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Una vida encantadora fuera del Encanto de Colombia

Duramos muchos meses viajando por diferentes partes del país. Fue muy divertido, recorrimos las ciudades de noche, escuchando la radio, incluso los amigos de mi tío me invitaron al cine. ¡Era el primer cine de la ciudad! Estaba fascinado por todo el mundo, por sus invenciones maravillosas, su gente, su comida. Todavía recuerdo la primera vez que probé el maravilloso chocolate santafereño. Ese día me desperté temprano y miré que solo estaba el tío Bruno en la cocina. Me saludó, moviendo su mano, después echó unos trozos de queso a su taza.

—¿Qué haces? —pregunté alzando la ceja. 

—Estoy desayunando. ¿Quieres?

—¿Qué es eso?

—Es chocolate santafereño. Es muy popular aquí. ¿Nunca lo has probado?

—Nunca, una vez escuché que alguien lo hacía pero no me animé.

Me ofreció la taza, probé un poco y así fue como obtuve una obsesión. Me encanta el chocolate. Es mi desayuno favorito, aunque puedo comerlo a cualquier hora.

Pasamos unos encantadores meses por Colombia, hasta que, finalmente, Dolores anunció que regresaría a casa. Cuando hablamos ella y yo, me dijo que al estar separada de todos, se percató de que era amor genuino lo que sentía por Mariano y que quería casarse con él. Extrañaba mucho a nuestra familia, y que quería estar con ellos. Me confesó que se sentía avergonzada de haber pensado mal de la tía Julieta, y que ahora la comprendía, pues quería apoyar a la familia y a la comunidad tanto como su don le permitiera. Además, la ciudad es demasiado ruidosa, y ya le había cansado que siempre le duela la cabeza cuando viajaba brevemente a ella.

El día en que mi hermana se fue, me sorprendió que nunca tuve el deseo de regresar con ella. Claro que la iba a extrañar, y por supuesto que extrañaba a mi familia y mis amigos, mi corazón siempre tendrá espacio para el nombre de todos ellos, pero yo era mucho más feliz lejos de ellos, cerca del mundo y la adrenalina, cerca de hallarme a mí mismo.

Posteriormente, el tío Bruno me preguntó si quería ir a trabajar con él, y casi sin pensarlo le dije que sí. Me advirtió que podría ser peligroso, y me señaló todos los puntos clave, pidiéndome que lo piense detenidamente, pero yo seguí sin cambiar de opinión. Quería hacerlo. Definitivamente el trabajo de mi tío me llamó la atención desde el primer día. Una vez que logré convencer al tío Bruno de que estaba seguro y que era consciente de lo que estaba decidiendo, se puso a mover lo necesario para hacerme un espacio.

Dado a que nunca estuve en una institución registrada por el gobierno Colombiano, los certificados y constancias debíamos pagarlas. Nos mudamos entonces a Bogotá. Una ciudad increíble, acababan de inaugurar el primer supermercado, y también estaba de moda eso de ir a cines de calle. La gente era acogedora, me hacía sentir en casa. Quizás uno de los choques más grandes que tuve —además de vivir en casas no mágicas—, fue el clima. En el Encanto de Colombia el clima siempre es soleado, perfecto, fresco. Nunca hace ni frío ni calor. Nunca llueve y el cielo siempre es magnífico. No es común que hayan desastres o algo así. Todo eso gracias al don de mi mamá, y a que mi papá es su alma gemela. Siempre ha sabido mantenerla feliz y sonriente. Sus enojos no duran mucho, por lo general son pequeños. 

En Bogotá, el clima era frío, entre 10° y 20° por lo general. Eso me caló mucho pues yo estaba acostumbrado a climas mucho más agradables. También me sorprendió la frecuencia con la que llovía, jamás me imaginé que pudiera ser así. Los no muy comunes días soleados que habían se sentían húmedos y eso hacía parecer que estábamos a una temperatura más elevada de la que en realidad era.

Aún con eso, me encantaba la vida en la ciudad. Todo estaba cerca de mi; las tiendas, los medios de entretenimiento, los centros de salud. Eso hacía divertido todo, incluso las filas eran divertidas porque podía socializar con las personas a mi alrededor y enterarme de cualquier cosa. Como una vez que fui al seguro por una receta para unos trámites, me encontré haciendo fila con una señora que me contó que ella sospechaba que una de sus nietas estaba embarazada. Que se veía más gordita, dijo, que se había hecho muy irascible, y todo eso. La otra vez una muchacha me platicó una situación difícil que tuvo con su novio y la forma en que hablaba con una amiga, y con toda la pena del mundo, me encargué de decirle: amiga, ahí no es.

Aunque lo que no me gustó de la medicina fueron las inyecciones y las vacunas. ¡Me declaro enemigo de las jeringas! No entiendo por qué los papás regañan a sus hijos por llorar, esas cosas duelen hasta el alma. Mi tío Bruno tampoco es bueno con ellas.

Dejando de hablar de mi proceso de adaptación a la vida citadina, tuve que entrar por primera vez en la escuela. Era una militar, y por una vez en mi vida, me dieron la orden de no usar mi don. El uso de mi mutación sería estrictamente reservado para operaciones clasificadas que vendría en mi futuro trabajo, y tampoco podía decirle a nadie quien era mi tío ni mucho menos la palanca que me brindaba para el mejor rango. Eso me puso muy, muy feliz desde el primer instante. Llegué a la escuela, como un chico normal, con una vida normal, rodeado de gente normal que no necesitaba que cuidara bebés, ni que ayudara a colgar letreros en las puertas. Sorpresivamente, al dejar de usar mi don, también dejé de tener tanto apetito. Entonces me di cuenta que mi poder se manifestaba con la base de mi energía y mi masa muscular. Estaba empezando a comprender mejor mi poder, y por ende, también a mi mismo.

Mi rutina era maravillosa, me llevaba muy bien con mis compañeros e incluso rescatamos a una hermosa gata blanca a la que le llamé Mishi. Por desgracia no podía conservarla en la militar, así que la dejé al cuidado de mi tío.

Y, por si lo sospechaban, sí, allí en la escuela me encontré con el hombre que apareció en mi visión. Se llamaba Santiago, era dos años mayor que yo. Tal vez llegué a sentir un poco de celos que él también tuviera una actitud encantadora, y que fuera mucho mejor que yo en algunas materias, y por supuesto, esa aborrecible actitud amigable. Realmente casi todo de él me molestaba. En cuanto lo reconocí me encargué de mantenerlo lo más lejos posible de mi. Mi opinión al respecto no había cambiado y no sería así en mucho tiempo. Me declaro culpable de haber tenido una actitud un tanto antipática hacia él, y no me enorgullezco, pero en ese entonces parecía ser la mejor manera de dejar en claro que no me interesaba amistarme con él.

Me gradué cuatro años después, a mis veintidós años. Orgulloso y más guapo que nunca. Me sentí satisfecho de mi cuerpo, era muy saludable y me gustaba. Continué ejercitándome luego de mi graduación, y mejor aún, probé muchas rutinas nuevas. Estudié algún tiempo algunos idiomas además del inglés, eso para prepararme al momento en que me asignaran alguna misión internacional.

Los primeros años profesionales fueron increíblemente divertidos. Mi trabajo era ser un agente encubierto, el tiempo que me dediqué a estudiar teatro y análisis corporal por una vez en mi vida fueron de utilidad. Me pasaban los perfiles de personas al azar, y sustentándome en la poca información que recibía, tenía que mutar y hacerme pasar por ellos. También descubrimos que podía pasar mucho tiempo en una mutación, cinco meses fue mi máximo antes de transformarme en mi forma original. También probamos con algunas dietas diseñadas para garantizar que mi mutación fuera más longeva, llegando a variar entre cinco meses y una semana, hasta cinco meses y tres semanas.

Al principio me unieron al equipo de trabajo de mi tío, con Julia y la pareja de hombres, que eran todos personas muy amables. Aprendí mucho de ellos, pero cuando estuve listo, a mis veintitrés años, me asignaron mi propio equipo de trabajo. Estuve muy emocionado, sentía que estaba a punto de convertirme en alguien como mi tío, él se había convertido en mi modelo a seguir, me había abierto las puertas más allá del Encanto y me ayudó a descubrir tantas cosas que jamás me atreví a imaginar. Mi equipo estaba conformado por personas cercanas a mi edad; una chica y un chico de veintitrés, igual que yo, una chica de veinticuatro, otro hombre de veinticinco además de nuestro líder que tenía esa misma edad.

El día que nos presentaron me llevé bien con todos de inmediato, eso no era raro en mi. Pero hubo solo una persona con la que no hablé, una sola con quién no me sentí cómodo, y también, dudaba haberlo. Nuestro líder de equipo era Santiago, el mismo chico que aparecía en mi visión.

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N/A

¡Muchas gracias a Aruru Bunn por ayudarme con este capítulo! Generosamente me has hablado de tu país, y gracias a eso he sido capaz de escribir lo más detallado posible.

¡Espero que les haya gustado!

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