
El desafortunado cumpleaños
Pasaron los meses y llegó agosto y no es cualquier agosto. Hoy cumplo 51 años. Cincuenta y uno. No es que me guste festejar mis cumpleaños, en realidad, nunca ha sido algo que me haga especial ilusión. Pero hoy tenía una corazonada, algo dentro de mí que me decía que, tal vez, Guillerme aparecería. Mi hermano. Con sus hijos, Juan y Judas, y su esposa, Chiara.
Había algo en el aire que me hacía pensar que este cumpleaños sería diferente, que esta vez no estaría solo. Me desperté temprano, como todos los días, con la esperanza en la mente.
Miré el reloj: las diez de la mañana. Fui a la cocina a preparar el desayuno, algo sencillo, té y un trozo de pan que encontré en la alacena. Mi madre seguía durmiendo. No me sorprendía. A su edad, necesita más horas de descanso.
Me senté a la mesa y miré el celular. Ningún mensaje. No me preocupaba mucho; después de todo, aún era muy temprano. Quizás llegarían más tarde.
Pasaron las horas. Al mediodía el sol estaba en lo alto y no había señales de mi hermano ni de su familia.
Me dije a mí mismo que seguramente estaban ocupados, que tal vez vendrían por la tarde. Me levanté de la mesa y comencé a recoger algunas cosas. Había acumulado demasiadas cosas y aunque siempre me digo que voy a ordenar, cosa que nunca lo hago.
Me entretuve un rato con eso, tratando de despejar un poco la casa. Pero la expectativa de que Guillerme llegara no me dejaba concentrar. Cada vez que escuchaba un auto pasar por la calle, me asomaba a la ventana, esperando ver su coche.
Pero nada.
El reloj marcó las tres de la tarde y aún no había ningún mensaje, ninguna llamada. Me empecé a inquietar. ¿Y si habían olvidado que era mi cumpleaños? No podía ser, ¿verdad? Después de todo, soy su hermano.
Me senté en el sillón y agarré el celular de nuevo. Abrí la aplicación de libros. Ahí estaba el perfil de Lolita, como una tentación constante. No debería mirarlo, lo sé, pero no pude resistirme aunque estuviese bloqueado. Llevábamos meses sin hablar, meses de silencio absoluto y aunque sabía que no debería, la nostalgia me invadió.
Empecé a desplazarme por su perfil, viendo las publicaciones que hacía. Recordé los buenos tiempos, cuando hablábamos a diario, cuando teníamos una conexión especial.
Antes de que todo se fuera a la mierda. Sus fotos, sus palabras… Me hicieron retroceder a esos días en los que pensaba que tal vez ella sentía algo por mí. Sentí un nudo en la garganta. Era absurdo, lo sé, pero no podía evitarlo. Sin darme cuenta, una lágrima comenzó a rodar por mi mejilla. La nostalgia me golpeaba con fuerza y no sabía como controlarla.
—Feliz cumpleaños, hijo.
La voz de mi madre me sacó de mis pensamientos. La miré, estaba parada en la puerta apoyada en su bastón, mirándome con sus ojos cansados.
—Gracias, mamá —respondí, limpiándome rápidamente las lágrimas para que no se diera cuenta de que había estado llorando.
—Lo acabo de recordar ahora —dijo, con una sonrisa débil—. Aunque ya son las siete de la tarde.
Miré el reloj. ¿Las siete ya? El día se me había escapado sin darme cuenta. A pesar de la hora, sentí una especie de alivio al escucharla. Al menos alguien se había acordado de mi cumpleaños, al menos alguien me había dicho: «feliz cumpleaños» en persona.
—No importa, mamá. Me alegra que lo recordaras —le dije, intentando sonreír aunque por dentro sentía una depresión profunda.
—¿Vendrá Guillerme? —preguntó, aunque me hacía entender que ya conocía la respuesta.
—No lo sé… creo que no. No han llamado ni mandado un mensaje.
Ella asintió en silencio, como si no quisiera decir algo que me hiciera sentir peor. Sabía que me dolía el distanciamiento con mi hermano, pero también sabía que no había mucho que pudiera hacer para cambiarlo.
Me quedé sentado un rato más, tratando de sacudirme la tristeza, pero no era fácil.
Volví a abrir la aplicación y casi sin pensarlo, publiqué: «Hoy es mi cumpleaños».
¿Para qué? No lo sé, tal vez esperaba que algunas personas me felicitaran. Tal vez necesitaba sentirme menos solo, aunque fuera a través de una pantalla. Y para mi sorpresa, comenzaron a llegar algunos mensajes. Gente que no conocía en persona, gente que solo había visto mi foto con ese traje que mamá encontró una vez en la basura.
Uno de los mensajes decía: ¡Feliz cumpleaños! Que tengas un gran día. Y aunque era solo un comentario de alguien desconocido, me hizo sentir un poco mejor. Decidí sacar el traje del armario y ponérmelo de nuevo. ¿Por qué no? Me hacía sentir bien. Después de todo, la gente de la aplicación creía que yo era alguien importante o al menos alguien que se vestía bien.
Me puse el traje, me miré al espejo roto del baño y esta vez tomé una copa de vidrio azul que había encontrado hacia años y que me gustaba usar en ocasiones especiales.
Tomé una foto. La subí como mi nuevo avatar y escribí: Gracias a todos por saludarme. No pasó mucho tiempo antes de que llegaran más comentarios. Más gente me felicitaba, algunos con palabras amables, otros con simples emojis. Sentí una pequeña chispa de alegría. No era lo que había esperado para mi cumpleaños, pero al menos alguien, aunque fueran desconocidos, se había tomado el tiempo de desearme lo mejor.
Pero la euforia duró poco. Después de unos minutos, la tristeza volvió. Me puse a escribir de nuevo, y sin pensarlo mucho, publiqué: «Ojalá estuvieses tú para desearme feliz cumpleaños». Sabía que estaba refiriéndome a Lolita, aunque no la mencionara directamente. Y lo peor es que sabía que la gente lo entendería. No pasó mucho tiempo antes de que alguien comentara.
—Sabemos que te referís a la rubia, pero deja que eso quede en el olvido —escribió uno de mis seguidores—. El cumpleaños es para festejar, no para invocar a personas del pasado que te angustian. Hazlo por tu salud mental, por favor.
Suspiré al leer el comentario. Sabía que tenía razón, pero era difícil dejarlo ir. ¿Cómo se supone que uno olvida algo así? ¿Cómo se supone que uno simplemente deja de lado los sentimientos que alguna vez fueron tan intensos? Cerré la aplicación y me recosté en el sofá, con mis perros y gatos alrededor. Ellos eran, en cierto modo, la única familia que siempre estaba ahí. Sus pequeñas vidas dependían de mí, y aunque eso a veces me hacía sentir más atrapado que amado, en ese momento me consoló.
—Por lo menos ustedes están aquí —les dije en voz baja, acariciando a uno de los gatos que se acurrucó en mi regazo.
El día estaba terminando. El sol comenzaba a ocultarse y yo sentía la nostalgia del tiempo pasado que se hacía más pesado. Cincuenta y un años, y aún no sabía que mierda hacer con mi vida. Aún no sabía como resolver todo este caos, como encontrar algo o alguien que me hiciera sentir completo.
El reloj seguía avanzando y yo me hundía más en mis pensamientos del ayer. Cuando fui feliz con Lolita.
Me levanté del sofá y caminé hacia la ventana. Miré afuera, hacia la calle vacía. Nadie había llegado, nadie había llamado, y aunque eso no era una novedad y en verdad dolía.
Pensé en Guillerme, en sus hijos, en lo que podría haber sido si hubiéramos sido una familia más unida. Pero las cosas no eran así y no había mucho que pudiera hacer para cambiarlas.
Finalmente, apagué las luces de la casa y me dirigí a mi cuarto. Me acosté en la cama, rodeado de mis animales y cerré los ojos.
Pensé en todos esos saludos de cumpleaños que había recibido en la aplicación, en como personas que no me conocían en realidad habían hecho más por mí ese día que mi propia familia. Era una sensación muy rara.
—Tal vez el próximo año sea diferente —murmuré para mí mismo, aunque no estaba muy seguro de creerlo.
Y así, entre susurros y el ronroneo de los gatos, me quedé dormido, soñando con un cumpleaños que tal vez, algún día, sería mejor junto a Lolita en persona.
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