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10

Un hueco. Sí, un hueco es lo que estaba por hacer en el pasillo si no dejaba de caminar. Faltaban minutos para que mi hijo naciera. En el corredor no había ningún alma y los nervios me estaban por explotar. Para colmo no podía estar junto a Sehun porque los partos de donceles eran muy delicados y no sé había lugar para riesgos. Después de saber eso, las palabras del doctor y sus promesas no lograron calmarme en lo absoluto.

Al parecer, mi hijo le hizo honor a su sangre y creció mucho. Los nueve meses para mí esposo habían sido una tortura, el peso le hacía doler la espalda y los cambios de clima no le caían muy bien. Además, contabamos los días que faltaban para conocer a nuestro bebé. La casa estaba preparada y lista para recibir al nuevo integrante, fue un trabajo duro pero lo logramos.

Las espera era interminable. Una enfermera me regañó cuatro veces por hacer ruidos molestos. Me leí todos los folletos y carteles que estaban en el hospital. Una mujer desconocida me acercó un papel que no sé dónde lo dejé porque un segundo después el médico salió de la habitación y me dejó entrar.

- Señor Park, aquí está su pequeño. - Me señaló una cuna. Parpadeé tantas veces, una vida... de Sehun y mía estaba descansando tranquilamente entre las mantas con dibujos de estrellas que habíamos comprado. - Su esposo despertará en unos minutos. - Dijo y me dejó con mi hijo y con Sehun. Este último estaba durmiendo en la cama con una mano sobre su vientre, creo que echará de menos las sensaciones que le producía nuestro ángel.

- Dime... Qué tan fuerte gritaste, porque se ve que eres un niño carácter. - Sonreí al ver que frunció los labios. - No vas a dejarnos dormir. ¿Verdad?

Una risita cansada atrajo mi atención. Sehun había despertado y nos observaba con esos ojos soñadores que nunca perdió.

- Estoy tratando de entablar una conversación con él.

- Es muy pequeño aún. - logró decir.

- Lo sé, pero quería intentarlo.

- Será muy conversador.

- ¿Cómo lo sabes?

- Escuché a uno de los médicos decir que tenía la orejas del padre. - se rió un poco. - Entonces, sí se parece a ti, va a ser muy amigable.

- Sabía que de algo se está riendo ese viejo.

- Yo estoy feliz, se parece al hombre que amo.

- También te amo, es nuestro campeón.

- Mañana van a darnos de alta, tendrás que ponerte cómodo.

- Por supuesto. - Me senté sobre un sillón que estaba cerca. - ¿Te sientes mejor?

- Sí, me siento mejor. - Me incliné para besarlo...

- No se permiten ese tipo de comportamientos. - nos interrumpió una enfermera. - ¿Están casados? - Le mostré el anillo, ella miró a Sehun y él frunció el ceño y la mujer rompió el contacto. - Ese tipo de muestras no están permitidas. - Y se fue.

- ¿Qué fue eso?- pregunté.

- Nada... los pequeños problemas de tener un esposo más joven y guapo. - Sonrió con superación.

- No entiendo.

- No es importante. - se acostó y durmió un poco.

A la mañana siguiente volvimos a casa. La cuna de nuestro pequeño estaba en la habitación matrimonial porque Sehun quería tener, durante un tiempo, cerca al bebé. Por ese día el permaneció en el cuarto, aún estaba cansado.

Los berrichen y bufidos de nuestro bebé eran lo más tierno de este mundo hasta que comenzó a acompañarlos con gritos potentes y llantos que, en más de una ocasión, nos asustaron de muerte. No teníamos experiencia alguna y, sumado a eso, yo no era de mucha ayuda ya que casi siempre terminaba llorando junto con el bebé. Soy un hombre muy sensible. Gracias al cielo Sehun era la voz de la cordura y siempre nos sacaba adelante.

A la hora de dormir... ¿dormir? ¿Qué es eso? No considero que abrir y cerrar los ojos según los gritos de Eunae, nuestro hijo, sea dormir. Sin embargo, despertar con ese pequeño angelito recostado sobre mi pecho fue una de las maravillas que descubrí mientras aprendía a ser padre. También, las hermosas risas que, un mes después, soltaba cuando escuchaba mi voz o veía la sonrisa de Sehun. Sus emociones pintaban de todos los colores nuestra casa. Al contrario de mí, la paternidad en Sehun era algo natural, venía en su sangre. Era mi guía para todo, podía ver en sus ojos si algo andaba mal o si era motivo de festejo.

En algunos momentos me sentía inútil, pero todo cambio cuando, desgraciadamente, nuestro hijo se enfermó. Una simple gripe dio vuelta nuestro mundo. Mi esposo y yo estábamos aterrados, lo veíamos tan pequeño y vulnerable. Las primeras noches de esa horrible semana tuve que consolar a Sehun que se culpaba por todo. Una semana entera velando por mis dos amores, cuidandolos y protegiendolos de todo. Con solo siete días me di cuenta de lo importante que era mi lugar, Sehun era fuerte por nuestro hijo y yo era fuerte por los tres.

Una hermosa familia.

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