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El huracán Marta

Tras tantas emociones se habían quedado casi adormilados, pero las vibraciones los hicieron despertarse. Al abrir los ojos, Gamboa sólo vió nubes a través de la ventana. De hecho, el Fugaz Cali atravesaba una nube enorme. Llovía copiosamente, y los vientos verticales eran muy intensos.

Gamboa quitó el automático y ascendió quinientos metros hasta superar los 11.000 de altura. El Cali no podía subir más. Activó el radar meteorológico y la información del satélite. Era Marta, el huracán que tanto le preocupaba por la mañana y del que se había olvidado totalmente. Había perdido intensidad y ya era casi una tormenta tropical muy fuerte. Marta se había movido rápido y ya había pasado rozando Puerto Rico. Ahora se interponía entre ellos y la isla.

Tenían el viento en contra y la velocidad se redujo a algo más de 600 km/h. Gamboa cambió el rumbo al Sureste, para rodear ligeramente el huracán. La intensidad de las vibraciones aumentó. El Fugaz Cali luchaba bravamente contra la tormenta...

—¿Esto no será peligroso? —preguntó Sofía, inquieta, agarrada a su asiento para evitar salir volando dentro de la cabina presurizada.

—No, pero digamos que me alegro de no haber comido aún y tener el estómago vacío. Esto se va a mover. Ponte el cinturón de seguridad.

Sofía obedeció inmediatamente.

—¿Y me pongo el chaleco salvavidas?

—Créeme, Sofía. Si caemos al mar desde más de 10.000 metros, en medio de este huracán, ése no será el mayor de tus problemas.

Un bache aéreo los hizo saltar sobre el asiento. Gamboa viró diez grados más al Sur, para rodear la tormenta.

—¿Cuántos años tiene el Cali? No fallará ahora este viejo trasto...

—Mejor no te lo digo, pero confío en él. El problema es la electricidad de la atmósfera, espero que no nos afecte ningún rayo.

Un crac crac sonó en algún sitio.

—¡Qué es eso! —Sofía estaba algo asustada.

—Espero que no sea nada— dijo Gamboa, poniendo rumbo Sur.

—¿Y si es algo?

—Si es algo, te aseguro que nos daremos cuenta.

Pasaron unos cinco minutos hacia el Sur y los vientos amainaron. Viraron a rumbo Este y, a la media hora, empezaron a ver la costa de Puerto Rico.

—Ya estás perdiendo altura para aterrizar, ¿verdad?

—Estamos perdiendo altura, sí, pero no intencionadamente. Parece que el Cali está cayendo un poco, pero no te preocupes...

—¿El crac crac?

—Sí, el crac crac. No quería decirte nada para que no te preocupases. De cualquier forma, ya estamos llegando.

Sofía se agarró a su asiento con fuerza.

—No vuelvo a subir a este trasto.

Cuando el Cali aterrizó en la pista de cemento que hacía de helipuerto, al lado de la rústica caseta metálica del yacimiento de Arecibo, la doctora Sofía Tolima, ceremoniosamente, se puso de rodillas y besó el suelo.

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