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Cap15: La danza de Lyra

Los rayos del Sol me dan en el rostro haciéndome saber que es hora de dejar de fingir estar dormida. Estiro la mano hacia mi lado deslizando los dedos sobre el abdomen del hombre que pasó esta noche conmigo, un abdomen muy bien trabajado. Sin embargo, ni siquiera recuerdo su nombre, ni tampoco me interesa. Creo que es uno de los sirvientes de Lewelyn, esos nuevos que trajo del exterior.

Me levanto desnuda hasta el armario sintiendo el frío del suelo en mis pies descalzos, no buscando precisamente mi próximo atuendo. Al abrir las dos puertas me encuentro a mi sirvienta sentada en el fondo, en silencio y observando por las rendijas tal como le ordené. Su silencio es espléndido cual muñeca humana, una de mis nuevos juguetes.

—Vísteme —le ordeno sacándola de su estado de hipnotismo.

—Sí, señora duquesa —comenta ella para, de forma rápida, tomar el vestido que había preparado, llevándolo al baño en movimientos suaves y ligeros, manteniendo una elegancia en su andar tal y como le enseñé.

Sus movimientos se detienen para dejarme pasar delante de ella, no puede cruzar el umbral de la puerta antes que yo, porque sabe que la decapitaré.

Me adentro en la tina previamente preparada dejando mi mirada subir al techo soltando un ligero suspiro, uno de despedida a la noche. Qué refrescante es esto, por fin Lewis está lejos y Victoria va a encontrar un mejor matrimonio. Una lástima que mi pequeña deba irse de la ciudad para eso, no me agrada la idea.

Tomo la copa de vino con delicadeza, bebiendo el contenido como si este me permitiese pensar. Dejan varias en determinados lugares donde saben que hago estancia, cortesía de mi esposo. Me gusta beber, pero si no lo hago en grandes cantidades no podría siquiera sentir una pizca de su efecto, hay veces que solo queda simularlo y no es tan efectivo como quisiera.

Paso los minutos en el agua y veo que tres botellas están vacías a mi alrededor, es poco para ya ser las ocho de la mañana. Necesito más, pero se me olvidó encargarlas al proveedor.

—Esclava —comento llamando la atención de mi nueva adquisición—, sécame y coloca el vestido para este hermoso día. Es domingo, y debemos visitar la iglesia.

—Pero señora...—dice sobresaltándose y sin terminar de escupir sus palabras pero sé el mótivo de su sorpresa, los vampiros no podemos entrar a lugares sagrados. Moriríamos inmediatamente, calcinados hasta que no quede más que polvo.

—Este sitio no está cuidado por Dios, si es eso lo que te preocupa. Sus seguidores han perdido la fe y el encargado del lugar es un hombre corrupto—le contesto con una sonrisa amplia y bebo de la copa para luego buscar su mirada a través del líquido rojo.

Salgo de la bañera, dejándome desnuda delante de ella, deslizo mis dedos por mis labios haciendo que toda el agua de mi cuerpo se separe de este. Se apresura a alcanzarme el vestido de encaje blanco para preparar mi imagen en el tocador. Me distraigo apreciando cada detalle de mi belleza en el espejo hasta que siento el aroma de Lewelyn, dejándome saber que ya no hay ningún otro hombre en la cama, lo desapareció. Qué curioso es mi querido esposo, trabajo que me ahorra.

Una pamela blanca con los guantes a juego con el vestido, todo de encaje. Mis labios tienen un ligero color rosa y cabello perfectamente peinado, pero suelto solo con trenzas finas y delicadas. De mi boca no sale el olor a alcohol. Todo en mí es perfecto, yo soy perfecta.

Sin embargo, los gritos de discusión de mi marido e hija salen del despacho de este. Parece que le está comunicando quién será su nuevo compromiso, ella parece demasiado empecinada en Lewis, algo que mancha su perfección.

Una risa cínica sale de mí, años de tradición y reinados colgando de un hilo. Qué curioso, todo por mi culpa, por culpa de Lewis, por culpa de Williams y las cosas que me hiciste, padre.

Mantengo mi rostro sereno y salgo por la puerta cual diosa, pasos firmes y suaves, toda esa figura que desean ser las demás mujeres de esta sociedad, yo, Lyra Roosevelt, soy la perfección bañada de vicios, pero eso es la vida.


Una de las estructuras más bellas de esta ciudad se alza delante de nosotras mientras el Sol acaricia mi piel y yo mantengo las apariencias. Los ángeles tallados en mármol en la entrada como si cuidasen el sitio, siento que se ríen, siento que cantan ante mi presencia. Después de todo, mi madre ayudó con fondos para construir esta preciosidad y aquí soy una dulce devota que sigue sus pasos. Melodía, melodía para mis oídos y los de todos los que pisan este sitio porque así lo quiero y así lo corrompí.

El miedo de mi criada la hace dudosa de entrar, solo se atreve al verme hacerlo y me acompaña más relajada. Todas las mujeres me miran, lo que me hace dirigirme a un grupo de damas que previamente me habían guardado un asiento. Peleando educadamente para ver al lado de cuál me llegaría a sentar, tiernos corderos que quieren y ambicionan mi amistad. ¿No es eso también un pecado?

Ellas hablan de mis atuendos y mi perfección, hablan de mí y todo lo que desean, pero no tienen. Yo les respondo dándoles esperanzas y posibilidades dentro de la sociedad como la dulce persona que soy.

Comienza la misa y todas hacen silencio, ellas rezan y no pronuncio palabras, solo junto mis manos. De hacerlo podría salir bien dañada, quemar mi garganta y convertir en cenizas mi cuerpo. Rezar para un vampiro es como un suicidio.

Soy una buena ciudadana, me aseguro de ser quien más deje en el cepillo para pulgar mis atrocidades, pero nada de eso realmente importa. Nadie puede permitirse juzgarme.

Mis ojos buscan los del cura y él los míos, noto sus nervios evitando caer en malos pensamientos. Imagíname sin ropa, imagina que me sometes, lo deseas, cae en mis encantos y disfruta el paraíso, amado mío. Todo se lo comunico en una ligera sonrisa que insinúa lo que quiere realizar.

Sí, corrompí su alma, necesitaba entrar a este sitio porque toda familia de ciudad Narciso y del país de Axtrinia va a la iglesia los domingos. Yo como figura pública debo hacerlo, yo como Lyra Roosevelt debo dar el mejor ejemplo.

Me mira, sigue mirándome y yo mantengo mi compostura como cada vez que vengo. Creo en Dios y sé que existe, pero este hombre no trabaja realmente para él. Yo tampoco me postraré ante sus mandamientos.

—Lyra, ¿irás con nosotras? Queremos visitar la nueva tetería de madame Bonaire —dice una mujer de cabellos negros y pecas en el rostro. Se llama Eleonor y es "mi mejor amiga", título que usan los humanos.

Bella dama, ni siquiera conoces uno de mis secretos, es hermoso este tipo de amistad llena de idealizaciones.

—Está bien, debo ir a confesarme primero, así que pueden adelantarse, las alcanzaré en unos minutos —respondo con la sonrisa más encantadora.

—Entiendo, te esperaremos allí —me dice ella para salir de la sagrada morada de nuestro señor junto a dos mujeres más.

Luego de verlas partir, me acerco al hombre de hábito negro tras salir la última feligresa. Me siento ante la capilla con la intención de pedir perdón por mis pecados antes de cometer otro tanto más.

—Padre, soy yo de nuevo —comento con calma siguiendo todas las normas previas.

—Te escucho, hija mía. —Su voz suena dudosa ante mi extraña serenidad, debe de pensar que lo volveré a acorralar contra la pared del confesionario.

—He hecho últimamente cosas atroces, pero no me arrepiento —le contesto sin pensar en nada más.

—Mal, el primer paso es reconocer y pedir el perdón —dice el pecador.

—Si realmente valorara a su señor, se molestaría de mi simple presencia, de mis afrentas y burlas claras a su Dios. Una criatura como yo, más cercana a los demonios que a la luz, estoy burlando su sagrada religión. Es vuestra culpa, volvió esto una casa de mentiras y no me quejo, pero es posible que por mi naturaleza crea más en esto que usted —le argumento.

—Eso es una total falta de respeto —comenta él alterado, pero se frena al ver zafado los lazos de la parte superior de mi vestido, dejando ver el voluminoso escote al descubierto.

—Usted cayó en la tentación de la carne, como todos los hombres. Desgraciadamente, mi marido hace años no consuma conmigo —digo dejando escapar un suspiro, algo que deseo hace mucho.

—Señorita, guarde...eso... —dice el hombre de cuarenta años y hábito negro, perdiendo la compostura.

Quiero lograr llevarme otra noche con él, una donde sienta que lo que hago podría alterar a cualquiera que lo viera, donde la sonrisa y la satisfacción llene mi cuerpo. Mientras peor y más juzgado sea, más divertido es.

Siento un ruido extraño venir del salón principal, lo que hace que detenga mis planes. El problema parece venir de allá donde dejé a mi sirvienta, por lo que me adelanto hasta el lugar de forma rápida arreglando mi ropa por el camino.

Aquel hombre me sigue, solo para encontrarnos con criaturas de piel desprovista de vello y dientes deformes asomando por su boca. Sus extremidades son disparejas y su piel rojiza rota por acá y allá saca a relucir los huesos del interior, bestias sedientas de carne, ghouls creados por alguna sangre sucia. Uno se descontroló y está devorando a pedazos a una anciana que no hace más que gritar. Mi sirvienta está aterrada en una esquina cubriendo su rostro sin entender de dónde salió.

Esto es lo que pasa cuando vampiros que no son nobles intentan convertir humanos, es el tercer y más débil escalón de nuestra raza. Aunque yo me niego a llamarlos o pensarlos como algo que pertenece a nuestra especie, nos considero con cerebro.

Cinco de ellos entran por la ventana rompiendo los cristales. También cierran la puerta desde fuera para aislar el lugar, algo que será su principal error.

—¿Me están buscando? ¿Soy su objetivo? —Dejo salir las palabras incrédula y sonriente.

Coloco a mi criada delante de mí, como escudo usando mis poderes, ante el ataque de uno de ellos, lo que termina por la muerte de ella a mordidas que ni siquiera dejan rastros de sangre.

—¡Huya, señora! —grita en las últimas gracias a su lazo de esclava hipnotizada, pero camino hasta uno de los bancos para posar la mano sobre este sin agitar mi alma.

—¿Por qué envían a estos seres a por mí? Uy, tiemblo de miedo —digo entre risas mientras levanto uno de los pesados y enormes bancos de la iglesia, sin apenas esfuerzo, usándolo como bate sobre el primero que se atreve a ir a por mí. Que Dios perdone su afrenta al atreverse a tocar a alguien superior.

Su cuerpo queda proyectado contra la pared llegando a perder parte de los órganos, pero los huesos se regeneran, regresando al ataque junto a los demás.

Cuatro de ellos se abalanzan sobre mí desde diferentes direcciones, lo que me obliga a lanzar una ráfaga enorme de aire desde mi centro para alejarlos.

—Será difícil matarlos si no hago esto —comento entre risas tras todo el desastre, les agradezco que cerrarán las puertas y ventanas—. ¡Oh, Dios! Protegeré tu antigua morada en la cual ya no habitas, porque ahora es mía, préstame tu cruz.

Tomo con los guantes el crucifijo de un metro que adorna la pared, hecho de oro y joyas preciosas. La mano sufre quemaduras bastante molestas, pero las disfruto, cada pequeño dolor es más emocionante cuando tu vida es eterna.

El que devoraba a la anciana, con las manos manchadas de sangre y en la boca llevando parte de la carne de la señora inerte, viene corriendo hacia mí y como una estaca dirijo la cruz cual flecha a su pecho, destruyendo su corazón y quemando la carne que toca. Su velocidad es superior a la que podría percibir la pobre criatura.

—¡Dios, estoy danzando en tu vieja morada, la estoy cuidando para ti! —digo dando una vuelta tras recuperar mi arma de oro y sangre para dirigirla al segundo cuando se acerca a mí.

Todo por arte de mis poderes.

¡Esta se estrella desde un costado y la fuerza es tanta como para arrancar su torso y que ambas partes se empiecen a arrastrar por el suelo de una forma desesperada! Termino por clavar el instrumento en la superior haciendo que se detenga.

—¡Vengan todos, sino no es divertido! —exclamo viendo como la sangre mancha mis alrededores, pero ni una gota toca mi ropa, solo el guante ha sido dañado por las quemaduras que me produce la cruz.

¡Acepto mis pecados, oh Dios! Tu cruz me defiende y me purifica. Mi mente está plagada de la excitación que me produce este escenario llegando a hacer que sea memorable.

Tres de los cuatro que quedan se abalanzan sobre mí, pero libero el crucifijo de mis manos para que de vueltas por los aires eliminando a todos como si de un escudo a velocidad feroz se tratase.

Bailar, bailar, bailar, pienso mientras muevo mis pies evitando cada charco de sangre y gota que vuela por los aires sin dejar de sonreír. ¡Solo me gustaría poder rezar!

Detengo el arma justo sobre el cuerpo del último que queda y que come de mi sirvienta atravesando los cuerpos de ambos al dejar caer todo el peso sobre ellos.

Yo, Lyra Roosevelt, alguien tan perfecta como inalcanzable, ¿qué escoria se atrevió a mandar esto solo para matarme?

Eso pienso cuando una flecha es clavada en el hombro del cura en mi espalda. Corro hacia él para ayudarle y veo desde la ventana como una sombra huye de forma rápida, no logro definir su rostro.

Lo ayudo a pararse partiendo la flecha para que no sea removida por accidente.

—Me falta el aire... —dice él entre quejidos de dolor.

Olfateo el aroma en su herida, ha sido envenenado. No tengo el gran conocimiento de venenos de Lewelyn como para saber de cuál se trata.

—Vaya, así que la idea era asesinarte a ti. ¿Para qué? —Me quedo pensativa y caigo en la realidad.

Si lo asesinan vendría un nuevo cura, uno que acusaría al lugar de ejercer relación con fuerzas sobrenaturales tras ver este escenario. Uno que sería un peligro para cada ser demoníaco que cuidamos.

—Ayuda... —dice tomando mi mano.

—Te ayudaré, pero tendrás que abandonar el camino de la luz y ser mi sirviente por toda la eternidad —comento dejándole ver mis ojos y colmillos.

—Vampiro... —le empieza a faltar el aire, así que muerdo mi muñeca destrozándola para ponerla en su boca y beba mi sangre. Por otra parte, clavo mis colmillos en su cuello vaciando todo su líquido rojo hasta saciarme.

¿Quién demonios se atreve a intentar llamar a la iglesia a mi ciudad? Te haré pagar esto.

A pesar de mis intentos, por algún motivo que no entiendo, no logro revivirlo, su cuerpo yace inerte entre mis manos y esto jamás había pasado.

—¡Gen! —ordeno al aire esperando que el sirviente de mi marido aparezca, usualmente lo manda a seguirme.

—¡Señora!, buen día, guapa, hoy está sumamente sensual —dice él faltando el respeto como siempre y dejando ver solo unos ojos rojos en la sombra de mi cuerpo.

—Limpia este desorden, debo irme. Informa de todo esto a mi marido. Es muy extraño —le contesto, ya estoy acostumbrada a su vocabulario. Incorregible hombre sombra.

—Limpiaré toda esta mierda, ¿ahora tendremos a la iglesia dando vueltas por aquí? Genial. ¡Vamos a morir todos! —dice entre carcajadas e irónicamente. Sé que amaría la destrucción porque su raza se alimenta del miedo.

—¡Cállate y encárgate de esto! —le ordeno.

—Ya voy. Uy, alguien se molestó. —Desaparecen todos los cuerpos en el suelo siendo tragados por una masa de oscuridad, solo queda el desorden hecho en la estructura—. Vete, me da cosa que me veas.

Me retiro mis guantes para dejarlos caer en la sombra y antes de salir coloco la cruz impoluta donde estaba. Me decido a salir de la iglesia con la ropa impecablemente blanca, retiré cada gota de sangre con mi poder. No, no es el aire, puedo controlar las direcciones de todo lo que haya a mi alrededor en determinado radio, un poder perfecto para mí.

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