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Hay un sinfín de posibilidades en el ancho, ancho mundo. Con un sinfín de caminos recorridos y por recorrer. Senderos conocidos, escondidos y siniestros que aguardan ahí, a ser encontrados para enseñar a sus visitantes como atravesarlos.
Yo era uno más entre miles que buscaban ese sendero a diario. Con la esperanza de que no fuera tan tenebroso de caminar como las anécdotas contaban.
Deseábamos un camino fácil a pesar de conocer de antemano que, en realidad, ningún sendero estaría libre nunca de peligros. Aun así, continuábamos aferrados a la idea de que, si intentábamos más que otros, o éramos mucho más competitivos, nuestro sendero se tintaría de armonía, dejando atrás todo el dolor al que temíamos.
No estaba consciente de que desear tanto, podría ser en vano, o que, por el contrario, temer demasiado solo atraería la maldad a nuestro camino como un imán de todo aquello que llevábamos enterrado en el fondo de nuestro corazón.
Los senderos que deseamos serían solo producto de nuestro anhelo, jamás de nuestra capacidad. Alejados de las leyes de la realidad en que habitábamos y tan perfectos como utópicos para ser contados. De existir, las leyendas de héroes no existirían, los villanos perecerían y todo sería tanta felicidad que explotaríamos, hartos de tanta dulzura.
Porque, al final, como humanos, lo que nos hace anhelar la felicidad es el miedo al dolor.


La mañana previa al secuestro del gran mago de Aeloria, el triunfo de la escuela de magia de Nerathia acaparaba todas las conversaciones. Con su reputación en auge, el reino vecino se consolidaba como la cumbre de la educación mágica, un reconocimiento que opacaba la preocupante desaparición de sus dos mejores magos, olvidados por muchos. A este silencio se sumaban rumores de paz entre Nerathia y Aeloria, aunque pocos dudaban de la buena voluntad del “reino pacífico,” conocido así gracias al reinado moderado de su monarca, el gran Jake.

En una celda del castillo de Thalir, a dieciséis millas de la frontera entre ambos reinos, Riki aguardaba su interrogatorio. Las voces de los guardias resonaban en desacuerdo y reproches hacia el rey vecino, cargadas de resentimiento.

—¿Problemas con la realeza? —escuchó a uno de sus costados.
Había sido enviado a las celdas principales, con un par de cadenas atadas a sus manos que lo mantenían atado a la pared pero que eran lo suficientemente extensas como para poder permitirle moverse libremente por su celda individual.

—Tranquilo. Si eres paciente el tiempo aquí será poco para ti. Saldrás, el mundo seguirá el mismo camino y lo único distinto serán los nombres a los que obedecerán. —El hombre mayor soltó una risa que se perdió entre una repentina tos que lo hizo aplastar su estomago con fuerza.
Estaba viejo. Riki notó las canas en su cabeza y su barba desaliñada que cubría su rostro sucio por el piso frío en el que ambos se encontraban.

—¿Cuánto lleva aquí? —se animó a preguntar.
El hombre suspiró tomando suficiente aire como si algo lo asfixiara por dentro.

—Desde la coronación de la reina de seda. —hizo un ademán que Riki reconoció en seguida. Aquel saludo único que la joven reina había dado al recibir la corona—. Escuché que su hijo es el nuevo Rey. Me gustaría conocerlo algún día, pero me temo que la vejez me dejará morir sin cumplir mi voluntad.
Otro suspiro hizo remover al cazarrecompensas de su lugar.

—¿Qué cosas digo? Alguien como yo hablando de voluntades últimas. Hice muchas cosas malas como para permitirme pensar en ello.
La fría y sombría celda se volvió más opresiva para Riki a medida que el hombre hablaba. Las palabras parecían llevar el peso de años de arrepentimiento y resignación, algo que el joven cazador encontraba incómodamente familiar.

El hombre mayor continuó suspirando, perdido en pensamientos que nunca se había animado a compartir con nadie a lo largo de su estancia. Riki lo observó en silencio, preguntándose cuánto habría dejado atrás aquel prisionero y qué tan oscuro sería el crimen que lo había condenado a décadas de encierro, suficientes como para perderse la época de seda de Aeloria.

—¿Ha pensado en el arrepentimiento? —preguntó exhausto en espera de su respuesta.

El hombre sonrió apenas, con una expresión que mezclaba comprensión y ironía.

—¿Preguntas por curiosidad o porque lo estás experimentando? —Riki se mantuvo en silencio—. Ya veo…

Fuera, la vida seguía su curso: Aeloria brillaba como ejemplo de paz, y Nerathia continuaba siendo elogiada por las familias de alto estatus. Pero en esa celda fría, el tiempo parecía haberse detenido en un momento perpetuo de gris melancolía.

—Cuando llegué aquí, estaba lleno de miedo y desprecio por mí mismo —continuó el anciano, dejando escapar una risa amarga—. Recuerdo que fui honesto en mi confesión, como si la verdad pudiera salvarme. Quizá debí mentir un poco... aunque ha pasado tanto que ya no recuerdo todo con claridad.

Los pasos de los guardias se escuchaban a lo lejos mientras ambos se reacomodaban en el piso frío para continuar su conversación.

—El arrepentimiento llegó rápido —murmuró el hombre—. "Si no hubiera robado aquel banco...", "si tan solo mi padre no hubiera falsificado su nombre...", o "si jamás hubiera activado aquel maldito mecanismo..." Las noches se llenaron de esos pensamientos y de los rostros de aquellos que murieron por mi mano. Llegué a desear que mi propia respiración se detuviera. Pero al final, entendí que esa decisión cruel... la había tomado yo. No fue el destino ni otra persona. Yo era el cruel.
Hizo una pausa, y su voz se volvió más profunda, casi susurrante.

—Al principio, me atormentaba pensando que tal vez solo alguien como yo podría haber elegido un camino tan oscuro. Pero después de muchos años comprendí algo: lamentarse por el pasado no cambia el presente. Al final, la única realidad es que soy el hombre que eligió esos actos. Y así está bien… mientras las consecuencias y los finales terminen conmigo, con nadie más.

“Mientras las consecuencias y los finales terminen conmigo” repitió el peligris en su mente. Sus acciones iban más allá de algo malvado, al menos desde la perspectiva de la corona.

¿Quién podría culparlo cuando nació siendo culpable de algo que jamás pidió? Enamorarse o desear algo ajeno, ¿era eso lo que lo hacía atroz? ¿Era esa su condena? ¿Por qué? Y si tan solo tuviera un nombre o un gran apellido… pero Riki jamás deseó reconocimiento, solo sentir y ser libre, sin tener que obedecer a alguien bueno o malo, porque al final cada uno verá por su propio beneficio y él permanecería sin nada. Como alguien que solo sintió devoción hacia aquel que anhelaba la misma y utópica libertad.

El silencio entre ellos fue interrumpido por el sonido rítmico de pasos que se acercaban desde el pasillo de piedra. Una figura encapuchada apareció entre las sombras, acompañada de dos guardias armados. Al detenerse frente a la celda de Riki, el encapuchado habló con voz grave y autoritaria.

—Riki, el gran tesoro de Lykris —dijo la figura, mientras uno de los guardias abría la puerta de la celda con un chirrido metálico—. Es hora de tu interrogatorio.


—Las enredaderas del balcón ya han crecido, aguardando tu llegada, ¡Oh, amor! —Su voz resonó por toda la habitación, como si entonara poesía frente a una gran multitud.
Movió sus manos al compás en ademanes que acompañaban sus pequeñas frases al aire.

—Si has llegado hasta aquí, debes saber que… —se detuvo.

Buscó la libreta en la que anotaba y subrayó el renglón final mordiendo su labio inferior.
—Si has llegado hasta aquí… si has llegado hasta aquí… —repitió sin terminar de convencerse—. ¿Qué podría rimar aquí?
El sonido de los pájaros pareció ser una de sus respuestas cuando el joven asomó su rostro por la ventana de su alcoba en busca de algún rastro de la huida del joven peligris que lo había visitado noches atrás.

Oh, por dios, ¡Ellos se habían besado!
Sonrió anonado en sus pensamientos antes de tomar su pequeña libreta y escribir con su pluma un par de pensamientos que aquel le robaba cada noche.
Sunoo pensaba que el romance en los libros jamás podría encontrarse en el mundo real, al menos así fue como pensó cuando con los años la madurez y la adultez tocaron su puerta.
Eran similar a los miles de mitos sobre las constelaciones y los monstruos que en ellas habitaban según los relatos de su madre que una vez creció supo eran falsos y solo habían sido creado con el propósito de mandarlo a dormir.

Ahora, no estaba seguro de qué creer con exactitud. No desde que, viendo al pasado lo único que podía ver era el rostro de aquel peligris que una vez se encontró en un baile y jamás se atrevió a olvidar.
De vuelta a su infancia, el anhelo del romance imaginario no se sintió tan surreal.

—¡Príncipe Sunoo! —unos golpes en la puerta de su alcoba interrumpieron sus pensamientos haciendo que se reincorporara para abrir la puerta de su habitación.

—¿Qué sucede? ¿Por qué tanto alboroto? —preguntó intrigado. Los ojos del guardia lo hacían sentir inquietante, como si un peligro los acechara.

—El rey Jake solicita su presencia de inmediato. Han encontrado al ladrón del Grimorio.

Sunoo observó al guardia con incredulidad. Las palabras "Han encontrado al ladrón del Grimorio" resonaban en su mente, haciendo eco en cada rincón de su conciencia. El Grimorio, aquel libro que había escuchado mencionar en los susurros de los pasillos, lleno de secretos prohibidos, de poder antiguo y devastador… era difícil creer que alguien hubiera logrado acercarse lo suficiente para robarlo o siquiera que en verdad existía y no solo era un invento.

Se puso en pie, intentando calmar los latidos acelerados de su corazón, y asintió brevemente, indicando al guardia que lo condujera. A medida que avanzaban por los corredores del castillo, Sunoo intentaba despojarse de aquella extraña sensación de presentimiento, como si algo profundo y oscuro estuviera por salir a la luz.

Él lo había visto… lo había sentido, el roce de un misterio, la intriga en la sonrisa de aquel joven peligris, el calor de sus labios en una noche que Sunoo había preferido guardar en silencio. Sin embargo, aquella sombra de duda no se disipaba; la identidad del ladrón era un misterio para todos… pero el príncipe aún no sabía que estaba a punto de enfrentarse a la verdad.

Finalmente, llegaron a la gran sala del rey. Jake, sentado en su trono, lo observó con seriedad. Sin dejar lugar para sus dudas: no era un juego, ni una simple acusación; el Grimorio era demasiado importante para tomarlo a la ligera.

— Sunoo —la voz de Jake resonó con autoridad, Sunoo supo en seguida que estaba igual de asustado que el resto—. Me alegra que hayas llegado tan rápido. Tenemos una situación urgente.

Sunoo se inclinó en un saludo respetuoso, observó a su alrededor encontrándose con la sola presencia de Jay, el gran protector de su hermano y Junwoon. Suspiró y forzó la calma en su voz cuando habló.

—¿Cómo puedo servirle?
Jake lo miró en silencio por un momento, como si pensara cada palabra antes de revelarla.

—El ladrón… lo tenemos aquí, en custodia. Pero necesitamos asegurarnos de su identidad y motivos. Tus habilidades… —hizo una pausa, sin apartar su mirada de Sunoo—. Sunoo, necesitamos que accedas a sus recuerdos.
El príncipe sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía a qué se refería: debía usar su poder, el don que tanto evitaba, el que le permitía ver cada fragmento de la vida y recuerdos de otros. A pesar de ser un poder venerado por el reino, Sunoo nunca se había sentido cómodo usándolo; lo veía como una invasión, una ventana que se abría a las memorias de otros sin su consentimiento, violando su intimidad.

—¿No hay otra forma? —preguntó, intentando controlar el temblor que inundó su voz.
Jake negó lentamente.

—Hemos intentado que confiese quién lo envió, pero ni siquiera puede hablar sin perderse en sus pensamientos. Sunoo, eres nuestra última esperanza para obtener respuestas. Respuestas reales.

El príncipe respiró hondo, en conflicto. Miró a Jake, y luego al suelo, sintiendo el peso de aquella decisión. No quería adentrarse en la vida de nadie, temía lo que podría descubrir. La idea de usar su habilidad para explorar los recuerdos de alguien que había sufrido o era malvado lo atemorizaba.
Finalmente, después de un silencio que pareció eterno, asintió con resignación.

—Si es lo único que queda por hacer. Lo haré.
Con manos temblorosas, retiró los guantes que cubrían sus dedos, símbolo de su rechazo hacia el don que le había sido dado. Al descubrir sus manos, sintió el aire frío de la sala sobre su piel, recordándole que estaba a punto de cruzar un límite que había evitado durante tanto tiempo. Su garganta ardió cuando sus ojos se encontraron con sus propias manos descubiertas y el dolor en su pecho le hizo respirar con dificultad.

Los guardias lo guiaron hacia una puerta lateral, detrás de la cual se encontraba el prisionero. Sunoo avanzó lentamente, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho, y cuando entró en la habitación… ahí estaba él.
Niki.

El mundo de Sunoo se detuvo en ese instante. El joven peligris que había llenado sus pensamientos, el mismo que le había robado besos bajo las estrellas de la noche, ahora estaba encadenado, la cabeza gacha y el rostro parcialmente cubierto por el cabello enmarañado. La ropa desgarrada y sucia indicaba que había peleado para llegar allí, para conseguir la única llave del Grimorio, para secuestrar a Jungwon… y, sin embargo, allí estaba, silencioso, sin atreverse a mirarlo.
Sunoo sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. ¿Cómo podía ser él? ¿Cómo podía ser Niki? Aquel joven que le había mostrado afecto sincero, que había compartido con él momentos de ternura que solo en sueños se había permitido imaginar. Todo lo que creía saber sobre él se deshacía ante sus ojos.
Riki alzó la mirada lentamente y sus ojos se encontraron. Sunoo pudo ver en sus ojos oscuros algo que no había anticipado: una mezcla de tristeza, arrepentimiento, y… una intensidad que dolía, una mirada que parecía implorar perdón y comprensión, incluso aunque él mismo parecía resignado a recibir odio.

Respiró entrecortadamente, intentando contener las emociones que amenazaban con desbordarse. Apretó las manos, recordándose que estaba allí para hacer su deber, no para sucumbir a los recuerdos.

—Niki… —susurró, apenas lo suficiente para que solo él fuera capaz de escucharlo.
Riki tragó saliva, sin poder evitar que sus labios temblaran un poco.

—Sunoo… —murmuró, y esas simples palabras fueron una mezcla de emociones que ninguno de los dos pudo expresar.

—¿Por qué…? —Susurró intentando tomar su rostro, pero retrocedió al percatarse de sus manos y de lo desconocido que ahora era la persona frente a el—. ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué tú?

La cercanía hizo que su pulso se acelerara aún más, mientras Niki sostenía su mirada sin resistencia, como si estuviera dispuesto a entregarse a él una vez más, pero ahora sin ocultar quién era en realidad.

—Solo haz lo que viniste a hacer, porfavor. —suplicó volviendo a bajar la vista al suelo.
¿Arrepentimiento? Él había jurado nunca hacerlo llorar. Ahí iba otra promesa sin cumplir.

—Yo, yo no…

—¿Acaso eres un cobarde, Sunoo? —preguntó ahogando su grito con amargura. El príncipe lo miró incrédulo—. Si no te atreves a enfrentarlo, ¿qué tipo de príncipe serás?.
Las palabras de Riki resonaron en Sunoo, como un eco que lo confrontaba. La presión de la devoción que Riki había sentido por él comenzaba a abrir una brecha en su determinación. La ira y la tristeza se mezclaban en su pecho, obligándolo a tomar una decisión.

Miró hacia la puerta, donde el rey y los guardias esperaban. Sabía que no había vuelta atrás. Debía hacerlo. Se acercó a Riki y extendió su mano, con la yema de los dedos temblando.

Con un suspiro profundo, finalmente accedió. Juntó sus manos, cerrando los ojos, mientras la energía comenzaba a emanar de él. Un brillo verde iluminó la habitación y, poco a poco, los recuerdos de Riki comenzaron a fluir, proyectándose en la mente de Sunoo.
Sunoo vio fragmentos de una vida llena de sacrificios y secretos, de lealtades divididas y misiones ocultas. Vio a Riki tomando decisiones que, para él, eran necesarias, aunque crueles. Vio cómo luchaba contra su propio destino, tratando de romper las cadenas invisibles que lo ataban. Y también lo vio a él mismo, en los recuerdos de Riki, como una luz en medio de aquella oscuridad, como una esperanza a la que el cazarrecompensas se había aferrado, incluso cuando sabía que aquello lo destruiría.

Al llegar a los recuerdos más profundos, Sunoo sintió su corazón romperse. Lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, mientras comprendía lo mucho que Riki había deseado cambiar, su lucha interna entre el deber y el amor.

—No sabía... No sabía cuánto habías hecho por mí.
El dolor en su voz era palpable, resonando en el silencio de la habitación. Sunoo sintió que se le caía el mundo. Cada recuerdo de Riki era una herida abierta, y no podía soportar el peso de esa devoción.

—¿Por qué…? —susurró, sin esperar realmente una respuesta, pero deseando entender.
Riki solo lo miró, con los ojos cargados de una tristeza que las palabras no podían expresar. Deseó el pasado, misericordia o algún milagro para su alma.

No hubo arrepentimiento, más allá de las lágrimas que el joven príncipe derramó en su presencia. Su cielo se tiñó de tristeza cuando lo sintió temblar ante las imágenes de su pasado, ante el descubrimiento de su verdadero nombre, su procedencia, Sung-Hoon y el hombre del parche.
¿Había hecho bien? ¿Había sentido realmente?
El dolor en su corazón y el miedo en los ojos del príncipe fueron las únicas pruebas que necesitó para saber que estaba vivo, y que aquello a lo que siempre había temido era encontrar algo que amara, lo suficiente para renunciar a una libertad que jamás conseguiría.

—Por favor, Sunoo. Mírame. —pidió en medio de su dolor.
El príncipe lo observó, empapado de lágrimas.

—Vive la vida que te hubiera gustado vivir. Y, por favor, no muestres compasión por nadie…

—Yo, no puedo. No quiero, Niki… —Detuvo sus palabras.

El sonido de los pasos del rey retumbó en la habitación como una advertencia para su conciencia.

—Sunoo. —llamó su hermano, devolviéndolo a la realidad.

Jake estaba de pie, ajeno a su dolor, sin conocimiento de nada. Sunoo no pudo evitar pensar que quizá se había equivocado un poco en el pasado.

—Sunoo, él… —Junwoon lo secundó, con preocupación en su rostro.
El príncipe no los miró. Concentró su completa atención en el peligris que mantenía la cabeza gacha, sosteniendo su cuerpo lastimado por los guardias.

—No voy a dejarte, ¿sí? No voy a irme… —sus manos temblorosas tomaron el rostro del peligris, que sonrió en medio de su colapso mental.

—Sunoo, basta. ¿Qué estás diciendo? —Jake frunció el ceño, sin comprender.

—Sunoo…

—Solo aguanta, nos iremos de aquí. Yo te llevaré. Nos iremos lejos. —sostuvo sus manos cuando Riki fue incapaz de mantenerse despierto debido al dolor de los golpes.

—¡Sunoo! —gritó Jake.
A pesar del dolor en su alma, Sunoo se aferró a la idea de que el romance de los libros existía en algún rincón del mundo, así como la justicia y la felicidad abundante.

—Sé egoísta, llora, sonríe, desea algo. Porque el mundo no merece ver que le temes, él debería temerte a ti.

Como los recuerdos de su niñez ignorante, donde su felicidad se reducía a utopías de libertinaje. O era simplemente que el amor que leía era el que sentía, pero el que nadie comprendía.

—Te amo… —fue lo último que Riki dijo antes de que Jake ordenara su encarcelamiento hasta la ejecución de sus cómplices.
Oh, Aeloria nunca fue pacífica. Y Jake jamás fue benevolente, solo ignorante del rencor y el odio, hasta ese momento.

"Las enredaderas del balcón han crecido,
aguardando tu llegada, ¡Oh, amor!
Si has llegado hasta aquí, hoy te digo:
Cariño mío, ya has tomado mi corazón."

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