Cap35.1 Dicotomía nocturna
Ya cayendo la noche, abandono la mansión junto a Charlotte y Helios rumbo a la residencia Walker. En el carruaje Helios está más callado de lo normal y Charlotte, por su parte, alegre de poder ver a Bralen, el cual se encuentra débil, pero despierto.
—¿Helios, alguna novedad durante mi ausencia? —le comento esperando algún detalle.
—No, todo tranquilo, solo el pequeño cachorro esperando que le otorgue un nombre —me responde él.
Espero que muera en algún punto, ponerle apodo sería darle importancia al perro, sería darle mayor peso a su recuerdo cuando se vaya.
—Solo llámale Perro, no necesita un nombre elaborado —sentencio y regreso la vista a la ventana.
Ambos van sentados al frente mío, Charlotte comienza a hablar con él y a contarle sus aventuras de la tarde con los demás pequeños. Yo solo puedo ver la noche que asoma, siento que el ambiente está más helado, no sé por qué tengo un mal presentimiento. Todo debería estar bien.
Llegados a la Mansión del conde, él nos atiende como es debido y pasamos al invernadero, ese que mantiene perfecto para nuestras visitas nocturnas los últimos días.
—¿Se rindió? —le pregunto tras tomar asiento.
—Sí, accedió, no es que tuviese opciones la señorita Yukiona —responde Walker sin darle rodeos a la situación—. Puede que con ese desenlace usted no se encuentre en problemas familiares.
—No creo que termine ahí, mi madre lo sabe y si no es así, lo sabrá. La conozco lo suficiente como para reconocer que es la única persona en este mundo que no se deja llevar por mis mentiras —comento satisfecho con la información de paz, pero algo me sigue comiendo por dentro.
Helios me observa fijamente mientras hablo, es incómodo.
—La señora Lyra no es tan complicada como usted piensa, de hecho, es alguien bastante simple. Era una buena amiga mía, pero sus vicios son difíciles de llevar —responde el conde.
—No quiero escuchar historias de amoríos ilícitos —comento levantando una ceja.
—No, jamás hubiese engañado a mi antigua esposa. Tampoco veo llevadero el sadismo de la señora Roosevelt, eso debe ser complejo incluso para el duque —me dice antes de agregar—. Ahora, Helios y Charlotte pueden ir a dar un recorrido por el jardín mientras hablamos de aquel asunto.
—Sí, le dije que así sería y lo mantengo. Helios, Charlotte, vayan donde Bralen, vayan a ver su estado, ya que despertó —les ordenó y ambos se retiran sin pensarlo mucho.
No puedo evitar ver a Helios marchar, creo que fui algo duro con él, pero era necesario, sigue vivo. Cuando lleguemos encontraré una forma de recompensarle.
—Primero quiero saber cuál era su relación con mi madre —le apunto, no conocía que ellos fuesen cercanos.
—Algo de hace muchos años, antes de que usted naciera, antes de que ella siquiera les engendrara. Era una buena amiga de Lemelyane —comenta tomando su relicario en el pecho—, eran buenas amigas.
—No visualizo un pasado donde pudiese haber terminado bien el ser amigo de Lyra —le respondo.
—No, no lo hizo —confiesa Walker y su mirada se torna algo decaída para retomar la fuerza de sus palabras—, pero el pasado es solo eso, pasado.
—El pasado nos trajo a aquí. No es solo pasado, es lo que somos actualmente y por ende, es importante, conde —le expreso.
—Tenía usted razón, Oliver fue tras Victoria. Aun así, no significa que quiera asesinarme o algo semejante —me responde tajante.
—Aún no es tiempo, pero falta poco. Realmente no me gustaría que usted muera, es de los pocos que concibo con algo de cerebro y un objetivo —expongo mi pensamiento.
—Parece que se lo he heredado. Ha tomado mi camino y no el del señor Roosevelt. Algo que intuía desde que el joven Lewis era un niño —me explica y luego sonríe ampliamente—. Sé también que su maldición no ha desaparecido, pero no tengo una explicación para vuestro poder de ver el futuro.
—Es más que eso, conde. Ciertamente, puede percibir su sello en mi alma, pero él solo bloquea mi lado referente a los Roosevelt —explico sin perder la calma.
Lo sabía, el hecho de que él usara su magia sobre mí, le dejaría revisar su viejo sello.
—Entonces los Roosevelt recuperaron la información que guarda cada antigua familia noble con referencia a lo sobrenatural. El secreto de la creación mágica —me explica él, prestando atención cada detalle a mis gestos al otro lado de la mesa.
—Ese secreto que usted quiso arrebatar hace años a mi abuelo Augustos y que guardábamos con tanto recelo, sí, lo recuperamos, conde —planteo tranquilamente—, pero no fue con el mismo demonio que rehíce el pacto.
—Siempre he tenido curiosidad por saber el nombre del demonio mayor de los Roosevelt —comenta el conde dejando ver sus colores.
—Usted ya tiene uno y le hizo colocar un sello en mí, confórmese con eso —respondo tajante.
—Usted tiene tres, es un peligro y esta vez se lo digo como un padre, no es sano para vuestra alma —responde Walker.
Tres demonios, tres seres complejos y peligrosos actuando a la vez sobre mí. Uno es el de Gabriel, otro el de los Roosevelt y el tercero el del conde Walker.
—Mi alma está a salvo, al menos eso lo sé. Han jugado con ella sin mi consentimiento, pero todo eso me trajo aquí. No sé el nombre de ninguno de los tres, todo movimiento lo hizo mi padre —respondo con mentiras sobre engaños.
Sé el nombre de uno, del de los Roosevelt, su más alto secreto y uno que debo llevarme a la tumba si deseo mantenerme vivo. De la nada la mansión queda atrapada en una ventisca, la cual la vuelve una masa de piedras con nieve, incomunicándonos del exterior.
—Parece que ya ha llegado —digo levantándome de mi asiento con total calma.
—Nivia no debería atacar, la señora Blackburn no tiene motivos para atacar mi mansión —responde el conde sin entender nada de lo que pasa.
—Conde, solo debemos matarla antes de que nos mate ella. Lo primero es salir de esta mansión atrapada en una bola de nieve. Confieso que quise darle un voto de confianza a ella y a mi madre para vivir. Le di una oportunidad, pero soy un verdugo, si ella está aquí es porque Lyra se atrevió a inmiscuirse en mis asuntos, a la vez, acepta la posibilidad de morir en el intento —comento al sentir el "crack" de los cristales sobre nuestras cabezas.
—Le agradecería que no volviese mi propiedad su cuarto de juegos —responde él.
Logramos abandonar la habitación lo suficientemente rápido como para evitar la caída de los cristales cediendo en nuestras cabezas junto a la nieve, logrando resguardarnos en el pasillo del corredor que da al interior.
—Debe pensar que se deshace de dos pájaros de un tiro, usted y yo —respondo cerrando la entrada.
No lo ignoro, sé que puedo morir.
—La próxima vez que tenga un plan como este, avíseme —comenta él antes de empezar a caminar.
—No fue mi plan —respondo.
—Me sería mucho más fácil entregarle y estaría todo solucionado —expone para voltear a verme.
—Hazlo —le digo sin retroceder—. Nada se lo impide, pero es usted alguien que lucha por la paz e igualdad de razas, no creo que se libre de mí tan fácilmente. Más ante Lyra, ya sé y no tengo dudas, usted la odia —respondo.
—Me va a deber un gran favor, Lewis Roosevelt —expone él y avanza por el corredor tras regalarme una sonrisa burlona.
Tras caminar apresuradamente, logramos llegar donde mis sirvientes. La habitación es pequeña y huele fuertemente a tierra húmeda. Bralen está acostado en una cama con su cuerpo regenerado hasta la mitad y el resto completado con barro. Su rostro es recreado la mayor parte también, pero se puede mover y hablar.
—¡No puedo creer que los vea de nuevos y ya estén trayéndome problemas! —expone Bralen antes de rechistar por el temblor de la mansión.
—La dama de las nieves de la familia Blackburn parece que nos encerró en una esfera, tenemos las salidas bloqueadas —comento y mis ojos van a Helios, lo sé y él también, lo que le hizo Lyra.
Walker no habla, solo nos observa como evaluando nuestras decisiones. Tengo ese sentimiento de que él podría acabar con todo si lo deseara, justamente por eso dejé la posibilidad de este escenario en su territorio.
El hecho de que Helios estuviese en mi habitación era tentador para ella, sería una contingencia, pero quise confiar. ¿En qué? Si nada pasaba, mi madre no sería un problema, pero ahora abiertamente me ha declarado la guerra. Mi sirviente sobreviviría para evitar ponerme en alerta, aun así, no quita que haya sido algo al nivel de una tortura.
—Podríamos usar los pasadizos del conde para salir de aquí —responde Helios.
—Es la única opción que les queda —alega William—. Aun así, ¿qué harán cuando salgan? Lo que está allá afuera es una mujer de más de quinientos años, capaz de bajar tanto la temperatura como para helarles la sangre.
—Tengo una solución, no debe ser complicado, pero necesito la ayuda de todos —digo para notar cómo la ventana del cuarto es presionada por la nieve—. Debemos salir de esta habitación primero.
Bralen se levanta de la cama de forma rápida y cae al suelo, sus piernas artificiales no le responden bien así que Helios lo carga en su espalda. Charlotte me da la mano y así la guío más rápido para salir. Una vez en los pasillos sentimos como la nieve invade ese cuarto también tras un gran estruendo.
—¿En serio? Quiero vacaciones más largas —protesta Bralen sujetándose de Helios.
—Conde Walker, necesitamos que nos guíe a la salida de los pasadizos, debemos llegar al exterior —le explico.
—No puedo creer que haya usado mi espacio para esto, y además me pida ayuda sin tapujos —expone él dándose la vuelta para llevarnos.
Nos decidimos a seguirle para buscar y hacer lo necesario. Debemos sobrevivir a esto, cueste lo que cueste.
Charlotte y yo salimos a varios metros de la mansión para encontrar a una mujer pálida de cabellos azules ondulantes bajo la ventisca. Está parada frente a la casa con los pies descalzos, solo portando un vestido color cielo y ligero de tirantes, mientras la nieve roza su cuerpo. Los brazos los tiene extendidos como haciendo nacer el frío desde su propio pecho, abriéndose a él.
Ella nos observa con los ojos completamente en blanco, no hay iris ni pupilas en su mirada, solo unas esferas vacías que dejan salir gotas de hielo. Apenas hace eso, mi sirvienta y yo somos cubiertos por la nieve de nuestros alrededores como si de una ola se tratase.
—Amo, yo no puedo descongelar todo esto, es demasiado para mí y no me estés tocando tanto. —comenta "Charlotte" entre dientes.
La hice portar un abrigo bastante ancho y relleno para que el frío no fuese tan peligroso ya que un cuerpo tan pequeño no tardaría en colapsar bajo otras condiciones. Sujeto a Charlotte y corremos para escapar de esa primera avalancha. A duras penas no nos aplasta al lanzarnos al suelo.
—¡Nivia, necesitamos hablar! —le grito a la mujer de las nieves, ese ser poseído por el dolor y que en su venganza tocó tantos puntos que no debía.
Ella me ignora y lanza estacas de hielo desde el frente hacia mí tras un ágil movimiento de su mano arreciando el viento.
—¡Charlotte, barrera! —grito de forma apresurada.
Mi sirvienta levanta un círculo de fuego intenso al frente de nosotros deshaciendo las estacas en pura agua, aun así, una de las estacas que logran pasar antes de que Charlotte nos protegiera me roza el brazo derecho. Lo cubro rápidamente con una mano para que no vea la herida.
—No tengo nada que hablar, Roosevelt. Debe pagar por sus crímenes, debe pagar por lo que hizo. Es un asesino...su asesino —grita ella con un dolor enorme en el alma.
Está a unos cinco metros de mí y de uno de sus ojos puedo ver cómo cae una lágrima que rápidamente se congela mientras recorre su mejilla. Esto deja un rostro gélido y triste. Ella sufre, ella sufre, pero esa persona que eliminé, torturaba niños, torturó a Bralen y a Charlotte. Lo haría y los salvaría una y mil veces más, no importa cuánto esta ilusa engañada llore su pérdida.
—Su esposo era un asesino también —respondo cargando en mi regazo a Charlotte para agilizar su movimiento.
Siento los dedos de mis manos y piernas entumirse. Odio el frío, el calor, odio demasiadas cosas.
—Mentiras, él era el hombre más amable del mundo. Él era todo lo que quería y amaba —comenta la mujer arreciando la ventisca.
Deja de atacar la casa y centra el ataque en Charlotte y en mí, por suerte los demás allí dentro tendrán la oportunidad de salir. Nosotros pudimos hacerlo por una pequeña rendija de la cocina. Los pasadizos estaban sellados con grandes montones de nieve, como si alguien ya hubiese conocido sobre estos. Claramente debe haber sido información otorgada por la duquesa Roosevelt.
Somos envueltos en esferas de pura masa blanca, Nivia no entra con nosotros, solo la deja hueca en el interior con nuestros cuerpos dentro. La va haciendo más pequeña de a poco.
—Esto debe ser duro para usted —digo dejando en el suelo a mi sirvienta, mientras, dentro empieza a nevar y a caer gotas de agua para aumentar la hipotermia.
—Luego de lo último sí, debes dejar de explotarme de esta manera. Págame con vacaciones —me responden los inocentes labios de Charlotte—. Aquí no llegará su fuego, los de Charlotte.
Miro mis manos y a duras penas puedo mover bien los dedos.
—Ella debería entrar pronto, su rabia hará que quiera matarme con sus propias manos o al menos verme morir de cerca. —respondo sentándome en el suelo a sentir el frío que cada vez nos envuelve más.
—No quiero morir congelado. Dicen que duele bastante. Pero es mejor, es necesario —responde el cuerpo de la niña de doce años.
—Supongo que el ser imperfecto te hace tener algo de compasión —le digo a Bralen tras esas carnes.
Siempre ha sido él con la imagen de Charlotte como modificación de su cuerpo de barro. Ella nos observa desde la distancia cubriendo nuestros pasos y defendiéndonos.
—La quiero como a una hermana, como una hija. Es la única persona buena que he visto en mi vida desde que me encerraron en esa jaula eléctrica —responde y se mira las manos retirando la venda de los ojos.
—Menudo circo tenemos montado —le digo a Bralen antes de notar cómo por una nueva abertura, la joven mujer de las nieves entra a por nosotros.
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