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Cap24: Arcilla

Llego junto a Helios y Charlotte a la mansión del Conde Walker. Avanzamos por los pasillos rojos y caobas perfectamente decorados, guiados por una sirvienta. Me sé los caminos de este sitio, posiblemente mejor que ella, pero hay que seguir las formalidades.

En el salón principal que hay que atravesar para llegar a cualquier sitio de esta mansión, se alza un cuadro de dos metros de la esposa fallecida de Walker. Uno donde porta un atuendo negro con bordados en dorado mostrando una sonrisa juvenil y pura. Lo más llamativo es que sus cabellos son blancos justo como los de mi familia, pero a la vez presenta ese rojo en las raíces tan propio de este aquelarre. Su rostro es parecido al de Lyra, pero más inocente y dulce.

A diferencia de otras veces, esta vez nos llevan al invernadero, hecho extraño al ser de noche. Debo admitir que en este mundo las estrellas se ven mucho mejor, también la Luna. Será por la ausencia de tantas luces a diferencia de las grandes ciudades en las que viví.

—El conde Walker ya viene, señor Roosevelt —comenta la mucama de pecas en el rostro antes de retirarse y dejarnos a Helios, Charlotte y a mí en la sala a solas. Creo que el nombre de la mujer que nos atiende es Alicia, pero no tiene importancia recordarlo.

—Tan impuntual como siempre —comento a Helios y observo las diferentes flores del lugar, mayormente rosas rojas tan impropias de Ciudad Narciso.

—Espero que Bralen esté bien —dice Charlotte nerviosa.

—Debe estarlo, esperemos que su cuerpo se cure de buena forma —responde Helios.

La puerta de cristal del invernadero se abre y el conde, de largos cabellos rojos, avanza hasta nosotros con su usual sonrisa embaucadora. Es de las pocas personas que no logro leer, junto a mi padre. Sin embargo, tengo siempre presente la descripción de su persona que me propicio Helios, algo que no me hace pensar que sea totalmente falso, mas no bajo la guardia.

—Joven Roosevelt, un placer volverle a ver —dice tomando asiento e invitándonos a sentarnos.

A sus ojos y a los míos somos un perro y su amo, pero es algo necesario, al menos por ahora. Contra todo pronóstico, él fue quien me enseñó otro lado de este mundo, un lado para el que me maldijo desde el vientre de Lyra haciéndome capaz de verlo.

—Conde Walker, tan puntual como siempre —digo sentándome—. ¿Cómo sigue el estado de Bralen?

—Por ahora bien, necesito que termine de regenerar más partes de su cuerpo para que pueda recuperar la movilidad. Agraciadamente, se encuentra fuera de peligro. En dos meses debería volver a su estado normal —nos explica Walker.

—¿Cómo es su proceso? —pregunta Charlotte nerviosa y sin permiso, para terminar disculpándose repetidas veces por su interrupción.

—Ayudo a su regeneración con uno de los cuerpos artificiales creados por mí, luego voy sustituyendo las partes por el suyo original según se recupera. —dice con una amplia sonrisa el conde sin molestarse por el atrevimiento de su aprendiz—. Sobre el tema de los copos de nieve.

—Sí, ¿averiguó algo de ese asunto? —le pregunto mientras que Charlotte suspira más calmada al saber que Bralen se mejorará.

—Es una maldición hecha por algún demonio menor. Se asoció con alguien para ello, alguien compatible naturalmente. Lo extraño es que se relacione con la manada de licántropos y también con la iglesia. Parece que forzaron la llegada del nuevo cura, aun siendo criaturas sobrenaturales —explica William Walker.

—Entiendo, por ahora el único punto de conecto que tenemos es Diuna, y su clan —comento.

—Sí, aun así no serían todos, quizás nadie sepa. Tampoco entiendo por qué el actual jefe pondría en peligro el clan como para que ella se atreviera a intentar asesinarlo por la espalda —dice él.

—Conde, averiguaré esto, pero, en cambio, tengo dos peticiones —le comento.

—Claro, solo debe enunciarlo, joven Roosevelt —me dice él con una sonrisa amplia y mirando mis ojos.

Parece disfrutar del hecho que le pida algo. Para mi suerte, no ocurre con regularidad y suele estar él del otro lado de la mesa de favores.

—Una es que me haga dos cuerpos artificiales para Helios y para mí, de los suyos de barro, no debería ser difícil. La otra es que me cuente lo que sabe sobre el demonio que le mostré aquella vez. —Le expongo mis peticiones.

—Realmente podría, aun así, es mi deber informarle que estos no durarán demasiado tiempo, tampoco su fuerza, y vuestros cuerpos estarían dormidos. El de su sirviente me costaría más, no podrá ir contigo —me explica él.

—Su alma —apunto.

—Exactamente, no puedo armarle un cuerpo artificial, porque no tengo cómo llevar su alma dentro de este. Ya que no tiene su alma aquí. Helios está muerto, como los demás vampiros que crean los nobles. Que los Roosevelt olviden eso por su particular condición de conservarla es algo divertido. Tendrá que hacer lo que quiere solo, mi pequeño artista —me dice amablemente el conde.

—Si no hay remedio, lo haré yo solo. Entonces hará una réplica mía, pero femenina y que le queden las medidas de este vestido —le comento para que Charlotte le entregue la bolsa que carga.

—También deberás quedarte en mi mansión el tiempo que esté activo el hechizo. No puedes alejarte mucho de mí. Recuerda que los cuerpos de barro son fáciles de romper. Evita golpes bruscos y demás. ¿Volverá mañana para ello? —me pregunta con curiosidad.

Eso me molesta.

Estar inconsciente cerca de él sería un peligro, más si eso le permite hacer lo que quiera con mi cuerpo. Que descubra que su maldición funcionó tal y como esperaba sería un gran riesgo a correr.

—Yo estaré a su lado el tiempo que se lleve a cabo el hechizo —comenta Helios.

—¡Yo también! —grita Charlotte apresurada—. No dejaré que nadie toque al joven amo.

No creo que ellos puedan contra el conde Walker, incluso juntos, pero aun así me resulta gracioso que se ofrezcan tan abiertamente. No puedo decir que me desagraden sus ofertas, aunque sean innecesarias en caso de un real problema causado por el brujo.

—¿Qué garantía tendré de qué no hará nada indebido? —expreso calmado.

—Nuestra alianza joven Roosevelt —indica él, pero no me parece nada confiable.

—Acepto, en caso de que haga algo, voy a empezar una purga para eliminar a los traidores —digo en un tono formal.

—Siempre me ha gustado su forma limpia de hacer las cosas, todo tan preciso —expresa el Conde—. No me arriesgaré a perder sus servicios.

—Hagámoslo hoy, no puedo dejar pasar mucho tiempo.

—¿Seguro? —argumenta él—. Que vaya donde los licántropos con un cuerpo falso no quiere decir que no vayan a destruirlo.

—Tengo mis medios, no es de su incumbencia como lo maneje fuera de aquí —le respondo.

—Bien, si es así, acompáñeme —me dice para levantarse de la silla y comenzar a caminar hacia dentro de su mansión dejando detrás el invernadero.

Mantengo el paso firme a su lado, a pesar de todo, me saca unos quince centímetros o más, es demasiado alto y recto. No puedo decir que me desagrade más que desconcertarme. Ciertamente ha logrado arruinarme con su maldición, pero fue por un objetivo que apoyo. Detener las atrocidades de los Roosevelt, no puedo echarle en cara algo como eso cuando yo asesiné al Blackburn por estar involucrado en el tráfico de personas.

William Walker, a diferencia de padre, hace todo esto por defender a los humanos y criaturas mágicas en un intento de igualar sus derechos. Lewelyn, por otro lado, solo los mantiene a raya mientras él esté por arriba de todo, mientras la familia lo esté, por avaricia y ambición.

—Esta es una habitación de huéspedes, podrá descansar acá mientras se encuentre activo el conjuro. Su cuerpo no se moverá acá para nada y podrá interactuar en el otro lado sin contratiempos —dice abriendo la puerta.

—Entiendo, ¿cuánto tiempo tengo aproximadamente? —respondo.

Entro a la habitación, está bastante decorada y elegante. Lo suficiente como para que los invitados pasen una agradable noche y no se queden demasiado tiempo. Siempre sin dejar de lado los colores principales de la mansión.

—Unas cuarenta y ocho horas, eso si no destruyen el cuerpo antes. La duquesa Roosevelt me ha proporcionado unos cuantos regresos forzosos —dice entre risas ante todos los destrozos que debe haberle causado Lyra en el pasado.

—Entiendo, puedes comenzar entonces —le respondo.

Me acomodo en la cama sin reparos justamente en el centro con el cuerpo extendido mirando el techo. Charlotte se sienta a mi lado con cuidado mientras Helios se mantiene en pie entre el conde y yo.

—Esperen, voy a buscar los materiales que necesito —nos dice el conde antes de salir de la habitación.

—Joven amo, cuidaremos su cuerpo mientras no esté, lo prometo —me dice Charlotte aguantando fuerte su bastón—. Me calma que vaya solo en mente, así estará a salvo. Yo no podría soportar que les pase algo. Aun así, cuídese por favor.

—Voy a estar bien, tranquila. Está en vuestras manos mi cuerpo, trataré de volver antes de las cuarenta y ocho horas —le contesto mirando el techo de lonas de la cama, unos con bordados dorados como el atuendo de la pintura de Lemelyane.

—Entonces por eso se estaba probando el vestido ayer. Aun así, ¿por qué quiere conservar su olor en el cuerpo de barro si usted nunca ha ido al bosque de los licántropos? —me susurra Helios acercándose a mi oído. Charlotte podría escuchar un cuchicheo, pero no más que eso.

—No tienes por qué saberlo, Helios. Me agradabas más cuando no hablabas tanto —le respondo mirando sus ojos.

—Usted me ha forzado a hablar, es el resultado de su entrenamiento —me dice mi sirviente.

Helios busca por la habitación una silla del tocador del cuarto y la coloca al lado de la cama junto a la cabecera mientras esperamos. Se sienta completamente recto, ni siquiera respira y todo signo de vida en su cuerpo se reduce al mismo que tendría un muñeco maldito extraído de una película de terror.

El conde llega con una bolsa de la cual chorrea el barro manchando el suelo. La coloca en el piso al lado de la cama y me observa unos segundos captando mi imagen.

—Comencemos. —Apunta antes de empezar a pronunciar unas palabras extrañas. Creo que en este mundo el lenguaje que Gabriel usó para los hechizos es el latín, aun así las escrituras mágicas son otras.

La familia Walker, especializada en el manejo de almas entre cuerpos, la creación de seres artificiales y capaces de modificar los cuerpos de los seres vivos. Un linaje de cuidado y que realmente da miedo a cualquier mortal. Su propia magia es la que les ha permitido gozar de algo cercano a la inmortalidad, ya sea sanando sus heridas o deteniendo el envejecimiento. Lo más sorprendente es el nivel de entendimiento en biología que deben tener para poder aplicar su magia, aunque supongo que sean aplicadas de forma general sin pensarlo mucho. La especialidad de Oliver, en cambio, me preocupa mucho más, a diferencia de la de su padre, no necesita consentimientos del afectado.

Veo cómo a mi lado la masa de barro va tomando mi figura o al menos una parecida a la de Victoria. Se alza desnudo el cuerpo y queda parado como si de un muñeco rígido se tratara, justo como Helios en esa silla.

Acto seguido, pierdo el conocimiento. Todo se vuelve un sitio oscuro como si un abismo me consumiese. Mi alma ahora mismo no debe estar en mi cuerpo.

—Lewis...Roosevelt. —Siento una voz fría llamarme desde la oscuridad, una desconocida—. Rompe la maldición, mátalos a todos y vuelve a mí.

Me giro para ver quién es y me veo a mí, a Lewis Roosevelt, pero con la forma masculina del Lewis original. Sus músculos son más acentuados y su aspecto masculino también. Es casi como una copia de padre. Sus manos están manchadas de sangre.

—Es tu deber si quieres sobrevivir Daniela, si no sobrevives perderás tu vida irremediablemente —dice una voz conocida, una voz que odio, la del demonio del cine. Esta voz viene desde otra dirección.

Me volteo buscando de dónde, pero no hay nada, solo estoy yo, sí, yo, mi yo real parada bajo una luz, vistiendo un vestido blanco de tirantes antes de volver su cuerpo uno masculino y con cuernos sobre un cabello esmeralda cubierto en humo negro.

Lo siguiente que siento es un llanto, uno de bebé, el cual me hace avanzar buscándolo y para no aparecer por ningún lado. Corro durante minutos en ese callejón oscuro sin nada más que penumbras.

—¿Dónde estás? —pregunto hasta detener mis pasos, cuando lo hago, miro el suelo y en este hay un niño de cabellos blancos. Soy yo, yo cuando pequeña en este mundo—. ¿Qué pasa?

—Yo no merecía esto, yo solo quería ser uno más de la familia, solo quería que Victoria me quisiera, solo deseaba no tener ese sello. Es culpa mía, sii no fuese un humano, todo estaría bien. Es mi culpa...es mía —dice el niño de pantalones cortos que abraza sus piernas y llora de espaldas a mí.

No puedo reaccionar, todo es tan confuso. ¿Dónde estoy?

—¿Lewis? —comento mientras intento tocarlo, pero desaparece al tacto.

Desde el frente veo tres pares de ojos escalofriantes en la oscuridad, rojos con detalles amarillos en sus iris. Siento el miedo invadir mi cuerpo antes de ser despertada de forma forzosa.

—Listo, está completado. —Escucho decir al conde Walker, su piel está pálida, parece que fue bastante difícil—. Es complicado hacerlo en cuerpos envueltos en pactos con varios demonios. ¿Por qué hay tres con usted?

Miro la habitación, todo está tal cual lo dejé, lo que había visto parecía solo un sueño, uno de mal gusto.

—No es importante —digo escapando de la situación.

—Sí, lo es, cuando regrese hablaremos de esto. —Su voz suena más seria que de costumbre. Sin embargo, no mantiene tanto esto, su atención cae ahora a mi cuerpo desnudo—. Se me hace curioso ver su mal humor en un cuerpo femenino.

Bajo la mirada y me doy cuenta de que estoy sin nada, enseñando mi nueva piel delante de Helios y William. No me altera, aunque se me hace incómodo que Helios me vea de forma tan directa, el conde por su parte se da la vuelta mostrando algo de respeto.

Me apresuro a tomar el vestido y portarlo adecuadamente, mi sirviente me ayuda a ponerlo como cada atuendo masculino que he llevado. Qué extraño se me hace que encaje un vestido en mí.

¿Así sería no fingir?

—Es interesante ver al joven amo con estas prendas —comenta Helios, él sabe que soy una mujer en realidad, así que solo lo hace para molestarme, al menos eso creo.

—Míralo bien, porque no se va a repetir —respondo retándolo antes de caminar hacia un espejo de la habitación.

Mis cabellos llegan hasta la cintura, mi piel es pálida y mis brazos no poseen músculos. Es un cuerpo bastante esbelto y de pechos pequeños. Las caderas tampoco son tan anchas, pero me gusta así. Es como ver a Victoria sin su manía de cortarse el pelo para diferenciarse de madre. El conde se acerca a mí por la espalda para colocar una capa negra sobre mis hombros, una de colores negros y sin muchos detalles.

—Vaya con cuidado, aunque sea un cuerpo de barro sentirá dolor ante lo que le hagan —me dice. Se le ve cansado, realmente parece que le costó realizar el hechizo en mí.

—Eso no importa, lograré mi objetivo. Cuando regrese tendremos la información necesaria para dar con el culpable, ese que marca los cuerpos con copos de nieve —digo con toda la confianza del mundo, no me voy a permitir fallar, no puedo fallar más.

El conde toma un mechón de mis cabellos entre sus dedos y me observa a los ojos para sonreír ampliamente.

—Nunca me has decepcionado, joven Roosevelt, aunque debería decir, señorita Roosevelt —apunta y por algún motivo me siento atrapada, como si esas palabras abriesen el telón de las mentiras que he estado ocultando tantos años—. Debe de molestarse, ya que odia que le digan así.

Se aparta de mí soltando mi mechón completamente blanco. Es cierto, lo dice por mis atuendos impropios de un hombre y que claramente va en contra de todas las normas de esta época. Debo calmarme. Por suerte no expresé nada en mi rostro y mis movimientos son todo menos femeninos.

—Vuelva a llamarme "señorita" y le cortaré la lengua, Walker —sentencio caminando hacia la puerta—. Helios, cuida mi cuerpo. Charlotte, tú también. Walker, si desea saber quiénes eran esas tres sombras que viste, más le vale que no le pase nada a mi yo que descansa en esa cama.

—No pretendo hacerle daño. Una pena que no confíe aún en mí —me responde Walker.

Yo, en cambio, salgo de la habitación hacia mi destino, el bosque donde conseguí aquella noche el cabello de unicornio, donde me topé con ese pequeño Rudolf doblegado por los propios miembros de la manada de la que debía heredar el mando.

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