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Cap13: Instituto Lemelyane

Han pasado cinco años desde aquel incidente con grandes castigos y a lo largo de este tiempo he estado aprendiendo varias cosas del mundo a manos del conde y de mi padre, aceptando la dualidad de ambos pensamientos y cuestionando las diferencias entre ellos, algo diminuto y que solo se enfoca en el medio para obtener la estabilidad. Ya sea la ambición por gobernar algo que mantiene el equilibrio o el deseo humano del brujo por querer ver una igualdad de trato entre las razas, todas desembocan en lo mismo, una paz utópica.

Pero una condición se encuentra presente en cualquiera de los caminos que elija, debo ganar poder para acompañar mis decisiones. Lo dijo Helios, todo tiene un precio y mi deseo de sobrevivir conlleva uno enorme que duramente podré pagar.

Por eso estoy aquí, en la dirección del director actual del instituto Lemelyane, propiedad del conde Walker que carga el nombre de su difunta esposa, también estrechamente relacionada con mi familia según algunos viejos apuntes de Gabriel.

La sala huele a objetos guardados, un espacio que parece mucho más antiguo de lo que ya considero este mundo. Las paredes en caoba me resultan calurosas, pero acorde al nivel de seriedad que se le quiere dar al lugar. Por otra parte, la vanidad del hombre se hace notoria en el estante con todos los premios que ha ganado, donde algunos parecen venir de su juventud.

—Espero que mi incorporación a mitad de curso no sea un problema, señor Banner —le comento desde mi asiento manteniendo un semblante tranquilo y seguro mostrándome como el hombre que soy. Cada detalle perfectamente calculado, cada gesto debe ocultar mi naturaleza y dejar claro lo que quiero mostrar.

Cada día entrenaba y aún lo hago todas las mañanas, no necesariamente con el deseo de aumentar mi fuerza, aunque no es un factor excluyente, pues mi objetivo ha sido distar todo lo posible mi fisionomía a la de una mujer. Algo a lo que le puse mayor empeño una vez entendí que era mi único camino sin variantes que desembocaran en muerte.

Incluso mis senos nopudieron desarrollarse completamente por las presiones de las vendas, llegandoa no ser un problema el no usarlas en algunos momentos. Agradezco en este puntono haber tenido exactamente los de la duquesa Roosevelt. He aprendido aengañar, en casi todos los sentidos, pues la realidad es modificable si sabessustituir la verdad con mentiras bien jugadas. Por eso nadie lo duda, nadie escapaz de ignorar lo que digo y aceptan mis pedidos aunque muchos parezcancrueles. Creé la imagen perfecta para el hijo mayor de los Roosevelt, uno alque no se le cuestiona nada si sabes su nombre, que aún tiene solo quince añosy que comparte el sadismo que deseaban.

—No lo será, señor Roosevelt —dice el director observando mi largo cabello blanco atado en una coleta baja. Aún así, varios mechones caen por el costado de mi rostro, ya que presento dos niveles en el corte. Incluso si salieran de su lugar, no los tocaría ahora, nada que lleve mis dedos a mi rostro está permitido.

—Entonces me retiro, mañana me incorporaré al centro, como está previsto —le respondo levantándome de mi asiento para extenderle la mano.

—Será un placer, es una lástima que su padre, el Duque Roosevelt, no haya podido venir. —Corresponde mi despedida sin dudarlo, tomando mi mano y estrechándola firmemente.

—Tiene asuntos más importantes entre manos que ocuparse de la matrícula de su hijo, es un tema que puedo dominar yo mismo —sentencio, no tiene derecho a ver a mi padre.

No contemplo los mismos ideales que él, pero le respeto. Tiene todo lo que necesito y quiero llegar a lograr, al menos, la mitad de eso. La otra mitad la posee un pelirrojo, alguien que también me vendió su pensamiento.

Hoy no es el día de inicio ni mucho menos, solo vine a hacer los trámites faltantes. Según la obra asistí a esta escuela y conocí a Diuna, ella sería mi mano derecha en esta obra. Es una chica un poco agresiva y demás, también perteneciente a una manada de licántropos del bosque de Narciso. No estaría mal tenerla de mi lado, pero si eso es así, debo salvarla de las cosas que suceden en esta institución.

—Entiendo, espero que sea de su agrado nuestra academia —dice él.

—Eso espero —respondo y salgo de la oficina para encontrarme a Helios esperándome en el pasillo.

No ha cambiado nada en los últimos cinco años, su cabello, ropa y piel parecen la misma, incluso sus posturas y costumbres. Solo hay dos cosas diferentes, una es cierta adicción que le he creado a mi sangre y que uso en muchas ocasiones como moneda de cambio. La otra es que se ha vuelto más hablador desde que empecé a pedir su opinión para disimiles objetivos. A veces era necesario, pero la mayoría solo tenía bases en la curiosidad.

—Vamos, Helios —digo para empezar a caminar hacia la salida sin ningún asunto más que tratar por hoy en este lugar tan parecido a la ciudad.

Él solo obedece y va a mi lado. No olvido sus palabras, no olvido que es un sirviente de los Roosevelt, no de Lewis Roosevelt.

Solo de abrir la puerta del carruaje me topo con algo cotidiano, Charlotte y Bralen jugando cartas, las que le regalé a la niña por su cumpleaños pasado. Estas son especiales, pues presentan las formas a relieve y es capaz de palparlas para usarlas como cualquier persona, aun así, no deja de presentar los dibujos coloridos. El siete de junio, día que elegimos para su cumpleaños ya que ella no recordaba el real de su nacimiento. Para mí era y es estúpido, pero Bralen insistió de forma molesta hasta que Helios solo dijo la fecha del día siguiente a su pedido, algo que la hizo llorar de alegría.

—Joven amo —dice Charlotte nerviosa al escuchar mis pasos, ocultando las cartas a su espalda, pero una se cae al suelo sin ella darse cuenta.

Ella ha crecido bastante en este tiempo, logrando sobrevivir hasta sus doce años y perdiendo la prominencia de sus huesos, esa que destacaba tanto por sobre su piel cuando la conocí. Ahora sus mejillas están rellenas de una forma que alguno considerarían adorable y su miedo desapareció en gran medida, al menos si está alguno de los tres cerca. Le he brindado también una educación adecuada para una señorita de clase alta, pero en casi todo momento he ocupado el lugar del profesor. Algo que siempre conservará es la gran cicatriz en su rostro que arruina lo que se consideraría hermoso, pero para mí, la hace mucho más interesante.

Por su parte, me enteré de que Bralen tiene alrededor de cuarenta años, solo que su cuerpo no crece al haber sido convertido cuando era muy joven. ¿De dónde viene? ¿Quién era su dueño? ¿Cómo se volvió vampiro? Todo lo guarda en secreto y se niega a dejarnos ver más allá. Sin embargo, algo en él se me hace familiar, en un extremo que me hace dudar de mi raciocinio lógico. Lo he dejado de lado en mi mente, pero no lo he descartado. Lo que sí sé, es que jamás apareció en el la historia original de Gabriel.

—Te demoraste mucho en volver, Lewis —dice Bralen al verme, siempre de forma casual, no cambia. No importa cuánto lo castigase, no varió su comportamiento y tampoco pude igualar lo que haya pasado, por ello dejé de intentar cambiarle. No era mi objetivo llevarle al extremo, tampoco torturarle, por ello piensa que lo que pude hacerle es un juego de niños.

—No debieron ocultarlas, ya lo sabía —comento mientras me subo—. ¿Hicieron su trabajo?

—Sí —dice la chica y le da un ligero codazo al niño para que me entregue unos papeles.

—Sí, es cierto la desaparición de estudiantes, pero solo por datos registrados en documentos, notas de clases y demás. Incluso algunas desaparecieron, pero hay grietas en el modus operandi. Sin embargo, una vez son eliminados, nadie los recuerda —comenta Bralen al darme los documentos con el listado de nombres—. Todo lo que tenemos es información de los expedientes, pero nada consta en los recuerdos de sus compañeros.

—Básicamente, lo que le dijo al conde Walker, si es así debe ser obra de alguna criatura sobrenatural —comento hojeándolo despacio; nadie conocido en la lista.

—Sí, joven amo ¿De veras irá? —dice Charlotte.

—Es una pregunta innecesaria, al final debemos proteger a los humanos como sus sirvientes, Charlotte —responde Helios con su voz neutral como un muñeco. A lo largo del tiempo se ha acostumbrado a esto, es al final de todo mi mano derecha, sea traicionero o no.

—Así es, necesitamos detener esto, también encontrar a Diuna antes de que la maten —respondo cerrando el archivo.

—Por mí que mueran todos, al final también son un asco, solo nos están usando. Tanto su padre como el conde loco —dice Bralen como siempre, llegando a rechistar y gesticular con sus manos, sin pelos en la lengua.

—Mantén la boca cerrada, Bralen —le contesta Helios ocupando el asiento a mi lado.

—Es hora de ir a almorzar, se hace tarde —comento sin reparo, es hora de mi cita.

¿Está mal decirles que debemos asesinar a los dos, a Lewelyn y a Walker? No, no puedo confiar en ellos. Sería un problema dejar ver nuestros colores reales antes de tiempo y no sé todas las cartas que puedan usar ellos.

Termino ignorando la plática de mis sirvientes mientras observo el paisaje por la ventana. Todo se ha vuelto muy ruidoso desde que están, me hacen añorar la paz, pero no puedo darme el lujo de perderlos, los necesito. He invertido tiempo en ellos y muchas cosas las he creado en base a sus habilidades, si no tengo un poder equiparable al de las criaturas de este mundo, mi principal medio será usar a mis seguidores.

—Vas a ponerte como un cerdo, enana, deja de comer —dice Bralen quitando de las manos el caramelo a Charlotte.

—¡Devuélvelo! ¡Me lo dio el joven amo! —le responde ella logrando recuperarlo y sonriendo feliz tras hacerlo

Quito mi atención de ellos para solo anonadarme por unos segundos permitiéndome el engaño sobre la belleza de las calles de Narciso, una ciudad de paz con la menor tasa de crímenes, una ciudad donde por las noches las ratas corren sin miedo por los callejones a carroñear y buscar en la basura que se acumula en los barrios pobres.

Llegamos al punto acordado, un restaurante para el almuerzo de los trabajadores en el barrio para personas de medianos ingresos. Nada destacable, una simple elección de mi compañero, alguien de quien muchas veces intentar entender por qué elije lo mínimo, lleva a fantasear.

Mis sirvientes, menos Helios, se van en un carruaje de alquiler, dejándome el de la familia para mi regreso. No oculto mis cabellos, ni mi nombre, todos en la sala me miran cuando entro. Saben que soy el futuro heredero de los Roosevelt justamente por ese color, pero para los humanos, somos la mejor familia de estas tierras y la más ejemplar, sobre todo Lyra Roosevelt, sobre todo ella. Mantengo mi mentón en alto hasta llegar donde el conde, el cual se levanta de su asiento para darme la mano.

—Joven Roosevelt, un placer verle de nuevo —comenta él con una sonrisa.

Ambos tomamos asiento, no voy a responder a su pregunta con un "el placer es todo mío", porque no lo es. Cada roce con él debe ser desde mi papel, Lewis, papel que interpreto y que con el tiempo se torna más fácil.

—Justo a tiempo. Completé la inscripción en su colegio, tal como planeamos.

—También son reales los hechos de desaparición que comentó, es cierto que varios alumnos han sido borrados de la mente de todos. Solo quedaban sus inscripciones —dice afilando su mirada sobre mí.

—Mis fuentes de información nunca fallan —digo ordenando una taza de té y galletas. Con fuente de información me refiero a las ratas y a Bralen.

—También sus habilidades para ver el futuro. A lo largo de este tiempo no nos han fallado.

—La vida le demostrará que debe creer en mí. —Hago una clara referencia a su futuro asesinato a manos de su hijo. Todavía no me cree sobre ese asunto, pero quizás si se lo recuerdo constantemente Walker logre ver la guillotina antes de que caiga. Algo que le quitaría peso a mi tarea de sobrevivir.

—Espero que no sea así, aunque reconozco que su ayuda este tiempo ha sido útil —me dice llevando su mano izquierda al mentón—. Si fueras mujer, me alegraría de casarle con mi hijo.

Si supiera, eso y que mentalmente ya supero los cuarenta años. No creo ser un partido para ninguno de estos niñatos, no me dedicaría a asaltar cunas y tampoco tengo tiempo.

—Eso es un insulto, Conde, cuide sus palabras —respondo a su comentario—. Soy un hombre.

—Toda una lástima, aunque desgraciadamente, veo su prometida muy cercana a Oliver.

Victoria, de la noche a la mañana hace cinco años decidió que quería jugar con ese hijo de los Walker, algo desesperante y molesto, como si justamente quisiese ir en un auto directo a donde puede acabar conmigo. Aun así, ocurrió justo como en la novela, tras el baile. Lo que le debió gustar fue seguramente su inocencia, algo así era lo que había leído, algo que termina distanciando su lazo conmigo.

—Es su deber detenerlos, de igual manera si él pone un dedo sobre ella, no dudaré en acabar cualquier trato que tengamos y también cobrar la mancha a mi honor. Como usted mismo dijo, Victoria Roosevelt será mi futura esposa —sentencio.

—Mi interés no reside en ella —comenta para terminar su bebida y agrega luego de una pausa—. Reside en usted, es un buen socio.

—Me marcho. Terminé todo lo que quería tratar. Debo saldar unos asuntos en la mansión antes de recluirme en esa escuela —le respondo obviando sus palabras.

—¿El joven Roosevelt cree que puede escaparse de las garras de lo que ocurre allí dentro? —dice él observando mis ojos con curiosidad, esa misma que siempre resalta en mi mirada cuando se interesa en los medios que tomo para solucionar los problemas, para sacar la basura.

Me levanto de mi silla sin siquiera probar mi pedido, no era mi intención ingerirlo.

—No solo eso, también le haré arrepentirse de haber nacido —respondo sin borrar la seriedad de mi rostro, hace años no sonrió por placer.

Mi papel, El Verdugo de la Familia Roosevelt, el heredero, es mi deber evitar que cosas como estas salgan a la luz y castigar al culpable de tal manera que su ejemplo sea suficiente para retrasar otro acto como ese.

—No esperaré menos de usted —comenta mirando mis ojos—. Hasta pronto, futuro duque Roosevelt. Oh, casi se me olvida, quizás allí puedas romper el sello que te impuse al nacer.

—Sabes que falló, conde —sentencio firme. Incluso si él llega a estar seguro de que funcionó, ni en mi lecho de muerte lo confesaré.

Me retiro del lugar y Helios deja sobre la mesa las monedas para pagar mi pedido no recibido. Saliendo justo detrás de mí sin hacer el menor ruido, tal como un fantasma.

—Joven amo, ¿puedo preguntar algo? —dice Helios cumpliendo su tarea de cuestionar cada uno de los hechos que considera llamativos de mis actos.

—Ya lo hiciste, pero adelante —le respondo saliendo del local.

—¿Por qué mantiene contacto con el conde si a mi entender usted no le necesita? —expone él, dejándome escuchar cómo hablaría un cadáver.

—El conde Walker es peligroso, Helios. Nunca lo olvides, él mató a mi abuelo. Un vampiro puro que había vivido más de mil años. Alguien que todos creían inmortal. ¿Por qué crees que sigue vivo luego de eso y mi padre no ha buscado venganza? —le comento.

—¿Por qué?

—Porque no puede matarle, solo hay alguien más fuerte que él, y ese es su hijo, o al menos lo será en algunos años. Lastimosamente, no me deja verlo, él tampoco confía en mí. Solo tenemos negocios —le comento esperando a que abra la puerta de nuestro carruaje—. Lo único que en este mundo asegura que alguien no te traicione son los objetivos en común, el mantenerte como su mejor opción.

—Entiendo, joven amo. —Se toca con los dedos la vieja marca que daba a quien la impuso control mental sobre él. Esta fue removida de su cuerpo con el poder de fuego de Charlotte, uno debo reconocer, muy especial.

—Volvamos a la mansión. Quiero despedirme de mi familia antes de ir al internado, aunque espero que no sean demasiados días —le respondo.

Es curioso que tanto padre como William me pidieran lo mismo. Asesinar a las personas causantes de la desaparición de diez estudiantes; es tan irónico que se odien.

Entrando a la mansión, lo primero que veo es a mi madre sentada en el sofá de la sala de invitados, sosteniendo una copa de vino a punto de derramarse, aún en ropa de dormir sin siquiera haber peinado su cabello. Dejando al descubierto sus largas piernas y atributos bajo la seda transparente. Sonriendo como si se acordase de cosas que solo ella sabe. Incluso su maquillase se encuentra corrido y acentúa el descuido a su persona, algo que solo es posible dentro de estos muros.

Cada segundo que pasa, siento que se ha degenerado de a poco, tal como la original, si sigue así es cuestión de tiempo para que pierda la cordura. Lo peor de la situación es que ni siquiera el alcohol le puede afectar, simplemente es el resultado de desearlo.

—Madre —llamo su atención retirando el vaso de su mano—: parece que está dormida.

—Lleva bebiendo toda la noche —dice su sirvienta ocultando con la falda un cuerpo en el suelo, algo que no logra cubrir por completo. Tampoco entiendo por qué ocultarlo, pero posiblemente sea otro del que se deshizo Gen.

—Ya veo, vaya desastre. ¿Has visto a Lewelyn o a Victoria? —le pregunto.

—El duque Roosevelt está en su despacho. La señorita Victoria salió esta tarde con el señor Ferry Blackburn y el señorito Oliver Walker —responde la sirvienta.

Sería un problema que vieran a mi prometida rodeada de hombres, espero que no se le haya ocurrido ir a algún lugar bajo los ojos de los curiosos. Aun así, sé que Victoria no dejaría que la toquen.

—Entiendo, gracias por la información. —Le diría su nombre, pero no me lo sé—. ¿Hacia dónde fue?

—No tengo esa información. —No lo duda.

—Cuando llegue dile que me busque en mi habitación —le informo con tranquilidad.

—Lo haré, joven amo.

Me dispongo a retirarme dejando esa escena lastimosa detrás. Siento que en algún punto mi llegada le arruinó la vida, pero a la vez es su propio problema. Yo no tengo el permiso ni el deseo de sentir lástima por ella.

—Lewis... —dice Lyra levantando la cabeza, parece tener más alcohol que sangre.

—Dime, madre —le respondo para ver volar la botella vacía por el lado de mi rostro, sin llegarlo a rozar pero lo suficientemente cerca como para sentir la ráfaga de aire.

—No me llames así —me grita para calmarse y continuar—. Escuché de tu padre que te vas a estudiar a un internado, ¿es cierto?

—Sí, me iré mañana —le respondo.

—No dejes que te hieran, ni que descubran nada, o te mataré yo misma —dice apretando los colmillos y dejándome ver la realidad en sus ojos, ni siquiera le ha hecho el mínimo de efecto todo lo que bebió.

—Me cuidaré, madre. Cuide su salud mientras no estoy —le contesto cuidadosamente.

—No eres un Roosevelt real, pero para el mundo sí, así que procura llevar el nombre en alto —me dice poniéndose en pie, dejando en claro su posición y sin dejar de lado su papel en esta familia, en este mundo.

Es hermosa, la creo la mujer más atractiva de esta realidad, sus cabellos ya llegan al suelo lo que le obliga a cortarlos regularmente dejándolos a solo cinco centímetros de este. No abandona su amor por la ropa de colores claros ni tampoco se descuida en público. Mantiene todo lo nocivo en casa y quien se atreva a juzgarla de forma negativa sabe que jamás volverá a respirar.

—Soy un Roosevelt, madre, soy Lewis Roosevelt, y mantendré el nombre de la familia en alto, nunca permitiré que nada lo manche —le contesto dejando ver la confianza en mi mirada, una que nunca ha aceptado.

Me he tragado mi papel, a veces olvido mi nombre real, hace quince años que nadie me llama "Daniela". Siento cada vez más real este mundo, cada vez me parecen menos irreales los personajes que me rodean. Eso ha hecho que valore algunas vidas y que me afecte tomar otras.

Mis ojos buscan el cadáver en el suelo antes de salir de la habitación. Me han criado aquí, en un lugar donde matar no es extraño. Donde somos lo más alto e incluso si hay reglas, tenemos la libertad de romperlas.

¿Por qué no he matado aún a Victoria o a Oliver si sé que en un futuro serán mis verdugos? Ojalá fuera menos humano, pero si así fuera, sería una basura como todos ellos. Solo quitare de en medio a alguien que realmente vaya a favor de lo que aborrezco, aunque tenga que hacer yo esos mismos actos que odio.

Entro al despacho principal de mi padre luego de pedirle una audiencia. Este sitio no ha cambiado. A diferencia del de madre, todo está teñido de negro y azul, con adornos de cristales. Cada año disminuye el peso que sentía antes de entrar, recuerdo que cuando niño, las piernas me temblaban solo de pararme en el umbral de la puerta.

—¿Cómo va todo? —me dice él, terminando de firmar unos papales.

—Tal como debía ser. Entraré mañana, no creo que me tome mucho tiempo. Sé quiénes son los culpables y todo lo necesario. Solo debo encontrar la manera adecuada —le respondo.

—No esperaba menos de ti. No necesito darte más indicaciones, te creo capaz de hacerlo —dice él.

—Padre, faltan solo tres meses para la boda con Victoria. ¿Está seguro de ello?, aún no encuentran la forma para volverme un vampiro puro —le comento.

—Se mantendrá la ceremonia —oculta con una carpeta los documentos que hay sobre la mesa, parece ser una carta de la reina por el sello que alcancé a ver y seguramente fue su intensión. Había firmado algo.

—¿Es así? —pregunto dándole una oportunidad a que me diga la verdad.

—Lo es. Desgraciadamente, la última pista fue falsa, pero de no lograrlo te transformaremos cuando cumplas los veinte.

—Entiendo, padre. Si no me necesita me marcho a mi habitación. Debo recoger todo para mañana —respondo haciendo una reverencia para ir a la puerta.

—Lewis, espera —me dice él y le obedezco—. La reina pidió la mano de tu hermana para su hijo, en matrimonio.

Ya lo sabía, era algo que debía pasar. Sin embargo, jamás se realiza y queda en el aire, por pedido de Victoria.

—¿Qué quiere que haga?, si no soy puro no tiene sentido mantener la tradición —le contesto poniendo la mano en la manija de la puerta, pero retomando el contacto visual.

—Encontraremos una forma, pero de no ser así, aceptaré. Quería saber tu opinión sobre esto —me dice él.

—Padre, mi opinión nunca ha importado —digo antes de marcharme—. Supongo que tampoco la de ella, es algo que debería preguntarle usted de pensar lo contrario.

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