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Cap31.1: La mariposa del futuro torcido

Mi padre y yo llevamos varios días de viaje, en estos él no me ha dirigido la palabra y solo se ha dedicado a leer unos documentos sobre las personas que veremos en el castillo. Lo reviso de vez en cuando con la mirada cuando me consume el aburrimiento notando todo lo que se parece a Lewis en su aura y aspecto.

—¿Algo que deba cumplir cuando lleguemos? —cuestiono rompiendo el silencio al saber qué falta poco y no se me ha orientado nada.

—Victoria, nada en especial. Lyra debe haberte instruido lo suficiente, he de suponer. Solamente evita que el príncipe se lleve tu semilla. Debes mantenerte pura para tu hermano. —Me responde él sin levantar la vista hacia mí, me ignora.

Mírame, hazlo.

—Nunca he tenido otra idea. Lo sé, llevaré los hijos de Lewis y traeré el honor de vuelta a la familia —respondo.

Mis palabras parecen ser las causantes de que por primera vez en todo el viaje saque la cabeza de los escritos y me observe directamente reconociendo mi presencia.

—Esta es tu primera misión, procura no fallarla —indica con frialdad.

No son palabras de aliento, no es que me desee buena suerte, solo me exige que no haga nada equivocado que lo arruine.

Si fallo, ¿me torturará como a Lewis?

—Soy una Roosevelt, yo nunca fallaría —apunto y él se vuelve a abstraer en su lectura, dándome una atención nula.

Siempre ha sido cercano a Lewis.

Nunca habíamos tratado tanto. Mi educación era tema de mi madre. Padre nunca se ha mostrado capaz de hacer las escenas de Lyra. Pero, ¿por qué siento que puede llegar a ser peor?

La audiencia formal se realiza en la sala del trono. Debo decir que este sitio es el lugar más despampanante que he visto en toda mi vida. Ni siquiera los lujos que pide mi madre llegan a los pies de esto. Por algo son la familia real de Axtrinia. ¿Esto podría ser mío?

En este salón abundan los tonos dorados que aseguran ser oro, las joyas verdes anunciando esmeraldas y los rubíes en el asiento central que los rige como estandarte de opulencia. Hay dos sillas más al lado de la que se roba la atención, pero con gemas más pequeñas. Los estandartes rojos del reino cuelgan en todos lados con la bandera de la casa regente, una representada por caballos blancos, La luz entra de forma natural, como si se buscase con las vidrieras de colores hacer arcoíris por los pasillos. Todo un espectáculo, madre lo amaría.

Una mujer de aspecto mayor se halla en lo más alto, ella intercambia una serie de palabras formales con mi padre mientras yo mantengo mi posición de adorno perfecto. Callo y obedezco, soy lo que pidieron.

Su piel está arrugada por la edad, gritando al menos unos sesenta años o incluso setenta. Sus ropas combinan con las telas que adornan el lugar en un escarlata brillante y la corona de reina regente descansa en su cabeza con nada de escatimo en su creación.

Dinero, todo indica una gran prosperidad monetaria.

Al finalizar, ella nos lleva hacia una sala más acogedora, pero igual de radiante, los colores dorados y blancos no faltan en el ambiente. También está muy presente la luz solar, esa que hace que mi piel se irrite un poco y pierda su total belleza.

—Me llena de satisfacción que por fin, luego de más de quinientos años, nuestras familias volverán a unirse —explica la reina Claudina de Axtrinia.

—Era hora de cambiar la tradición. Desgraciadamente, la endogamia se ha vuelto un problema —dice mi padre.

Mentira, somos vampiros, la creación de mis hijos con Lewis no está atada a leyes de naturaleza humana.

Es nuestro ritual y debe obedecerse, algo que lleva incluso un día en específico para que funcione, donde ni siquiera entran relaciones carnales.

—No esperaba menos de usted, Duque Roosevelt —plantea la anciana y borra la sonrisa de su rostro—. Su hija parece gozar de buena salud, será una buena madre.

La mujer mira mi vientre, solo eso, solo quiere que sea un cuerpo para procrear. No, también desea el poder militar de mi familia. Luego de la corona, somos los nobles más poderosos del país en cuanto a fuerza e incluso poseemos el mayor terreno. Los Roosevelt somos necesarios para el reino, somos esa seguridad de que no podrían invadirnos. —Lo será, ella no nos defraudará. Vuestro nieto debería estar aquí con nosotros dándole la bienvenida, honrándonos con su presencia —apunta mi padre.

—Se encuentra atendiendo los asuntos del castillo, él se ha encargado de ellos desde la muerte de sus padres —señala la reina.

¿Será verdad?

Pasamos unos treinta minutos hablando de negocios. Lo más importante es que mi compromiso se anunciará en una semana. Luego se planea que mi boda sea en un año. Justo luego de mi cumpleaños número dieciséis, donde pensaba contraer matrimonio con Lewis.

Fuera del local, avanzo con mi padre y Bunny por los iluminados pasillos. Oliver se está quedando en una taberna por qué no puede estar cerca de mí, sería todo un problema y nadie puede saber de ello.

—Me llevaré a tu sirviente conmigo. A partir de ahora solo puedes ser atendida por otros nobles de menor rango. La reina te proporcionará a dos doncellas para tu cuidado —dice mi padre.

—Bunny ha estado conmigo años. ¿Por qué retirármelo? —le cuestiono.

Solo bastan segundos para que los dedos de mis piernas y manos se entumezcan por un gélido sentimiento causado por su poder.

—Por tu propia integridad, la reina no quiere una mujer que haya sido usada, al menos no des indicios de eso —dice mi padre sin detenerse, camina por los pasillos frente a mí mientras yo le sigo

—Entiendo, ¿y a Oliver? —dejo salir mi duda, aunque tengo clara la respuesta.

—Al retoño de los brujos menos, no sé cómo te atreviste a mencionarlo, pero ha sido de las decisiones más estúpidas que te he visto tomar. No te relaciones con los Walker, intentará aprovecharse de ti a la mínima —señala mi padre y se detiene frente a la habitación.

Lo sabe, sabe que se encuentra en la capital.

Las sirvientas que nos guiaban abren la puerta de una habitación enorme, una incluso mayor que la de madre.

—Estos serán los aposentos de la señorita Victoria Roosevelt, aquí descansará esta semana hasta que se realice la ceremonia de compromiso —explica la sirvienta.

No puedo negar que mi ánimo ha disminuido. Con seguridad mi rostro lo expresa.

Entro en la habitación para observar cada detalle. Todo está en colores blancos y rosa pastel. El armario, la cama matrimonial en el centro, los espejos, la cómoda, las cortinas y el bello balcón. Estoy en un lugar hermoso, ¿por qué me asfixia?

"Eso es lo que te enseñaron que querías", resuenan las palabras de Lewis en mi cabeza.

Necesito verlo, necesito su sangre, quiero poder tenerlo a mi lado.

—Me gusta, será una agradable estancia aquí —digo tranquila y la sirvienta se marcha, me deja a solas con mi padre.

—Dormiré en la recamara de al lado estos días, estarás bien, Victoria —dice él sin yo entenderle.

¿Le importo? Claro, soy la única Roosevelt de sangre vampira de los gemelos.

—No tengo dudas en el plan, realmente es simple. ¿Cuándo veré a mi futuro esposo? —digo con toda la formalidad que me ha enseñado mi madre.

—Debe andar jugando por ahí. Ten. —Me entrega una carpeta.

—¿Qué es esto? —digo hojeándola para encontrarme con toda la información posible que hay del príncipe.

Lo primero que leo es "Frederick Máxime de Axtrinia Hellfort Vlau Crux", abajo hay un retrato suyo. Demonio mío, que nombre más largo.

Tiene el cabello rubio hasta los hombros, con un brillo exagerado por el autor del retrato, y los ojos negros con luces alegres en sus pupilas, su mirada es bastante suave.

—Tienes en esos archivos toda la vida de tu prometido, trata de engatusarlo y que se arrodille ante ti por voluntad propia. Una mujer es más fuerte que su esposo si sabe cómo manipularlo bien —expresa él, con su usual mirada fría y sin reparo en sus palabras hacia mí.

Quiero saberlo, necesito saberlo.

—¿Esto le sueles decir a Lewis? ¿Si logro ser más inteligente que él, podré dominarlo? —Realizo la pregunta que más me ha aterrado. Sí, aterrado, quiero ser mejor que Lewis. Quiero superarle y tenerle a mis pies, quiero que se doblegue.

¡Lo quiero! ¡Es mío!

Padre se acerca a mí y acaricia mi cabello para luego levantar el mentón haciendo que le vea, hace que mire sus ojos sin remedio. Si no fuese por los colores claros en castaño que tenemos a diferencia de los oscuros como vacío de Lewis, ellos serían idénticos. Padre es Lewis con muchos más años y yo soy Lyra mucho más joven.

—No vas a ser más inteligente que Lewis, tú no has tenido que sobrevivir, mi pequeña Victoria. Tú siempre has tenido todo en la boca —expone sus palabras, son crueles y sus caricias cálidas—. Sin embargo, tienes que encontrar tu propio fuerte, alguno tendrás.

—Yo no soy inferior a ese maldito humano —suelto las palabras con ira y luego sonrío dando dos pasos hacia atrás escapando de su tacto—. Se los voy a demostrar, voy a conseguir esto.

—Puedes hacerlo, pero esto no lo planeaste tú —sentencia él y rompe mi argumento...

Es cierto, es cierto. Yo no planee estar aquí. El casarme con el futuro rey, el tener los hijos de Lewis sin que él lo sepa. El lograr dominar este sitio no fue mi plan, es el de Lewelyn, el de padre.

—Lo haré mejor de lo que espera —digo sin perder la calma por fuera.

—Tienes ahí un punto a tu favor. Primero domina tu cabeza, pon en orden tus pensamientos. No he dicho que seas una inútil —me comenta y no siento esto como un regaño, lo siento como ese colchón donde caes luego de pensar que llegarás al vacío.

Él se va y me deja sola en la habitación. Me quedo en esta jaula de blanco y lujos pensando.

¿Qué realmente quiero?

¿Qué deseo?

¿A dónde quiero llegar?

¿Qué puedo lograr por misma?

¿Por qué si Lewis es un humano, padre confía más en él?

Estoy una hora mirando por el balcón, tengo algunas ideas, pero soy distraída por unas sirvientas que tocan la puerta rompiendo mi línea de pensamiento.

—Señorita Roosevelt —dice la voz a la que le ordeno que se adentre en la habitación.

Una mujer mayor, de aproximadamente unos cincuenta años, viene acompañada de dos jovencitas.

Una de ellas posee cabellos negros largos hasta la cintura, ojos verdes y una sonrisa amable. Sus mejillas presentan pecas y su ropa es verde opaca.

—Ella es Ana, Ana de Céspedes. Hija del barón Félix Céspedes. Será una de sus damas de compañía —dice la mujer y va a presentar a la otra, pero la detengo.

—Solo déjame esa. No necesito dos —sentencio.

—Necesitará más, su ropa no será ahora como la de una futura duquesa, sino como las de alguien que algún día será la reina de Axtrinia —dice la anciana con la voz recta, se siente inviolable, así que cedo.

La otra muchacha es rubia de ojos negros. Su tez es media morena y vestido azul más decorado.

—Ella es Samantha, Samantha Edonell, hija de...

Su voz se apaga en mi cabeza, lo único que ven mis ojos son las vendas de la mano de la joven rubia. El olor a sangre llega a mí, así que pongo todas mis fuerzas en controlar los impulsos, mantener sin el rojo a mis ojos.

Control, control, control...

—Perfecto, entonces serán mi nueva compañía. Deben estar orgullosas de poder servirme —digo con una sonrisa y las dos proceden a alabarme.

Ana parece más sencilla que Samantha, la última parece que haría cualquier cosa con tal de ganarse mi favor. Algo que debo de tener en cuenta.

Pasan las horas y debo ir a cenar. En esta oportunidad tampoco se presenta mi prometido. Los sirvientes pasean por la habitación presentando los nombres de la comida, unas que no suelo degustar, unas que nunca he ingerido.

Un plato con un enorme filete de venado es colocado delante de mí con sumo cuidado, mientras, el chef espera con rectitud que lo deguste. Mis ojos buscan a mi padre en una súplica silenciosa de que detenga esto, algo que no sucede. Llevo mis manos a los cubiertos para picar la carne, llevando un pedazo pequeño a mi boca y sintiendo su sabor sin sangre. Mastico sin problemas y trago, llegando a mi interior causando un enorme dolor en mi estómago junto al deseo de vomitar, pero debo aguantar. Debo aguantar hasta terminar los tres platos que me son servidos sin parar esas amargas sensaciones.

El malestar de ingerir comida humana me obliga a retirarme en cuanto es formalmente apropiado para la situación. Necesito vomitar esto lo antes posible. Mi manos sudan frio y el abdomen me da punzadas insoportables.

Camino, por el pasillo, sola, es así hasta que siento los sonidos de un hombre gemir provenientes de una puerta cerrada. La curiosidad me gana y me acerco a mirar por las rendijas. Muevo el picaporte y la puerta está abierta para conveniencia de mi curiosidad.

Dentro puedo ver a un rubio de cabello largo y ojos oscuros siendo penetrado en el escritorio por otro hombre. El último está de espaldas con las uñas del primero clavadas en esta con gran fuerza dejando la marca de su dedos en la piel.

—Más fuerte, sigue...sigue... Marcus... —dice el rubio sin contenerse hasta que sus ojos se topan con los míos.

Lo reconozco, lo recuerdo, es la misma cara del joven de los archivos. Ese es el príncipe, ese es mi futuro marido.

Cierro la puerta de golpe y me alejo de la escena lo más que puedo hacia mi habitación. Termino vomitando en un pasillo en un jarrón sin poder contener más la comida humana en mi interior, volviendo a colocar las flores en el jarrón.

Lo estaba penetrando...

¿Era un hombre?

No entiendo, no lo logro.

¿Entonces...?

¿Cómo le gustaré yo...?

Cierro la puerta de mi cuarto encerrándome en este, así como si de un delito se tratase lo que presencié. Me siento en la cama procesando las imágenes. Me llego a imaginar en esa escena. Imagino a Lewis, su rostro, su cabello, sus labios, incluso su cuerpo maldito. ¿Podría hacer algo así con él? Pero no podría entrar en mí de esa manera.

Ambas tenemos un cuerpo de mujer

Dejo caer mi cuerpo en la cama mirando el techo, hago con mi mano derecha el recorrido que hizo la de Lewis aquella vez hacia mi intimidad, pero la ropa solo lo deja en un tacto suave.

¿Qué estoy haciendo? Deja la tontería, Victoria. Debo dejar de sentir ese cosquilleo por lo que vi, esas dudas y tensiones.

No se veía como lo que hace madre con sus amantes. Se sentía como que realmente lo disfrutaban. No era por un deber, era simplemente un deseo. ¿Que solo Lewis toque mi cuerpo, es un deseo mío? ¿Es una doctrina de padre ante el hecho de que debo tener mi descendencia con él? No lo entiendo.

Me levanto de la cama y saco mi vestido con cierta dificultad. Llega un punto que me molesto por ello y termino por librarme de las ropas. Siento a mi sirvienta tocar la puerta del otro lado, pero la ignoro. Me coloco frente al espejo y me observo, observo cada detalle de mi cuerpo. Es hermoso según me han dicho, nunca nadie lo ha tocado con malas intenciones, solo Lewis aquel día. Imagino a esos hombres juntos entre ruidos de animales y luego imagino a Lewis.

—¿Algún día haremos eso? ¿Lo disfrutarás? ¿Será como madre o como ellos? —digo al espejo notando el rubor en mis mejillas.

Es mi deseo, es mi orden, yo debo hacer eso contigo. Tendremos nuestros hijos, yo mantendré esto solo para ti, Lewis. Porque lo quiero, te quiero a ti.

Cubro mis pechos y me agacho en el suelo como si no quisiera presenciarlo más. Justo en ese momento siento como un abrigo me cubre los hombros y una voz conocida me habla desde la espalda.

—Victoria, prometí que estaría a tu lado —dice el hombre y veo sus cabellos rojos reflejados en el espejo—. Nunca te dejaré sola.

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