti, llévame hasta donde es la fuente —le respondo.
No soy capaz de sentir los olores de la sangre ni reaccionar a ella como mis queridos familiares, pero si es una venta a vampiros, no hay mejor forma de avisar que el evento real empezó que con eso. Al menos supuse que así sería, y lo es.
Charlotte y yo vamos detrás de Helios, a paso lento, sin hacer ruido. Ella se engancha de mi brazo para avanzar, ya que chocaba con todo lo que había a su alrededor, pero ningún amo vampiro se preocuparía por cargarla si compra esclavos acá, así que se le acabó el tiempo a caballito sobre mi mayordomo.
El aroma tan dulce y llamativo para mi sirviente nos lleva a un pasillo contiguo a los palcos de clase alta. Puedo notar cómo varios de los asientos ahora están vacíos, significa que acudieron al llamado. ¿Cuántas personas disfrutan de esto?
Al llegar al final del oscuro pasillo hay dos hombres con un traje bastante elegante en la entrada. Ambos portan máscaras blancas sin ningún detalle, pero que cubren solo la mitad de su rostro. Como para elegir, presentan una mesa con un alijo de máscaras de todos los colores y llamativas de mil formas. Cada una acompañada de un número en un círculo blanco y una vara por dónde cogerlo, algo típico en subastas.
—Buenas tardes, señores —comenta uno de ellos. Este presenta en sus manos una bandeja de plata con un dedo recién cortado, el cual parece pertenecer a su propia mano, dado que el faltante es evidente. Debe ser el aroma a sangre que atrae a los invitados, algo inteligente, pero excesivo, rozando lo vulgar, un simple corte hubiera bastado.
—Deseo ingresar a la subasta —responde mi sirviente personal con total calma. A pesar de que su ropa se ve barata, tiene una buena fachada con nosotros dos como esclavos pisándole los talones, algo que significa dinero.
—Dígame usted la suma con la que hará el fondo de garantía y vuestro nombre —dice el otro guardia mientras revisa una lista.
—Helios Prigozhin —pronuncia el apellido que hacía años le habíamos arrebatado. No quiero llegar a ser vampiro, siento que cuando es así pierdes todo, tu vida, tu corazón y sentimientos. Pasas a ser un muerto en vida sin escrúpulos que sería capaz de cualquier cosa sin las leyes de mi familia. Los Roosevelt puros tienen la oportunidad de seguir poseyendo voluntad y sentimientos propios, pero si yo me convierto en uno cuando cumpla dieciocho perderé todo deseo, como Helios.
—No consta entre las familias nobles precedentes, no podemos aceptarlo —responde el otro custodio.
—Traigo la mejor de las mercancías —dice Helios mientras estira la mano hacia mí y le hago entrega de un frasco rojo de unos pocos mililitros bastante llamativo.
—¿Sangre?, es fácil de obtener —expresa el de la bandeja.
—No es cualquiera —contesta Helios.
La sangre en el frasco es de Charlotte y no mía, pero el aroma en la tapa los confundirá. ¿Por qué la sangre de ella y no la mía?, la de los Roosevelt es muy importante, tenerla significa ponernos en riesgo ante los brujos, ellos son capaces de usarla para diferentes rituales que nos enlazarían directamente a su control.
—No puede ser... —Los colmillos del guardia que conserva todos sus dedos salen de golpe ante ese olor. Sus ojos se iluminan con un carmesí que pareciera que quieren salirse de sus órbitas. Lleva las manos hasta el frasco, pero lo cerramos ante esto esperando su respuesta.
—No tiene permitido tocarlo, es mi medio de pago —dice Helios.
—Un momento. —El guardia vampiro se retira unos dos minutos hasta que regresa y nos da la respuesta—; pueden pasar, el señor así lo permite.
Helios hace una reverencia y le ofrecen una máscara negra con plumas de cuervo en una esquina. A Charlotte y a mí nos dan una, igual a la de los guardias, pero estas nos cubren todo el rostro. Parece ser la de los sirvientes o trabajadores, unas que no merecen nada destacable solo para hacernos multitud.
Terminan por permitirnos la entrada a ese nuevo salón, uno para criaturas que buscan algo más que una simple función de ópera. El espacio dentro es mucho más reducido, pero no está en el sótano, más bien se encuentra en el piso alto donde están los palcos. Presenta un escenario de unos ocho metros cuadrados con veinte asientos para el público. Estos están hechos de oro, en su mayoría, y la luz de la habitación proviene de un candelabro demasiado extravagante y decorado con gemas preciosas.
Helios es guiado hasta un asiento en la segunda fila de las dos de diez sillas. Charlotte y yo nos sentamos en el suelo a su lado, arrodillados. Otros de los presentes exponen a sus juguetes de igual forma, incluso un hombre tan gordo como globo inflado se sienta sobre una mujer vestida solo con una falda negra, tacones y sus pechos al descubierto. Disfruta de nalguearla a ratos y deja ver a todos la ropa interior de la dama, una tejida con perlas.
La segunda que más me llama la atención es la mujer de cabellos rojos con máscara negra y detalles en verde esmeralda, la misma que vimos en la entrada. Su juguete porta gemas preciosas en su atuendo, varios volantes en su vestido corto adornado con lazos y flores como muestra de la opulencia. Sin embargo, los brazos y piernas están al descubierto esta vez, con varias marcas aun supurando. Lo curioso es que es un hombre que no pasa de los quince años y con la mirada perdida a tan pronta edad, pensé que era una chica. Su rostro tiene marcas de quemadura también, como si le hubieran lanzado agua hirviendo o aceite... Que desagradable y cruel.
La mirada de Helios se posa en mí de forma penetrante, al punto que se me hace pesar la cabeza. Otro como ellos, está como pez en el agua. Al final, sí arriesgo mi vida estando aquí, ¿por qué lo hago?... Mi mente viaja por muchos pensamientos en lo que espero que se termine de llenar este pequeño auditorio para que empiece una desagradable función. Lo peor es que nada de lo que pase aquí superará las cosas que he visto hacer a Lyra.
Yo, un humano que finge ser un vampiro, debo soportar como asesinan el alma de los de mi misma especie, dejándome llevar por el silencio. A veces me pregunto si, ¿ellos realmente me importan o me come la impotencia de sentir que una raza puede abusar de lo que soy? Aunque no lo parezca, la segunda, más que compasión, es un acto egoísta donde quiero ser yo quien los pisotee. No me imagino cerrando este sitio, lo quiero cambiando lugares y viendo sufrir a los clientes de este circo tan sádico y disimulado.
Las luces se apagan de golpe y los aplausos comienzan. De los veinte asientos solamente se llenan doce, no necesitan más. Eso creo hasta que una treceava silla es ocupada a mi lado.
—Espero que disfruten la función —dice una voz bastante familiar para mí, es la de William Walker.
No respondo, ahora no soy Lewis Roosevelt, el impostor. Soy un simple esclavo humano que solo puede hablar cuando su amo se lo ordene.
"La función no puede parar, los papeles deben cumplirse hasta el final." Palabras dichas por mi padre y que me repito, irónicamente consciente de que solo soy un personaje negativo en un libro para que mi hermana pueda lucir su redención.
—La disfrutaré —responde Helios siguiendo la rima y caigo en algo; estoy entre el amo y el sirviente infiltrado.
—Estaré viendo su filosofía, joven señor —contesta el brujo, seguido de una risa divertida, lo está disfrutando.
Las luces se encienden y aparece una mujer delgada, casi como un esqueleto y con el cabello negro atado a forma de trenza que llega hasta el suelo. Sus ojos son castaños y la máscara consta en su rostro al estilo de la servidumbre.
—Damas y caballeros. Vampiros, vampiresas y demás seres de la noche, sean bienvenidos a la subasta de hoy. Empezaremos con una gran adquisición —dice la presentadora como si fuese un gran espectáculo, sin ser más que un pequeño evento para "privilegiados".
Ella chasquea los dedos y se hace visible de la nada una jaula como la de Charlotte, aunque en esta, en lugar de una indefensa niña, hay un crío de cabellos albinos como los míos y ojos azules en lugar de negros. No se nota mal alimentado y su temperamento es un problema porque intenta abrir la jaula por la fuerza mientras su iris toma el color característico de la especie...
—¡Un vampiro...y albino! ¡¿No les recuerda a cierta familia?! —dice la presentadora, ganándose toda la atención de la sala, principalmente, la mía.
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