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Cap30: Madre es lo más sagrado

Me levanto con dificultad justo a la salida del Sol cuando los rayos se cuelan por entre las cortinas impactando justamente en mis ojos. Mi atención es robada por la agenda que me regaló Helios la noche anterior tras quedarme dormido en sus brazos. La tomo suavemente y me acuesto boca arriba a leerla negándome a iniciar el día tan temprano esta vez. En ella noto como la letra va cambiando de las primeras páginas hasta la última, denotando el paso del tiempo y el perfeccionamiento de su letra.

Es algo pequeña en tamaño, pero cada espacio está utilizando, incluso hay momentos en que se ignora completamente el margen en un deseo de atrapar todo el contenido en el menor espacio posible.

Leo lo que puedo de su contenido sintiendo el dolor en mi cabeza y en mi cuerpo. Es estúpido el deseo de Helios de mantener su humanidad cuando por ley es imposible, tanto esfuerzo que solo desembocaría en falsedad e ilusiones en lugar de entregarse a su naturaleza siendo lo más fácil y racional.

Me niego a que descubra que le presto atención a su cuaderno, así que lo oculto bajo la almohada antes de ordenarle entrar. Para esta hora debe estar esperando, tras la puerta, mi llamado como cada día a las siete de la mañana. Bailamos en la rutina de elegir mis atuendos mientras él me viste y arregla la coleta de mi cabello con cintas negras. Elige unos zapatos más caros que la casa más pobre del reino y yo observo su inexistente reflejo en el espejo para recordar que no posee alma.

La duda me invade y las inseguridades del otro día también, por lo que cuando va al baño a buscar la colonia que le pedí, aprovecho para tomar de vuelta su agenda y ocultarla en el lado derecho de mi pecho dentro del saco. Quizás me seas útil hasta que pueda recuperar completamente mis emociones.

Fuera de la puerta nos espera Charlotte, ella se nota más alegre desde que sabe que Bralen volverá a nosotros eventualmente. Es una niña al fin y al cabo, una que nos ve como su única familia, acaba de recibir la noticia de que su adoradonsu abuelo sobrevivirá un poco más, quizás una eternidad si no me equivoco en mis decisiones. La vida de todos ellos pende en mis manos, soy quien mueve las piezas negras en este juego.

—Joven amo, mire, lo encontré por el jardín —comenta ella cargando a un cachorro de labrador con el pelaje amarillo claro que hace enorme contraste con su vestido verde. Su cuerpo está regordete como si se hubiese fugado de alguna mansión o casa cercana donde era bien alimentado. Mantiene la lengua afuera, reseca y pálida, también los ojos hundidos, aunque alegres, lo que me deja prejuzgar que lleva un largo tiempo sin beberagua.

—Si no quieres que lo revienten, será mejor que lo saques de la mansión —le digo a Charlotte.

—Pero no tiene mamá, no sé dónde dejarlo. —me responde ella.

Voy a estirar la mano para tomar a la cría de perro, algo que hace que deja una punzada en mi antebrazo y lo recojo para mirar a Helios recordando lo de anoche. Él, en cambio, con total descaro arregla las mangas de mi traje colocando las esclavas de narcisos como si faltase este detalle. Le conozco, quería hacerme consciente de que sus colmillos probaron mi sangre mientras dormía. ¿Debería regañarlo luego?

—Tienes permiso de salir hoy, Charlotte. Tómate el día libre y sal a la ciudad, así buscas una familia que lo adopte —comento entregándole una moneda de plata—. Pasa por la dulcería si deseas.

—Amo, usted nunca me ha dejado salir sola... —Señala ella con una sonrisa emocionada en sus labios.

No la dejaba salir por precaución para que no escapara, pero eso no sucederá. Incluso si alguien la atacase, sentiría mayor temor por el agresor que por esta niña ciega.

—Regresa antes del anochecer. Puedes llevarte a mi cochero, hoy no pienso salir de la residencia Roosevelt —le explico.

—¿Por qué no me acompaña, joven amo? —me dice ella.

—Tengo asuntos de los que ocuparme —explico.

Debo resumir perfectamente a mi conveniencia los incidentes del bosque y la información obtenida sobre los copos de nieve, de forma tal que no me dejen de por medio mi involucrado con referencia al asunto de los Blackburn de hace años. Luego entregarles esos archivos a los duques Roosevelt para que juzguen mis resultados.

—¿Y si vamos de noche? Hoy es el festival de las mariposas. Ya sabe, la festividad anual de finales de mayo —dice Charlotte.

—Helios, ¿qué día es hoy? —Indago por la fecha.

—Hoy es quince de mayo, joven amo —contesta él.

Tan solo restan quince días más para mi cumpleaños junto al de Victoria. Su nombre en mi cabeza me recuerda nuestro roto compromiso a manos de padre. El cómo le esté yendo en su misión familiar no es de mi incumbencia, sin embargo, me preocupa que ella se escape de mis manos causando el desenlace que me lleva a perder mi cabeza.

Ninguno de los dos se atreve a hablar, ya lo saben, que mi hermana se casará con otro hombre. No lo conozco mucho, es un personaje que se menciona poco en la historia, sin mucha relevancia. Sólo fue un impedimento para el amor de ella y Oliver, nada más que un títere y personaje vacío en el borrador de Gabriel.

—Si quieres, vayamos al festival en la noche, de todas maneras tengo tres días sin mucha carga. Él que más trabajo tendrá será Helios de todas maneras —digo sintiendo su agenda en el bolsillo al buscar mi pañuelo.

—Supuse que no se quedaría tranquilo estos tres días que le dio para arreglar los asuntos de forma pacífica —me responde mi sirviente.

—No puedo dejar el tema completamente en sus manos, pero no tengo como intervenir hasta que termine, fue una real oportunidad la que le propicié —concluyo.

No tengo gran fe en que funcione una vía pacífica, pero al haberla propuesto, no tendré remordimientos en caso de que decidan seguir en contra de mi familia.

Paso el resto de la tarde llenando papeles y ocupándome de los temas económicos de la mansión mientras padre no se encuentra. Tengo bastante papeleo acumulado, todo por culpa del día que estuve ausente. Por otra parte, le preparo una carta con los primeros avances. Luego hago otra parecida para madre, pienso deslizarla por debajo de su puerta en vez de hablar con ella. Cualquier medio para evitar que nos comuniquemos cara a cara será bienvenido.

Me dispongo a ir a su habitación sin la presencia de mis sirvientes, dentro de mis planes será solo una visita que no dure más de un minuto. Por desgracia, los sonidos de placer femenino salen por las rendijas sin molestarse en ser discretos. Todo es así hasta que voy a agacharme para introducir la carta y el ruido se detiene.

Justo luego de empujar el papel, la puerta se abre con Lyra portando un traje blanco perfecto y lista para salir. Sus sirvientas, ambas féminas, están en posiciones algo vergonzosas. Una a cuatro patas, desnuda, y con la otra introduciendo un rosario, bastante grande en dimensiones con forma fálica en la punta, por la intimidad de la primera. Los ojos de la que está de rodillas sueltan lágrimas negras, se nota que no lo está disfrutando, sobre todo por las quemaduras que este objeto le deja mientras entra y sale sin compasión quemando su piel más íntima.

—No les dije que se detuvieran —ordena mi madre y los gritos fingidos de placer continúan—. Lewis, ¿qué sucedió?

—Vine a entregarle el reporte de la situación que padre me ordenó investigar—digo evitando dirigir mi atención al fondo.

—Recógela —ordena ella al verla en el suelo, yo inevitablemente obedezco y se la entrego.

Lyra la abre y lee su contenido para toparse con la información falsa que debo hacer que crean. Si saben que esto es culpa de mi acción anterior hacia los Blackburn, nada va a sujetar mi cabeza a mi cuerpo.

—¿Así que una nueva facción? —dice ella y usa su magia en mí sin siquiera tocarme, haciendo que entre a su habitación para luego cerrar la puerta.

El sonido de las mujeres de fondo me molesta, pero trato de ignorarlo. Sobre todo la cara de sufrimiento que cargan y este espectáculo tan exagerado. Solo su retorcida mente es capaz de entender su disfrute en estos juegos espantosos.

—Sí, una del bosque, creada por un brujo —expongo.

Soy obligado a pegarme a la pared, mi cuerpo no se mueve más allá de lo que ella desee. Cuando quiero llevar mi mano a un lado ella la redirecciona hacia otro haciendo esto muy incómodo y dañino para mis músculos.

—¿Crees que me voy a creer esa mierda? —dice y toma mi muñeca para toparse con la herida al desgarrar la manga dejando caer la esclava al suelo—. ¿Quién te hizo esto si Victoria no está? Pequeña rata.

Uno de los principales motivos por los que no quería toparme con ella, es inevitable que pudiese percibir la sangre en la reciente herida. Lyra es muy detallista, solo que al mismo nivel está su ego.

—No es un tema de su incumbencia, madre —argumento sin ser hostil.

Ella pasa su lengua por la herida y sus ojos se vuelven rojos para luego pararse frente a mí y acariciar mi rostro con sus delgadas y cálidas manos.

—Pequeño Lewis, niño. —Me mira y comienza a aplicar la hipnosis en mí. Esta vez me toma por sorpresa—. ¿Quién fue?

—Helios —digo sin poder resistirme y clavo las uñas en la palma de mi mano tratando de volver en mí.

—¿Ese quién era? No me acuerdo ¡Ah!, tu niñero, ese que fue mi viejo juguete. ¿Se está aprovechando de ti? Puedo recuperarlo y jugar un poco con él, lo recuerdo bastante atractivo. Aún suena en mis oídos sus súplicas cuando drenaba a su madre y mordía su espalda. Sería divertido hacerle esto también, aunque luego de permitir que pruebe mi cuerpo deberé decapitarlo —dice mientras ordena a las mujeres que aumenten el volumen en sus fingidos gemidos.

Le prometí que lo ayudaría a sobrevivir, no puedo dejar que ella lo toque siquiera. Helios es mi pieza, mi mano derecha.

—Puedes hacer lo que quieras, no es de mi incumbencia —respondo indiferente y su mano araña mi cuello dejando una línea de sangre que recoge con su lengua.

—Es aburrido si eres tan complaciente, jodido muñeco de Lewelyn. Pero seguro lo dices para que pare, debo hacerle una visita y romper un poco su cuerpo, pequeño mentiroso. Cierto, la pregunta del millón —susurra a mi oído antes de volver la mirada a mis ojos, para hipnotizarme nuevamente.

Lo primero que hago es cerrar mis párpados, pero ella los abre con su magia. Luego redirige mis ojos para que la vean fijamente.

—Lyra, no entiendo a qué se refieres —respondo y no paro de oír los gemidos de las sirvientas, es un sonido molesto y asqueroso.

—Oh, claro que lo sabes. ¿Qué ocultas de los ghouls y las marcas que investigabas?

Antes de que ella se atreva a usar de nuevo la hipnosis, escupo en su cara el ajo que mastique disimuladamente y escondo bajo mi lengua para este tipo de momentos. Por suerte, me libera unos segundos por la sorpresa y las heridas leves que deja en su rostro hasta que las regenera.

—No indague más en el tema, duquesa. Fue un asunto encomendado por el duque. Los infortunios del Bajo Mundo son mis responsabilidades heredadas, no las vuestras —respondo.

Ella se limpia el rostro y me mira llena de rabia, tan poco no le haría nada, solo distraerla. Su mano toma mi cuello contra la pared y clava sus dientes en mi yugular empezando a beber de esta con toda la intensidad que puede. Sí, está buscando matarme. La desesperación y la ira se nota en su actuar.

Siento la sangre correr por mi cuello de forma cálida y las punzadas de sus dientes clavados sin cuidado, evitó toda delicadeza al introducirlos. Miro mi última posible imagen mientras mis dedos se entumecen, son esas dos jóvenes copulando sin ningún sentir ningún tipo de placer. Esto no es más que otro de sus medios de tortura, Lyra Roosevelt ama corromper y destruir el alma de los que le rodean, porque ella es una pieza rota desde su infancia y solo entre ellas se siente bien, si es que fuera capaz de sentirse así.

Suelto con una de mis manos un hilo de mi pantalón, lo que hace que de la mano contraria caiga una pequeña daga que atrapo sin hacer ruido. Lo uso para rajar de lado a lado el abdomen de mi madre manchando su blanco vestido con el rojo de su sangre. Esto hace que me suelte por un momento al sentir que no puede cerrar la herida, algo que la sorprende.

—¡Maldito! ¿¡Qué has hecho!? —grita la sangrienta duquesa.

Lyra aguanta la herida con sus manos sorprendida al no poder sanar como siempre lo había hecho. El ego de los seres inmortales les hace perder el temple más rápido que a cualquier humano cuando se dan cuenta de que corren un peligro real, están tan adaptados a yacer en su nube de superioridad que su caída se hace más larga y temida.

—Está bendita el arma, duquesa. Déjame en paz, o será peor —comento para salir de la habitación lo más rápido que puedo cerrando la puerta.

Ella se salvará de ese pequeño ataque. Dentro de poco volverá a sanar, tengo menos de veinte segundos para alejarme antes de volver a ser su objetivo. Avanzo lo más rápido que puedo por los pasillos huyendo de la bestia, pero todo se empieza a volver borroso por la debilidad de mi cuerpo. Miro mi mano y está llena de sangre, mi cuello sigue sangrando dejando caer las gotas al suelo y tengo frío.

Camino apoyándome de las paredes y dejando la mancha de mis manos por esta en cada sitio que toco. Veo a varios sirvientes observar desde lejos con la duda de si atacarme o no por el castigo que les puede caer encima al hacerlo, pero están descontrolados. Sus ojos se vuelven rojos, sus colmillos salen, usando sus lenguas para lamer el suelo y paredes que manché.

La puerta de mi habitación se alza a lo lejos como una ilusión de alguien sediento en el desierto que encuentra un oasis perfecto. Estiro mi mano intentando alcanzarla, pero es demasiado tarde. Mi cuerpo se desploma y todo se apaga a mi alrededor, lo último que siento es como una lengua diminuta lame mis dedos llenos de sangre mientras me olfatea.

Abro los ojos despertándome forzosamente por un dolor punzante en mi cuello que me recuerda las heridas causadas por Lyra. El aroma de la comida recién hecha me reconforta mientras trato de levantarme con sumo cuidado. El cachorro que trajo Charlotte está acostado al lado mío, en cuanto siente que me muevo comienza a ladrar llamando a la atención sobre mí.

—¡Joven amo! —grita Charlotte acercándose a tomar mi mano con el rostro lleno de preocupación.

—¿Qué sucedió? —digo a duras penas y noto todo el vendaje de mi cuello, las venas de mis manos se ven lo suficiente bajo mi piel como para alertarme de que me desangré casi hasta morir.

—No sabemos, pero alguien le atacó, estuvo vagando por el pasillo herido hasta la habitación —dice Helios, sin mencionar a la evidente culpable del altercado. Lo considero lo suficiente inteligente como para no haberlo pasado por alto.

—Charlotte, ¿puedes salir? Estaré bien, eso se regenerará pronto —le digo esta mentira y ella con cierta renuencia sale de la habitación, después de abrazarme.

—Varios vampiros de la mansión saben de usted, de su "condición especial", bueno, el término más acertado sería: sabían —anuncia Helios.

—¿Qué les paso? —Señalo a duras penas por el dolor punzante, esa mujer lo hizo con la clara intención de asesinarme.

—Su madre empaló a todo el que le vio y tomó de vuestra sangre, en el jardín se encuentran los cuerpos—responde Helios.

—¿Cuántos? —le cuestiono.

—Unos ocho, si se asoma por la ventana les verá.

Intento pararme pero él me detiene colocando la mano en mi pecho a modo de muro.

—No debe levantarse de esa cama, es un milagro que esté vivo. Si el perro de Charlotte no lo hubiese encontrado, no lo estaría contando —me indica Helios con los ojos totalmente rojos—. Presenta una anemia severa.

—Estaré bien pronto —digo sosteniendo la mano de mi sirviente a modo de bastón, pero el cuerpo me falla, a la par Helios me detiene—. Tenemos que ir a buscarle un hogar al perro.

Maldita Lyra.

Iba a matarme, ella iba a matarme.

Esa mujer, ahora mismo podría estar buscando mi cabeza.

—No, debe descansar, si no lo hace, va a morir —sentencia Helios—. No consigue ni ponerse en pie.

—No tengo cinco años para estar jugando, Helios. Tengo que salir de aquí —grito dejando notar mi impotencia.

—Su madre no vendrá, ella pudo perseguirle por el pasillo y no lo hizo —argumenta él.

Mi cabeza me propicia un mareo que me obliga a dejarme caer en el colchón de forma forzosa. Odio sentirme tan débil. Tiene razón, pero no puedo dejar mi vida a la suerte. Tengo que deshacerme de ella, necesito matarla antes de que acabe conmigo.

Helios levanta un plato con sopa. Es un gran cocinero y desde que sabe de mi condición humana se las arregla para hacerme llegar platos más acordes a lo que necesito. Las dietas crudas dejaron de estar en el menú.

—Primero a comer. —Se sienta en la cama y me acerca la cucharada cargando parte del contenido.

—Ni lo sueñes, puedo comer solo —digo para levantar mi mano y la mordida que él había dejado de la noche anterior me duele. Sin embargo, cuando abro la boca para hablar, la cuchara entra en esta, obligándome a tragar al ser llevada hasta el fondo. El contenido que se derrama es limpiado de mi comisura y mentón con un pañuelo que lleva en la otra mano Helios, listo para la situación.

La vergüenza me invade y estoy a punto de responderle con quejas, pero su cara tan neutra y las cero intenciones extrañas que tiene tras esto hacen que baje la guardia. No me da casi tiempo a tragar y me acerca otra a los labios para repetir la acción.

—Ve más suave, no como tan rápido —digo y aprovecha la abertura de mi boca para colar la tercera.

—Debe recuperar su salud, no debes morir aún —me comenta Helios y limpia la mancha en mis comisuras otra vez. Veo sus ojos ir a mi cuello y resistirse, se está controlando.

Nos distraemos cuando brilla el primer fuego artificial en el cielo nocturno. Recuerdo que les dije que les llevaría al festival. Luego veo al perrito a mis pies y me toco el cuello, el pulgoso este me salvó, si es así, le debo el alejarle de esta mansión. Me encuentro acariciando su cabeza y despierto de mi sueño de pensamientos cuando lo tengo sobre mi regazo con esa sonrisa tan inocente y ojos tiernos, algo que me recuerda a Rudolf y sus palabras sobre mi situación.

—¿Joven amo, de verdad desea matar a la señora Roosevelt? —plantea Helios y solo ahí me doy cuenta de que mi plan se volvió demasiado similar al del Lewis original. Matar a Lyra. Eliminar a mis padres.

No le contesto, miro la ventana con la pirotecnia en rojo y verde, tomo un gran suspiro para colocar los dedos en mi cuello y recordar que debo hacerlo. Estoy entre la espada de Damocles y la caja de Pandora. Si no lo hago, seré yo quien muera entonces. Sacrificar la cordura que me queda para no morir, decidir si deseo mi humanidad por sobre mi vida.

—Hacía tiempo no me tomaba un descanso para ver los fuegos artificiales —respondo ignorando su pregunta dentro de mi conflicto.

Él me carga con suavidad y acomoda mi cabeza en su hombro, luego se acerca a la ventana para tener un mejor ángulo. Su cuello me queda muy cerca del rostro, deslizo mi dedo índice por la zona pensando en su naturaleza, su piel tan fría. Él baja la vista del cielo y me observa, soy descubierto dejándome llevar por la curiosidad mientras clavo mis dientes en la zona pálida que se roba mi atención.

—¿Quieres probar morderme? Aunque no tengo sangre —dice Helios sin expresiones notorias.

—Déjate de tonterías —cometo molesto por algún motivo y alejo mi boca.

—No se distraiga conmigo, observe lo alto. —Apunta con su mirada al cielo.

Mis ojos salen de su figura como huyendo de haber sido descubierto. Primero me topo los cadáveres empalados del jardín esperando la salida del Sol, pero pronto le obedezco y miro el cielo nocturno iluminado artificialmente. Ciertamente es hermoso, pero no me siento cómodo, cada día estoy más cerca de mi papel, de lo que desean que haga y todas las soluciones que se me ocurren solo traen más muerte.

La mano de Helios toma la mía de forma suave, no sé qué esté pensando, pero lo hace mientras entrelaza sus dedos. Yo no logro quitársela, solo me quedo observando el vacío estrellado, como si nada estuviese pasando, como si el mar de cadáveres del suelo no pudiesen quitarme la vista de las luces que estallan.

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