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Kilómetro cuatro. Helipuerto.

Al día siguiente, el Fugaz Bogotá se posó sobre un pequeño helipuerto que había en el kilómetro 4 de "La Torre". Realmente, como la base del edificio estaba a dos kilómetros sobre el nivel del mar, el kilómetro 4 permanecía a dos kilómetros de altura sobre el suelo.

—Aquí te dejamos Bogotá —dijo Castillo—. Vuelve a la comisaría en Cartagena, y borra las conversaciones mantenidas durante las últimas 48 horas.

Rumbo Cartagena.

El Fugaz Bogotá despegó ágilmente y se fue en dirección norte.

—Y acuérdate —dijo Gamboa por el intercomunicador— que hay que devolver al museo la placa con el Mensaje de Arecibo que te hemos dejado...

Recibido, teniente.
Buena suerte.

Al acercarse a la puerta de "La Torre", ésta se abrió automáticamente tras detectar sus tiques de viaje. Frente a ellos, había una pequeña salita, donde tuvieron que esperar pacientemente a uno de los ascensores.

Dejaron pasar a dos de ellos porque iban muy llenos, pero al tercero tuvieron más suerte. El viaje hasta la cima de "La Torre" duraba más de una hora y es que, aunque el ascensor subía con rapidez, eran cincuenta kilómetros de ascensión.

En el ascensor había un hombre maduro que tenía todo el aspecto de los que han nacido en la Luna. Su piel era pálida y sus piernas extremadamente delgadas. En la Luna la gravedad es mucho menor y la musculatura de las piernas suele atrofiarse. Los de la Luna muestran esas piernas delgadas que los hace tan reconocibles. Estaba sentado en una silla de ruedas. Probablemente, tenía dificultades para ponerse en pie. Por lo demás, con su traje impecable a la moda espacial, podía pasar por un comerciante o un hombre de negocios.

Tras un saludo, intentó mantener una conversación informal con los tres pasajeros.

—A la Luna de vacaciones, ¿verdad?

El teniente Castillo se fijó en él, molesto por el comentario, y no quiso contestar. Sofía intentó ser más agradable, y mantuvo algunas palabras con él.

—Algo así. ¿Vuelve usted al espacio?

—Es mi trabajo —sonrió amistoso—. Ir y venir continuamente. Hay que atender a los negocios y la verdad es que cada vez me cuesta más...

—¿Cómo es eso?

—Esta terrible gravedad de la Tierra terminará matándome, que yo ya tengo una edad, que ya son más de cien años. ¿Saben lo que hice ayer?

—¿Qué hizo?

—Me pasé casi todo el día metido en la bañera del hotel. Ya saben, sumergido en agua es como si esta terrible gravedad me hiciera menos efecto. Como que flotas, y dejas de sentir esa horrible sensación de estar aplastado por el peso de tu cuerpo...

—Bueno, ya vuelve usted al espacio. Podrá relajarse y abandonar esa silla de ruedas. ¿Viaja a la Luna también?

—Ojalá lo hiciera. Ustedes que viajan a la Luna podrán disfrutarla. Les recomiendo el típico paseo por la Avenida Dioscórides hasta la Plaza de las Estrellas, y allí visitar el Museo del Espacio, una atracción bonita aunque no muy conocida. Otra visita indispensable es salir a "El Mirador" a contemplar el paisaje, un espectáculo digno de ser visto. No se lo pierdan.

—¿No viaja usted a la Luna?

—No, y le aseguro que lo lamento. Tengo que ir al astillero espacial "América" por temas de trabajo. Soy ingeniero naval y estoy participando en el diseño de un nuevo motor que puede mejorar las prestaciones de muchas naves espaciales. Hemos alcanzado un impulso específico muy elevado —sonrió, y se inclinó desde la silla hacia Sofía, como el que revela un secreto importante—. Fíjese. Hemos superado los 30.000 segundos. Nada menos.

Castillo empezó a prestar interés por la conversación que Sofía mantenía con el extraño.

—No es un tema sobre el que entienda demasiado —dijo Sofía—. ¿Me habla de un motor iónico?

—Claro, un iónico. El impulso específico nos mide la eficiencia con la que un motor utiliza el propelente. A más impulso específico, el motor es mejor. Es muy relevante en los motores que se usan en el espacio, donde el propelente es siempre un bien escaso.

El teniente Castillo no pudo evitar inmiscuirse en la conversación.

—Permítame una pregunta. ¿Conoció usted a Íñigo D'Arcangelo?

—Ah, sí. Claro —el hombre pareció algo desconcertado—. Soy uno de sus muchos discípulos. Tuve el privilegio de conocerle bien y de llegar a considerarle mi amigo. Yo trabajaba en su equipo. Cuando siendo director del astillero orbital "América" decidió dimitir para irse a trabajar a la Ciudad de la Luna, todos nos quedamos desconcertados. No lo entendimos. Pensábamos que estaba cometiendo el mayor error de su vida, pero estábamos equivocados. Íñigo había desarrollado una prometedora carrera como diseñador de naves espaciales hasta llegar al prestigioso cargo de director del astillero orbital más importante del sistema solar, pero lo dejó todo. Lo dejó todo para ir a la Luna. Y es que, simplemente, el sistema solar se le había quedado pequeño. Él había dejado atrás los motores iónicos. Llegó a la Luna con ideas novedosas, revolucionarias. Ideas que serían los fundamentos de lo que hoy son los viajes a las estrellas más cercanas... Él fue un visionario, un hombre adelantado a su tiempo. El genio extraordinario que nos llevó a las estrellas... Nada menos que al nuevo mundo.

—Y después llegó la noticia de su inesperada muerte.

El hombre bajó ligeramente la mirada y tardó unos segundos en reponerse del que, sin duda, era un recuerdo triste.

—Asistí a la ceremonia. Fue muy emotivo contemplar su lanzamiento oficial a la Órbita de Personas Ilustres. Allí quedó merecidamente para la eternidad, en la órbita en la que sólo descansan las personas que, como él, han realizado logros extraordinarios. Al menos, allí quedó lo poco que se recuperó de su cuerpo después de aquel asesinato atroz y brutal. Tan cruel como repentino y sorprendente. Nadie esperaba que una persona tan capaz, tan llena de imaginación, pudiera fallecer así, de un día para otro, tan súbitamente. Nadie esperaba algo así. Fue una pérdida terrible. Irremplazable.

Castillo, incisivo como siempre, siguió hurgando en la herida.

—¿Se supo quién lo hizo?

—No, y créame, si pudiéramos pillar al malnacido que cometió aquello...

El hombre sentía rabia. Se quedó callado y sus ojos se humedecieron...

Kilómetro diez.
Conexión con los dirigibles aéreos.

El ascensor paró brevemente para dejar entrar a una pareja. Eran de la Tierra. Llegaban de los dirigibles que iban y venían de todas las partes del mundo y que conectaban con "La Torre" en este punto.

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