Mi vida no era mala, pero siempre deseaba que fuera mejor. Mi madre había pasado por dos divorcios desde que se separó de mi padre. No los culpaba, no se llevaban bien y prefería tenerlos lejos que discutiendo por cualquier cosa.

Ella tenía serios problemas de seguridad y era depresiva. Sus problemas eran tantos que yo no existía para ella y sus esposos mucho menos.

Todo se volvió monótono desde que puedo recordar. Levantarme, ir a la escuela, estudiar, comer y no esperar a que nadie me devuelva el saludo cuando regreso a casa, eran parte de una rutina sin sentido para muchos niños de mi edad pero no para mí.

Nunca conocí a los novios o pretendientes de mi madre. ¿Por qué? Uno, nunca los traía y, otro, creo que muchos de ellos eran imaginarios. Me tuvo en su adolescencia, un descuido de principiante, ella y mi padre no tenían idea de nada y doce años habían pasado desde ese hecho. Cuando era más pequeño deseaba que ella me notara pero, luego de mi cumpleaños número trece, ya me daba igual o eso fue lo que creí...

- ¡Feliz cumpleaños mi amor! - ella estaba sosteniendo un enorme pastel en sus manos y llevaba un gorro colorido en la cabeza. - ¡Feliz cumpleaños Chanie! - dejó el postre sobre la mesa del comedor y se acercó a mi. - Trece años... eres tan grande, pero aún eres un bebé.

No podía salir del estado de shock. Esa no era la actitud que mi madre solía tener, es más, nunca estaba en casa.

- ¿Qué ocurre cariño? - sonrió. - Te contaré, hoy tuve un día increíble y mañana lo será aún más.

- ¿Por qué? - su cambio me estaba asustando.

- Ya lo verás. - dijo y se fue a su habitación.

Esperé a que cerrara la puerta y me acerqué al dulce y pude ver, junto a él, una caja mediana con un moño dorado. La nota que colgaba de uno de los extremos del listón decía:

Para Chanie, espero que te guste.

PD. Rompe el envase en mil pedazos, dicen que si lo haces puede que lleguen más regalos.

La letra era bonita y trabajada como si se hubieran dedicado a ella. Tome la caja y la abrí lentamente, era obvio que esto no se le ocurrió a mi madre y tenía que ser precavido. Un brillo leve atravesaba los papeles negros que estaban dentro de la caja, ingrese una de mis manos y tomé lo que había en el interior. Un reloj, eso era. El artefacto brillaba frente a mis ojos y yo, simplemente no podía creerlo. Eso definitivamente no era obra de mi madre. Llevé el objeto y su caja a mi cuarto y los guardé en un lugar seguro. Seguidamente, volví al comedor y me serví un poco del pastel, los había probado antes, no eran desconocidos para mí, pero este en especial era sumamente delicioso. Eran demasiadas cosas para soportar en mi cumpleaños. ¿Y mañana? ¿Qué sucedería mañana?

Recostado en mi cama no podía pensar en nada más. ¿Qué le estaba sucediendo a su madre? ¿Quién le dio esas ideas? ¿De dónde sacó el pastel? ¿Cuándo consiguió ese regalo? ¿Por qué en su cumpleaños?

Más de una vez había dirigido mis ojos hacia el escondite del obsequio. Luego a la puerta y, finalmente, al techo. Pensé en los últimos días y sobre todo en las últimas horas. Mi madre había estado fuera de casa como de costumbre y había vuelto transformada. Sus salidas constantes solo se debían a una cosa: buscar un nuevo esposo o pareja. ¿Lo había encontrado? Y más importante, ¿se había sentido lo suficientemente segura como para contarle que tenía un hijo? No, seguramente le ha mentido. Tal vez el hombre mañana esté esperando a un niño de seis o siete años, era lo más normal. Una mujer con un hijo de trece años... solo significaba problemas.

De todos modos eso no importaba. Si ese tipo no lo aceptaba le daba igual. Nunca tuvo el cariño de ninguno de sus padres y el rechazo de un extraño no le cambiaría las cosas.