Cap 42: El Secreto De los Roosevelt
Mientras estamos en ese banco hablamos de muchas cosas, sobre todo del pasado. No teníamos una perspectiva de un futuro a desear fuera del que siempre habíamos previsto. Aunque él cree posible que yo avance dentro de las tradiciones familiares por el mismo sendero que voy.
—Debería ser la hora —plantea el observando el cielo.
—¿La hora de qué? —Al hacerlo veo como un cometa se empieza a notar en el oscuro horizonte.
No había escuchado de algo como esto, tampoco lo estudio.
—Lo comentaron las sirvientas hada el otro día, así que pensé que podría ser agradable de ver. Lo conocen como Azahares, pasa una vez cada tres años —responde Helios observando el cielo oscuro, ahora las estrellas se hacen más presentes.
—Es realmente una coincidencia que eso ocurra en mi cumpleaños —respondo observando hacia arriba.
—Ellas estaban emocionadas, aunque parece que usted no llega a ese nivel —plantea él.
—No veo algo especial en una roca que cruza por el espacio cerca del planeta. ¿Sabes que hay una ligera posibilidad de que impacte en nuestro mundo y lo destruya o al menos modifique grandemente el clima? —le comento.
—No era exactamente eso lo que debía pensar. Solo era disfrutar de la imagen —plantea Helios.
Observo el cielo un segundo y luego beso los labios de Helios. No es normal demostrar ese afecto en las calles, pero todo el que está ahora mismo en el exterior solo observa al cielo, no harán reparos en nosotros.
—No me disgusta que hayas tenido esa intención —respondo cerca de su rostro confesando mi agrado por la situación.
Ocurre en cuestión de segundos, solo siento la carne y huesos romperse delante de mí. Él ni siquiera dice algo, no le da tiempo. Lo único que queda es un puñado de cenizas que se deshacen sin remedio en mis manos. La gran mayoría cae en mi vestido y el resto se lo lleva el viento.
—Señorita, debe tener más cuidado, es peligroso, Narciso es peligroso, hay muchas criaturas de la noche —expone una joven con hábitos de monja, Dolores, la del orfanato.
Ella carga en su mano el corazón sin vida de Helios, el cual termina por reventar con una fuerza sobrenatural. Este, a su vez, también se vuelve cenizas.
No logro reaccionar, no entiendo lo que está pasando. Quiero gritar, quiero tomarla por el cuello, quiero asesinarla. Esa sonrisa inocente en frente mío que no entiende la gravedad de lo que ha hecho... ella solo elimina criaturas peligrosas...
Solo miro mis manos, allí están las cenizas de él... de Helios...
—No puede ser... debe ser una broma —digo a duras penas.
—Calma, ahora estás a salvo, nada malo te pasará, señorita —dice Dolores tomando mis hombros con cuidado.
Siento que algo se rompe en mi interior, algo que Helios reconstruyó y ahora está hecho trizas. Solo puedo empezar a reír sin control apoyando las manos en el banco sobre lo que queda de su cuerpo y el traje que siempre usa.
—¿Estás bien? —dice la joven monja preocupada.
—¿Eso qué importa, verdad? —respondo sin parar de reír y realmente no tengo control de esto.
La mataré, la mataré...
Los voy a matar a todos...
¿Por qué?
¡¿Por qué?!
Todos a mi alrededor me observan.
Ya el cielo no puede captar la atención de nadie...
Los colores azules no existen.
"Estás condenado a ser el villano de esta historia, no intentes escapar de tu destino, Daniela", dice una voz en mi cabeza, la misma voz del demonio del cine.
"¡Tú deber es dejarte corroer por la ira y asesinar, asesinar a todos, hazlo, hazlo!"
Cuando regreso en mí, mis manos están alrededor del cuello de Dolores, sin embargo, ella soporta la presión de mis dedos sin problema.
—Tranquila, ese ser oscuro pudo haberse colado en tu corazón. Sólo debes dejar que Dios tome su lugar. Puedes hacer la fuerza que quieras, mi bendición de indestructibilidad no dejará que nada malo suceda —responde ella trayéndome a la realidad.
"Aún eres muy débil, esa monja si quisiese podría destruirte ahora mismo. Ven a mí, Lewis Roosevelt, regresa a tú raíz", comenta otra voz desconocida.
Yo me calmo, logro tragar en seco y mostrar un semblante calmado. Uno merecedor del premio a la mayor inestabilidad mental.
—Debe perdonarme, me tengo que ir. Gracias por salvarme, hiciste lo correcto —respondo tragando mis emociones y solo mostrando una superficie totalmente calma.
—¿Estarás bien? ¿Quiere que la lleve? —responde la inocente.
La mataré... debo matarla... quiero matarla.
Esto es injusto...
—No hace falta, puedo llegar a casa sin su ayuda —respondo evitando pensar en todas las cenizas que manchan mi rostro y ropa.
Recojo el traje de Helios, ese negro que siempre ha usado desde que nos conocemos.
¿Estoy teniendo una pesadilla?
Quizás...
Ojalá...
Necesito que solo sea una pesadilla.
—Ten, esto te protegerá —dice dolores entregándome un rosario—. Protegeremos a toda ciudad Narciso. Incluso ya limpié un poco el bosque.
¿Era ella? ¿Esa figura que lanzó el árbol?
—Lo agradezco —respondo para guardar el rosario en la ropa de Helios y caminar, camino hacia el carruaje.
La impotencia corroe mi cuerpo...
William, Helios... Helios... Helios... Helios... Helios... Helios... Helios... Helios... Helios... Helios... Helios... Helios... Helios... Helios... Helios... Helios... Helios... No puede ser.
Conduzco el carruaje de vuelta a casa. Quito mi ropa de mujer antes de llegar y solo dejo mi cabello blanco libre.
No logro llorar, no lo logro, solo me consume un vacío inmenso. Las emociones no encuentran un sentido dentro de mí. Ira, rabia, impotencia, tristeza.
Llego a mi habitación sin detenerme, no hago reparo en nada por el camino. Una vez cierro la puerta y me encuentro en ese espacio personal lleno de soledad grito, grito tan fuerte como puedo y comienzo a romper todo. Lanzo la silla del escritorio, rompo las almohadas. Los papeles de la estantería también vuelan por los aires. Un florero vacío lo arrojo contra la pared viendo como estalla en pedazos como mi alma en ese instante.
Hago un caos, hago todo un desorden dejando salir lo que he estado aguantando.
—Joven amo... —dice Charlotte del otro lado de la puerta, se le nota asustada.
—¡Lárgate! —grito sin medida.
—Pero... —responde la ciega.
—¡Qué te largues, Charlotte! —le contesto sin medida, tirando la lámpara de aceite de la mesa contra la puerta haciendo que los cristales estallen. Charlotte no responde, parece que la asusté, solo sé que su voz deja de sonar del otro lado de la puerta.
Caigo al suelo en silencio y observo la mesa donde suelo trabajar en mi habitación. Esa mesa no la toqué, en ella está la agenda de Helios, esa agenda que me regaló.
¿Tanto desean que sea un villano?
¿Cuánto más debo perder?
Ya basta.
Ya basta...
Me levanto para tomar el cuaderno y hojearlo con las manos temblando. Mis ojos se detienen en una página al azar y lo que leo me hace llorar. Hace que se rompan mi interior.
"La muerte de alguien que quieres, debe doler demasiado", es lo que leo.
Caigo al suelo apoyando mis manos en la superficie de madera dejando salir las lágrimas. Mientras más salen más vacío se siente mi interior, más me convenzo de que odio este mundo y a su gente...
Tomo una pluma y escribo en la última página.
"Lyra, Lewelyn, Victoria, Oliver, Dolores, deben morir"
¿Tanto lo desean?
¡Me aseguraré de que sufran todos!
Camino hacia el pasadizo secreto de mi habitación entrando en este. Sin embargo, no tomo el camino al bosque, sino a lo profundo del castillo.
Por el recorrido soy envuelto en tela de arañas, una risa inunda los pasillos de forma burlona, una risa de alguien que me está esperando. Desde la muerte de Augustos nadie pisaba este lugar, pero es normal. Es el secreto mejor guardado de los Roosevelt, su mayor secreto, al punto de que ellos mismos lo olvidaron.
Llego a una sala en su totalidad oscura. Al yo pisar el centro se prenden varias llamas flotantes por toda la habitación en color verde esmeralda.
Hay disímiles de tesoros por todos lados y una estatua en el centro, una estatua de un demonio. Uno con cuernos de un lado de la cara y el otro humanizado. Su piel no existe, solo hay huesos que sobresalen como capas. Su mano porta una corona de oro que alguien dejó ahí.
—Mammón —digo su nombre ante la estatua y de esta empiezan a salir moscas—, demonio superior de la avaricia y creador de todos los Roosevelt.
Los ojos de la estatua parpadean y su cara demuestra una amplia sonrisa fracturando el material del que está hecha.
—Lewis Roosevelt, así que se dignaron a regresar a sus inicios —expone el demonio.
—Vengo a hacer un trato con usted —sentencio.
Yo no deseé esto, tú me obligaste, Gabriel. Te lo prometo, vas a tener la obra más sangrienta capaz de crear y serás el último nombre en mi lista, ese que cobraré con la mayor alegría del mundo.
Cuando todos sufran y se revuelquen en sus tumbas, quizás ahí sea capaz de sonreír de nuevo como antes de venir a este maldito mundo.
¿Estás feliz? Creaste un demonio.
Continuará...
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