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Cap28: Lengua

Rudolf obedece mis palabras y comienza a correr por el bosque huyendo de esa bestia que nos caza desde la distancia riendo con placer. No la reconozco, pensaría que es Lyra, pero esa no es su voz y tampoco vestiría de negro, ni mencionaría a Dios de forma seria. Quizás sea la culpable de las marcas de copos de nieve.

—¿Qué se supone que nos sigue? —expone agitado Rudolf mientras empieza la carrera.

No le respondo, me quedo pensando mientras soy llevada a cuestas. Miro hacia detrás pero ya nada aparece y la voz deja de resonar en nuestros oídos como si se hubiese esfumado. Estamos indefensos, debe tener algún motivo para habernos dejado ir.

Simplemente nos atacó como una muestra de su poder.

¿Quizás una advertencia?

Rudolf comienza a detenerse de a poco al dejar de sentir la amenaza y se le nota realmente agitado esta vez, como si su instinto de supervivencia se hubiese activado de golpe.

Se me están acumulando los problemas. El libro solo tenía una loca psicópata con la que tenía que lidiar y esa era Lyra. Victoria incluso se tornaba con cuerda con el tiempo siendo una copia del estúpido de Oliver.

—Calma, no voy a dejar que te toquen los ghouls ni ninguna bestia. Me da igual que arranque árboles —argumenta él para caminar al campamento.

—Tú no puedes con eso que nos lanzó el árbol, ni se te ocurra un enfrentamiento directo —contesto, tajante.

Mi mente viaja al recuerdo de Bralen destrozado por mis errores y los colmillos de Diuna. No me puedo permitir tomar decisiones precipitadas.

—Me da igual que sea, tiene que pasar por sobre mí antes de llegar al campamento —dice Rudolf entre gruñidos, a lo que le jalo una oreja con fuerza.

—Deja la estupidez y cancela la prueba de edad. Esta noche ya no necesitas demostrar tu posición, quedo muy clara —doy las instrucciones con total frialdad.

—Eres a veces como un trocito de hielo —dice él moviendo la oreja y sacándola de entre mis dedos.

—Soy realista, tú eres fuerte, pero no indestructible. Así que tienes que usar lo único que puede hacer una diferencia entre personas de tan diferente nivel de poder —argumento seguro.

—¿La manada? —dice Rudolf esperanzado como un niño.

—El cerebro —indico revirando los ojos—, tengo mucho trabajo contigo.

—La fuerza siempre ha estado en la manada —dice él como si hubiese sido regañado.

Se deja ver solo así delante de mí, por lo que creo, cuando peleaba o daba órdenes se mostraba más recto, como si fuese otra persona. Creo que ahora lo puedo culpar por el motivo de ser blando conmigo, pero siendo honesto, no presento un problema si quisiese desgarrar mi cuello.

—Si tu manada muere, vas a lamentarlo. Hazte fuerte primero —digo empezando a ver el campamento a lo lejos.

No puedo decir que eso solo se lo diga a él. Charlotte, Bralen y Helios, siento que no puedo dejarlos morir tan fácilmente, quizás también me lo diga a mí. Teniendo en cuenta que no tengo aptitudes físicas como las suyas, solo puedo trabajar en no volver a fallar con un plan. Debo mantener mi mente fría, sin miedo a sacrificar piezas, porque somos los más débiles en un tablero de ajedrez donde mueren peones cada día.

—Sí, quizás así algún día pueda vengar a Diuna —comenta él.

La ira se ve en sus ojos sin ningún tapujo, aceptando los sentimientos impuros que empiezan a nacer en su alma. ¿Me arrancarías el cuello si supieras que yo di la orden de su desmembramiento?

—Me dijeron que tu padre mató al suyo —respondo cabizbaja, buscando la información que me interesa.

Él me mira como si hubiese pisado una mina y asiente.

—¿Por eso eres el líder? La noche que te encontraron en el bosque eras el hijo del traidor. —Dejo salir las palabras con suavidad llevando la mano a su cabello para que confíe más en mí.

—Fue el día que él lo mató. Pero me atraparon otros de la manada para darle muerte a su hijo, o sea, yo, por la traición en medio del jaleo. Debía morir, hubiese sido un buen precio. Mi padre incluso renunció a mí con tal de obtener el poder. —Un puño llega a su rostro con toda la fuerza que estos brazos pueden tener.

—Me decepcionas —digo molesto.

Él no responde así que le golpeo otra vez, de nuevo sin resultado.

—Me enfermas —contesto a su silencio.

Sus ojos suben a mi rostro sin entender mis palabras y la mirada muestra vergüenza.

—Repite eso y yo misma me voy a encargar de que mueras de la forma más dolorosa posible. ¡Ja!, ¿merecer morir? Ridículo. ¿Pagar por el deseo ajeno? Es de imbéciles. La realidad es esta: tú eras un cachorro de mierda que no podía con dos licántropos. Tu padre te dejó de lado al punto que no le importabas más que el poder y tú aceptas pagar por sus errores con tu vida. Me das pena Rudolf —digo dejando salir mi cinismo, mi real rostro.

—Tus palabras son crueles, Daniela —me responde sacando los colmillos evitando los gruñidos.

—El mundo es cruel, tú no eres ya un niño como para permitírsete errores —respondo sin cambiar mi tono—. Sobreviviste, así que afronta las consecuencias de la vida y cumple tu papel, llevar a esta manada perdida a su punto de gloria de nuevo.

—Yo...no puedo, incluso estoy maldito —dice dejando de ser hostil.

—Tu maldición, querido Rudolf, es mi último regalo para tu corona, pero me deberás un favor, uno muy grande y lo pagarás cuando yo quiera —digo tomando su rostro entre mis manos para ver sus ojos, en cambio, los suyos me miran con curiosidad.

—¿Ya tienes la solución? Eso sería muy rápido. —Señala él, dudoso.

—Solo tienes un problema, pequeño —explico dejando salir mi sonrisa cínica.

—¿Cuál? —Responde.

—El padre de Diuna está muerto, así que él no podrá quitar la maldición que te puso. Dime, ¿qué vas a sacrificarle al demonio de los lobos de este bosque?

—¿Qué? ¿Insinúas qué fue él? —Apunta con curiosidad.

—No lo insinúo, lo afirmo —respondo.

—Estás cruzando la línea —contesta él.

—Pediste mi ayuda, te doy la respuesta —digo sin cambiar mi tono.

—Dime por qué lo crees —exige él.

—Tu maldición nació la noche de la rebelión. Fue justo por salvarte. Esa noche murió el jefe de la aldea, su vida era suficiente para maldecir, hacer que la descendencia de tu padre no llegara al poder, así volvería a manos de Diuna. Tu padre lo sabía, por eso te dejó morir; lo que no contaban con que Diuna te tomara aprecio y yo te salvase esa noche —le explico suavemente.

No puedo decirle la verdad. Sabía de forma previa que Diuna era la verdadera sucesora de este clan, porque ella conocía el secreto mejor guardado de las criaturas mágicas; que su existencia es prestada de demonios. Cosa que no sabe Rudolf por haber tomado el poder a la fuerza. Parece que el padre de Diuna lo comentó con su hija y por eso ella lo sabía, es algo que se pasa de generación en generación. Por último, el demonio que maldijo a Rudolf tiene que ser el mismo al que se le rendía tributo en ese colegio, ya que por eso esa loba lo conocía. Es, por tanto, el que dio la semilla inicial de esta manada.

—Sabes más cosas que no me dices —Deja salir el lobo.

—Sí —le respondo.

—¿Qué debo hacer para romperlo? —dice él.

—¿Harás lo que te diga? —le cuestiono.

—Eres mi última esperanza, Daniela. Tienes razón, ya en este punto no tengo alternativa, debo dar la cara.

—No será fácil, pero te diré luego, ahora estás a la defensiva —le comento.

—¿Tú también fuiste abandonada? —Sus palabras impactan en mí como una flecha.

—¿Qué dices? —le exijo.

—Tienen que haberte hecho mucho daño, para pensar de la forma que piensas. Tener esa facilidad para tomar decisiones y esa mirada tan vacía en tus ojos. —Sus manos me aprietan con fuerza dándome un abrazo que no le pedí —Eso no te importa —expongo.

—Sí, lo hace, me estás ayudando a salvar mi vida, déjame salvar la tuya —dice Rudolf.

—No digas tonterías, estoy donde quiero estar, soy quien quiero ser. ¿Sabes cuánto me he esforzado como para que me saquen de mi lugar? Ni te atrevas. Voy a llegar al final, y voy a hacer que se arrodillen ante mí pidiendo clemencia —expongo mis palabras perdiendo el norte, a lo que responde dejando un beso en mi mejilla, acto que calla todo el espectáculo.

—Me ocultas muchas cosas, pero está bien, sé que te voy a apreciar igual —comenta sonriendo para deslizar las manos por mi cabello.

No me apreciarás, me odiarás.

Me matarás el día que sepas que soy Lewis Roosevelt, ese mismo que descuartizó a tu prometida.

No puedo tampoco subestimarlo, él sobrevivió a toda esa infancia, intentos de asesinato, abandonos. Maldiciones de muerte sobre sus seres queridos y sobre él mismo. Pobre Rudolf, oh, pobre Rudolf. Ven, déjame guiarte hacia mí, yo te salvaré, solo debes ayudarme.

Llevo la mano a su cabello y le acaricio, cosa que hace que él sonría levemente. Diría que es la forma más fácil de manipularlo, pero esto que está aquí es un espejismo. La verdad, acepto que soy de los seres más crueles que he conocido.

Cuando llegamos me separo de él para ir a una roca a sentarme a descansar. Le observo dar las órdenes. Se cancela la caza nocturna porque hay un peligro mayor acechando el campamento, todo lo que le dije. Las personas se notan mucho más receptivas entre su victoria aplastante sobre Glaucous y la masacre que hizo con esos ghouls. Su supremacía ya no quedará puesta en duda.

Solucioné algunas cosas, pero necesito saber quién demonios puso las marcas. Tengo que interrogar a Glaucous en la noche, será la mejor manera, por suerte me queda tiempo, bastante.

Kara se sienta a mi lado y dice algo en voz baja.

—¿Entrarás a la manada? Si el jefe te muerde podrías ser de los nuestros, aunque cualquiera podría. —Mueve la cola, se le nota triste y a la vez trata de ser amable.

—¿Sería divertido, no crees? —Y también imposible, mi sello no me permite desarrollar magia en mi cuerpo, incluso las magias más convencionales, por eso es posible que este cuerpo de arcilla me empiece a fallar pronto.

—Bueno, es que has animado al jefe, desde la muerte de Diuna ni se aparecía por el campamento. Él a menudo huye de aquí, ahora está organizando todo, siento que se ocupará de nosotros —dice ella jugando con el mechón gris de su frente.

Por supuesto, he estado trabajando en lo que debe hacer para tomar sus responsabilidades. Mis actos nunca son sin segundas y mucho menos en vano.

—Solo le hice una sugerencia, él es muy fuerte, lo que ha estado solo. Kara, si me pasa algo, quiero que lo cuides, sé su amiga, ayúdalo. Te prometo que verás a una persona muy buena, inocente e incondicional —le comento tomando su mano para sonreírle amablemente.

Ella se ruboriza cubriendo sus mejillas rápidamente.

—Yo, yo no soy digna, además...usted está...él... —dice nerviosa.

—Te gusta él —completo sus pensamientos.

—¡No! Solo lo admiro, ha pasado por mucho, incluso una vez le vertieron acónito en la comida y sobrevivió luego de estar al límite. Incluso lo golpearon entre todos... —Responde ella.

Eso es imposible para cualquier lobo. Rudolf parece tener una resistencia extraordinaria incluso entre los de su especie. Lo más probable es que por eso Diuna haya tenido que recurrir a un demonio para tratar de acabar con su vida, porque de otras formas le resultó una tarea titánica. Es posible que sea un tipo de inmortalidad bajo condiciones muy estrictas.

—¿Alguna vez lo ayudaste? —digo.

—No... —responde ella bajando la cabeza.

—Está bien, puedes hacerlo a partir de ahora —le manifiesto acomodando el cabello detrás de su oreja, la muchacha se sonroja ante mi gesto para terminar mirando a otro lado.

—Sí. ¿Sabe? No me disgustaría usted como jefa —dice ella.

Ni lo sueñes, eso no va a pasar. Me muero por llegar a casa a bañarme.

Pasan varias horas donde sigo como un fantasma a Rudolf por todo el campamento, asegurándome de que haga las cosas bien. Las personas me siguen mirando raro, pero no importa, no estaré aquí mucho tiempo.

Llega la noche y me dejo caer en la cama de Rudolf con los pies agotados, no están adaptados a largas caminatas. Miro el techo de pieles y solo dejo escapar insultos internos por la incomodidad de la cama.

—Una lástima que se cancele la ceremonia de mayoría de edad. Aunque es lo mejor para mantener la seguridad de todos —explica él entrando.

—Yo solo sé que por ahora no deben merodear mucho los alrededores y si es necesario, bajar a la ciudad a mezclarse —expongo dándome la vuelta para mirarle.

—No es posible una convivencia con las ciudades —dice él tirándose a mi lado—, no es lo nuestro.

—Bueno, por ahora debes pensar en lo que los mantenga vivos. Por cierto, ve al internado Lemelyane.

—Ese sitio. ¿Por qué? —Suelta él con recelo.

—En su subterráneo está el sitio que buscas. Allí podrás ver cómo arreglar tu problema —respondo mirando su lengua.

—Es donde estaba Diuna. ¿Entonces ella había encontrado la forma para salvarme? ¿Ella dio todo por ayudarme hasta el final? —comenta él dejando ver una profunda tristeza en sus pupilas.

—No lo sé, no la conocía —contesto con la verdad, o eso creo.

No olvido como Diuna me dijo que deseaba su muerte. ¿Y si quizás fue una mentira para que yo, un Roosevelt, no supiese de la maldición de Rudolf y no me metiera? ¿Quiere decir que si le amaba?

Mi mente da vueltas sin dejar de verle a los ojos, estoy sumido en mis memorias y cuestionándome la moral que todos estos años pensé que tenía desde que sus palabras me atormentan con inocencia.

La mano de Rudolf se posa en mi mejilla para acariciarla y luego esconde su cabeza en mi pecho. No le escucho llorar, solo hace silencio y dejo caer los dedos sobre su cabello acariciándolo.

—Sea como sea. Vas a salir de esto —respondo, pero yo solo quiero utilizarlo, si lo salvo es porque puede ser un buen peón, luego—. Voy a salir a caminar por el campamento un rato.

—No, no te vayas —dice él sin soltarme de la cintura, comienzo a sentir algo húmedo en mi pecho.

Suéltame, me estás castigando. ¿Es este el precio que debo pagar? Ella atacó a Bralen, solo en ese punto decidí matarla. Ella me iba a matar a mí en cuanto se liberara de esos hilos. Era ella o nosotros. Como tú me odiarás el día que sepas que hice eso, yo lo haría de nuevo y mucho antes si llego a saber que iban a resultar así de heridos.

—Rudolf, algún día matarás a Lewis Roosevelt, ¿no? —digo sin dejar de acariciar su cabello.

—Sí, juro que lo haré, en el nombre de Diuna —expresa él con la voz ahogada.

—Es así, debes hacerlo así. Algún día podrás matar a ese imbécil —digo aguantando la risa en su espalda.

No es por burlarme de él, sino de mí mismo, de esto en lo que me he convertido. Sin arrepentirme siquiera, prefiero que si debo morir sea a manos de él, que de Victoria.

Pero te lo advierto, si quieres mi cabeza, estaré dispuesto a tomar la tuya.

La guerra es así, y yo soy un Roosevelt.

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