
La carta del viejo profesor
Dentro de la unidad de memoria, junto con el facsímil del libro de Carl Sagan, había un documento más pequeño que Gamboa estudió con sumo interés. Era una carta, el legado póstumo del viejo Víctor:
Estimado Jorge:
Siempre fuiste mi discípulo más aventajado, el más querido, el mejor. Cuando te conocí en la universidad, siendo apenas un joven bisoño e inexperto, comprendí que tú representabas la esperanza de los de nuestra estirpe, y me dediqué a formarte, a prepararte —sin que te dieras cuenta—, para lo que era inevitable: el fatal destino que nos amenazaba.
Soy el último representante vivo de una tradición que ha velado desde la oscuridad por el conocimiento y la verdad durante cientos y cientos de años... Una tradición a la que han pertenecido personalidades como Wernher von Braun, Alan Shepard, John Glenn, Neil Armstrong, Edwin Aldrin, Michael Collins, Carl Sagan, Elon Musk, Mary Mitchell, Abhay Kumar, José Luis Labandera, Dimitris Kiriazis, Íñigo D'Arcangelo y otros muchos más de los que irás sabiendo a su debido tiempo.
Yo, querido Jorge, soy el último nasiano.
Si estás leyendo esto es porque he muerto. No puedo permitir que nuestros secretos queden en el olvido. Alguien tiene que recibir el legado de los nasianos y he decidido que ese alguien seas tú.
Recuerda el número 1.679, tú ya sabes qué quiero decir.
Tu amigo,
Víctor Smith.
El profesor Gamboa sintió una profunda emoción. A veces, Víctor parecía inescrutable. Siempre era difícil intuir qué pasaba por su mente, Él nunca había sospechado que "El Maestro" tuviera tan alto concepto de él. Algo se encogió en su interior al recordar su horrible muerte.
Sofía percibió la frustración de Jorge y puso la mano sobre su hombro. Tuvo algunas palabras de ánimo y lamentó no haber conocido a aquel gran profesor, y mejor persona. Aquella situación era un carrusel de emociones, en la que se pasaba de la euforia absoluta de descubrir un libro de papel, hasta la tristeza más conmovedora que trasladaba la carta del viejo profesor.
La carta aseguraba que los nasianos habían seguido existiendo, al menos hasta ahora, hasta la muerte de "El Maestro". Los nasianos habían seguido en la oscuridad durante el curso de los años, haciendo lo posible por preservar el conocimiento. El desarrollo y el bienestar eran algo precioso que había que cuidar. Ellos, los nasianos, habían vivido la Edad del Ocaso, comprendiendo lo enormemente frágil que es esa cosa llamada prosperidad. Ellos nos cuidaban, desde las sombras.
Se proporcionaba el nombre de algunos nasianos. Conocía a Carl Sagan, el autor del libro de papel; a José Luis Labandera, un célebre arquitecto ecuatoriano; y a Dimitris Kiriazis, apodado Dioscórides, uno de los más grandes biólogos de la historia.
Gamboa también conocía a Armstrong, Aldrin, Collins y Shepard, por inscripciones en restos arqueológicos descubiertos en la Luna. En el Mar de la Tranquilidad habían sido hallados los restos del aterrizaje del Apollo 11. En ellos se había encontrado una placa conmemorativa en una escalerilla con los nombres de Armstrong, Aldrin y Collins del año 1969. En el sitio del Apollo 14 —más tardío, de 1971—, descubierto en la zona de Fra Mauro, aparecía el nombre de Shepard junto al de otros en la placa del viaje.
Otro de los nasianos que conocía bien era Íñigo D'Arcangelo, el prestigioso ingeniero que había diseñado las primeras naves interestelares. Gamboa no podía evitar recordar las noticias que habían aparecido hace unas semanas, cuando D'Arcangelo había sido encontrado en su despacho en La Ciudad de la Luna, muerto en extrañas circunstancias. Lentamente, las cosas empezaban a encajar.
—Una carta muy emotiva —dijo Sofía—, pero ¿este libro nasiano es todo su legado?
—No te equivoques. Un libro de papel siempre es algo extraordinario —respondió Gamboa.
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