Cap3: Los gemelos Roosevelt
Ya han pasado diez años después del incidente de esa noche de lluvia, los cuatro miembros restantes de la familia Roosevelt han cambiado mucho. Bajo circunstancias adversas lograron llevar su bolsa de engaños.
Lyra ahora es conocida por su sadismo a la hora de tratar con nobles de clase inferior a la de duques o con el "ganado", como ella llama a los humanos, pero es algo que se esperaba. Muchas veces su esposo tuvo que frenar sus actos tras acabar con la vida de más de cinco personas en un mismo día.
Lewelyn, mi padre en esta nueva vida, apenas hace acto de presencia en la mansión y dispone su tiempo en atender su cargo de borrador de huellas a la hora de tratar asuntos ilegales y del Bajo Mundo, deber ancestral de la familia. Siempre hemos sido los encargados de mediar entre las criaturas y los humanos, la mayoría del tiempo a favor de las criaturas y en desprecio de los humanos, con mano sumamente estricta, cosa que nos ha dado a conocer como Los Verdugos. Para sorpresa de muchos él carga conmigo, Lewis, como si fuese su perrito faldero, enseñándome todo lo que debo saber, cuando fallo suele ser riguroso con el castigo.
El papel de intermediarios lo suple la familia Roosevelt hace más de doscientos años y nunca han fallado en ello, a diferencia de otras razas. El último caso que investiga la familia trata sobre la desaparición de la condesa de Farell antes de volver del teatro, algo simple hasta que se descubrió que su cochero había sido encontrado sin vida en su asiento y con los ojos completamente blancos. Se toma presuntamente como un trabajo de brujas, aunque yo sé la verdadera causa.
Nosotros, los gemelos Roosevelt, somos poco vistas en actividades políticas; incluso se comenta que nuestra salud es débil, lo cual está completamente alejado de la realidad.
Victoria se pasa horas en la biblioteca leyendo o jugando con muñecas. Eso en los pocos tiempos libres que tiene entre sus estrictos horarios de clases. Al igual que nuestra madre, siente un gran desprecio a los humanos, llegando a maltratarme y morder mi cuerpo cada vez que puede. El problema con ella es que podría decir o hacer el mayor de los horrores con una bella sonrisa, como cuando asesinó a su niñera de más de ocho años porque tenía hambre y no controló su sed. Solo que en la novela original se supone que ella cambia y arregla su vacío pecho; no creo que luego de tantas muertes merezca redención.
Estoy sentado frente al escritorio de mis aposentos mientras resuelvo los ejercicios que me dejó mi padre en la mañana. Me ha estado pasando la contabilidad de la mansión, le fueron útiles los nuevos sistemas que le di. Siento que si trabajo desde la perfección podré evitar caer en sus torturas demasiadas veces; aún me falta una uña a causa del último castigo al que me sometió.
Tengo siempre la mirada de alguien posada en mí, para asegurar que no se rompa mi papel. Debo ser un hombre y un vampiro, eso, si deseo vivir. Por ello mi cabello llega por los hombros y lo mantengo recogido en una coleta. Al igual que el de nuestros padres, es blanco. La ropa que porto es la de un niño, pantalones cortos en colores negros con detalles dorados, como lo que me han encomendado ser.
Las horas pasan siguiendo mi rutina de cada viernes, siempre igual, incluso los toques de una pequeña mano en mi puerta suceden a la misma hora.
—¿Lewis? Voy a pasar —dice mi gemela.
No espera la respuesta, solo se adentra en el cuarto sin permiso cual niña malcriada, esto únicamente significa problemas. No hemos tenido una interacción donde no me encuentre debajo de su zapato y aproveche cada palabra para dejar salir el asco que le doy.
—¿Qué quieres, Victoria? —le respondo.
—Solo vengo a ver a mi adorable hermano —comenta ella para acercarse a mí a paso ligero y sin arrastrar su vestido a juego con la ropa que visto.
El cabello lo tiene exactamente igual al mío. Como pasatiempo de Lyra, ella trata de que nuestros rostros sean prácticamente idénticos. Eso incluye mantener el mismo corte.
—Si es así, debería preocuparme —le respondo.
En ningún momento dirijo la mirada a ella, solo me levanto de mi asiento y comienzo a desabrochar los botones de mi ropa, dejando ver varias marcas de mordidas en los muslos y brazos a la par que heridas de cortes. Aún no me crece el busto, por lo que no es un problema. Me quedo solamente en ropa interior sin nada en la parte superior, antes sentía vergüenza, pero ya se ha vuelto algo muy común.
—No vine a jugar, aunque si me lo ofreces así, no tengo cómo negarme —dice con alegría y abre la mano aun hacia abajo dejando que se deslice por la manga de su vestido una daga hasta llegar a la punta de sus dedos para tomarla.
Odio ver sus ojos, la tranquilidad con la que me hiere y por mi naturaleza no logro hacer nada. Solo puedo esperar a que se aburra y me deje en paz. A ella nunca le han levantado la mano, siempre le han consentido y mimado hasta hacerle pensar que es sumamente especial.
—Siempre que vienes lo haces —expongo sin prestar resistencia.
Los ojos de Lewis Roosevelt son negros, y a pesar de que a veces no me siento así, siempre se ven como si no tuviesen alma. Esto muchas veces captó la atención de los sirvientes del castillo, pero lo atribuyeron a que simplemente evito tornar mis ojos del color rojizo usual en todos los Roosevelt, aunque esto sea un acto extraño.
Me siento viviendo en un cuerpo vacío deseando escapar, al menos eso soñé mientras crecía, solo que me cortaron las alas.
—Es mi forma de demostrarte que te quiero —dice ella y me abraza desde el frente para hundir la cabeza en mi hombro con suma delicadeza.
—Eres incapaz de amarme, podrías verlo como otra cosa, hermana Victoria —expongo.
Cierro los ojos para escapar del dolor punzante que siento en el cuello tras ser penetrado por los colmillos. Un hilo rojo y fino se desliza por mi pecho. Se siente fría, la sensación de perder mi sangre.
Victoria no responde, es incapaz de hacerlo por su suma educación, no se debe hablar con la boca llena, repetía Lyra. La succión continúa hasta que llaman a la puerta.
¿La chica piensa detenerse?
¿A mí en este momento me importa morir?
La respuesta a ambas preguntas es negativa.
Alguien más llama a la puerta, esto es como ese pequeño mal momento que termina por un golpe de suerte. Comienzo a vestirme de forma rápida haciendo presión en el cuello con la mano. Mi tez se encuentra más pálida y mis ojos más cansados, pero ya me acostumbré.
—Pase. —la voz de Victoria suena como la de un muñeco y eso solo puede significar que está molesta.
Un hombre, de unos veinte años en apariencia, abre la puerta. Sus ojos rojo intenso, el cabello negro que cae por sus hombros y ese rostro que parece susurrar que el mundo no le interesa, solo pertenecen a alguien, mi sirviente personal.
—Mi señor, traigo una noticia de la duquesa Roosevelt —nos dice él.
—Puedes hablar, Helios —digo acomodando el cuello de mi ropa.
Mi sirviente mira a Victoria y entiende lo que sucede, son muchos años de trabajo.
—La señora desea verlos a ambos, se encuentra en el salón de música —expone y seguidamente se retira de la habitación.
A diferencia de los sirvientes de Victoria que rotan dos veces al mes por razones obvias, Helios siempre fue mío. Prefiero mantener al mismo personal, lo considero más seguro así.
—Vamos hermanito, no hagamos esperar a madre—comenta mi hermana y avanza a paso lento, pero firme, saliendo de la habitación para cerrar la puerta tras ella.
Me dejo caer en la silla por el cansancio, las piernas me tiemblan por la debilidad. Apoyo la cabeza en la mesa dejando escapar un suspiro ahogado. Hace más de cinco años que dejé de llorar, hacerlo solo causaba que intensificasen el dolor sobre mí. Pero no me molesta, solo debo crecer.
—Agotador. —Giro hacia la ventana para ver el cielo—. Quiero matarlos a todos. Quemar la mansión con ellos dentro no estaría mal.
Salen las palabras como susurros de mi boca mientras observo mis vacíos ojos en el cristal.
La sala de música está pintada en su totalidad de blanco y dorado a petición de Lyra, los lugares del castillo Roosevelt que portan estos tonos claros son absolutamente de ella.
En el centro de la sala se encuentra un órgano enorme que libera la música gracias a las manos de la duquesa, tan cruel y vil como hermosa.
Actualmente, sus cabellos parecen un manto inmaculado arrastrado por el suelo de lo largo que es. En la sala hay pequeñas corrientes de aire causadas por la magia de la mujer y en estos flotan hojas marchitas como mi corazón.
—Victoria y Lewis —dice dejando de tocar y se gira en la silla hacia nosotros—. Vengan, no les voy a morder.
Ella extiende las manos para recibirnos con suma delicadeza, pero ninguno se atreve a avanzar en un inicio, ella detesta el contacto con las crías.
Victoria camina por la sala sin problema con cierto paso ligero hasta detenerse a dos metros.
Intento hacer lo mismo, pero las gotas de sangre que caen del techo cerca de la puerta me desconcentran, sobre todo cuando una mancha mi cabello. Se trata de la sirvienta personal de Lyra, o como ella la llama "su muñeca", una bruja que había capturado hace un año y se divertía torturando sin llegar a matarla. Lo que más me asusta es que los clavos en sus manos y su desnudo cuerpo, todo maltrecho, no causen ya emociones en mí, solo una fría y acostumbrada indiferencia.
—Camina hacia mí, Lewis. Vergüenza sería si ese pequeño detalle te molestara, al final eres un vampiro —expone Lyra, lo que hace que sus labios comiencen a sonreír con elegancia y el viento en la habitación aumente.
Ocultar la verdad, es cierto, soy un vampiro. Desgraciadamente, dentro de su afirmación siento la burla.
—Voy, duquesa —digo y avanzo hasta pararme junto a Victoria.
—¿Saben para qué les reúno hoy? —Coloca sus manos en sus muslos de forma refinada, viéndonos.
—No lo sé, madre —habla Victoria.
—La reunión social para el baile de primavera, debemos asistir esta vez —respondo, sabía que en la obra venía esto pronto, momento crucial para Lewis y Victoria.
—Al menos el cerebro te funciona y sí, justo eso. Como saben, se celebra el baile de primavera y ya tienen una edad que les permite presentarse en sociedad, sobre todo porque las personas en el mundo diurno piensan que ustedes son niños enfermizos, y no deben dar tal impresión— indica madre.
—Pero el señor Roosevelt prefería que así fuera, para evitarnos problemas por nuestra...condición —digo recordando las enseñanzas de padre.
Lyra levanta la mano hacia mí, y la corriente de aire es tan fuerte que me lanza contra la puerta. Recibo un fuerte golpe, el cual me hace perder el aire unos segundos para toser. Termino con las manos y rodillas pegadas al suelo, incapaz de levantar la cabeza.
—No me interesa qué dijo vuestro padre. Ustedes deben hacer vida social —ordena Lyra.
Me disculpo cuando soy capaz de hablar, odio esto, la impotencia, pero responder solo lo hará peor. Las gotas de sangre de la torturada bruja caen sobre mí en el sitio donde caí. Esta sangre no es nada, beberla es peor, siempre termino vomitándola.
—En fin, deben asistir a partir de ahora a los eventos de la sociedad como su apellido se lo exige. —empieza a reír—. Verán qué divertido es ver bailar el ganado. Victoria, tú te lo pasarás perfecto, yo sé que sí.
—Lo haré, madre. —Hace una ligera reverencia ante sus palabras.
Cuando el flequillo de Victoria cubre su rostro, deja salir una ligera sonrisa ante la posición en el suelo a la que caí.
—Lleven a Helios y a Venice como sus acompañantes, al ser niños aún pueden hacerlo —dice Lyra y regresa a tocar el órgano.
Mi gemela se da la vuelta para marcharse y ve de frente a la bruja crucificada en la pared. Se lleva la mano al pecho sonriendo y avanza hasta salir.
Me levanto del suelo cuando la atención se esfuma de sobre mí y salgo de la sala llegando hasta Helios. Mi paz solo llega cuando la puerta se cierra a mis espaldas, dejando escapar solo la melodía de la música.
—¿Sabes dónde está el duque Roosevelt? —digo mientras me limpio la sangre del cabello con un pañuelo.
—En los calabozos del palacio, joven amo —responde Helios dejando ver los colmillos ante la sangre; no lo puedo culpar, es un acto reflejo propio de la naturaleza de los vampiros.
—Guárdalos, sacarlos en mi presencia es una falta de respeto —le ordeno.
Dejo caer el pañuelo en el suelo para que él lo recoja. Es la principal medida de defensa. Al final del día Lewis sigue siendo humana, una más del ganado de los de la especie que se supone que debe dirigir. Si dejo que descubran esto, seré más patética que la original.
—Perdóneme. —va a paso ligero tras de mí, su maestro—. No se volverá a repetir.
Lo sé, debe de estar sintiendo mis latidos desesperados. Le observo con el filo del ojo llevar la mano a su pecho. Los vampiros, fuera de los puros como mi familia, no poseen pulso ni sangre.
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