Cap25: El inocente niño del unicornio
Camino por el bosque luego de haberme quitado los zapatos altos de mujer, prefiero sentir las imperfecciones del terreno con la planta de estos, que portar esos objetos de tortura femeninos. Hacía años podía calzarlos sin problemas para el trabajo en la oficina, ahora no los soporto. Incluso la tela del vestido se me enreda en mi entrepierna y me es molesto, forzándome a separar las piernas a cada paso.
Evito los árboles, principalmente los que tienen el tronco destrozado simulando bocas y ojos con savia que se desliza por las aberturas. Ya conozco su naturaleza de animarse ante las visitas y querer usarlas de abono. También veo a lo lejos algunos fuegos fatuos flotando, será una noche algo movida, pues estos suelen estar sobre cadáveres.
No solemos venir mucho acá, no es que haya algo de interés para la ciudad en el bosque y siempre se le ha tachado de peligroso. Es de las medidas que usa Lewelyn para evitar que los humanos vaguen por esta área, ya que rara vez vuelven.
Mis oídos se alertan ante el crujir de unas ramas, pero el ser que lo provoca resulta invisibles a mis ojos dejándome sin objetivo probable. Suele haber dos tipos de seres que son capaces de eso y el hecho de que haya dejado cuatro marcas de patas en la tierra, significa que es ese que ya no logro ver, el unicornio. Posiblemente siga en el mismo sitio escapándose de mi percepción.
Siento que su mirada se clava en mí, es algo que no puedo confirmar, pero hace que mi cuerpo se enfrié, tal como si trozos de hielo se deslizasen por mi cuello haciendo que mi cuerpo se tense. Está así unos segundos, ambos quietos, hasta que el unicornio sigue su camino y yo continuo con el mío.
Ignoro las sensaciones de las ramas, piedras e insectos bajo mis pies descalzos al aplastarlos. Decido seguir hacia el lugar de la laguna donde estaba el unicornio aquella vez que obtuve su crin. Realmente no sé dónde está el campamento de los licántropos y no será fácil encontrarlos si ellos no quieren. Realmente lo más difícil será que no me asesinen nada más verme como un intruso.
Llego a la pequeña laguna llena de brillos en la superficie, luciérnagas, es como si flotasen sobre el agua oscura y espejo del cielo. La Luna creciente se asoma en el cielo y de ella proviene la poca luz que alumbra todo. En cambio, veo a un joven de espaldas y con pieles de ciervo a la cintura como única ropa. El cabello corto y orejas de lobo, a la par que la cola, le delatan.
Parece estar llorándole al lago, se limpia las lágrimas y lanza piedras, con ira, soltando todo lo que tiene dentro o al menos intenta. Deja salir un aullido desgarrador para cualquiera a quien él pueda importarle y grita el nombre de la difunta loba que asesiné. Parece que él no tiene idea de lo que ella planeaba en lo más mínimo.
Me trato de acercar para ver quién es, aunque supongo que sea su conocido, y escuchar la conversación, paso a paso, parece que aún no me detecta. De haberlo hecho, me está ignorando.
—Diuna, juro que mataré al maldito que acabó contigo, lo juro por todo lo que importa —dice el lobo lleno de rabia, toma una piedra y la vuelve a lanzar, esta vez dejando que su mano se vuelva la de una bestia—. Juro que te mataré, maldito verdugo, malditos Roosevelt.
Sus palabras hacen que retroceda un paso por instinto y el uso del vestido hace que mi pie se enrede y caiga de espaldas al suelo. Ante esto, el joven voltea a mirarme con sus profundos ojos amarillos de iris oblicuos llenos de lágrimas y los labios fruncidos por la ira, algo que borra al instante.
—Perdón, estoy perdida —digo tratando de sonar femenina y frágil, pero no puedo evitar que mi voz salga similar a la que finjo para ser hombre.
Él corre a cuatro patas y se coloca arriba de mí, tomando mi cuello, sus ojos se afilan y olfatea. Revisa el color de mis ojos mientras con su mano hace reparo en mis cabellos blancos antes de tomar la tela de mi atuendo y hundir su nariz en esta.
—¿Te conozco? Hueles familiar —me dice sin soltarme.
La presión que ejerce hace que sea difícil respirar bien, aun así lo disimulo como puedo tratando de hacerme a la idea de que este cuerpo no necesita aire en realidad.
¿Cómo es posible que solo tenga trece años este lobo?
¿Qué demonios comen en el bosque?
Me esperaba un niño o algo más joven, maldito pulgoso. Se atreve a tomar mi cuello así y olfatearme como a otro perro, es una falta de respeto enorme a mi linaje. Cualquier otro en su posición ya hubiese perdido cada pedazo del cuerpo con el que se ha atrevido a hacer contacto.
—Rudolf... soy... yo... me perdí, ¿no te acuerdas de mí? —digo para ser liberada y recuperar cada segundo de aire que perdí por instinto, mostrando un lado frágil mío que no existe y de hacerlo, no sería tan sumiso ni patético.
—¿La niña que me ayudó aquella noche? —responde más calmado y me levanta por la cintura sin esfuerzo, yo me limitó a sonreír para él. Irrespetuoso, no debes tocar el cuerpo de extraños así.
—Sí, perdón. Me perdí porque mi familia fue atacada por... —Trato de buscar la excusa perfecta, pero me distraen sus ojos llorosos, al menos se nota que ha estado llorando por un tiempo prolongado, por lo que llevo mi mano a sus mejillas y las limpio—. ¿En serio, llorando a esta edad?
Me cubro mi boca al dejar salir esas palabras de forma natural, debí frenarme. Llevo sin llorar desde hace mucho, pero mucho tiempo, desde que cada lagrima llegó a significar que tendría motivos para soltarla a un nivel aterrador si padre o alguien la veía. Me sorprendió no haber soltado nada cuando los daños a Bralen, quizás solamente esté lo suficiente corrompido.
—No te importa —me dice gruñendo para toma mi mano y la vuelve a oler—. No olvidaría tu olor. Ni tus cabellos blancos, tampoco tus ojos oscuros como la noche.
—Gracias por el cabello de unicornio, me salvaste la vida con ello —digo tratando de sonreír y él mira mis labios para aguantar la risa.
¿Tan mal lo hago?, sonreír.
—Me alegra que te haya servido —sus palabras denotan un silencio prolongado entre nosotros hasta que lo rompe en un tono bajo—. Te quería buscar, pero luego de todo el caos no me dejaban salir de acá. No suelo tener esos ataques de rabia, perdón por lo que viste.
Sin previo aviso, me carga en su hombro con una facilidad sobrenatural, relevándome a la posición de una simple muñeca de barro.
—¡Yo sé caminar, bájame! —grito.
Mo resuelvo por darle golpes en la espalda, los cuales parecen toques de plumas. Ay, qué asco con este cuerpo tan débil e inútil ante enfrentamientos en fuerza. Él para colmo se ríe de mis intentos, los ve como algo de niños sin reales intenciones de hacer daño. Mejor que lo crea así, desgraciadamente.
—Parecías más dura de pequeños, al final pudiste con esos dos tú sola. No me has dicho tu nombre —comenta mientras camina.
—No me voy a ir corriendo, tranquilo. Eres lo único que me queda —digo apretando las manos en su espalda y dejando de patalear.
Sí, la verdad nunca ha sido una opción, solo queda mentir hasta que crea en mí.
Pensé fingir que sería Victoria quien le visitó aquel día, pero parece odiar a los Roosevelt. Es normal, el bajo mundo sabe que fue cosa de nosotros, la muerte de su prima, de Diuna. Mi sorpresa es que se lleven bien, sobre todo por lo que planeaba ella.
—¿Me dirás tu nombre? Yo te dije el mío —me comenta.
Tras sus palabras, paso de ser un saco de papas a estar cargada al frente plan las princesas de libros de cuentos para niños.
—Soy Daniela, así me llamo —le respondo, realmente no importa que de ese nombre, nadie lo conoce ni se imaginaría lo que oculta.
—Es un nombre raro. Qué extraño, ¿extranjera? —me dice volviéndome a olfatear y llevándome a su anterior asiento.
—Algo así. —Cierro el tema de mi nombre con ello–. ¿Lograste deshacerte de las personas que se organizaron aquel día para atacarte?
—Solo eran esos dos, ¿no? Ya no ha habido más problemas luego de eso y en la aldea todo salió bien —me responde con cierta inocencia y seguro de eso.
Ay, no me lo puedo creer, este es tonto.
Parece que la impresión se refleja en mi cara, porque me toca el cachete y me lo jala, cosa a lo que reacciono dándole un puñetazo en el centro del rostro, aunque le da tiempo a detenerme de una forma en extremo fácil moviendo la cabeza a un lado.
—No es educado tocar a las personas sin su permiso —reprocho retirando mi mano, pero él sonríe.
—Me alegra verte de nuevo, Daniela —dice y me abraza por la cintura con cara de idiota, yo por dentro empiezo a contar para no decir algún improperio o romperle su autoestima, no soporto que me toquen.
—Sí... para mí también. Yo soy tu ángel guardián —voy contestando y su presión hace que el aire no sea fácil de lograr.
No veo mi rostro, aunque segura estoy que se debe estar poniendo morado y la voz no sale más por la presión que hace sobre mí. Él por suerte se da cuenta y me suelta, cosa que hace que tenga que apoyar las manos en mis rodillas y retomar aliento por mi incapacidad de reconocer que no necesito respirar.
—Perdón, es que en mi tribu no son tan débiles en físico. Oh, no quiero decir que seas débil... eres fuerte, mucho, pero... —Trata de buscar las palabras adecuadas.
Es sumamente evidente que quiere ganarse mi buen favor, mi lado más positivo y no meter la pata infravalorando mis capacidades. ¿Por qué?, tampoco pensé que se acordara de aquello, pensé que me mataría y tendría que probar varias veces el intento de contacto.
—Soy tu guardián, como una pequeña persona que existe para solucionar tus problemas y salvarte, también tu cerebro —digo cruzando los brazos y pensando que justamente le falta eso, cerebro—. Solo no me toques tanto, no me agrada el contacto físico.
—Eres humana, no tienes algo que puedas hacer en el bosque. A demás, no quiero que te maten o lastimen. Así que quédate en este lago, es un lugar seguro. —Su mano se posa sobre algo y lo acaricia, justo abajo están las pisadas del unicornio.
Imposible, imposible, no puede ser que él todavía sea capaz de verle. ¿Qué tan aislado de la maldad d este mundo e ingenuo tienes que ser para continuar viendo a ese animal sin perder tu pureza? Eres increíble y no precisamente de la manera que alagaría. Un líder no puede ser inocente o su pueblo pagará su mano blanda contra quien los hiera.
—Tú... ¿Qué tan inocente eres? —Puedo sentir el tic nervioso en mi ojo activarse por la sorpresa.
—Eh, ah, sí, sé que es raro, pero no he hecho algo que pueda hacer que lo pierda —responde él rascando su cabeza—. No digas nada de esto a la manada o se burlarán de mí.
—No, no lo diré, estoy de tu bando. Escucha, Rudolf, esos dos que te atacaron no fueron los únicos. Debe haber más que están en contra tuya y querían que tu prima fuera la Alfa de ustedes —digo de forma seria.
—Eso es imposible, Diuna nunca haría eso —sentencia él y por primera vez se muestra receloso, es mejor parar por ahora.
—Está bien —respondo sin probar fuerza.
¿Debo encargarme de esto entonces manipulándole a él también? No hay nada fácil acá, necesito mejor mano de obra...
Tomo su brazo y comienzo a revisar su cuerpo, el hecho de que traiga poca ropa hace que sea más fácil. Él, por su parte, se sonroja cuando aparto la tela de piel de animal para revisar sus lugares íntimos sin reparo y aguanta mis manos como un rayo de veloz.
—¿Qué haces? —Me inmoviliza con la voz nerviosa.
—Veo tu cuerpo, ¿no puedo? —Busco que no tengas marcas con signos de hielo y por suerte no tiene, está limpio.
—Tienes esas intenciones... —Me vuelve a cargar como saco de papas dejándome saber que lo que está pensando dista demasiado de mis intenciones reales. Sucio pervertido de mente...
—¡Oye! Yo puedo caminar —exijo en voz alta mientras nos adentramos en el bosque.
—Eres humana, pero mientras andes conmigo no te deben de hacer daño, me respetan. —Su mirada se torna algo triste—: O al menos respetaban a Diuna.
Me rindo y dejo caer mis brazos y piernas como peso muerto. Parece que asesiné a su persona más preciada. Te agrada Daniela, pero, ¿me matarías si te enteraras de que soy Lewis? Sí, definitivamente sí. No tengo ningún tipo de camino disponible donde pueda decirte la verdad, niño.
—Debió ser una buena chica, esa tal Diuna. Hablas mucho de ella —digo de forma casual.
Buscando más información, validando su pensamiento sobre ella para que entre en confianza.
—Lo era, ella siempre me defendía cada vez que podía. Yo, en cambio, era muy débil y soy incapaz de hacer bien mi transformación completa. Solo en luna llena con el descontrol —dice dejando notar la tristeza en la voz.
¿No se supone que ella le quería matar?, algo no me cuadra. Quizás simplemente era amable con él para aparentar.
—Supongo que sí —contesto.
Me abstraigo mirando el cielo y sintiendo en mi cabeza como esa luna se completa llevándome al pasado. Recuerdo a Bralen al borde de La muerte, la sangre saliendo del rostro de Charlotte y a Helios amputando las extremidades de esa bestia bajo mi orden. Su rostro, esa escena, vivirá en mi mente como recordatorio de que no puedo bajar la guardia ni un segundo.
Decirte algo del crimen de ella y la sentencia que le di sería condenar la misión a que destruyas cada cuerpo de arcilla y vayas a por el real.
El lugar donde llegamos no es ni siquiera un cuarto de civilizado de lo que es la ciudad. Las mujeres poseen cuerpos musculosos y entrenados llenos de heridas como las mías, cosa que realmente considero mejor que este escuálido barro que poseo ahora mismo para proyectarme aquí. Solamente cubren las áreas como pelvis y pechos en las féminas, todo lo demás lo ignoran, aunque creo que realmente así demuestran su poder, la fuera. Incluso tienen lobos normales dando vueltas por el sitio a forma de mascotas, algo poético teniendo en cuenta que ellos son bestias lobo.
En este mundo hay un sin número de tipos de criaturas mezcladas a los animales, dado que los hombres lobo solo son una rama de todas las variedades que hay. Un ejemplo sería el conejo que siempre anda con Victoria, misterio que a día de hoy me sorprende ver con vida.
No tienen tiendas, pero sí una fogata en el centro, a la par que cráneos de animales y uno que otro de humano decorando el sitio para evocar terror en esas almas que se atreven a pisar su bosque.
Rudolf me lleva a cuestas por todo el lugar y las personas clavan la mirada en mí. Pálida, de cabellos largos y blancos, sin un ápice de musculatura, soy todo lo que representa la debilidad para esta gente junto al parecido a los verdugos. Odio sentirme así de evaluada en negativo, odio que me pisoteen con el pensamiento siquiera mientras a no ser que sea para disminuir la preparación en mi rival.
—Rudolf, ¿qué demonios haces?, ¿por qué traes un humano al campamento? Ah, debe ser la cena de hoy, ¿no? —comenta un hombre de un metro noventa, la saca una cabeza a mi compañero.
¿Cómo demonios este crío de trece años logra controlar a esta manada de bestias?
—No, no es la cena. No se toca, Glaucous —responde mi compañero alegremente y sacando los colmillos por inercia. Las garras, por otra parte, ahora hacen presión en mi espalda lastimándome, pero no me quejaré para no llamar más la atención.
—Insolente, este no es tu patio de juegos. Diuna está muerta, tu padre y tu tío también. No creo que seas él indicado para manejar este sitio. Eres solo un escuálido enano —escupe las palabras y mis ojos se fijan en la marca de hielo en su cuello, ¡bingo, uno!—. ¿Ahora también eres un estúpido se deja engatusar por una asquerosa humana?
Ah, ¿Porque aquí también es así? Claro, siempre verán de inferiores a os humanos a donde vayamos.
¿Rudolf, eres el débil protegido de tu manada?
Ese hombre me da asco, quiero hacer que se trague su propia lengua, si no lo hace él, lo haré yo.
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