Hechizo de amor
Pasaron los meses y la gente suele decir que el tiempo puede curar heridas, suavizar recuerdos, hacer que las cosas malas se diluyan, pero para mí, cada día que pasaba era como si el sentimiento hacia Lolita se volviera más fuerte, más firme y más imposible de erradicar de mi mente.
A pesar de estar bloqueado, a pesar de que ella me había cortado de su vida sin más, seguí escribiendo. Poema tras poema, todos en su honor. Era una obsesión, pero no podía dejar de publicar. Algo en mí me decía que esos poemas tenían que llegar a ella. Aunque no pudiera leerlos, aunque sus amigos la mantuvieran alejada de mí, seguía publicándolos. Era como un ritual necesario.
—Elmer, deberías dejar eso ya —me decía Alberto cada vez que pasaba por su peluquería—. La chica argentina te bloqueó, hermano. ¡Ya basta!
—No puedo, Alberto —respondí—. No es tan fácil. Es como si estuviera destinado a esto. La gente lee lo que escribo, ¿sabés? Algunos hasta me preguntan cuándo habrá más poemas.
Eso era verdad. A pesar de que los poemas eran sobre una historia que ya no existía, mis publicaciones se convirtieron en una especie de telenovela.
Los usuarios de la plataforma no leían por el valor literario de mis textos, sino por el chisme. Querían saber hasta donde llegaría. Querían tener algo que comentar, algo que criticar.
Algunos me escribían mensajes diciéndome que ya lo deje, que dejara de exponerme. Pero otros, seguían mis palabras esperando el próximo poema.
Incluso los amigos de Lolita se dieron cuenta. Empezaron a presionarme para que eliminara los libros, para que dejara de mencionarla, para que la dejara en paz.
—¿Qué sacas con todo esto? —me escribió uno de ellos, a través de un mensaje en la plataforma—. Ya está, viejo. Ella no es para vos. Borrá todo y olvídate.
Pero yo no di el brazo a torcer. No podía desistir. Había algo en mi interior que me decía que si borraba todo, si renunciaba, sería como aceptar que ella nunca volvería. Y eso era peor que cualquier otra cosa.
Mi vida fuera de esa obsesión continuaba de manera casi automática. El trabajo de recolección, el material para vender, la casa llena de cosas y animales.
Mamá ya estaba muy vieja y aunque no se lo decía, sabía que no me quedaba mucho tiempo con ella. Guillerme y yo, casi no hablábamos. Solo aparecía de vez en cuando para el cumpleaños de mamá, las pascuas o las fiestas de fin de año.
—No sé como sigues con lo de esa chica extranjera —me dijo una vez mi cuñada—. ¿Por qué no te buscas a alguien por acá? Hay mujeres decentes, ¿sabés? No necesitas alguien a miles de kilómetros que seguramente ni te quiere y te odia.
—¿Cómo sabés de eso? —le pregunté asombrado.
—Me lo dijo Doña Rosa, ella oye poco, pero sabe leer, ¿sabés? —dijo mi cuñada esbozando una sonrisa maliciosa.
Yo simplemente la ignoré y me fuí a trabajar. Sabía perfectamente que Loli jamás me odiaría.
Un día, después de años de silencio, de estar bloqueado y de seguir escribiendo en esa plataforma, decidí hacer algo diferente. No tenía muchas esperanzas, pero sentí que debía hacerlo.
Me creé otra cuenta, una nueva, para poder mandarle un último mensaje. No iba a ser un mensaje de súplica ni de ruego. Esta vez quería cerrar el círculo y despedirme.
Me senté frente a la computadora, la pantalla iluminando mi rostro en mi habitación oscura y polvorienta. El miedo era potente y mi corazón latía fuerte. Sabía que lo que estaba a punto de hacer era lo último que le diría a Lolita.
Empecé a escribir...
—Hola Loli, lo siento mucho por las peleas, —digité con las manos sudadas—. Lo siento por las diferencias culturales, por todo lo que no supe manejar. No sé si alguna vez leerás esto, pero quiero que sepas que nunca te voy a olvidar. He pensado en ti todos estos años. Me habría gustado conocerte en persona, pero nunca fui bueno con las finanzas. Nunca fui bueno con la plata y nunca supe administrar nada. Lo siento por todo. Solo quiero que sepas que siempre serás alguien especial para mí.
Me detuve un segundo antes de escribir la última línea y respiré hondo.
—Adiós, Lolita. Te amo.
Le dí a enviar y luego la bloqueé. El mensaje quedó ahí en la incertidumbre. No sabía si ella lo leería o si simplemente lo ignoraría. Fue el silencio más absoluto y sepulcral que viví.
—Bueno, al menos lo intentaste —me dije a mí mismo esa tarde, mientras empujaba mi carro por las calles del barrio. La lluvia caía de forma intermitente y el barro hacía que cada paso fuera más pesado.
A pesar de que todo el mundo me había dicho lo mismo durante años, a pesar de que me advirtieron que ella no era para mí, no podía dejar de pensar en ella. Seguía allí en mi cabeza y en mi corazón.
Lo más irónico y triste de todo, es que nunca establecí una conexión real con ninguna otra mujer. Lo intenté, pero no fue lo mismo. Siempre terminaba comparándolas con Lolita y siempre perdían.
Un día, mientras pasaba por la plaza del barrio me crucé a mi peluquero.
—¡Elmer! —me llamó, con su habitual tono de voz gutural—. ¿Cómo va la vida de poeta?
—Sigue igual —respondí—. Publico algo de vez en cuando.
—¿Aún sigues con lo de Lolita? —me preguntó, con una sonrisa irónica.
—Pues no sé —respondí un poco a la defensiva.
—Deberías dejarlo, hermano. Esa chica ya es cosa del pasado. ¿Cuánto tiempo más vas a seguir con ese drama? No entiendo como no te cansas. Te juro que pensé en crearme una cuenta y probar suerte. Tal vez, a mi si me daría bola.
Lo miré un momento, pensando en qué responder. ¿Cómo mandarlo a la mierda con estilo?
—Alberto, probá y verás como te mandan a volar —le dije muy enojado.
Mi peluquero soltó una risa maquiavélica.
—Bueno, Elmer. No soy quién para decirte como vivir tu vida. Pero... ¿creés que soy tan tonto cómo tú?
—Desde ahora, y te lo juro, no iré nunca más a tu peluquería —chillé—. Me resuraré la cabeza. Perdiste un cliente.
—¡Jua! Sos un pusilánime —gritó Alberto y yo seguí mi camino mientras continuaba empujando mi carro por las calles del barrio.
Los años pasaron y la vida siguió como siempre. Seguí escribiendo, publicando poema, pero la plataforma ya no era lo que solía ser.
Los lectores se habían movido a otras redes, y mi pequeña audiencia había disminuido. A veces me preguntaba si Lolita aún entraba a leer, aunque fuera en secreto, pero sabía que esa era solo otra ilusión.
El tiempo no cambió lo que sentía por ella. Aunque todo el mundo me decía que buscara a alguien cerca, alguien real, nunca pude hacerlo. Nunca encontré esa satisfacción que me daba la argentina.
No podía sacar a Lolita de mi mente y con el paso de los años, acepté que tal vez nunca podría tener una conexión amorosa con otra mujer. Era como si una parte de mí estuviera permanentemente atada a ella, aunque nunca la hubiera conocido en persona. Como si fuera un hechizo.
Muchos años después de nuestro último contacto, mientras limpiaba algunos viejos archivos en mi computadora, encontré el mensaje que le había enviado con esa segunda cuenta. Lo leí de nuevo y me di cuenta de que esas palabras seguían siendo ciertas. A pesar del tiempo nunca la había olvidado.
Cerré la computadora y me senté en la silla, mirando hacia la ventana llena de mugre y observando a los gatos jugar afuera.
Sabía que nunca la conocería en persona y que probablemente ella ya me había olvidado hace mucho. Pero en mi corazón, ella siempre estaría allí, como un amor que pudo haber resultado, pero nunca se logró.
Espero que ella aún me recuerde con este cariño que llevo adentro, como un hechizo de amor.
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