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Cap2: Noche de lluvia

El siguiente capítulo es un fragmento de la película que vio Daniela antes de llegar al mundo de la novela.

Una habitación totalmente adornada con objetos blancos y dorados es testigo de los gritos de dolor de Lyra Roosevelt. Por las ventanas entran las luces de los relámpagos y el retumbar de los truenos. Aquellos matices puros y opulentos de la sala cambian a rojo en las sábanas de la mujer con cada esfuerzo que pone en su labor de parto.

—¡Ya casi, siga señora! —dice la partera.

—¡Sácalo, busca una daga y corta mi condenado abdomen! ¡Lo que sea! —Grita la duquesa Roosevelt.

Los alaridos no se detienen, se hacen cada vez más constantes junto a su mal humor. Hacía más de cien años que no pasaba por un dolor tan intenso como el de esa noche tan particular. Treinta de mayo, es el cumpleaños de ella y su esposo, pero ahora también será el de sus crías.

—¡Solo un poco más! —exige la partera relamiéndose los labios ante la sangre que presencia.

El escarlata tiene robada toda su atención y esto es lo que más desea la señora por su naturaleza de sanguijuela, solo la detiene el riesgo de perder su vida.

La tensión se hace mayor cuando comienzan los llantos de un bebé y la duquesa trata de reincorporarse para ver su sexo.

—¿Es un niño o una niña? —pregunta la duquesa con la voz débil; sin embargo, lo que realmente le preocupa es la raza de la criatura.

—Es...una niña...señora —dice la comadrona con cierto miedo —sus ojos son rojos.

—Desgracias, debía ser varón el primero —responde Lyra.

Su mirada es de rabia, pero por dentro le empiezan a concomer las palabras de su padre y los castigos por incumplir el único deber que poseen las mujeres Roosevelt.

La mujer coloca a la niña en una cuna finamente adornada con los colores puros de la madre y con tallados de murciélagos en un dorado realmente caro. La perfección y calidad, exactamente lo que algunos llamarían "nacer en cuna de oro".

—¡Señora, ya viene el niño! —Se siente la esperanza en las palabras de la sirvienta.

—¡Demonios! ¡Sácalo, condenada mujer! ¡Sácalo! —grita Lyra deseando que sea ese tan ansiado varón.

Continúan las labores de parto hasta que la segunda pequeña cae en manos de la madre y esta le mira con demasiado desprecio. Todos sus sueños y doctrinas caen al suelo hechos pedazos. Los Roosevelt solo pueden tener un parto, uno que mágicamente deben ser dos gemelos de sexo opuesto, siendo el masculino el primero en nacer.

—Algo anda mal...este tiene...ojos humanos, ¿qué hará? —responde la sirvienta para mirar a su ama con ojos acusativos.

Lyra observa el espejo de la habitación donde ella se refleja y su sirvienta no, siendo esta la mayor diferencia de los Roosevelt como vampiros nobles, poder conservar su alma que se refleja en los espejos. Nota como sus poderes se sienten más débiles, aun así, los usa para fraccionar el cristal y dirigirlo a toda velocidad al cuello de la partera junto al resto a otras partes de su cuerpo.

En cuestión de segundos, la cabeza de la partera cae al suelo, rodando hasta chocar con la pared. No se deja ver una gota de sangre saliendo del cuerpo, ya que todas y cada una de las venas solo poseen sangre coagulada. La imagen del cadáver viviente maltrecho en el suelo y adornado con los fragmentos de espejo sería algo que disfrutaría la duquesa en otras circunstancias, pero ahora solo encuentra ansiedad.

—Nadie puede saber de esto —susurra para sí Lyra.

La joven madre se levanta de la cama sin acabar de recuperarse, con su último bebé en manos y con el vestido ensangrentado. Coloca a la niña en la cuna adyacente a la de su hermana para sentir el golpe de realidad.

—Maldita niña, maldita. ¡Acabas de destruir a esta familia! —grita la madre.

Aprieta los colmillos hasta que le duelen y comienza a destrozar todo en la habitación. Los chillidos llenan la sala de nuevo, los guardias de la puerta no entran, les habían prohibido el paso.

No puede ser, nos vas a traer el deshonor, es lo que piensa la duquesa tras cada objeto destrozado.

La segunda bebé deja salir el llanto ante los gritos de la madre, quizás no es capaz de escucharla, pero de alguna forma podría sentir el instinto asesino a kilómetros de distancia. La señora Lyra Roosevelt se acerca a la niña para apoyar los dedos delgados y pálidos en los bordes de la cuna y presiona hasta fragmentar la madera, nunca una madre había odiado tanto el nacimiento de su pequeño.

—¿Cómo te atreves a llorar con esos sucios ojos negros? —le dice al bebé con cierto odio en su tono.

Lleva los dedos hacia la pequeña con las uñas dispuestas a sacarlos de sus cuencas, pero se detiene en seco al ver la sangre correr tras el tacto sin fuerzas en su mejilla.

—Estúpida criatura sin capacidad de regenerarse. ¿Qué demonios haré contigo?

Los ojos rojos de la madre muestran desesperación, sus finos rasgos están manchados de angustia, sabe lo que hizo, trajo la desgracia a su familia.

La mujer inclina su cabeza hacia atrás, despejando el cabello de su frente y manchando el blanco color de las hebras con la sangre. Una sádica sonrisa se dibuja en su rostro dando una imagen sumamente interesante.

—Voy a salir de esta. La mayor se llamará Victoria y tú. —vuelve a ver la cuna ya con más calma—. Lewis...serás Lewis.

Carga a los bebés con tacto gentil, uno en cada brazo, para su fuerza no es difícil. El sentido maternal aún no nace en su ser.

—Si alguna vez se descubre esto, la familia va a caer en desgracia. —Se acuesta en la cama con ambos niños, simulando un escenario feliz—. Cuando esté de cara a ese maldito brujo, le voy a arrancar el corazón y alimentaré a los perros con su cuerpo.

—Lyra, escuché el jaleo fuera —dice su esposo Lewelyn abriendo la puerta. Sus ojos van hacia el cadáver en el suelo—. Si tenías hambre podías haber pedido un aperitivo.

El hombre se acerca a la cama para sentarse al lado de su amada, sus rasgos fríos no dejan ver la felicidad en su rostro, pero en el fondo ellos son su cordura.

Él es la viva imagen de su esposa, correspondiendo a la tradición de nacer gemelos y engendrar entre ellos la futura descendencia. La única diferencia es lo fornido de su cuerpo y que sus cabellos son cortos hasta los hombros junto a una postura más erecta.

—No estoy de humor —expone Lyra y mira hacia la ventana, la lluvia se roba su atención —. Se llaman Victoria y Lewis.

Un trueno acompaña sus palabras y la iluminación del relámpago le hace cerrar los ojos tomando un largo suspiro.

—¿Ves cómo resultó ser un miedo infundado aquella maldición del brujo? —Dice el esposo sin saber que luego se tragará sus palabras ante aquellos ojos negros de la niña.

—Es real, Lewelyn, nació una humana. Debemos hablar con padre y preguntarle la forma de convertir en vampiros puros a los humanos. Seré la deshonra de la familia, el hecho de haber cargado en mi vientre a un alimento, ganado, escoria como esta me hace querer vomitar —responde Lyra dejando ver el desdén a su segunda hija.

Acaricia con los dedos suavemente la cabecita de Victoria, sin embargo, ignora a Lewis.

—Hablaré con Augusto y le preguntaré. Esto no puede salir de aquí. Perderemos nuestro puesto en la alta sociedad —responde el duque para cargar al bebé humano—. Regreso pronto, deja de hacer drama Lyra, esto se va a solucionar.

Lewelyn se levanta de la cama y sale por la puerta de la misma forma que entró.

Quedando sola en la habitación con su pequeña hija, la mujer cierra los ojos para sostener la cordura.

—Juro que te mataré, maldito William —nombra al brujo que acabó con su linaje.


Lewelyn Roosevelt se adentra en la sala privada de su padre, quedando atónito. Las paredes están cubiertas de sangre junto a un fuerte olor a ajo. Aquellos muros de ébano y perfectamente decorados que habían caracterizado esa sala, ahora están profanados por el olor de un extraño.

Un hombre mayor en edad, pero joven en apariencia, yace empalado en su silla de oro, saliendo la punta de esta por su boca tras pasar por el corazón. En ese mismo instante se desvanece hecho polvo, dejando solo los charcos escarlatas que ya habían abandonado su cuerpo.

—¡Padre! —Grita Lewelyn antes de intentar entrar en la sala, pero no puede por el olor.

En ese momento, un hombre de ojos amarillos se levanta del marco de la ventana riendo y ahora sentándose en el sillón aún caliente. Su ropa es de lo más elegante, hasta el último detalle. Sus cabellos llegan a la cintura, amarrados de forma trenzada y de color rojo como la sangre que mancha la habitación. Una sonrisa ladina y juguetona se hace presente en sus labios antes de hablar.

—Puedes venir también si lo deseas, pero ya no sirve de nada, Lewelyn. Con esto vuestro linaje ha llegado al final. La muerte de su cabeza y su descendencia profanada, simplemente perfecto. Si entras me lo pones más fácil, me permites asesinarte. Puedo hacer que queden solo dos. —ríe ampliamente como si aquello fuera la broma más graciosa de la historia.

—¡Maldito, juro que te voy a hacer pagar por esto! —sus manos hacen presión sobre la pequeña, a lo que ella responde llorando, pero él ni se inmuta.

—Hablas mucho. —se levanta y camina hacia él tranquilamente, disfrutando de todas sus expresiones y burlándose de estas—. Solo rectifico errores, me lo van a agradecer.

Lewelyn congela desde sus pies la sangre del interior de la habitación, pero se encuentra débil. Al menos eso hace retroceder a su enemigo a la par que también lo hace él cubriendo a la niña humana.

—No sé a qué se refiere, porque el linaje no se ha roto. La niña es un vampiro justo como yo —dice el albino con convicción.

Puede enfrentarse en duelo a ese hombre ahí mismo y arriesgarse a ganar o perder, aún si es así, pondría en riesgo la vida de la bebé y esa cría es ahora su prioridad, por lo que se aleja de la sala.

Para su sorpresa no es perseguido, esa persona de cabellos carmesí solo deja de responder sin atacar, por ahora había hecho suficiente, no es desesperado ni se deja provocar.

La estancia queda cerrada hasta que la guardia entra en ella para encontrarse el escenario tal y como estaba, la sangre congelada por todos lados y las cenizas de su líder esparcidas por el suelo gracias a la corriente de aire que entra por el ventanal. La lluvia arrecia su caída como si el cielo llorase, pero para los conocedores, realmente son los ruidos de celebración por la muerte de un monstruo.


Los minutos pasan y la mujer se mantiene junto a la niña tarareando una canción de cuna hasta que la puerta se abre de golpe regresando su esposo.

—¡Lyra! —llega el duque a la habitación, claramente turbado—. Ningún extraño ha venido, ¿o sí?

Lewelyn cierra la ventana recordando la escena grabada en sus retinas.

—No, y deja de gritar, quiero descansar —responde Lyra.

Ya una nueva nana se encuentra en la habitación cuidando a Victoria y las cenizas de la otra fueron retiradas junto a los cristales.

—Tengo malas noticias. —Mira a la señora regordeta de rostro pecoso y la hace salir antes de hablar poniendo a la humana en la cuna junto a su hermana mayor—. Padre está muerto —dice calmado, pero no parece tampoco ser desde un punto positivo, más bien es culpa de su incapacidad de demostrar emociones—. Fue William Walker, justo como lo describiste.

—¡Demonios! —comenta Lyra—. ¿Ahora qué hacemos? Estamos acabados.

—Hay una forma de crear vampiros puros y si Augusto la conocía debe ser real. —Quita la mano de su hermana de la boca tras ella empezar a comerse la uña del pulgar—. Eso me incomoda, no lo hagas —dice antes de seguir—. Debemos mantener el secreto de Lewis hasta descubrir cómo recuperar nuestro honor.

—¿Te das cuenta de lo estúpido que suena? —Repone alterada, dejando ver su irascibilidad.

—Sí, pero no vamos a ser la generación que dejó morir a su linaje y manche el apellido de los Roosevelt, hay que mantener este secreto, Lyra. —Toma la mano de su hermana.

—¡Todo es un maldito desastre! —Abofetea el rostro de su esposo y se lanza en la cama, con continuos lamentos.

—Hay momentos en los que no te soporto. —el anillo de la esposa daña su rostro y de este sale una línea de sangre, en menos de un segundo la herida se cierra—. Por ahora mantendremos esto en secreto, no puede saberlo nadie en el castillo ni en el mundo, solo los Roosevelt. A ojos de todos esas niñas son ambas puras, Lewis heredará todo el Bajo Mundo y tú, tú mi querida Lyra. —Se sienta en la cama y recoge con sus dedos un mechón de cabello de su esposa—. Cumpliste bien tu misión de crear nuestra descendencia.

Así nacen las cadenas que llevaran a esta familia de gloria hacia la oscuridad.

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