Cap10: Eres Veneno
Disfruto de atormentar a Lewis como cada día de nuestra vida, mi pequeño gemelo que simula ser el mayor y sé que en lo más profundo de su ser desea ser como yo. La mañana iba perfecta. A excepción de la estúpida ciega que trae consigo y que en algún punto eliminaré, hasta que le veo desplomarse en el suelo bajo la lluvia. Ha colapsado antes, pero siempre es controlado por padre o por mí, esto es un problema.
—¡Hermano! —grito sorprendida y con cierta molestia, lanzándome hacia él para evitar que llegue al suelo—. Esclava, trae el carruaje.
—¡Sí, ama! —pronuncia la niña y corre a buscarlo tropezando por su estado, cosa que solo hace que mi ira aumente.
Yo le sigo de cerca para llegar más rápido mientras trato de que no nos miren, simulando una falsa tranquilidad, esta escoria no puede morir. Ahora solo somos dos niños con capa, odio esconder lo que soy, ¿por qué debería? Soy una Roosevelt y es lo mejor, que las personas sepan de mi presencia, aun así, odio que Lewis haya caido tan bajo como para desmayarse en plena calle.
Estúpido Lewis, estúpido cuerpo humano que carga, llenarme de preocupaciones así. Esto es un privilegio que te va a costar muy caro, procura despertar o yo misma te asesinaré. Los nervios me atacan más cuanto más débiles siento sus latidos, no entiendo qué le sucede, no sobrepasé mi dosis.
La esclava ciega llega con el carruaje y me subo cargando a mi hermano con cuidado de que no se golpee. Acomodo su cabeza en mis piernas esperando que reaccione de alguna manera, incluso jalo una de sus mejillas para notar el temblor en mis dedos. Mierda, Victoria, calma.
—Agradece que te llevo, luego tendré que lavar mi ropa con ácido, asco me da tocarte —digo en voz baja mirando su rostro dormido, donde termino mordiendo mi propio labio para calmarme, no me gusta reaccionar así por este inútil.
Él se despierta tosiendo y me mira desde mi regazo como si nada hubiese sucedido, cosa que solo me irrita más. Su boca pronuncia mi nombre con suavidad desde su debilidad, dándome a entender que está consciente y solo produciéndome un inexplicable asco. ¿Por qué me tengo que casar con alguien tan insignificante? ¿Por qué debo preocuparme por ti? ¿No sería mejor si murieras? No, de ser así mi misión de dar a luz a la descendencia de los Roosevelt se vería arruinada.
—¿Así que ya despertaste? ¿Se puede saber que mosca te picó? —digo mientras dejo ver mis ojos rojos, aún débil por el estúpido ajo que compró esta basura humana que tengo por familia.
—Parece que sigo débil de los intentos de regeneración —comenta Lewis entre susurros sin la aparente intención de salir de encima de mí. Tengo la tentación de acariciar su frente para quitar el cabello de su rostro, pero solo termino quitándomelo de encima de forma brusca.
No sé de qué habla, solo sé que padre le castigó por escaparse en la noche. Su sangre me estuvo volviendo loca toda esta semana y desgraciadamente tenía prohibido acercarme. También por ese motivo asesiné a uno de mis sirvientes esta semana, porque se atrevió a lamer su puerta en un repugnante gesto provocado por el olor de la sangre.
—¿Qué me cuentas? No me interesa lo que pase con alguien tan débil y pequeño como tú —escupo mis palabras, molesta tras haberme preocupado por una tontería, no es normal en mí perder la compostura.
—Necesito que te reúnas con el señor Blackburn hoy. Es simple, solo debes firmar la compra de dos esclavos hada —dice Lewis recomponiéndose en el asiento luego de haberse golpeado el hombro contra la puerta tras haberle empujado.
—¿Desde cuándo tú gustas de eso? Parece que por fin recapacitas. Pero, ¿qué gano yo con eso? —le respondo llevando una mano a mi mejilla penando en las posibilidades, unas inexistentes.
—Dije que te compraría un juguete, me refería a esos —me dice observándome con esos negros ojos vacíos, donde nunca veo emociones, ya ni siquiera miedo, uno que disfrutaba saborear de él. No veo por qué no hacer ese favor para mí misma, no tengo nada que perder.
—Lo haré, pero usaré tus fondos, no los míos —comento de forma tajante para aflojar mi tono y agregar—: Descansa, a no ser que quieras que ese pobre cuerpo se rompa en pedazos. Cuando lleguemos a la mansión te lo haré saber, hermano.
Antes disfrutaba atormentarle ya que era el único momento en que expresaba alguna emoción, aunque fuese negativa. Vive como deseando no estar aquí y en añoranza. Hay tantas cosas en él que no entiendo y suelo odiar lo que no conozco, Lewis. Si hemos estado juntos toda la vida, ¿porque no he logrado ver a través de ese vacío?
—Dormiré entonces —comenta y cierra los ojos como si no hubiese importado lo de hace un rato, cosa que hace que coloque la mano en su cabeza para forzarle a apoyarla en mi regazo de forma brusca. Solo puede tocarme si se lo permito, estúpido humano.
En la noche antes de la cena dejo a Lewis descansando en su habitación, él me dijo que presenta un fuerte dolor de cabeza. Debo estar perfecta siempre, por lo que mi sirviente me prepara frente al espejo cuidando cada detalle y adornando mi figura con los colores negros en mi atuendo que tanto amo, uno diferente de madre, quien tiene una preferencia por vestir el blanco.
—¿Qué crees de mí hermano? —le pregunto mientras veo mi rostro tan idéntico al de él en el cristal y a la vez tan diferentes. Uno donde yo soy una poderosa criatura y el un débil humano, algo que me molesta, por el hecho de que esperan que sea mi compañero de vida. No puedo aceptar a alguien más débil que yo.
—Creo que sois muy parecidos —responde mi sirvienta con su temerosa voz, ella es nueva—. Ambos son los prodigios de los Roosevelt.
—Ciertamente su inteligencia es buena y mi magia es excepcional, haremos la mejor pareja entre todas las generaciones que han existido —comento llegando a tener ello como sostén ante mi negativismo.
Es cierto, sea humano o no, algún día estaremos casados. Lo morderé y volveré vampiro, también encontraré la forma de darle la pureza de un noble. Ese ha sido mi deseo desde hace algunos años una vez acepté mi destino. Si no fueras humano, Lewis Roosevelt, serias perfecto, pero por ahora, nada te diferencia de la cena que sirven cada tarde en mi mesa. Pienso viendo mis mejillas en el espejo, toman un tono rosa ante la sensación de necesidad que me invade.
"Extraño su sangre, creo que tengo una adicción hacía ella."
Una vez todo está listo, salgo con mi vestido negro con detalles en rojo. El cabello suelto acompañado de un listón decorado con la figura de un murciélago. Es bastante sencillo, pero cada pieza es más valiosa que la casa de cualquier ciudadano común.
Bajo las escaleras al lado de mi sirvienta mientras veo fijamente a mi invitado mostrando siempre en mi rostro una leve sonrisa. La formalidad no puede faltar con los socios de la familia, aunque sean inferiores a nosotros.
—Marqués Blackburn, es un placer tenerle en nuestra residencia —comento llegando hasta él y dándole mi mano para que la bese con delicadeza.
Quedo bastante por debajo en tamaño. Debe medir alrededor del metro ochenta. Sus cabellos son rubios y cuidados, su hijo, ese que se reunió con mi hermano en la fiesta, es la viva imagen de su padre. Sus ojos deben ser verdes, pero desde que llegó los ha tornado rojos. La ropa está perfectamente cuidada y es cara, todo acorde a su nivel económico. En cambio su rostro no es nada especial, podría considerarlo común. Lewis es más bello y perfectamente imperfecto en su humanidad.
—Lamento que mi rostro no sea de su agrado, joven señorita Roosevelt —dice con total amabilidad—. Sí, puedo leer sus pensamientos.
Correspondo con una sonrisa y recojo la mano para continuar como si eso no hubiese pasado. No sabía, no salgo mucho de casa, debió advertirme. Su poder me resultaría útil para entrar en tu cabeza, quizás así sabría qué piensas reamente cuando juego contigo.
—Mi error, suelo pensar bastante las cosas y más si es ante alguien de su nivel. ¿Puede acompañarme a la sala? Prepararon vino especial para usted —comento servicialmente, él debe entender la naturaleza del vino que le ofrezco.
—Sería un honor —me responde y ambos empezamos el recorrido. Se me hace raro tratar con un noble fuera de la familia, eso significa que él tiene sangre y que puedo controlarlo. Sus ojos se posan sobre mí ante ese pensamiento, dejándome notar que nada será un secreto aunque lo calle.
—No es tarea fácil controlar la mente, señorita —comenta él.
—No todos los días alguien puede meterse en mis cabeza de esa forma. Es un poder bastante útil—le comento, lo sé, mi cabeza es un desorden de ideas, pero nunca me ha preocupado que alguien se cuele en ellas, hasta ahora no veía eso como una posibilidad. Falta total de respeto, se lo perdonaré porque lo pienso incontrolable, no creo que pueda elegir que leer.
Trato de ser lo más agradable posible aunque odio entablar conversaciones, las personas me dan pereza. Creo que la mayoría solo habla estupideces. Creo que todos tratan de ganarse mi favor, algo que es normal, pero me aburre solo verles rogando que los mire, viéndome como a Lyra.
"Quiero morder a Lewis, extraño su sangre", me ganan mis deseos a cada momento de la noche y no puedo evitarlo.
Tras un minuto de caminata llegamos a una de las oficinas de reuniones de mi padre. Esta es de las más sencillas, pero no tengo acceso a las demás. Sus paredes están forradas de rojo junto a un ventanal bastante grande, parece que alguien dejó las cortinas cerradas, quizás por su uso en el día.
Nos adentramos en la sala y sentamos frente a la chimenea que desprende un agradable calor. Siempre me ha gustado el fuego, por algún extraño motivo. Sin embargo, para ofrecerle la muerte a mis juguetes prefiero los métodos sencillos que no me retrasen, odio los gritos de dolor si no son de Lewis.
—Número doce, trae la bebida —ordeno a mi sirvienta y ella obedece, no tiene sentido ponerle nombre a un humano. Aun así, mi hermano nombró a ese sirviente suyo, Helios. Detesto su favoritismo con lo débil, lo frágil y efímero.
—Seré directo, pensaba que esto sería alguna treta, una especie de trampa, aunque no parece haber nada que sugiera tal cosa en su cabeza, y la reunión va orientada al tráfico de esclavos. Me complace saber que los Roosevelt aceptaron esta diversión para los años de eternidad que se pueden tornar...aburridos. Ahora, dígame, ¿cuánto está dispuesta a pagar? —parlotea el marqués.
—Dos hadas, escuché que las está usted vendiendo, una natural y otra de lava. Investigué los precios en el mercado y rondan las diez monedas de oro, pero segura estoy de que aceptaría ocho —le respondo amablemente para luego agregar—: no es necesario que entre en mi cabeza, señor Blackburn.
—Es una medida de seguridad y respecto a lo otro, ¿por qué lo haría? —Me mira con sus ojos carmesíes y el aire de la habitación se hiela de pronto ante su aura. Es bastante impactante la presencia, me recuerda a padre, pero tengo la total certeza de que Lewelyn es más peligroso.
—Porque soy una Roosevelt y vuestro negocio sigue en pie justamente porque mi familia lo permite, no se olvides de las libertades que le damos y agradézcalas —sentencio aprovechándome de mi posición.
—Ha corrido el rumor de que perdieron su privilegio, de la semilla pura y capacidad de nacer vampiros nuevos —dice él rondando con su dedo índice el borde del vaso de vino que posee en sus manos.
—Sus palabras pueden llevarle a perder la lengua, marqués Blackburn. ¿Su hijo impuro no le dijo? —le digo buscando cambiar el tema hacia su debilidad.
—¿Decirme qué? —Me mira curioso, descubriendo mi respuesta antes de que logre decirla.
—Mi hermano y él son buenos amigos, al punto que decidió mostrarle sus habilidades. ¿Recuerda las de mi difunto abuelo?, pues puede retirar la vida a los cuerpos con desearlo —le comento con un rostro serio que luego libero de tensiones.
—Es algo que me gustaría ver. Usted es bastante curiosa, sus emociones y acciones son todo lo contrario. —Se mantiene sereno ante mis palabras y es algo que me cabrea bastante, pero jamás dejare que se vea en el exterior—. Ocho monedas de oro, ni una menos.
—Es bueno que lo entienda —digo para ignorar lo demás.
Siento que la puerta es cerrada con llave desde fuera y estoy segura que esto no debía pasar. Incluso puedo ver la sombra de una persona del otro lado de la puerta.
—Usted también está desconcertada —se levanta de su asiento, pero acto seguido por la chimenea es lanzado un cubo bañado de cloro y ajo y el olor se propaga rápidamente por la habitación—. ¡¿Qué es esto?!
—¡No lo sé! —digo mientras me alejo y camino hacia la puerta, pero de las paredes y entre las rocas empieza a salir un gas, lo noto rápidamente y me cubro la nariz, no puedo creer que esto esté pasando—. ¡Por la ventana!
Avanzo hasta allí, y el señor Blackburn se adelanta lanzandome a un lado para sacarme de en medio. Al intentar abrirla, esta se encuentra sellada con tablas colocadas de una mala forma, algo que por si solo no podrían retenerle, pero dado todo lo que está sucediendo deduzco que no serán unas simples tablas de madera.
—¡Espere! —le advierto y es demasiado tarde. Cuándo el marqués las intenta quitar, varios baldes con agua bendita son lanzados como si estuvieran unidos por un hilo invisible volteando su contenido hacia el marqués, quemando su cuerpo ya incapaz de regenerarse por los gases mezclados con ajo esparcidos por la sala.
¡ESTO ES CULPA DE LEWIS!
Siento mi cuerpo agotado a la par que arde, me quema la garganta y por el olor de los ajos entrando en mi sistema no puedo regenerarme. Caigo al suelo agotada y envuelta en un dolor intenso mientras intento articular palabras que no salen. El agua bendita que corre por el suelo llega a mi mano y quema la palma de esta, no la cierro, dejo que se bañe en ello mientras cierro el puño arañando el suelo.
"¡Duele, duele, duele mucho!, me las vas a pagar. Como sobreviva a esto te mato." Me repito para mí y a mi debilitado cuerpo, paralizado por el dolor.
El marqués usa lo que le queda de fuerza y su quemado cuerpo para arrastrarse y escapar por la ventana. Aun así, es detenido, parece haber una pared invisible, algo le corta los dedos cuando intenta avanzar. No le bastó una primera trampa, incluso colocó una segunda en el mismo lugar. ¿Quién demonios logra predecir tantas cosas?
—Malditos Roosevelt, los maldigo, no puedo creer que se hayan atrevido a tanto.
"¿No que somos inmortales?, ¿entonces por qué sufrimos así y me concibo como si pudiese morir ahora?"
No puedo moverme, casi pierdo el conocimiento cuando siento la puerta abrirse tras quitarse el seguro y entra Lewis con una máscara negra en el rostro, debe ser para evitar los gases tóxicos, pero parece la misma muerte. Mi cruel e imperfecto hermano menor, ese que engaña al mundo y se codea con seres superiores, ese que se casaría conmigo y no le importa hacerme daño, me las vas a pagar.
En sus manos lleva un bastón de madera de punta afilada que le regale por su cumpleaños mientras le dije: "para cuando seas un anciano, basura humana".
Lo carga como algo preciado, cosa que usa para, desde la espalda, clavárselo al Blackburn. Es un ataque bastante cobarde y vergonzoso, usar mi regalo para algo tan sucio. La sangre del noble corre por el suelo, ser uno significa tener funciones mundanas y entre ellas, sangrar. Aun así, nunca había visto a uno tan gravemente herido.
"Prefiero a los impuros en ese sentido, ellos ya no tienen sangre por sus venas", empiezo a desvariar por el dolor.
—Le...wis... —digo estirando la mano hacia él y controlando su sangre lo mejor que puedo, pero es inútil.
"Se ríe, se ríe, ¡se está riendo! Maldito, ¿cómo te atreves a causarme tanto dolor?" pienso mientras vomito sangre y sufro de espasmos. No puedo más, mi cuerpo termina por apagarse justo cuando sus ojos detrás de la máscara se fijan en mí, dejando solo mi consciencia.
No logro ver su rostro y la máscara no impide que su risa inunde la habitación mientras ve las cenizas del Blakburn volar por la ventana, también llevándose los gases tras de si. Demora unos segundos en hacer ese estruendoso ruido con sus carcajadas, los cuales empiezan una vez termina de someter a su presa mientras se apoya en la ventana. No es cualquiera...el maldito lo está disfrutando.
Se retira la máscara para dejarme ver sus ojos negros y el cabello ondeando al viento. Me apunta con el bastón acercándose a mí a paso lento y colocándolo en mi pecho. Podría asesinarme ahora mismo de desearlo, maldito humano.
—Bien hecho, Victoria. Llevaste a cabo un buen papel —es lo último que escucho cuando mis sentidos se apagan por completo.
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