Cap33: Las sonrisas de Charlotte y Dolores
Voy con Charlotte en el carruaje camino a nuestro destino. Ella mantiene una sonrisa llena de ilusiones y nostalgia por volver a ese sitio que la apartó de la mano de los demonios. Una bruja, ella era una y aún así, terminó prefiriendo este otro camino.
—La vida por fin nos sonríe un poco, el joven amo se encuentra mejor y Bralen va a salir de su problema. Quiero que pronto volvamos a cómo antes, los cuatro juntos —dice ella con fuerza como si atrapase el cielo con una mano.
Los viejos tiempos no suelen volver, quizás logres algo parecido, pero no igual. De cualquier manera, sí, pronto lo tendrás de vuelta. No siento la necesidad de responder, no quiero destruir sus ilusiones.
Trato de entender la situación de Helios, lo que trata de hacer y su resolución sobre mí. ¿Mi conclusión? Es mío, me he vuelto algo posesivo con él tras sus acercamientos. No puedo dejar que lo rompan si quiero seguir teniéndolo de ancla a mi vieja realidad. Es muy habilidoso, logró manipular ese pensamiento en mí, por suerte, no me cuesta mantenerlo y será mejor que lo vigile.
De entre mis tres sirvientes, Helios siempre ha sido el más preocupante. Es la cabeza de los otros, Charlotte la amable y el pequeño cachorro que suaviza las cosas, Bralen por su parte, es el anciano quejica. Lo último es bastante irónico ya que es el más viejo del grupo y a su vez el más pequeño en cuerpo.
Llegamos a nuestro destino. Una gran casa que no llega a ser una mansión, solo una residencia de acogida financiada por la iglesia y mi familia para niños sin hogar. El sitio no es suelo sagrado, pero está completamente adornado con artículos religiosos de cierta peligrosidad para las criaturas sobrenaturales.
Me acerco a la entrada y una monja de piel arrugada y mirada firme me recibe apoyada sobre un bastón. Sus hábitos están en perfecto estado y el rosario es lo único llamativo en su pecho. Su mirada parece juzgarme hasta que descubre mis cabellos blancos aflojando el semblante. A fin de cuentas, nadie podría decir que no me parezco a la duquesa Lyra Roosevelt.
—Esperábamos a la duquesa, no a su hijo mayor, pero siempre es un placer recibirlos —dice la señora, sabe que vengo con las donaciones mensuales.
—Ella se encuentra indispuesta desde hace unos días, así que estoy atendiendo sus labores. —Sonrío amablemente acercándome a ella junto a Charlotte—. Me alegra poder atender una causa como esta, el orfanato "Los Oportunos" siempre ha sido una de las obras benéficas que más ha valorado mi familia.
—Su ayuda no pasará desapercibida a los ojos de nuestro señor, toda buena obra será recompensada —dice ella llena de convicción y me invita a entrar.
Yo le sigo y lo primero que hay en la sala de bienvenida son cuadros religiosos junto a uno de mi madre en honor a su ayuda, ha sido así por años. Seguimos por el pasillo hasta llegar al despacho de la monja, allí nos reunimos un rato acotando cada detalle sobre el ingreso monetario y las actividades para las que solicitamos como primordial su uso. Entre ellas están los alimentos y algunos paseos al museo de la ciudad. Aunque sean niños sin hogar, reciben mayor atención y educación que muchos de los que viven en núcleos pobres, por ellos esta casa posee un maestro que les atiende y enseña a leer y escribir.
—Bueno, es todo —responde ella parándose de su asiento.
—Sí, pero me gustaría poder salir a ver a los pequeños —comento imitando su movimiento.
—Oh, la duquesa siempre juega con ellos. Parece que el amor a los infantes es algo de familia —me expresa ella.
Siento el nervio de mi ojo activarse y espero que no sea visible. Sabía que su imagen en el exterior siempre fue perfecta, pero no soy capaz de imaginármela jugando con niños de esa forma.
—Sí, admiro esa cualidad tan amable de mi madre. Ella siempre nos atendió amorosamente a mi hermana y a mí —respondo soltando la mayor mentira del mundo.
Charlotte por su parte baja la cabeza para evitar desmentirme con alguna expresión involuntaria. Ella sabe que debe afirmar todo lo que yo diga, da igual cuál sea la cuestión, da igual el engaño.
Llegamos al jardín, un lugar lleno de verde y flores en las bases de los altos muros para evitar la salida de los niños sin supervisión. El césped está cuidado y lleno de juguetes, que, aunque no son caros, son suficientes para que cada uno pueda tener el propio.
Pensé que vería a varios corriendo de manera atolondrada mientras raspan sus rodillas aprovechando su bendita inocencia, pero no. Mi primera imagen es la de una monja más joven sentada sobre almohadas, leyendo una historia para infantes. Ella presenta una voz melodiosa y tierna. Está bañada en la más pura de las auras y su semblante de inocencia desborda el lugar.
Me quedo mudo sin poder decir palabra, es como si algo me invitase a callar.
—Es Dolores, ella vino hace unos días junto al nuevo cura del pueblo. Es bastante buena con los niños, lo que muy torpe —apunta la señora mayor.
—Parece que no podré interrumpir. No quiero ser grosero y arruinar este momento —digo con sinceridad o quizás no.
—Ya está terminando —expresa la señora.
Ciertamente, la joven dama de ojos azules, que logran ser como el cielo y labios finos con nariz aguileña, cierra el libro en su regazo y dedica una sonrisa a los críos. Estos a su vez se ríen y protestan sobre el cuento.
—Dolores, pero no es justo. Yo quería que el joven mozo fuese feliz —comenta un niño de cabellos alborotados.
—Lo fue, encontró a su familia y fueron felices —responde ella con una sonrisa.
—Pero se alejó de su vieja casa —dice el niño cruzando los brazos molesto.
—No, siempre podrá regresar a su casa, como tú a esta aunque consigas un nuevo hogar. Nunca le cerraron las puertas. —Acaricia la cabeza del pequeño y este se calma por la respuesta, parece que ese era su miedo, no poder oler aquí.
Ella se levanta y voltea a vernos. Se llena de alegría al presenciar a su superiora y avanza hasta ella evitando correr. Lo noto, sus piernas se mueven veloces, pero retrae los movimientos evitando ir más rápido, trata de ser formal.
—Madre Elipse —dice ella con una reverencia y luego me observa—. Joven Roosevelt, un placer.
Conoce quién soy, aunque llegó hace muy poco. Tampoco me gusta que sea cercana al nuevo cura. Mis cabellos blancos delatan mi estirpe donde quiera que pise.
—Dolores, dejaré al señor Roosevelt junto a los niños. Él acaba de hacer una importante donación al centro, así que sé educada. Iré a terminar la supervisión del almuerzo —dice la señora.
—Yo los vigilaré, no hay problema, madre —dice la joven con una sonrisa.
Me doy cuenta que he sido incapaz de hablar, me he quedado evaluando todo como si de una obra se tratase. No, es educación.
—Solo quería ver las condiciones en las que estaban, no es necesario que me quede. Me complace saber que los pequeños reciben tan buena atención —respondo en un tono cortés.
Charlotte baja su rostro con miedo a asustar a los pequeños, pero le miro y coloco la mano en su hombro para que levante la cabeza. Sus quemaduras son algo que la aparta de las personas de su edad, dado que suelen gritar al verlo.
—Oh, pero pueden jugar con ellos. Siempre los niños dan mucha alegría al alma —responde la joven llena de vida.
—Me gustaría, aunque no lo creo necesario —digo tajante y sus manos toman las mías.
Las siento húmedas. ¿Será sudor? No, ella estaba leyendo y su frente está seca, no debe ser. Veo que en sus labios se dibuja una sonrisa inesperada, una de alegría. Por mi cabeza pasa la predisposición de que fuese agua bendita la que moja su piel, de esta forma sería una pequeña comprobación con resultados negativos.
—Puede quedarse a escuchar un cuento, ¿así estaría bien? —dice ella soltando mi mano, cómo un último intento.
—Está bien, puedo hacerlo, si solo es un cuento no hay problema —manifiesto mi decisión y tomo de la mano a Charlotte para llevarla al círculo de almohadas junto a los demás.
Miro a mi sirvienta y aquí luce su rosario en el exterior del vestido, se le nota alegre. La he aislado bastante de este lado religioso, pero se le nota interesada en todo. Incluso se sienta junto a los niños.
Ah, es cierto, Charlotte solo tiene doce años.
—Bueno, ahora veremos la historia de "La niña de las mariposas" —pronuncia Dolores y los niños se alegran.
Ni Charlotte ni yo la conocemos, pero ella la espera emocionada. Veo a uno de los niños empezar a interactuar con mi sirvienta, al principio se muestra renuente, pero va cediendo de a poco.
¿Sería bueno que dejara a mi pequeña tener contacto con el exterior?
¿Un contacto sano?
—Luna era una niña muy alegre, siempre tenía la cabeza en las nubes y se dedicaba a jugar en el jardín de su casa todas las tardes con las mariposas. Estas eran sus mejores amigas e incluso le contaban sus secretos, ella escuchaba como estas le hablaban de lo bellas que eran las flores y animales. Un día la chica encandilada por las historias, decide embarcarse a un viaje para ver esas maravillas que le contaron. Siguió a sus amigas las mariposas cuando se marcharon, en silencio y esperando encontrar los tesoros de las flores —narra Dolores.
—Pero alejarse de casa es peligroso, el mundo es muy peligroso —plantea Charlotte bajando la cabecita y agarrando el rosario entre sus manos.
—Ciertamente lo es, pero Luna era llevada por la curiosidad hacia el exterior —dice Dolores con una sonrisa, no la he visto demostrar desagrado por la marca de Charlotte.
—La curiosidad es peligrosa, más para los niños. Hay límites que pueden costar más que un simple regaño o herida —comento recordándole a mi pequeña que lo desconocido puede matar, porque lo mejor para sobrevivir es saber a qué te enfrentas.
—Entonces la chica llegó a un bosque hermoso, justo como las mariposas le contaban que era. Habían flores de todos los colores, incluso animales llamativos, la luz solar era cálida y el pasto suave para sentarse a descansar. Jugó con los animales y se entretuvo lo suficiente como para que le tomara la noche —dice ella y los niños muestran rostros de preocupación, menos Charlotte, ella está acostumbrada a vivir de noche junto a mí.
Me gustaría recordarle que los animales, mientras más llamativos sus colores, más probabilidades hay de que sean venenosos. No diré nada, es una historia para niños...
—Señorita Dolores, pero la niña debió de haber muerto, los animales coloridos deben evitarse, suelen traer toxinas letales —comenta Charlotte ante la cuestión y me llena de orgullo, esa es mi chica.
—Oh, pequeña, estos no, no te preocupes —se muestra nerviosa ante la idea planteada—. Estos no hacen daño.
—Entiendo, señorita —dice ella dejando ver sus hermosos dientes blancos en la sonrisa, siento la felicidad que desprende. Le alegra estar aquí y yo la recompenso por su respuesta con caricias en su cabeza.
La historia continua para concluir en un ángel guardián salvando a la pequeña haciéndola volver a casa con ayuda de las mariposas. Era de esperar, son cuentos que rozan lo religioso, pero podría haber tenido un final más real. Uno donde la pequeña muere de frío mientras llora desesperadamente esperando a que algún milagro pase, uno que no llega.
Me termino quedando dos horas más en el lugar para dejar que Charlotte juegue un rato con los demás niños. A excepción de uno o dos que adopten ilegalmente y terminen muertos, puede que logre ella conservar su amistad por algunos años.
Parece llevarse bien con Dolores, ambas se están riendo bastante y le presta especial atención. Qué calmado es el ambiente fuera de la mansión. Quiero creer que si no castigase a las criaturas mágicas que intentan cruzar a este lado, no existiría esta paz aquí.
Vamos de vuelta y Charlotte va comiendo una paleta que le regalaron. Su ánimo sigue en lo alto, justo cuando llegó. No puedo decir que me desagrade que ella pueda tener un momento de paz como un niño normal.
—¿Te divertiste? —le pregunto observando sus movimientos y cómo guarda el rosario en su pecho, esta vez expuesto hasta acercarnos lo suficiente a la mansión.
—Sí, fue divertido. ¡Joven amo, pude jugar con muchos niños de mi edad! —dice ella sin limitar su emoción.
—No te creas el cuento de las mariposas, si te pierdes en el bosque sería difícil salir —comento con seriedad.
—Yo lo sé, aun así, quisiera poder ver esas cosas algún día, todos esos colores de nuevo —comenta la chica ciega con añoranza—. Disfrutar eso así, como Luna.
—Tú salvas a las chicas como esa tal Luna, tú cuidas su realidad y las mantienes a salvo. Tú papel es más importante, eres su ángel guardián —digo con un tono frío, pero acaricio su cabello con suavidad—. Aun así, si quieres puedes venir cuando tengas los días libres, pero siempre avisándome.
Trato de ceder un poco, trato de no ser tan recio para no dejar nula mi humanidad.
—Yo cuido a Luna, seré un guardián para que los niños sonrían. Justo como usted, joven amo. Usted es mi guardián —dice elevando la comisura de sus labios y tocando su quemadura volviendo a morder la paleta, tal como un niño que disfruta su inocencia.
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