Cap8.2: La jaula de las liebres
Me dirijo hacia mi sirviente manteniendo un semblante tranquilo e imperturbable tras cerrar la ventana. Nada puede parecer fuera de lugar en mi rostro y mi aura, esa carta se queda pequeña para un Roosevelt.
—Helios, debo irme a atender unos asuntos. Necesito que cuides de Charlotte hasta que regrese. Si alguien le pone un dedo arriba, tienes mi permiso de eliminarlo.
Él mantiene su mirada fijada sobre mí. Ya había dejado de ser la niña su centro de atención, ella ahora se encuentra reposando la comida y tomando agua como un camello.
—¿Y si lo hace Victoria? —me dice con total calma.
—No tengo el ánimo para ella, pero si la toca te arranco la cabeza a ti —expongo colérico y salgo de la habitación tomando la capa del bosque—. Si alguien pregunta, salí a la ciudad.
—Señor, debo acompañarle. —Avanza hasta mí como una sombra que me sigue a donde voy.
—Te di la orden de cuidar a Charlotte —sentencio.
—Tengo la orden superior del duque Roosevelt de no quitarle un ojo de arriba. —Pone la mano en su pecho y agacha la cabeza en señal de disculpa por sus palabras—. Si le pierdo o pasa algo, mi vida terminará por segunda vez.
Me cuesta llevarme a mi mayordomo a un escenario donde incluso él se podría poner en mi contra. Sin embargo, no puedo dejarle aquí, si mi padre dejó ese mandato quiere decir que de Helios incumplirlo será eliminado. Las opciones se limitan a llevarle conmigo o terminar prescindiendo de sus servicios.
—Entiendo, el baño de Charlotte queda para otro día. Cárgala y tráela con nosotros —digo.
—Gracias por ser comprensivo, joven amo —responde él acompañando sus palabras con una reverencia.
—No me gusta cambiar mis juguetes —sentencio el motivo correspondiente a mi decisión.
Prefiero a Helios aunque sea un espía a uno nuevo al que tendré que calar desde el principio. Los refranes no vienen por gusto, ya aprendí a lidiar con él, o por lo menos tengo la mitad del recorrido hecho. Lo que me molesta es todo lo que ha cambiado su mirada y también la mía.
Él espera a que Charlotte termine de hidratarse y usa la hipnosis en ella para hacerla dormir plácidamente. Una pequeña siesta forzada tras alimentarse.
—Si se despierta, repetiré el proceso —dice Helios.
Pensar que ahora podría matarnos a las dos como si nada, solo le detiene ese falso pensamiento de que soy más poderoso que él.
—Perfecto, no podemos dejar que se despierte en el camino y así será más cómodo llevarla. Vamos a los callejones del mercado negro —contesto.
—Es un lugar peligroso para usted, amo —objeta mi mayordomo.
—El riesgo es mínimo ante su capacidad para obtener cada secreto de Ciudad Narciso —respondo.
—¿Veremos al señor Philips? —pregunta mientras salimos de la habitación.
Philips es mi Informante en esa zona, un médico de dudosa moral que se dedica a tratar mayormente los abortos de las damas de compañía que acaban embarazadas en el prostíbulo. Claramente, está contratado por ese sitio para ello y ha hecho su carrera girar en torno a eso. Realmente no hay nadie mejor que una prostituta para recabar información, pero, por otro lado, tenemos al psicólogo y médico de ellas que escucha todo lo que tienen que decir las mujeres de moral ligera.
—Sí, vamos a verlo —digo fríamente y Helios sabe el porqué; no le soporto.
En el libro no sale más que en pequeñas partes hablando con Lewelyn, pero ahora se ha vuelto un peón importante para mí. Aguantar sus raras costumbres es un pequeño precio. A veces, los seres con los más escasos escrúpulos pueden ser útiles, aunque el hombre rata solo cae en lo desagradable, hay peores bestias que él.
Somos un trío bastante sospechoso. Un hombre alto y pálido vestido de mayordomo que carga una niña desmayada con harapos por ropa, a la par que va al lado otro niño con el cabello cubierto por una capa y ropa extremadamente cara que da a entender claramente la proveniencia de una familia noble. Imposible evitar las miradas una vez bajados del carruaje, pero por suerte en este barrio todos están tan borrachos o caídos en la lujuria que solo se me acercarían para pedirme una tarifa por los servicios de Charlotte o míos, depravados.
Por desgracia, a las once de la noche, aun la ciudad de Los Narcisos mantiene sus calles más libertinas llenas de vida. Los locales para divertirse presentan a mujeres con amplios escotes que tratan de enseñar sus muslos y atributos junto a botellas para llamar la atención.
Mirar a la oscuridad puede costar caro y adentrarse peor, pues no son pocas las parejas que copulan contra las paredes y sin preocupación por su entorno. Eso sería lo más sencillo de ver, pues también pueden asaltarte y quitarte cosas peores que la vida. Sí, es bueno que Charlotte mantenga sus ojos cerrados al rojo que llena de emociones este depravado lugar gris.
Sin embargo, no nos compete, nosotros debemos llegar donde Philips a su consultorio, así que es hora de adentrarnos por la calle trasera del burdel "Pétalos Caídos". Justo en la entrada, una mujer se acerca a nosotros con notable interés y contoneo en sus caderas, pero pasamos por su lado ignorándola, rumbo al callejón. La fémina toma la muñeca de Helios y con la otra mano roza sus dedos por la mejilla del hombre.
—Puedo hacer que recuperes el alma y veas el cielo —susurra ella acercando sus labios al oído de mi mayordomo. El hedor a alcohol es fuerte en sus atuendos y boca.
—Lo siento, hermosa señorita. No presento interés en vuestros servicios —responde él dejando ver una sonrisa amistosa y demasiado falsa.
—Deja de jugar —sentencio a mi sirviente.
Los pechos de la joven se hacen más visibles cuando acerca sus hombros en un movimiento considerado sexy por muchos. Luego, como si nada, se aparta de él dejándome ver unos ojos brillantes por la hipnosis.
Sigo mi camino parasentir a los pocos segundos los pasos de Helios tras de mí. Ignoro cualquierasunto relacionado con lo que acaba de pasar y sigo mi camino hasta una viejapuerta de madera. La casa, o mejor dicho, todas las casas de esta zonapresentan estructuras que gritan "derrumbe", es un misterio para laarquitectura el hecho de que sigan en pie. Un ratón pasa por debajo de laentrada moldeando su cuerpo lo suficiente como para caber por el pequeñoespacio que dista del tablón al suelo. Prefieren la residencia del doctor antesque los latones de basura que dictan el final de la calle.
Antes de que Helios llame, sale una joven de aspecto infantil, quizás de unos doce a quince años. Sus cabellos son rojos y la ropa es ceñida de una forma poco saludable.
—Gracias, doctor, vendré mañana —responde la chica y guarda en sus bolsillos unas pastillas que le entregaron.
—Si hay sangramiento es normal, solo descansa. —Se escucha la voz fuerte de Philips desde dentro de la casa.
Nosotros ignoramos a la dama y entramos por el espacio que ella dejó. El salón está pintado de blanco con la pintura descorchada en el techo por la humedad. Las ratas ocupan los muebles como si fuesen suyos, a la par que un fuerte olor a químicos, y principalmente a cloro, inunda el espacio.
—Pero si es mi querido amigo Lewis —me dice un señor de unos cincuenta años aproximadamente y que porta un traje marrón. Sus ojos están detrás de unos cristales bastante anchos y que lo deforman un poco a la vista. Mide veinte centímetros menos que Helios, quedando en el metro sesenta, lo que resulta bajo para ser hombre. Este hace más notorio el hecho de que es regordete con exceso de sudoración.
—Philips, parece que se encontraba usted bastante ocupado —le cometo.
—Por ahora no, tengo unos diez minutos para merendar, hable rápido —responde acercando su silla hasta nosotros. Nos invita a tomar asiento, pero no nos queda más opción que negarnos para no enfermarme.
Como siempre, su horario está deformado. Él solo se mantiene despierto cuando cae la noche, el día no presenta algo que le interese y de tenerlo, lo puede averiguar con sus ratas.
—¿Qué sabe de los Blackburn y su tráfico de personas? —digo dejando tres monedas de plata y un pedazo de queso sobre su escritorio.
Él, más que el dinero, toma el queso y se lo come dejando ver sus dos dientes de rata. Si lo hubiese envenenado ni se daría cuenta, estúpido. Su obsesión por este es algo que no cuadra con su condición de roedor, pero, como si de un chiste se tratase, es adicto a ello cual droga.
El sombrero que lleva se cae de la emoción, dejando ver las orejas de ratón. El lateral de su rostro podría considerarse deforme en la fisionomía humana, ya que no presenta oídos en esta área.
—Es normal el tráfico de esclavos entre los vampiros. No sé qué le sorprende de ese tema o quiera saber —contesta con la boca llena—: Aunque desde que su padre tomó el poder, ha disminuido con las nuevas leyes del Bajo Mundo.
Regla No 1, solo puedes tomar un humano como víctima al mes y debe ser de fuera de Narciso, el contrabando con los propios ciudadanos de nuestra ciudad está prohibido.
—Se están saltando la ley de no agresión a humanos en estas tierras —digo.
Su sirviente era parte de ello a menor escala. No es como que mi familia sea el mejor ejemplo, pero es algo parecido a hacer lo que digo y no lo que hago. De cualquier manera, no atacamos residentes de ciudad Narciso, este es nuestro territorio. Se me hace curioso que padre me haya dado un regalo proveniente de unos traficantes ilegales, sería interesante que él mismo ande investigando esto.
—Oh, ya veo. Bueno, eso les pasa por no hacerse un mejor plan. Formas de vivir en paz hay muchas —contesta el doctor.
—¿Cómo el suyo de comerse los fetos de las embarazadas al abortar? —digo levantando una ceja.
—Pero no rompo la ley, ni me gano la vigilia de un Roosevelt. —Se ríe de una forma chillona antes de continuar—. Bien, le diré.
—No deje escapar detalles —respondo sin cambiar mi postura recta.
—Por lo que sé, últimamente se ha hecho popular el uso de muñecas jóvenes, pero no sé por qué sería algo sorprendente. Lo inició la señora Roosevelt en el último baile nocturno.
—Su juguete era un lobezno, no un humano —sentencio.
—Las modas evolucionan, ellos vieron más hermosos a esos seres tan frágiles. En lo personal, los entiendo, me gusta su carne tan particular —responde la rata.
—¿El principal proveedor son los Blackburn? —Cambio el tema.
—Ciertamente, hace unos días desapareció el hijo de una de las putas del burdel para el que ofrezco mis servicios. Nadie sabe dónde está el pequeño Timmy. —Se ríe abiertamente—. A pesar de que me contuve para no devorar su cuerpecito, no puedo decir que corriera con la mejor suerte. Creo que sería divertido consolar a su madre.
—Eres consciente de tus límites. ¿A dónde se lo llevaron? Tus ratas debieron verlo —comento evitando hacer reparo en sus insinuaciones.
—Me conoce bastante —responde.
—No hay rumor ni hecho que se escape de tus seguidores, Philips, la rata del barrio rojo —le digo.
—Bien, bien. No pude ver mucho, pero se lo llevaron dos hombres mientras atraía clientes hacia su madre. Apestaban a nada, si sabes lo que significa —dice mientras mira a Helios.
—Vampiros...
—Sí, no eran nobles. A esos los reconocería. —Se relame los labios saboreando lo que queda del queso en sus dedos.
—Háblame de ellos —le pido.
—Mencionaron que debían llevarlas al sótano del teatro "La Máscara Blanca", parece que allí a media función se hacen los intercambios. Curiosamente, está corriendo una función ahora mismo.
Ese maldito de William lo hizo adrede. No tengo el tiempo suficiente para idear un plan en perfectas condiciones. ¿Qué voy a hacer?, soy un ser ambicioso y deseo ganarte. Tú me pusiste el reto y lo voy a cumplir, porque yo soy Lewis Roosevelt. Tengo mucho más que perder si simplemente dejo de lado este pedido.
—Entiendo, bien hecho Philips. —Me doy la vuelta para marcharme y me acerco a la puerta. Los pasos de mi sirviente siguen los míos aún con la pequeña en su hombro.
—Joven Roosevelt, por otro pedazo de queso, quizás tenga información que le gustaría saber —dice la rata frotando sus manos y moviendo sus bigotes.
Le hago un gesto a Helios y este le entrega lo que quiere, aunque en menor cantidad. El hombre no demora en devorarlo con gran emoción.
—El señor William Walker me dijo que si venía usted por acá le dijera que estará observando de qué es capaz, si falla su cabeza entonces no merece estar sobre sus hombros —dice el hombre rata antes de retomar su propio pensamiento—: Pobre ser, retar a un Roosevelt.
—¿Eso dijo?, demasiado confiado el señor Walker —respondo para empezar a reír a carcajadas. Todos creen que pueden estar juzgando mis capacidades y pisando mi voluntad. Solo esperen, los voy a devorar algún día.
Ignoro lo demás y salgo por la puerta del mugroso consultorio rumbo al teatro. El escarlata seguirá en las calles, pero ahora el barrio que debo pisar es el de los nobles.
Tomo el carruaje junto a Helios y nuestra pequeña cría dormida. El que usamos para estas tareas no posee el escudo de la familia, por lo que no se relaciona conmigo de ninguna manera.
Retiro la capucha de mi cabeza y miro por la ventana pensando cómo demonios voy a deshacerme de este negocio ilegal sin tener a un grupo de asesinos decenas de veces más fuertes que yo sobre mi cabeza. Siento la mirada de Helios posarse con fuerza sobre mí, es como esos momentos donde sabes a ciencia cierta que alguien te tiene en la mira.
—Habla —le digo ya acostumbrada a su silencio.
—Joven amo, sus heridas aún no sanan, ¿verdad?
—Hice demasiadas en mi cuerpo mientras practicaba, aún se recuperan las más letales —respondo con una falsa verdad. Feryndell, el hada sanadora de mi padre, solo trató lo más grave, al final dejó las heridas de la carne por fuera como castigo.
—Entiendo, joven amo —responde él mientras sus colmillos afloran en su boca, cuatro de los cuales intenta controlar el tamaño de forma disimulada.
En sus piernas lleva a la niña dormida, la cual anima el carruaje con sus ronquidos. Abraza a Helios por la cintura mientras duerme y este acaricia sus cabellos con suavidad sin mirarla, tal como si solo cumpliese la orden previa que le di.
—Helios, solo por curiosidad. ¿Te molesta que traten con niños? —le pregunto.
—Soy indiferente al tema, para los seres del Bajo Mundo solo son comida y juguetes —contesta tajante.
—¿Por qué crees que mi padre creó una ley de no agresión a los humanos? —le cuestiono regresando mi atención a las calles.
—¿Para no perder sus juguetes? —dice algo simple.
—No, respuesta equivocada —digo dejando una pausa, esperando que muestre interés en el tema, pero no lo hace, por lo que simplemente respondo sin más—: Es porque su naturaleza débil les obliga a tener en cambio un gran ingenio. Nosotros no somos tan buenos desarrollando nuevas tecnologías como ellos. No evolucionamos como ellos. Estos edificios, estas ciudades, todas esas costumbres que disfrutan, desde el lujo o los males de los callejones, los generan ellos. Son nuestro motor para desarrollar el mundo.
—No pensé que los Roosevelt pensaran así —dice él con su tono sin emociones.
—No los Roosevelt, creo que solo mi padre y yo. Tampoco es una respuesta piadosa ni amable, simplemente es la mejor solución. Pero no dejan de ser tan fáciles de aplastar como una cuchara —respondo bajando el tono a medida que avanzo en mi argumento, ya que soy uno de ellos.
—Ya veo —dice él.
"Tan lúgubre como siempre."
—Eres aburrido, Helios —sentencio antes de hundirme en las luces de la ciudad.
—Solo cumplo mi trabajo, joven amo —dice su triste realidad. ¿Qué más podría hacer un ser condenado a vivir sin emociones?
—Necesito que te controles ahora —le digo mientras abro mi bolso y saco una daga pequeña junto a un frasco.
—¿Qué hará? —Sus ojos siguen los movimientos del arma hasta mi dedo. Esta penetra en la piel dejando salir un ligero hilo de sangre que vierto en la tapa del recipiente—. Joven...amo...
—Cálmate, lo necesitamos para entrar —respondo al sentir su voz débil, pero no esperé que su cuerpo terminara sobre el mío.
Una de sus manos sostiene las dos mías inmovilizándome contra el asiento. Su pierna derecha se pone entre las mías para acomodarse. Puedo ver como los colmillos crecen en su boca mientras intenta controlarse.
—Su sangre... —Los ojos de Helios se encuentran dilatados como si estuviese drogado.
—Hazlo, atrévete Helios, eres al final alguien incapaz de incumplir una orden, ¿te atreverías a romper la regla de no probar la sangre de tu amo? —Suelto la amenaza apretando los dientes por la fuerza de su agarre.
Veo por primera vez en mucho tiempo el brillo en sus ojos, un rojo como las llamas que oculta tras sus parpados. Su boca se abre delante de mi rostro para dejarme ver esos esmaltes blancos y filosos que siempre esconde como puede.
No me escucha o eso parece, se limita a lamer mi cuello como anhelando lo que corre por las venas de esa zona mientras con su mano levanta mí mentón sin yo mostrarle resistencia. No puedo evitar erizarme en respuesta a sus acciones, pero debo tomar las riendas de esto sin mostrar miedo. Ciertamente, no deseo morir y a la vez, no le temo a la muerte, ahora mismo el miedo no forma parte de mi sistema.
—No quiero... —Le escucho decir.
—Helios —le llamo tranquilo—. Es la última oportunidad, apártate de mí.
Dicho esto, el carruaje se detiene y él sale primero como huyendo del olor que le trae loco. Cuando termino de acomodar mi atuendo es que me hago consciente de que la niña dormida yace en el suelo como una muñeca sin dejar de roncar. Ni cuidarla pudo lograr cuando estuvo cerca del descontrol. De cualquier manera, la orden de Lyra no iba a dejar que él me atacara, ella es su creadora al final del día.
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