Lolita no es para mí
La noche que me bloqueó Lolita fue una de las peores de mi vida. No sé si fue el dolor de sentir que la perdía para siempre o la rabia de no haber podido hacer las cosas bien, pero caí en un abismo del que parecía imposible salir.
Me pasé horas mirando el suelo sin poder comer ni dormir y cuando finalmente lograba dormirme, soñaba con ella. En esos sueños siempre aparecía igual, con esa hermosa cabellera rubia, con esa mezcla de dulzura y autoridad que me volvía loco.
Después yo despertaba con el corazón acelerado, como si hubiera corrido una maratón y lo peor de todo es que no había con quién compartir lo que sentía. Ya no podía enviarle mensajes, ni leer los suyos.
La ausencia de su presencia me atormentaba y el vacío que me dejó fue terrible. Incluso me olvidé de comer durante los primeros días.
Cada vez que intentaba hacer algo, como salir a trabajar o simplemente despejarme un rato, me invadía un ataque de ansiedad tan fuerte que terminaba por encerrarme en mi cuarto, rodeado de las mismas cosas que siempre había acumulado. Mi carro seguía estacionado afuera, oxidándose lentamente y no tenía fuerzas para moverme, ni para buscar material entre los basureros, ni para escribir más poemas.
Era como si todo lo que había logrado se desmoronara de golpe.
Entonces decidí escribirle a Alberto.
—Alberto, me bloqueó Lolita— escribí, con cierta taquicardia.
Pasaron unos minutos que parecieron eternos, hasta que llegó su respuesta:
—Pues, yo te lo dije, hermano. Era de esperarse. Las argentinas no tienen paciencia. No aguantan a los bolivianos como nosotros, porque nos ven muy pasivos. A ellas les gusta el fútbol, salir, beber… son de otro mundo.
Me sentí peor al leerlo. Sabía que tenía razón, pero me costaba aceptar que las diferencias culturales hubieran sido tan grandes entre nosotros.
—No tomo alcohol —le respondí—.Y a veces me molestaba cuando ella me decía que iba a salir con sus amigas a tomar algo al bar. Para mí era algo muy loco… en Bolivia no es común que las mujeres salgan a beber así. Pero en Argentina parece que es normal salir con las amigas a divertirse y beber.
Alberto, siempre directo, me contestó:
—Claro que es normal allá. Las mujeres en Argentina son liberales, se emborrachan, salen a las discotecas solas, hasta pueden abortar sin el consentimiento de nadie y no pasa nada... Acá eso sería una locura. Pero bueno, la cultura es distinta. Ella hacía lo que quería, y no te escuchaba. Esa es la realidad.
Sabía que tenía razón, pero no podía evitar sentirme mal. Pensar en todas esas veces que Lolita me hablaba de sus salidas, de sus planes y yo me quedaba callado, sintiendo que no encajaba en su mundo.
—Siempre hacía lo que quería —le escribí—Nunca pensó en mí. Solo en cambiarme, para que yo fuera alguien diferente.
La respuesta de Alberto fue rápida y contundente:
—Esas son las argentinas, Elmer. Quieren cambiarte, moldearte a su manera. Pero no son para vos. Te lo dije mil veces. Tenés que buscar una chica boliviana, una chica colla que sea de hogar, familiera, servicial… que sepa cocinar y que no intente cambiarte. Olvidate de Lolita, esa rubia no es para ti.
Sabía que lo decía con buenas intenciones, pero en ese momento, no quería escuchar nada de eso. Solo quería estar con ella. La veía en cada rincón de mi mente, en cada pequeño detalle de mi vida. Los sueños con ella eran constantes, recurrentes y cada vez más dolorosos.
—No puedo dejar de soñar con ella —le confesé a Alberto—. La tengo en la cabeza todo el tiempo. Esto no es normal, ¿verdad?
La respuesta de Alberto fue muy inesperada y también incómoda.
—Eso no es amor, Elmer. Es una obsesión. Tenés que ir a terapia, hablar con un psicólogo. Esto no es sano, y menos si ni siquiera la conocés en persona. Nunca la visitaste. ¡Por Dios, hombre! ¡Si tanto la querés, ahorrá plata y andá a verla, como ella te lo sugirió!
Leí el mensaje una y otra vez. Ahorrar para viajar. Ir a Argentina, enfrentar mis miedos y verla. La idea me aterrorizaba. No solo por el dinero, que no tenía, sino por el miedo que me daban los espacios amplios, los aeropuertos, los aviones… Todo me daba miedo.
—No puedo viajar— le respondí—.Tengo miedo al avión, a los aeropuertos, a todo. Me paraliza solo pensarlo y no tengo mi cédula de identidad.
Y ahí, como si fuera la gota que colmaba el vaso, llegó el golpe final de Alberto:
—Si te da miedo todo, cuando la veas en persona te vas a cagar de miedo y ella te va a rechazar en la cara. No podés ser así, Elmer. Mejor buscate una boliviana que se adapte a tu vida, a tu forma de ser.
Me quedé en silencio por unos minutos, mirando el mensaje en la pantalla de mi celular. Sabía que Alberto tenía razón en muchas cosas, pero no podía sacarme a Lolita de la cabeza. Era una obsesión, sí, pero para mí era más que eso. Era la posibilidad de algo diferente, algo mejor de lo que había conocido hasta ahora.
—Pues, lo voy a pensar —le respondí aunque sabía que no sería tan fácil.
Alberto cambió de tema rápidamente y me recordó lo de la laptop.
—Elmer, por favor no te olvides de traerme la primer cuota para pagar la computadora.
—Alberto, ya estoy juntando la plata para la primera cuota de la netbook —le dije—, tratando de cambiar la tensión de la conversación.
—Tranquilo, hermano. Nos vemos en unos días. Cualquier cosa, me avisás —respondió antes de despedirse.
Dejé el celular en mi cama y me quedé mirando el techo otra vez. Sentía que el dolor de todo lo que había pasado con Lolita me estaba aplastando, como si no hubiera escapatoria. No había trabajo que me motivara, ni recolección que me entusiasmara. Mi vida había perdido el poco sentido que tenía y cada vez que pensaba en ella, el dolor se hacía más intenso.
Pasaron los días y mi rutina se convirtió en un ciclo de tristeza y llanto. No podía hablar con nadie más que con Alberto y aunque lo apreciaba, no era lo mismo. Necesitaba a alguien que entendiera lo que sentía, que pudiera consolarme, pero estaba solo. Completamente solo.
Fue entonces cuando pensé en las palabras de Alberto. ¿Y si tenía razón? ¿Y si era hora de buscar a alguien más? Pero la idea de conocer a otra persona me daba pánico. No había tenido una relación real desde los 18 años y la única mujer con la que había tenido alguna conexión en todas estas décadas, había sido Loli y eso ni siquiera era una relación real. Era solo una fantasía en mi cabeza, una ilusión que había creado para escapar de mi propia vida.
Sin embargo, la idea de empezar de nuevo con alguien más me asustaba más de lo que me emocionaba. ¿Y si nunca encontraba a alguien que pudiera entenderme como lo hacía Lolita, aunque fuera desde la distancia? ¿Y si me quedaba solo para siempre, atrapado en esta vida que no me llenaba?
Las semanas pasaron y el bloqueo de Lolita seguía lástimandome. Intentaba no pensar en ella, pero cada vez que me acostaba, su rostro aparecía en mi mente. Sabía que no era saludable, que Alberto tenía razón cuando decía que era una obsesión, pero no podía evitarlo. Era como si una parte de mí estuviera atada a ella y no sabía como olvidar su hermoso rostro.
Un día, mientras intentaba distraerme con la recolección, encontré una pequeña figura de porcelana en uno de los basureros. Era una bailarina, delicada y frágil, con los brazos extendidos en una pose de danza, aunque Lolita jamás me dijo que había hecho danza clásica, solo me había dicho que había practicado fútbol y boxeo femenino. Pero aún así su rostro perfecto como la de la figura de porcelana me inspiraba para volver a escribir poesías para ella aunque estuviese bloqueado. La coloqué en una repisa, junto a otras cosas que había encontrado y la miré durante un largo rato.
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