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Cap29: Nieve en piel

Logro dejar a Rudolf dormido en la habitación y salgo donde Glaucous luego de narcotizar a todos los que hacen guardia con lo mismo que usé hacia el de la pelea. Por desgracia ya no me quedan más agujas y esto me deja sin medios de defensa.

El ambiente del bosque en la noche es inusualmente húmedo, haciéndome helar los huesos cada vez que sopla el viento y mueve mis atuendos. Las aves cantan con graznidos que anuncian muerte, incluso observo volar un cuervo bajo la luz de la Luna hasta perderse en el follaje. Nunca he creído en supersticiones, pero no me queda poco para que este cuerpo deje de funcionar.

—Glaucous —digo en voz baja.

Extraigo de la suela de mis zapatos una daga pequeña escondida como las de Bralen disponiéndome a colocarla en el cuello del cautivo. Él abre los ojos y me evalúa con desdén, me ve como una enclenque sin la capacidad de degollarlo.

—¿Qué quieres, mascota de Rudolf? —responde él con sorna.

—Voy a dejarte libre, mañana te matarán —respondo con miedo.

—Patrañas, solo me dejarán fuera de la manada —dice molesto.

—¿Qué crees que pase si eso es así? Hay ghouls y un monstruo enorme en el bosque, capaz de arrancar árboles de raíz. No vas a durar mucho —comento dejando ver el temblor en mis labios—. Lo hago por el bien de la antigua líder.

—Eso es mentira, ¿y a ti que te importe lo que me pasé? —responde él gruñendo en voz baja.

—Era amiga de Diuna, del instituto Lemelyane. Allá ella me habló mucho de todos acá. Somos contemporáneas, vine a vengarme de Rudolf —dejo correr las lágrimas por mis mejillas, llorando—. Ella incluso me dijo de la maldición que cargan ustedes.

Deslizo los dedos por su marca de copo de nieve mientras corto con el cuchillo las sogas que le atan dejando de amenazarle para evitar gritos de alarma.

—¿Sabes de esa maldita mujer? —comenta él levantándose.

Lo busco, busco la opción más probable y es algo que había pensado. Esto no pasó en la original, es algo que cree yo, por tanto. ¿Podría ser un derivado de mi mayor pecado?

—Los Blackburn —dejo salir las palabras con miedo.

—Lo dijiste tú, no yo, en consecuencia la maldición no debe de activarse, chiquilla. Te dejaré vivir por Diuna y porque me liberaste dejando el campamento sin resguardo. Si Rudolf duerme sería la mejor forma de matarlo —responde él yendo hacia la tienda de Rudolf.

—No lo hieras, él no tiene nada que hacer, solo déjalo. Diuna lo amaba, ella me lo confesó —digo aguantando su brazo con fuerza, sin dejar de llorar como si de eso dependiese mi felicidad, la de una niña idiota.

—Imposible, no luego de lo que hizo el padre de Rudolf a ella —dice el hombre y me entrometo en su camino hacia la cabaña.

—¡No le harás daño! —Grito tan alto como para despertar a mi compañero.

Esto funciona, pero la mano de Glaucous me lanza al costado haciendo que mi cuerpo choque contra un árbol de una forma en extremo fuerte. Es un cuerpo de arcilla, aunque el dolor se siente como real, es como si me hubiese fracturado las costillas. Levanto mi vestido y mi abdomen está lleno de grietas descascarándose y dejando agujeros negros que duelen como si me arrancasen la piel.

—Rudolf... —respondo estirando la mano.

Le veo salir de la cabaña para enfrentar al otro. Piensa que se escapó por sus propios medios. No me culpa a mí, por su reacción ante el hecho. Comienzan una pelea intensa donde veo cabrearse a Rudolf más de lo que pude verlo la otra vez que lucharon.

Esta vez logra matar a Glaucous, esta vez no lo perdona, corta su cuello de lado a lado provocando que se desangre hasta que su aliento se extingue.

—¡Les advertí que no tocaran a Daniela, que no hicieran eso con nadie más! —grita él al cadáver para correr donde estoy.

Me levanta colocando mi cabeza en sus muslos, ya sentado en el suelo me apresa en sus brazos como si volviese a perder su luz. Sé que me debo ver como una muñeca rota.

—Estaré bien... —digo estirando mi mano hacia su rostro para sonreírle.

—¿Cómo vas a estar bien si tienes el cuerpo hecho añicos? No eres humana, ¿verdad? —dice con la voz quebrada—. No te puedes ir, no me dejes solo de nuevo ¡Por favor!

—Solo es un cuerpo de arcilla. Yo volveré a ti, aunque desearás que no. Rudolf, perdón, por haberte quitado tu inocencia. Tus manos ya están manchadas de sangre —le respondo sintiendo que ya el cuerpo no es capaz de formular palabra. Mis extremidades se van volviendo de barro.

—Te lo prometo, te voy a encontrar y no te dejaré ir, te voy a cuidar —comenta él notándose la desesperación en su rostro.

Rudolf, no llores, yo no soy alguien que merezca lágrimas, soy cruel. Te arrebaté tu inocencia y a la mujer que amabas, pero te lo dije, un rey no puede ser ingenuo, un rey no puede dejarse ver así, llorando como una cascada.

Siento sus labios juntarse con los míos en un beso desesperado, se aparta y escucho las últimas palabras desde este cuerpo.

—Te encontraré de nuevo, algún día, lo juro —dice el licántropo.

Yo lo sé, la próxima vez que nos veamos, será como la persona que carga tu dolor, ese que solo merece que la asesines.

Caigo de nuevo en ese vacío oscuro y frío, pero esta vez no escucho voces. Estoy solo aquí y tres pares de ojos fríos me observan desde la oscuridad. Yo les devuelvo la mirada, cosa que hace que sienta miedo como una respuesta natural de mi cuerpo.

Sí, es algo inexplicable y siento el terror invadirme sin remedio, como si estuviese muriendo quemado, ahogado y de disímiles maneras a la vez. Sin ser siquiera capaz de rebelarme solo por desearlo.

Siento que me torturan en mi cabeza, caigo al suelo de rodillas y mis ojos lloran, lloran de forma exagerada dejando caer un líquido rojo como la sangre.

—Me llenas de orgullo. —Escucho a uno de los pares de ojos hablar, luego su sonrisa se hace amplia y toda esa ilusión se va, el dolor se va y todo lo que queda en ese vacío es mi risa.

Me río a carcajadas de mi deplorable estado, me rio de mi perdición.

Despierto en la calidez de la habitación del Conde, pero no abro los ojos. Me quedo recostado tratando de superar todo el dolor que queda en mi cuerpo, ese del bosque donde sentí que se rompieron mis costillas. Realmente estoy bien, sin embargo, tengo esa sensación constante de ruptura.

—Podrías dejarlo solo un rato, nadie se va a entrometer. Si deseas, te ayudaré a recuperar ese lado humano que deseas, Helios. —Escucho hablar al conde Walker.

—Ya lo intentaste y no funcionó. Por ahora me dedicaré a sobrevivir de esta forma —responde Helios.

—Creo que tendrías más oportunidades de este lado —agrega el conde.

—Confío más en mi situación con el amo Lewis que con usted —responde mi sirviente.

—¿Por qué crees eso? —dice el pelirrojo.

—Son secretos, conde —la voz sale sin vida como siempre, Helios no cambia.

—Eres un perro en toda regla, siempre ha sido la especialidad de los Roosevelt, amaestrarlos hasta que pierden la voluntad —responde el conde para salir de la habitación, debe saber que estoy de vuelta, él sostenía el enlace que me unía al cuerpo de arcilla—. Te dejaré darle la bienvenida a tu amo.

Le hizo esas preguntas a Helios adrede, sabía que estaba despierto. Parece que quería que Helio se delatase frente a mí.

Cuando abro los ojos me topo a Charlotte dormida a mi lado y a Helios sentado cuidándonos observando la pared como si fuese el único objeto en todo su entorno.

—Veo que no mordiste mi mano —comento reincorporándome en la cama.

—Tenemos un trato, joven amo, no lo romperé a la ligera —dice él parándose a ayudarme.

—Ya una vez fuiste parte de la gente del Conde, ¿por qué no de nuevo? —le comento.

—Fui controlado mentalmente, no actué según mi voluntad —responde él y con un pañuelo limpia el sudor de mi cuerpo, parece ser por la pesadilla antes de volver.

—¿Y eso de "lado humano"? —le digo levantando una ceja.

—Solo viejos deseos que tenía, ahora solo suenan en mi cabeza como un mantra —responde él mirando mi cuello, sus colmillos se hacen más largos.

—¿Cuál es ese mantra? Compórtate —ordeno al ver su boca.

—Quería volver a ser humano, pero ya es ahora un viejo pensamiento sin sentido. Esta es mi realidad, joven amo. No sirve de nada huir de las cosas. Lo cuidé como pidió, no estaría mal una recompensa.

—Tú no te sabes medir. Te dejaré probarla al volver a casa, quiero salir de este sitio cuando antes —comento mirándole molesto.

—Entiendo, joven amo. —Obedece ayudándome a pararme y cargando a Charlotte dormida entre sus manos con sumo cuidado—. Asumo qué tuvo resultados positivos.

—Claramente, se los debo comunicar al conde —explico.

Me coloco los zapatos de vuelta y dispongo a salir de la habitación junto a mis sirvientes, solo para encontrarme con Walker. El pelirrojo me espera del otro lado del pasillo recostado a la pared con una amplia y cálida sonrisa. Lo sé, no contempla una posibilidad de fallo si di mi palabra.

—La Yukiona de los Blackburn, esa mujer que dejé viuda hace cinco años. Ella es la que colocó las marcas en esas personas —digo sin esperar a que solicite la información.

—¿Se lo confesaron? —responde el brujo con un gran interés en sus palabras, deseando que le exponga mis métodos.

—Eso no es de su incumbencia. La información es confiable, termine de atar los cabos sueltos y ponga un ojo en esa mujer. Como Roosevelt, debo eliminarla, pero usted tiene la oportunidad de hacer que no pierda su cabeza en la guillotina por traición. Le doy tres días, conde. Si en ese tiempo no me muestra sus resultados, la eliminaré sin contemplaciones —expreso sin reservas.

—Se ha vuelto bastante osado, joven Roosevelt —dice Walker.

Él se permite un tiempo para fijar cada detalle de mi comportamiento, borrando la sonrisa por unos segundos, mientras lleva la mano a su mentón como si yo fuese una pintura retorcida que deja salir los colores entre mensajes ocultos.

—No, solo cumplo mi trabajo de verdugo, usted el de soñador —expreso y me dispongo a marcharme con mis sirvientes, solo que me detengo mis pasos para agregar—. Los demonios, le debo una plática sobre ello. Cuando todo se solucione, le diré la verdad.

—Cada día se vuelve usted más interesante, joven Roosevelt. Estaré esperando su respuesta, no obstante, tenga cuidado con cuánto desea morder. Es un consejo que le doy como amigo, o se romperá la mandíbula —dice el conde en un tono amable y realmente, tiene razón.

Yo estoy en un abismo, estoy donde debo estar...

Estoy jugando mi papel lo mejor que puedo...

Destruyo lo que odio, pero usando los medios de aquello que aborrezco...

Llego a mi mansión con el cuerpo más cansado de lo habitual y mi cabeza rondando en ideas inútiles. Me resuelvo por tomar un baño, uno bastante largo y relajante para quitar el olor a lobo, uno que mi verdadero cuerpo no tiene, pero que no sale de mi nariz. Para ello le ordeno a Helios que prepare los aceites aromáticos de narcisos que se usan para ocasiones especiales

Maldito Rudolf, ya hice lo que pude, lo demás depende de ti. Escapo de mis pensamientos hundiéndome en la tina para sostener la respiración lo más que puedo. Estoy poco más de 3 minutos bajo el agua, dejando mi mente en el vacío para salir de golpe y sin aliento.

—Daniela, te estas volviendo un monstruo, por eso tuve que enviarte a esta cárcel.

Escucho la voz de Gabriel bajo el agua haciéndome sacar mi cabeza de golpe agarrándome del borde de la tina tratando de calmarme mientras me repito que no es real, solo es mi imaginación jugándome una mala pasada.

—Soy real —dice alguien que me observa desde la ventana abriendo esta y permitiendo el paso de las corrientes de aire—. Vengo a juzgarte, porque nadie lo hace y tú ordenas a los verdugos que corten las cabezas de asesinos. Oh, mi amada y abandonada prometida, tú te has vuelto como ellos, un ser despiadado y sin corazón justo como lo que odiabas. Sé que lo sabes.

Hago tanta fuerza como puedo en los bordes de la bañadera para huir de mi alucinación hasta que esta desaparece y la ventana vuelve a estar cerrada. Decido no prolongar más esta estancia en el agua y abandono mi soledad corpórea.

Salgo mojando todo el suelo para envolver mi cuerpo en telas hasta secarme. Solo coloco mi ropa de dormir con el cabello mojado y camino sin fuerzas a la cama. Me siento agotada por algún motivo. No sé por qué, pero recordé que estoy solo, en el fondo lo estoy.

—Joven amo, si duerme así puede resfriarse —dice Helios al lado de mi cama colocando una vela.

—Antes no te preocupaba —le respondo mirando el techo sin levantar mucho la voz.

—Antes no sabía que usted era humano, a mis ojos usted no podía enfermar —comenta él y sin mi permiso busca una toalla y comienza a secar mi cabello con cuidado forzándome a sentarme.

—Eres como un niñero molesto —respondo sin fuerzas para quejarme por su actuar.

—Usted se comporta como un niño a veces. —Deja de secarme el cabello cuando ve que la humedad se marcha un poco.

—Nadie se suele referir a mí como un niño, Helios, no es así desde hace mucho tiempo —digo cerrando los ojos.

—Usted tiene solo quince años, sigue siendo uno. Los humanos maduran completamente sobre los veinte. Hasta ese periodo más o menos pasan por la pubertad —dice él cual enciclopedia.

—¿Ahora cómo sabes eso? —le respondo abriendo los ojos por la curiosidad y colocándome de frente.

—Quería encontrar datos que me ayudarán a comprender por qué me besó, creo que pasa por la pubertad y sus hormonas están revueltas. Es normal que piense en sexo —dice con toda la calma y naturalidad del mundo.

El nervio de mi ojo se altera ante las palabras descaradas de mi sirviente y me siento de golpe para lanzarle una almohada por el rostro. Luego de que le da, la atrapa antes de que caiga al suelo y coloca en su lugar

—¡Deja de dar opiniones estúpidas! —Pierdo la calma para recuperarla de forma rápida y agregar— No tiene que ver con eso.

—¿Qué es entonces, joven amo? —responde Helios.

Dudo si decirle, aun así, al final, conociéndolo, se va a dar cuenta. Miro la ventana evitando verle directamente, mientras recuerdo las palabras de Gabriel y los momentos de este último mes obteniendo una nimiedad de resolución para compartirlo. Es algo que me cuesta decir, la verdad.

—Soy un monstruo, Helios. Soy un humano, y soy tan escoria como cualquier miembro de mi familia —digo viendo la Luna asomarse por la ventana, una que aman los lobos.

Helios camina hasta mí y me entrega la almohada que dejó en la cama, se arrodilla al frente mío mientras busca ver algo en mis expresiones que silencian lo que queda de mi humanidad.

—No comprendo las acciones que pueden doler o no, perdí la capacidad de sentir dolor, pena o vergüenza. Tome joven amo. —Saca de su bolsillo una agenda pequeña y de color negro que dice "Diario" en la portada.

—¿Qué es esto? —respondo, tomándolo y ojeando sus páginas.

Hay varias notas entre las paginas comidas por el tiempo, entre ellas están indicadas situaciones y las emociones que estas deben evocar y cómo expresarlas. Un ejemplo sería: "Ver la lluvia caer me debería adormecer e inspirar" o esta otra: "Los besos y abrazos deben sentirse cálidos y brindar amor y ternura, también calman el llanto".

—Cuando recién me convirtieron perdí toda esa capacidad de sentir emociones, pero no quería, así que apunté como debía sentirse algunas cosas que recordaba y otras que leía. Intenté imitarlas en soledad, pero no funciona. No soy capaz de volverlas a sentir —dice Helios viendo mis ojos, pero los suyos son incluso más vacíos que los míos.

—¿Y por qué me lo das? —le pregunto sin entender.

—Porque usted es humano aún, tiene la oportunidad de arrepentirse y ser como desea ser. No ha perdido la capacidad de sentir ni de diferenciar el bien del mal. La mejor prueba que tiene de ello, es que ahora está lleno de dudas —me responde Helios.

Siento que mi garganta se cierra por sus palabras, acompañada de la sensación de que mi corazón se encoge de una forma que extrañaba. Los pulgares sobre la agenda me empiezan a temblar y los labios también como si se escapasen de mi control.

Su mano se desliza por mi mejilla y recoge en una las gotas, siento la humedad. Hay lágrimas en mis ojos. Dejo la agenda abierta sobre la cama y dejo caer mi atención solamente en Helios, él me abraza siguiendo el patrón de su agenda y yo solo se lo acepto, por esta vez, por esta única vez. Termino dejando que Helios, ese ser sin sentimientos, me consuele.


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