Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Mentiras para variar

Después de todo el caos y el descontento de las fiestas, necesitaba un tiempo de calma. Mi cabeza seguía aturdida por la visita de mis parientes, por las palabras necias de Chiara y las miradas de hipocresía.

Necesitaba volver a mi rutina, a esa realidad que me daba estabilidad. Así que, esa mañana, decidí que lo único que podía hacer era concentrarme en lo mío: juntar el material que necesitaba para vender.

No me importaba que la casa estuviera llena de papel, cartón, fierros y botellas vacías. No me importaba lo que los demás pensaran de mí. Era mi vida, mi forma de ganarme el pan y eso era lo único que importaba. Agarré mi carro y salí a las calles. El aire caliente del verano me despejó la mente y con cada botella que recogía, con cada pedazo de cartón que encontraba, sentía que mi mundo volvía a tomar forma. Como si estuviera reconstruyéndome a mí mismo, pieza por pieza.

Pasé horas recorriendo los barrios cercanos, rebuscando en los basureros, detrás de las tiendas, en las esquinas donde la gente dejaba sus bolsas. Con cada nuevo objeto que encontraba, mi ánimo mejoraba. La tristeza y la ira acumuladas durante las fiestas se iban disipando. Este era mi mundo, el que yo podía controlar. Nada ni nadie me podía decir qué hacer. Me sentía libre de nuevo.

Finalmente, después de varios días de arduo trabajo, junté suficiente material. Había llenado el carro con kilos y kilos de cartón, vidrio, plástico y metal. Era el momento de vender.

Fui a la planta de reciclaje, empujando mi carro con mucho esfuerzo, pero también con una sensación de logro que no sentía desde hacía mucho tiempo. Hace muchos meses que no tenía tanto material para vender.

El tipo era un petiso orejudo, que pesó todo lo que traía me miró de reojo, como siempre. No me importó. Esperé, viendo como la balanza marcaba los kilos y cuando finalmente me dio el recibo, sonreí. Había ganado bastante dinero. Más de lo que esperaba. Era un buen día, uno de esos días que me recordaban que podía arreglármelas solo, sin depender de nadie.

Regresé a casa con la frente en alto y le conté a mi madre lo que había conseguido.

—Mamá, ¡Me fue muy bien! —le dije, mostrando la plata que había recibido—. Vamos al supermercado, vamos a llenar la heladera y a tener algo bueno para cenar por fin.

Mi madre, Doña Rosa, me miró con una mirada de alivio. Sabía que para ella la comida era muy importante. Era un recordatorio de que estábamos sobreviviendo, de que a pesar de todo nosotros seguíamos adelante.

—¡Qué bueno, Elmer! —exclamó, levantándose lentamente de su cama—. Entonces, vamos antes de que cierren, que tengo ganas de preparar guiso de mondongo, con chorizo colorado.

El camino al supermercado fue casi insoportable. La temperatura oscilaba en los 35°C  y por primera vez en semanas, sentía una paz extraña. Era como si, al llenar ese carrito con comida, llenara también un vacío que llevaba dentro desde hacía mucho. La comida era todo lo que necesitábamos. No nos hacía falta nada más. En el supermercado, mientras recorríamos los pasillos, me sentí poderoso, capaz de darle a mi madre lo que merecía.

Llené el carrito con mucha carne vacuna, pan, arroz, fideos, leche y hasta pollo. Mamá miraba todo con ojos brillantes, como si estuviera ante un festín. Llegamos a la caja, pagamos y volvimos a casa. Esa noche, nos dimos el gusto. Nos reímos, comimos hasta llenarnos y por un momento, todo el caos y la miseria se desvanecieron. La heladera estaba llena, la mesa estaba servida y eso, para mí, era suficiente.

Sin embargo, mi felicidad duró poco.

A la mañana siguiente, mientras me preparaba para salir a buscar más material, oí un ruido fuerte afuera. Me acerqué a la puerta y vi un sobre blanco en el suelo. Al recogerlo, sentí un escalofrío. Era una notificación judicial. La abrí con manos temblorosas y leí el contenido.

«Señor Elmer Mamani, por la presente se le notifica que tiene un plazo de diez días para limpiar el exterior de su vivienda, ya que se encuentra en estado de insalubridad, acumulando materiales que obstruyen la vía pública…»

Sentí que me hervía la sangre. ¡¿Cómo se atrevían?! ¡¿Quién se creían para decirme cómo vivir?! Sabía quiénes estaban detrás de esto: los vecinos.

Esos malditos vecinos que siempre me miraban de reojo, con desprecio, como si yo fuera una mierda. No les importaba lo que yo tenía que hacer para sobrevivir, solo querían que desapareciera o que me muera.

Me llené de rabia. Quise salir corriendo, gritarles, romper todo a mi alrededor. Pero entonces respiré hondo. Tenía que calmarme. Tenía que pensar. No podía dejar que esa carta arruinara el buen momento que estaba viviendo. Tenía que encontrar la manera de distraerme, de desviar mi mente de ese papel que amenazaba con destruir mi mundo y mi comodidad.

Entré a la casa, aún respirando con dificultad y me senté frente a la computadora. Decidí entrar a la red social de escritores donde a veces me sumergía para leer y hablar con la poca gente que, al menos virtualmente, me trataba con respeto. Allí, entre los mensajes, vi algo que me llamó la atención. Una notificación. Alguien me había escrito.

Era una mujer. Una mujer rubia en su foto de perfil. Me emocioné al ver el nombre: «Lolita». Abrí el mensaje con el corazón latiéndome fuerte.

—Hola, chico —decía el mensaje—. Leí algunos de tus textos y me parecieron increíbles. Me interesó en un santiamén.

Mis ojos se iluminaron. ¡Por fin! Alguien que quería conversar. No podía creer mi suerte. Lolita y yo comenzamos a intercambiar mensajes, hablando de libros, de la vida, de todo y de nada.

Ella tenía una forma de expresarse que me parecía fascinante, tan diferente a las mujeres que había conocido en mi vida. Usaba palabras extrañas, modismos y voseo y eso me hipnotizaba por completo.

Me contó que era de otro país, de Argentina y que estaba hospitalizada por Covid-19. Me preocupé al leer eso, pero ella me tranquilizó, diciendo que estaba bien, aunque no podía recibir visitas y que estaba muy tediosa.

—Es raro hablar así —le dije, nervioso, porque nunca había tenido una amistad y mucho menos con una mujer tan intrigante como ella—. No sé cómo expresarme cuando hablo con alguien tan... diferente.

Lolita parecía divertida y de alguna manera pude imaginar en mi mente que podría ser una amiga de verdad.

—Che, no te preocupes, Elmer —respondió—. A mí me encanta conocer gente nueva, aunque sea de manera virtual. Además, sos muy pícaro, ¿sabías?

Sentí que mi corazón se aceleraba. Nadie me había llamado pícaro antes. Yo, Elmer, un hombre que vivía en la miseria siendo interesante para alguien. Parecía un sueño.

—Contame más de ti —le escribí, ansioso por saber más de ella.

Lolita me contó sobre su vida en Argentina, sobre la comida, las costumbres y la forma de hablar. Usaba el voseo, una manera de hablar que me resultaba encantadora.

—Viste que acá decimos "vos" en vez de "tú". Es una costumbre muy nuestra —me explicó, y yo leía con fascinación cada palabra.

A medida que hablábamos, me di cuenta de que había algo en ella que me hacía sentir diferente. Era como si, por primera vez, alguien me viera realmente, más allá de mi aspecto o de mi forma de vivir. No era como los vecinos, ni como mi familia, que siempre me juzgaban. Lolita era un rayo de luz en medio de mi mundo oscuro y caótico.

Pasaron horas, y no podía dejar de hablar con ella. Le conté un poco sobre mi vida, aunque con ciertas reservas. No podía contarle todo, no podía decirle que vivía con mi madre y que no tenía un trabajo formal. Le dije que trabajaba en el reciclaje por mi cuenta y que me gustaba la vida sencilla.

—Seguramente tenés un equipo para tu planta de reciclaje —respondió ella.

—Sí, digamos que sí —respondí con miedo.

Tergiversar las cosas me hizo sentir un nudo en la garganta. Era cierto, siempre me había sentido rebelde, en contra del sistema, del orden que todos los demás seguían, pero le seguí la corriente...

Al final del día, cuando mi madre me llamó para cenar, me despedí de Lolita con un nudo en el estómago.

—Espero poder hablar vos mañana —escribió ella.

—Claro, estaré esperando —respondí y cerré la laptop.

Mis mejillas se ruborizaron.

—Que descanses —escribió Lolita y se desconectó.

Mientras me dirigía a la cocina, me sentí diferente. La ira por la notificación judicial seguía ahí, como una espina en mi costado, pero ahora había algo más. Había una real interacción con una bella dama y eso me tenía totalmente impactado. Era algo tan inusual que necesitaba pellizcarme para saber que era realidad.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro