Cap35.2 Dicotomía nocturna
Su mirada refleja el dolor de forma gélida, sus atuendos parecen la única luz en el cielo de nieve de esta tumba esférica y sus movimientos parecen los de una bailarina que flota en el aire a punto de perder todas las razones que la mantienen viva. Una venganza en nombre del amor a un esposo que solo está hecho de ilusiones, de mentiras que le hizo creer. Al final, esta tierra está llena de monstruos que mienten a la persona que los quiere con tal de no perder su afecto o quizás solo justifico su masoquismo.
—Nivia, ¿va a escuchar a razones? —le digo al verla descender desde lo alto. Sus pies ahora están sobre zapatillas de hielo que le hacen volar.
—No me interesan sus excusas, solo quiero poder ver vuestra cara de sufrimiento cuando reciba en su piel mi dolor —expone ella y únicamente concibo mirar sus lágrimas de hielo.
Como si de algo que estorba se tratase, cubre de nieve a Bralen, este que viste las pieles de Charlotte y lo intenta asfixiar sin darle resultado. Observo la posición del cuerpo de mi compañero y con cierto desespero comienzo a escarbar hasta sentir como mis dedos se dañan, esto me incita a parar. Cubro mis manos en los bolsillos bajo la conclusión de que le perdí.
Quiero llorar, intento llorar, pero las lágrimas no salen. Ahora mismo cada intento me causa dolor en los ojos.
—Tan repugnante eres que no puedes ni llorar ante la muerte de uno de tus aliados. —La ventisca en el interior de la esfera solo aumenta, es una representación de su alma—. No es capaz ni de sentir el dolor de la pérdida.
—No lo soy, puede acabar con mi vida si así lo deseas. No soy capaz de llorar por su muerte —expongo mi pensamiento solo haciendo que ella se moleste más.
Duele, no sabía que el frío era capaz de doler tanto. Tengo arritmia y siento como mi cuerpo hace el esfuerzo de bombear más sangre a las extremidades, en una situación normal diría que perdería los dedos
—¿Cómo lo asesinó? —me pide ella.
No sé qué decirle.
¿La verdad o una mentira?
—Le envenené, llené sus pulmones de ajo y gases tóxicos capaces de matar a cualquier humano —usado por ciertas personas de un pasado distante en historias de mis libros escolares bajo el signo de la esvástica—. Luego cuando fue a huir, le lancé un balde enorme de agua bendita que hizo quemaduras enormes en su cuerpo, haciéndole caer al suelo mientras su piel supuraba y su garganta dejaba fluir sangre. Con todo y eso, no moría, así que clavé una estaca en su corazón, un bastón —le respondo con la verdad, no importa, es el final.
Las lágrimas aumentan, siento el dolor en el viento. Ya no soy capaz de mover mis manos ni piernas, cosa que hace que mi cuerpo caiga al suelo, me falta poco para perder la conciencia.
—¡No es suficiente que mueras así, es muy poco sufrimiento para un demonio! No puedes ser alguien tan cruel. —Exhibe su pensamiento.
Si mal no recuerdo, él señor Blackburn poseía niños esclavos. Incluso, su esposa llegó a esa posición tras desarrollar Estocolmo. Entonces, ¿por qué ella lo defiende tanto?
—Recuerdo que reí como un loco, cuando su cuerpo se hizo cenizas.
Termino de responder cuando siento que una estaca de hielo es clavada en mis manos haciendo que esta se deshaga en pequeños trozos de piedra fina. No puedo gritar, es cierto que duele, pero no consigo expresar el dolor. Solo aprieto mis dientes y lo soporto.
—Desquítese, hágame sufrir y borre lo más que pueda su dolor. Yo no me arrepiento de nada —dejo salir mis palabras como mi último suspiro cayendo de espaldas al suelo.
A diferencia del cuerpo de Bralen, yo no cubrí el mío con grandes ropas. Debía morir rápido por la nieve.
Todo se apaga y regreso a ese sitio oscuro con las miradas acusatorias. Una vez más estoy en este vacío de oscuridad junto a los seres demoniacos que me recuerdan cuántos contratos me aprisionan.
—Roosevelt, ¿cuándo regresará tu alma a mi cesta? Es hora de que me paguen toda la riqueza que me prometieron —dice uno de los ojos al ver mi cuerpo en el suelo.
No puedo moverme, es igual que esa sensación en el cine.
—Recuerda, solo si realizas un buen papel aquí, podrás volver, Daniela —dice otra de las voces—. Completa el papel para tu amado Gabriel.
—La muerte te perseguirá siempre, tu destino es morir bajo mi sello. El rencor te consumirá. Llevarás a cabo su y tu venganza —responde el tercero de los demonios.
Yo no me puedo mover, todo mi cuerpo se siente helado.
Abro los ojos de forma forzosa fuera de la esfera. Charlotte, Helios y William están en la entrada de la casa.
—Eso dolió —digo recuperando la movilidad de mi propio cuerpo y abandonando el de arcilla ya derrotado dentro de aquella esfera aún activa—. Charlotte, es tu turno, su venganza está completa, pero sigue triste. Bralen está ya cubierto por la nieve, luego podremos buscarlo.
La nieve por alguna razón, transmite sus emociones. Lo siento, es un llanto desesperado por recuperar algo que sabe que no volverá.
—Amo, yo haré que su alma descanse en paz. La exorcizaré con fuego —me dice Charlotte alzando sus manos al frente.
Los pensamientos, sobre si acabar con su vida, son cuestionados en mi cabeza, pero ya le di una oportunidad, no tendrá una segunda.
—Charlotte, haz justamente lo que te diga. Mi cuerpo está justo en el centro, abajo. La carga de explosivos debe haber quedado libre apenas se deshaga el cuerpo de barro. Activa tu fuego ahí y mantenlo lo suficiente para no ser apagado. Ella debe de suponer que es alguna especie de magia de los Roosevelt por lo que su intención será apagarla con nieve. Tu fuego es sagrado por lo que no podrá —ordeno saliendo de los brazos de Helios, estos me tenían cargado mientras permanecía inconsciente.
—Lo haré —expone ella para concentrarse y sentir la energía negativa de los bendecidos por demonios.
A día de hoy no sé cómo ve Charlotte. Una vez me comentó que podía percibir las siluetas de las personas pintadas de color blanco, rojo o violeta, pero no objetos. Blanco para las puras, rojas para los seres nocturnos y púrpura para los humanos manchados.
Así qué, sabrá donde está mi cuerpo porque justamente se encuentra sobre el de Bralen, separados por las capas de nieve. Solo debe localizar esa alma y crear sobre la superficie el fuego.
La idea original no era que ella crease una esfera, solo necesitaba estar lo suficientemente cerca, pero no todo puede salir como deseo.
Charlotte lleva a cabo lo que le ordeno, creando sus llamas en el lugar indicado. Justo como pensamos, la tormenta arrecia y tenemos que aguantarnos unos de otros para no ser llevados. El conde ni se inmuta, nada lo mueve del lugar, sólo observa la situación.
En algún punto, solo dejando transcurrir un minuto o poco más. Sentimos una explosión ahogada por la masa de la esfera de nieve. Acto seguido esta se derrumba al suelo cayendo toda la masa sobre la mujer de las nieves y Bralen. Él debe estar sufriendo, pero sobrevivirá. Es un vampiro y la nieve previa no dejará que el golpe sea efectivo, sumado a la ropa ancha en su centro de no arcilla.
—Helios, búscala, no debe ser difícil, alguna parte de su cuerpo debe estar esparcido por la explosión —ordeno a mi mayordomo y este camina hacia la zona para comenzar a cavar con rapidez en el sitio exacto.
Lo primero que nos lanza a nuestros pies es un brazo de la mujer de las nieves. Este se encuentra con quemaduras graves y con partes de su piel completamente desgarrada.
—Eso debió ser suficiente para acabar con ella—expone Helios tras mirar algo en la nieve, desde nuestro ángulo no podemos apreciar qué es, posiblemente sea su torso o cabeza.
—Entonces solo busca a Bralen primero. Luego reúne el cuerpo de Nivea, tengo que dárselo de regalo a alguien —comento a Helios.
Mi sirviente cava por varios minutos hasta encontrar a Bralen, congelado. Me acerco a él y dejo caer unas gotas de sangre en su boca tras cortar mi muñeca. Helios me recrimina con la mirada, pero es necesario.
De a poco recupera la movilidad regenerando su cuerpo. La arcilla que cubre lo demás retoma su forma y deja atrás la de Charlotte.
—Solo espero recibir unas merecidas vacaciones con muchas señoritas hermosas —explica Bralen.
—Tendrás toda una semana para descansar. Sólo puedo ofrecerte eso —le comento y me aparto con Helios a recolectar los trozos que quedaron del cuerpo de aquella pobre alma nevada.
—¡Bralen! —grita Charlotte para correr hasta él teniendo varios tropiezos por la ceguera y lo irregular del terreno.
Al final termina siendo el albino el qué se levanta herido para ayudarla.
—No seas idiota, ¿no comprendes que no ves una liebre a tres pasos? Espera a que vaya a ti —le explica él.
Dejo de prestarle atención a su conversación y regreso mi mirada a los trozos de carne esparcidos por el suelo.
—Es una imagen que podría afectar a los humanos —dice Helios a mi lado recogiendo parte de la cabeza de la dama.
—Hace mucho estas imágenes dejaron de afectarme —le respondo antes de hacer un segundo de silencio y agregar—. Helios, lo siento.
—¿Por qué, joven amo? —expone él levantando una ceja ante mis palabras, creo que nunca las había dicho antes desde que llegué a este mundo.
—Sé que Lyra podía tratar de acercarse a ti. Aun así te dejé en la mansión. Quise creer que que no lo terminaría haciendo. Aun así ella y Nivea eligieron asesinarme —le comento sin expresar emociones en mi rostro.
—No debe compartir su sangre cuando padece de anemia —él me responde tajante, ignorando mis palabras.
—Quizás —digo para voltearme a él.
—Debo mantener su imagen, me resulta difícil hablar a voluntad en público —alega Helios y se dispone a recoger los trozos del cuerpo.
Yo en cambio me marcho hacia donde el conde.
—Desembolsaré los destrozos de la mansión —expreso para el portador de cabellos escarlatas, a Walker.
—No pediría menos —expone el conde para acercarse a mí y hablar en voz baja como evitando que el viento escuche—. Joven Roosevelt, el día que usted desee eliminar a la duquesa Roosevelt, tendrá mi apoyo.
—No tengo pensado hacerlo, no en este instante. Mas, me ocuparé de que pague por lo que hizo hoy. Me excedo, pero permítame el descaro de asegurar que si la cabeza de algún Roosevelt cae, será por mis propias manos, iniciando por la de Lyra Roosevelt. —Libero mis más oscuros deseos sin ningún tipo de vacilación.
—¿Está seguro de lo que desea? —La seriedad y un aura oscura invade su alrededor, una que me impide respirar y hace que mi cuerpo desee huir.
Nunca lo vi de esa forma.
—No es mi deseo, es mi única salida, conde William Walker —contesto para darme la vuelta dispuesto a marcharme.
—Necesita más que eso para asesinarlos. Mantienen su posición por algo más que palabras, pequeño ambicioso. Todo un Roosevelt y cargando sus mismos deseos. Me recuerda a vuestra madre cuando nos pidió a mi esposa y a mí que le ayudásemos a eliminar a Augusto Roosevelt, vuestro abuelo —confiesa Walker mientras me retiraba.
Esto jamás se dijo en la obra original.
Me giro hacia él para verle, pero ya está dentro de la mansión. No tiene intenciones de aclararme sus palabras, de explicarme esa confesión.
Entro con Helios en la habitación del hijo de la dama de las nieves en su respectiva mansión. Aquel niño rubio al que conocí en un baile cuando mi padre me ordenó eliminar a su mayordomo. Su nombre es Ferry Blackburn, también un amigo de Victoria.
Se está preparando su ataúd para descansar sin ningún tipo de consciencia sobre lo que viene. Helios espera sin hacer nada que le delate hasta que Ferry se encuentre acostado para caer sobre su cuerpo apretando su cuello fuertemente contra la superficie.
—¿Qué haces aquí? —responde el niño apretando la muñeca de mi sirviente mientras intenta salvarse.
Se sienten los molestos chirridos de arañazos en la puerta, deben ser sus ghouls con signos de copo de nieve que desean entrar.
—Usted ayudó a la señora Nivia Blackburn en los asuntos correspondientes a la caza de los Roosevelt —comento recostado al marco de la ventana.
—Ya nos detuvimos, ella aceptó el pacto de paz. Nos iremos mañana —comenta Ferry, el niño de más de treinta años.
—Vuestra madre por fin descansa en paz. Acabé con su vida hace unas horas —expongo los hechos.
—¡¿Cómo se atreve?! Teníamos un trato —grita Ferry mientras hace toda la fuerza que puede hacia Helios. No tiene resultados, mi sirviente está más desarrollado en un enfrentamiento frontal.
—La señora Blackburn lo desechó y no escuchó a razones. Esto sucedió por dejar hilos sueltos. Siempre que queda alguno, quieren acabar con mi vida. Los Blackburn y los lobos del bosque, pero no cometeré dos veces el mismo error.
—¿A qué se refiere? —dice Ferry al sentir la presión en su cuello y cómo este empieza a ser fracturado por la mano de Helios, ya no es capaz de hablar.
Comienzo a ver el humo entrar por debajo de la puerta. Charlotte ha hecho bien su trabajo y las voces de los sirvientes gritando "libertad" junto sus pasos apresurados afuera me responden que Bralen también los liberó.
—Les di la oportunidad de marcharse en paz y no estar atados a morir —comento acercándome al ataúd para clavar una estaca en el corazón de Ferry, hasta que pasados los minutos se vuelve cenizas.
—Joven amo, ya deberíamos marcharnos —responde Helios al ver la puerta empezar a arder en el fuego sagrado de mi sirvienta.
—Helios, con esto cierro mis viejos errores. Recuérdame no inmiscuirme en asuntos fuera de lo que debe suceder. Sólo quedan cuatro cabos sueltos: tú, Bralen y Charlotte debieron estar muertos hace mucho. Por otra parte, Victoria jamás debió haberse fijado en mí. Aun así, deberíamos casarnos —argumento mi situación al viento mientras Helios me mira confuso y yo guardo una pequeña caja, decorada en dorado, en el bolsillo interior de mi chaqueta—. Nos marchamos.
—Sí, joven amo —me contesta él con suma calma y asumiendo mi demencia.
Esa noche, la ciudad vivió dos extremos, la nieve que caía sin explicación sobre la mansión Walker y el incendio extendido sobre toda la residencia Blackburn.
Una irónica dicotomía, el fuego sagrado de Charlotte y el invierno gélido de Nivia.
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