Cap12: Heridas curadas
Siento los dientes de Victoria clavarse en mi cuello repetidas veces mientras cierra los orificios con su control sobre la sangre y bebe desesperadamente hasta recuperarse. El descontrol le ha hecho incluso multiplicar lo que come una vez fuera de mi cuerpo hasta saciarse y caer sobre mí.
Duele, duele mucho, pero es mi culpa que esté así por usarla como peón en mi plan. Pongo las manos en su espalda para calmarla con suaves caricias durante el los descansos entre mordida y mordida.
—Perdón, Victoria, pero era necesario. Lo hiciste bien —digo entre balbuceos dejando que ella duerma.
La cama se mancha con la sangre, pero las gotas se elevan hasta la boca de mi hermana, la cual se sienta sobre mí retomando la consciencia unos segundos, mirándome fijamente con esos ojos escarlatas, ya saciados.
Deja caer su cuerpo cual muñeca sobre el mío con las mejillas llenas de un rosa tenue, quedando profundamente dormida tras susurrarlo.
—Te odio...Lewis....
Despierto de mi sueño tras recordar lo sucedido esa noche. Sus palabras resuenan en mi mente.
No me molesta este encierro, ya que por lo menos pude dormir algo, es lo mejor que lo he hecho desde que llegó padre y me mantiene acá abajo aprisionado sin siquiera saber cuántos días han pasado.
El lugar en el que me encuentro, como la mayoría destinados a estos fines, huele a deshechos humanos y los roedores lo tienen como su propia casa. Mis rodillas están apoyadas en el suelo obligándome a doblegarme por la poca cantidad de eslabones que tienen los grilletes que sujetan mis muñecas a la pared. La comida está en el suelo como la de un perro callejero al que le echan las sobras, y yo debo llevar mi cabeza abajo para comerla.
Mi cuerpo poco a poco ha ido sanando las heridas provenientes del castigo. Están expuestas a los ojos de mi compañera, la soledad de la celda. Solo tengo un pantalón corto y mi pecho, aún no crecido, desnudo. Helios ha estado cuidando la entrada desde el inicio por órdenes de mi padre, encargado de que nadie rompa mi momento de reflexión.
—¿Helios, sigues ahí? —digo con dificultad dejando sonar un pequeño ruido metálico de las cadenas.
—Sí, joven amo. —Su voz sin sentimientos llega a mis oídos.
—¿Cuánto tiempo ha pasado? —dejó escapar ya por tercera vez desde que estoy aquí, con la esperanza de que me responda.
—Tengo prohibido decirle, joven amo. Órdenes de su padre —responde él.
—Entiendo, bien hecho... —comento para cerrar los ojos de nuevo, dejándome llevar por los sueños otra vez, unos que pueden ser llamados pesadillas.
He tenido mucho tiempo para pensar estos días. En Gabriel, en la obra, en mi hermana y todo lo que tenía y ya no tengo. Me da rabia ver cómo todo acá me lleva al fondo del pozo, como mi especie son solo muñecos. Logré deshacerme de uno, pero será difícil hacerlo con los demás.
Quedan aún ocho años para el debut de Victoria en la sociedad como dama, debo actuar antes de eso o será tarde. Si se enamora del hijo de William y se unen será un problema, un grave problema que me llevará a mi muerte.
—Helios —le llamo de nuevo en un susurro.
—Dígame, joven amo —responde él.
—¿No quieres ayudarme? —le pregunto mirando la puerta de hierro que nos separa mientras levanto mi cabeza, una donde mis, en mejores momentos, inmaculados cabellos ahora se ven opacos por la suciedad y el sudor. Esta celda es asfixiante, más por las antorchas que iluminan la oscuridad y actúan como otra tortura disimulada.
—Solo sigo órdenes, joven amo —sus palabras tan neutras y esperadas suenan en mi cabeza. Es cierto, estoy solo, el día que demuestre debilidad me comerán.
Ya lo sabía ¡Ya lo sabía! Por algún motivo escuchar sus palabras hace que algo estalle dentro de mí, una rabia que me lleva a hablar imprudentemente sin contenerme. Después de tantos años y de haberte salvado esperé algo antinatural en ti, maldito.
—Tu principal prioridad es tu amo, el directo, y ese sería yo, pequeña basura —digo bajito y me río con las fuerzas que me quedan—. Pero está bien, así es más divertido, esto será jodidamente divertido. Estoy rodeado de posibles traidores todo el tiempo. Helios, ¿no fue hilarante para ti?
No, debo controlarme. Por suerte el silencio invade la sala de nuevo y mi sirviente solo me dedica unas palabras que no pensé escuchar.
—Todo tiene un precio —dice Helios, ese ser vacío.
Siento la puerta de hierro abrirse luego de cierto tiempo, pudieron ser horas o incluso días, ya ni sé. Los pasos avanzan hacia mí dejándome ver los zapatos sumamente caros, cosa que me incita a levantar la cabeza. Alguien abre las cadenas de mis manos, dejando mi cuerpo caer al suelo tras el sonido de las llaves en el metal.
—Suficiente del castigo —escucho la voz de Lewelyn—: espero que hayas aprendido la lección.
—Lo hice, padre —digo mientras levanto la cabeza con cuidado para verle, sin retarle, sería algo estúpido.
Su ropa se encuentra perfecta como siempre y esta vez su cabello está más largo y suelto, no lleva la coleta habitual abajo. Sus manos me cargan cual muñeco para llevarme hasta nuestra sala creada propiamente para mis cuidados. Lo hace de una forma delicada, como si evitase romperme. A veces creo que él se divierte con todos estos tratos.
Todo está diferente, ahora hay una camilla con varios alijos nuevos. Sin embargo, los olores a plantas y químicos son un poco más fuertes. Él me deja sobre la superficie y comienza a tratar mi cuerpo con los diferentes recursos de los que dispone en la habitación, pero algunas heridas de esta vez dejarán marcadas cicatrices, unas que posiblemente espera que sean mi recordatorio.
—Bien hecho —dice cuando nadie nos escucha, algo que no esperaba oir.
"¿Escuché bien? ¿Realmente dijo eso?"
—¿Qué? ¿Bien hecho? —le interrogo tratando de reincorporarme sin lograrlo pues el fuerte dolor en mis muñecas me hace caer nuevamente, parece que una de ellas está dislocada.
—Sí, nos has quitado un competidor. No pensé que fueras capaz de guiarlo así a una trampa —me comenta mi padre con un semblante tranquilo mientras continúa tratándome.
—No pensé que lo deseara usted. —le digo buscando sus ojos, evitando que se note más mi desconcierto. Sin embargo, esto me acaba de asegurar que él les estaba siguiendo la pista y por eso me entregó a Charlotte.
—Es un problema realmente, pero se estaba saliendo de control. Al ser como era, un vampiro puro, sus poderes nos dificultaban un enfrentamiento directo. En el futuro prioriza otras razas y no la nuestra —comenta Lewelyn.
¿Nuestras? Querrá decir la suya, mas no debo contradecirlo.
—Lo haré —digo confundido—: ¿Por qué me castigó entonces?
—Porque me desobedeciste y pusiste en riesgo la vida de tu hermana —sentencia el verdadero motivo de la reprimenda.
—Era necesario para el plan.
—Escúchame Lewis, tu madre y hermana son insoportables cuando desean serlo, hay momentos en que no aguanto a Lyra. Aun así, siguen siendo tu familia y los únicos en los que podrás confiar cuando el mundo te traicione, cuando el mundo se derrumbe —dice Lewelyn continuando la cura de las heridas que él mismo provocó.
—No es cierto —le respondo molesto y en un tono despectivo sin darme cuenta de que podría haber más castigos por eso, sin embargo, continúo—. Lyra si pudiera me mataría y Victoria hace lo que quiere todo el tiempo con mi cuerpo. No soy un Roosevelt, no tengo lo que ustedes y quizás fuera de usted todos me ven como un ser inferior.
—Eres un niño aún, Lewis, el mundo no intenta agradarte. Si Victoria quisiera verte muerto ya lo estarías, mira tu cuello. Así como tú la sacaste de esa sala antes de que pereciera —me dice suavemente sin parar su labor—. Cuando te dan el poder eres sumamente parecido a ella.
La sensación de sentir que todo estaba bajo mi poder, el sentimiento de superioridad que me dio clavar ese bastón en el pecho del Blackburn. Debo admitir que hizo mi sangre arder, volverme a sentir vivo mientras las risas se escapaban de mi garganta como si fuesen gritos de gloria, pero también tuve un escalofrío. A fin de cuentas, disfruté asesinar a alguien, tal como Lyra, tal como Victoria.
—Lyra es otro tema —le respondo mirando a un lado.
—Tu madre es...especial, pero te defenderá de todo el mundo para ocultar su error. Cuando encontremos la cura para tu maldición, todo estará bien. Podrás volver a ser un vampiro y convertirás tu cuerpo en el de un hombre, tal como debe ser.
—¿Y si no quiero ser vampiro? —le respondo sin mirarlo.
—No hables tonterías, claro que quieres —responde Lewelyn sentenciando el que debe ser mi deseo, mostrando el destino que cree correcto.
Ninguno de los dos dice nada más tras eso. Él me lleva a mi habitación con cuidado y coloca en la cama con suavidad. Con las mantas me tapa y se marcha sin hacer más ruido. No logro dejar de pensar en sus palabras y la verdad, puede que deba acostumbrarme a ese camino, la culpa ni siquiera será un impedimento. Es lo que sucede cuando pones las vidas en la balanza, Charlotte y Bralen pesan más que ese ser, cada esclavo dañado sufrió más que su captor.
En medio de la madrugada siento que el frío en la habitación aumenta y como algo se sienta en mi cama de forma suave, aun así me da tiempo a reaccionar a penas siento la presencia. La persona lleva las manos hacia el lugar donde mi padre me había acostado, por lo que me pego hacia él por la espalda y pongo una daga en su cuello sorprendiéndole.
—¿Qué quieres, conde? —le susurro al ver las hebras de cabello rojo y esos conocidos ojos amarillos brillar al girar su cabeza como si el filo no importase.
—Solo venía a visitar a mi socio —me responde riendo levemente—: y veo que no ha perdido el ánimo.
Mi cuerpo empieza a doler por las heridas; sin embargo, mantengo mi posición aunque me cueste.
—Es una excusa muy tonta, habla —le digo sin cambiar mi postura.
—Relájese, no le haré nada. No puedo usar magia ni nada por el estilo, solo soy un doble de barro —me dice levantando las manos sin perder la calma y con una sonrisa en su rostro.
—Hay personas con las que es mejor no bajar la guardia —le digo tratando de mantenerme, pero el cuerpo me falla, atrapándome él antes de caer al suelo.
—Cuidado, joven Roosevelt. No quisiera que mi compañero se haga daño —me dice mientras me recuesta en la cama. Siento como sus ojos van hacia donde sus manos hacen contacto en mi delgado cuerpo, quizás buscando un indicio de su "fallida" maldición.
—No me toque, conde —respondo por inercia tratando de sentarme—. Hable de una vez.
—Solo vine a ver cómo estaba y decirle que hizo un buen trabajo. El tráfico del teatro se acabó y pude soltar a esos esclavos. Deberías estar satisfecho. Aunque sus heridas parecen tardar en sanar. Siendo un vampiro noble debieron ser bastante crueles contigo para sobrepasar el límite —comenta dando él mismo respuesta a las interrogantes que podrían delatarme.
—Es normal, asesiné a uno de los viejos amigos de mi padre. El castigo era inminente.
—Y puso en riesgo la vida de su hermana gemela, dígalo completamente, se merece esto joven Roosevelt. Parece que no le han criado adecuadamente. —Su risa llena la habitación para apagarse de a poco entendiendo la situación, está en un sitio donde le intentarían asesinar hasta los sirvientes.
—Cállese, me irrita —respondo sin quitarle un ojo de encima.
—Tranquilo, hoy es un buen día. Lo logramos, uno menos, pero, hay muchos más —me comenta acostándose a mi lado como si la cama fuera suya—. Falta mucho para que las criaturas realmente dejen de atacarse y mortificar a los humanos. ¿Me ayudará?
Parece suponer que elegí su regalo, a fin de cuentas, igualar la recompensa de mi padre fue su propuesta. Por eso me dio a Bralen junto a esa carta preguntando cual obsequio prefería.
—No de esta manera, hay que encontrar otra forma, o vamos a morir a manos de su hijo —digo para sentir los ojos amarillos clavados en mí.
—No lo hará —se pone de lado, viéndome, esta vez con un aura más seria.
—Veo el futuro, recuérdelo. Él y Victoria nos matarán en diez años, William —le respondo.
—Él no hará eso. Sea lo que sea, hay algo mal con vuestro poder.
—No me vas a hacer ocuparme de todo. Haz algo productivo. —Me levanto de la cama y le entrego un dibujo que hice con el rostro del demonio que me trajo—. ¿Sabe quién es? Conozco la historia de los brujos, la historia de su creación, cuando eran simples humanos a los que los demonios otorgaros sus favores.
—¿Cómo sabe eso? —dice sonando serio y su semblante abandona las burlas de hace un rato.
—Este demonio fue el que anuló su maldición —le respondo con la mano aún extendida y él toma la hoja. Una mentira que, admito, me divierte.
—Imposible, este no pudo ser —la dobla y guarda en el bolsillo interior de su abrigo.
—¿Qué le hace estar tan seguro? —le respondo.
—Le conozco mejor de lo que se esperaría. Será mejor que me vaya, joven Roosevelt. Mi visita se ha extendido demasiado —me dice regresando a su calma y hace una reverencia—. Le daré un pequeño regalo. Uno para sellar nuestra alianza.
—No necesito regalos, responde a lo que le pedí —le contesto.
Él dice unas palabras en un idioma que no logro distinguir, pero no parece algo de este mundo. Al hacer esto, mi cuerpo sufre un intenso dolor como si estuviesen pegando acero hirviendo en las heridas, lo que hace que deba apoyarme en la cama para no caer. Me ha lanzado un hechizo, mintió, este es su cuerpo real y puedo comprobarlo al ver la línea fina de sangre en su cuello, ahora iluminado por la luz de su magia.
William desaparece y junto con él lo hacen las heridas que recibí de castigo, mi cuerpo está como nuevo, sin los recordatorios de que no debo dañar a mi familia.
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