Ser progresista
Los meses pasaron y tenía una incertidumbre tremenda y todo estaba fuera de control.
Lolita me había bloqueado de nuevo. Esta vez sentí que era el final. Yo no había visto venir el golpe. No es que fuera la primera vez, pero algo en esta ocasión se sentía más definitivo, más horrible que nunca.
La razón era la misma de siempre. Ella se cansó de mis excusas, de que no hacía nada por mejorar mi vida. Y bueno, si soy honesto tenía razón. No había ido a hacer mi documento de identidad, aunque llevaba meses prometiéndolo. Tampoco compré el lavarropas que tanto insistía en que comprara; seguía lavando mi ropa en el patio, a mano, como siempre. Y no me había deshecho de mi colección de DVDs viejos, esos que según ella, eran un artículo obsoleto, solo juntaban mugre y eran una fuente más de caos en mi habitación. Pero para mí, esas películas eran un tesoro y eran recuerdos de tiempos que ya no volverían.
—Elmer, ¿por qué carajo no te importa progresar? —me había dicho la última vez que hablamos—. No querés tener un empleo en blanco para venirme a visitar a mi país y ni siquiera querés intentar mejorar tu vida de verdad. Solo hablás de esa estúpida netbook y las criptomonedas como si fueran la solución a todo.
Sabía que tenía razón, pero en ese momento, no pude admitirlo. Me aferraba a la idea de que cuando terminara de pagar la netbook, todo cambiaría.
Con mi peluquero aprendería el negocio de las criptomonedas y finalmente saldría de este pozo. Dejaría de buscar basura en las calles, me convertiría en alguien respetable. Pero claro, nada de eso pasó.
Lolita se cansó de mis excusas y me bloqueó. Esta vez no habría retorno. Me sentía muy solo. Y más aún, lo peor no era solo perder a Lolita, sino darme cuenta de que ella no era el problema. El problema era yo por no enfrentar a mis miedos.
Los meses pasaron fugazmente y seguí pagando la netbook a plazos, como si fuera el único propósito que me quedaba en la vida. Me demoré mucho más de lo que pensé. Pasó casi un año antes de tenerla en mis manos. Cuando finalmente llegó, sentí un alivio. Era como si todo ese tiempo de espera estuviera a punto de ser recompensado.
Pero la realidad fue muy diferente. Cuando encendí la computadora por primera vez, me di cuenta de que no entendía casi nada de lo que estaba haciendo. El mundo de las criptomonedas, que tanto había idealizado, resultó ser más complicado de lo que jamás imaginé.
Intenté aprender, pero todo era confuso: las transacciones, los gráficos, las carteras digitales. Pensé que iba a ganar dinero rápido, que dejaría de buscar chatarra en las calles. Pero no fue así. No solo no gané dinero, sino que perdí lo poco que había invertido. Fue un golpe duro.
Y mientras mi sueño de convertirme en un experto en criptomonedas se desmoronaba, me daba cuenta de que también había perdido a Lolita. Ella había sido una buena chica, como una especie de ancla en mi vida. Sin ella el vacío se hizo gigante.
Con la netbook en mis manos y sin saber qué hacer, empecé a dedicarme a escribir. Publicaba poemas. Pero no eran poemas de amor o de esperanza. No, lo que escribía era pura antipoesía, llena de amargura, en contra de ella, de Lolita y a favor de mi frustración. Cada palabra era un grito ahogado de dolor, una forma de enterrar todo lo que sentía. Pero en lugar de calmarme, solo me hundía más.
Mis publicaciones empezaron a llamar la atención, pero no de la manera que esperaba. Tiraba indirectas, esperando que otros usuarios de la plataforma de escritura entendieran mi dolor. Pero pronto me di cuenta de que había otro lado en esta historia, una cara de la moneda que no había visto venir. Un grupo de usuarios que apoyaba a Lolita. Le pedían, casi rogaban, que ella no me desbloqueara nunca más.
—Lolita, ese señor está demente, le decían. No merece tu tiempo. Olvídalo.
Cuando me enteré que andaban haciendo esos comentarios, fue como si me clavaran un dardo en el corazón. Nunca pensé que habría gente que no me quisiera.
Siempre creí que aunque tuviera mis defectos, no tenía enemigos. Pero ahí estaban, personas que ni siquiera conocía, hablando de mí como si fuera un cucaracha, como si mi presencia virtual fuera algo que debía evitarse a toda costa.
Sufrí. No puedo negarlo. Sufrí como nunca antes. El dolor de saber que no solo había perdido a Lolita, sino que también había personas que deseaban que nunca volviéramos a hablar, me hizo replantearme muchas cosas.
Entonces, me aferré a las pocas personas que aún estaban de mi lado. Eran usuarios que comentaban mis poemas, que me apoyaban, aunque no me entendían del todo. Me decían que no valía la pena perder tiempo con un amor de internet.
No comprendían como alguien podía enamorarse de alguien que solo conocía a través de la virtualidad. Me decían que debía enfocarme en mi vida real, que no tenía sentido seguir obsesionado con una chica linda que era tan rígida.
—Querido Elmer, tenés que salir más a la calle y socializar de verdad, me decía uno de ellos. Conocer gente en persona, dejar de pensar en alguien que vive en otro país.
—Eso no es amor de verdad, me escribía otro. Es una ilusión. Dejá de perder el tiempo, sos muy mayor para hacer esas tonteras.
Pero para mí, no era solo una ilusión. Lolita había sido real, al menos para mí. Y perderla me dolía de verdad. Aunque no pudieran entenderlo y esa era mi realidad.
Pasé días sumido en la tristeza, incapaz de hacer otra cosa que escribir más y más antipoesía. Cada poema era un reflejo de mi dolor, de mi enojo con el mundo, pero sobre todo conmigo mismo. Porque, en el fondo sabía que todo lo que había pasado era culpa mía. No había hecho nada para mejorar mi vida. Me había quedado estancado en el mismo lugar de siempre, mientras los demás seguían adelante.
Intenté volver al mundo de las poesías de amor, porque Lolita había sido la única que había creído, al menos por un tiempo. Pero ahora que se había ido todo parecía inútil.
A veces me preguntaba si valía la pena seguir intentándolo, si había algún sentido en seguir luchando. Pero entonces, algo dentro de mí me decía que no podía rendirme. Que aunque había perdido a Loli y había fallado con las criptomonedas, no podía quedarme hundido en la desesperación para siempre.
Un día, mientras revisaba los comentarios en mis publicaciones, encontré uno que me llamó la atención. Era de alguien nuevo, un usuario que nunca había visto antes. No decía mucho, solo una frase: «Elmer, tal vez lo que necesitás es hacer terapia con un psiquiatra, la salud mental hay que cuidarla, tenés que hacerlo por ti mismo».
Esa simple frase me hizo detenerme. Era tan obvio, pero nunca lo había visto de esa manera. Durante tanto tiempo, había intentado cambiar las cosas a mi alrededor, buscando soluciones externas a mis problemas. Pero nunca me había detenido a pensar que, tal vez el cambio debía empezar por mí.
Empecé a reflexionar sobre mi vida, sobre las decisiones que había tomado. Me di cuenta de que, en gran parte había sido mi propio enemigo.
Había dejado que mi miedo al cambio me paralizara. Y ahora, con la netbook en mis manos, con la oportunidad de aprender algo nuevo, seguía aferrado a la misma mentalidad de siempre.
Tal vez no sabía mucho sobre criptomonedas, pero podía aprender. Tal vez había perdido a Lolita, pero eso no significaba que no pudiera encontrar la manera de seguir adelante.
Decidí que era hora de hacer algo diferente. Dejé de escribir antipoesía y empecé a escribir sobre el futuro, sobre la posibilidad de cambio. Me enfoqué en aprender de verdad, aunque fuera difícil. Y sobre todo, decidí que aunque doliera, tenía que aceptar que no podía volver atrás. Lo que había pasado con Lolita estaba fuera de mi control. Pero lo que podía controlar era lo que hacía a partir de ahora.
Y así, poco a poco empecé terapia y a reconstruirme mentalmente.
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