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El nuevo Madrigal

Tres años después

Aquel día estaba más ansioso que la primera vez que regresé al Encanto de Colombia. En aquel entonces estaba en una extraña mezcla entre felicidad y nerviosismo; deseaba reencontrarme con mis padres, mis hermanos, mi familia y mi gente. A su vez, temía descubrir que me hubieran echado de menos. No obstante, todo fue una experiencia encantadora la primera ocasión que regresé, casi mágica. Nos hicieron una fiesta, y por una vez, todo lo que un día me avergonzó de mí, se convirtió en mi emblema dorado que porté con orgullo; toqué música con los demás, recité diálogos de obras populares a la hora de hacer el brindis, deleité a los mayores del pueblo, con complejas conversaciones sobre las corrientes filosóficas que estudié, y me divertí con los pequeños al jugar y bailar. Llegué a imaginar que así serían todas mis visitas al Encanto. 

Justo en ese momento, estaba por comprobar que no sería así.

Sentado en la sala de espera, movía cadenciosamente la pierna con mucha ansiedad, fumándome un cigarro con mi única mano disponible, mientras trataba de ignorar la comezón, causada por la férula, de mi brazo contrario.

Sentía un hoyo en mi estómago, quizás debí desayunar algo antes de salir de casa, pero siempre me frustraban mis limitaciones por solo contar con un brazo en ese momento. Me ponía muy mal el solo imaginar que, alguna vez, regañé a Santiago por saltarse el desayuno, tal y como yo hice. Ojalá él estuviera aquí. Él sabría qué decirme, él siempre lo sabía. Con solo mover sus labios y pronunciar las palabras mágicas él podía hacerme sentir mejor.

—¡Camilo!

Julia en ese momento llegó, junto al tío Bruno —quien cargaba a mi hijo en sus brazos—, José, Leticia y Ramiro; los miembros de mi equipo. Me puse de pie apagando el cigarro en el cenicero del contenedor de basura junto a mi. Me sentía confundido de verlos a todos allí, pues claramente dejé dicho que no era necesario que nos fueran a despedir al aeropuerto. Al tenerlos cerca, besé la frente de Carlitos, pues no podía cargarlo en ese momento.

—¿Qué hacen aquí?

Mi tono de voz era de notorio disgusto.

—¡Qué clase de saludo es ese! —exclamó Ramiro, con esa energía que le caracterizaba al hablar—. Vinimos a despedirte, por supuesto.

—No era necesario...

—Creo que quisiste decir gracias —me interrumpió José.

—Gracias. No era necesario.

—Por favor no nos lo tomes a mal, Camilo, solo queremos estar contigo. Nos preocupamos por ti. —Leticia se había acercado a acariciar mi brazo sano, con su voz amable que me irritaba. Tan solo me quedé callado—. Esperamos que su vuelo esté bien, y deseamos que te vaya muy bien con tu familia.

—Y, además... Camilo, somos un equipo. Fuera o dentro del trabajo, nosotros te vamos a apoyar siempre, aunque no lo valores, o pienses que puedes hacerlo sólo.

La mirada amenazante que Leticia le lanzó a José no pasó desapercibida para nadie. Se estaban esforzando demasiado por tratar de no hacerme enojar. Confío en que sus intenciones no eran malas, pero si realmente no querían molestarme, haber respetado mis deseos hubiera Sido una mejor opción. Afortunadamente para mí, pronto nos llamaron al tío Bruno y a mi para abordar nuestro avión. Nos despedimos de todos y nos dirigimos a la puerta correspondiente. Hice mi mejor esfuerzo por ayudar con nuestras maletas, puesto que mi tío ya sostenía a mi hijo y sus pertenencias. No obstante, un grupo de empleados se acercaron a ayudarnos y nos acompañaron.

Ya en el avión, mis nervios se hicieron más notorios, al grado en que sentía que mis manos temblaban. Saqué un cigarrillo y me lo metí a la boca, casi ignorando la forma en que mi tío me veía.

—Tu hijo está aquí. —Me regañó

Yo lo miré con incredulidad un momento, no era frecuente escucharlo hablar así. Murmuré una disculpa y guardé el cigarro en su caja. Resoplé en mi lugar y me dejé caer en el respaldo. Mi pierna se seguía moviendo ansiosa. Era frustrante que, mientras mi cuerpo seguía dentro de ese avión sin despegar, mi mente ya había ido a Colombia, cien veces ida y vuelta, y siempre me mostraba las diferentes alternativas a todo lo que pudiera suceder.

—Oye, todo va a estar bien, Camilo.

Mi tío habló con voz más suave mientras ponía su mano sobre la mía.

—¿Cómo lo sabes? No es como las otras veces, esta vez tengo un bebé con el cuál no planeo regresar a mi trabajo. ¿Qué se supone que diga? ¡Ey familia, por favor cuiden de mi hijo del cual no les hablé nada nunca!

—Solo digo, que no te angusties por eso. Ya tenemos la coartada perfecta para todo. Lo que deba venir, vendrá, independientemente de si te angustias o no.

—Eso no ayuda en mucho, tío.

—Sé que tienes miedo, pero no te asustes de tu familia... No son unos monstruos. A veces, solo temen por las personas a las que aman, y la forma en que reaccionan es solo la manera en que tratan de protegerlas.

Lo miré un instante, con ojos de sabueso, y después mi mirada cayó en el bebé que yacía en sus brazos. Miré sus manitas y su carita de ángel, sintiendo que se me estrujaba el corazón.

—Solo quiero que cuiden bien de mi hijo.

No era para menos mi nerviosismo. Mi tío Bruno me entendió, y supo ponerse en mi lugar pese a que él no tiene hijos. Después de todo, no todos los días vas a dejar a tu bebé en un lugar lejano a ti. Sabía perfectamente, que cuando el tío Bruno y yo regresáramos al trabajo, Carlitos no vendría con nosotros y se quedaría al cuidado de mi familia. Me dolía hasta mi alma de imaginar eso, pero en el fondo, sabía que era lo mejor. Tal vez hubiera Sido menos difícil para mí, si hubiera tenido la oportunidad de hablar con mi familia de mi hijo antes. Pero en el Encanto de Colombia no hay forma de tener comunicación con el mundo, ni siquiera postales, mucho menos teléfono.

Literalmente, iba a aparecer luego de años, con un niño salido de la nada, y encima iba a pedir que se hicieran cargo de él porque era muy peligroso mantenerlo a mi lado debido a mi trabajo. Era una circunstancia tan osada como necesaria.

[...]

Dolores permaneció mirando a la ventana con una mano en su pecho. Con sus ojos trataba de buscar lo que sus oídos habían advertido ya. Le extrañaba que Camilo y Bruno hubieran llegado a una hora con la noche elevada. Sin embargo, eso no era lo que más le llamaba la atención, sino que había un bebé acompañándoles. Escuchando con atención, sabía que ese niño era hijo de Camilo. Pero ella no entendía cómo ni en qué momento fue que pudo haber nacido.

Dolores sabía del romance de Camilo con Santiago. Lo había conocido apenas el año pasado, cuando fue reclutada, nuevamente, para una misión importante. La verdad no había terminado de entender de qué se trataba. Recordaba que la habían hospedado en un hotel, con la indicación de escuchar, atentamente, lo que las personas del piso de arriba hacían y de lo que hablaban. Camilo estaba con ella, pero en todo momento se le había dejado dicho que debía estar convertido en una mujer, pues se estaba haciendo pasar por esa persona.

Dolores no tuvo permitido salir. Fue muy pesado para ella permanecer así por un mes entero. Al menos mataba el tiempo leyendo mucho y haciendo algunos pasatiempos manuales. También tuvo bastante tiempo para dormir, cosa que había tenido que reducir luego de que naciera su primera hija llamada María. La maternidad no era fácil, más ahora que su niña cumpliría dos años y ya tenía otro bebé en camino. Aún así, y regresando al tema inicial, recordaba que Santiago y su hermano tenían una muy buena relación. Estaban bastante enamorados, por más extraño que hubiera sido para ella ver a dos hombres así, al menos parecía que se querían y cuidaban mucho el uno al otro. ¿Qué habría pasado para que Camilo decidiera tener un bebé? Y, si Santiago no vino a presentarse con la familia, ¿acaso significaba que habían terminado?

Su esposo Mariano la llamó cuando entró y la miró tan perdida en su cabeza. Él tenía a su hija dormida en sus brazos, y Antonio venía con él. Dolores les informó que Camilo y su tío habían entrado al Encanto, y rápidamente ambos varones se apresuraron a salir para ir a buscarlos. Dolores llevó a su hija a su habitación, y después, le informó a Mirabel, quien se había convertido en la matriarca de la familia, para que pudieran prepararse a su venida.

[ ... ]

Despertar solo con el cantar de las aves, y ese maravilloso olor a monte, es algo que extrañaba de mi hogar. Me estiré en mi lugar y suspiré. Estiré mi cuerpo para abarcar todo el colchón, y entonces, escuché esa risita que tanto amo y me llena de vida. Rápidamente me levanté de un brinco y corrí a la cuna mágica dónde dormía Carlitos.

—¡Cómo estás, mi amor! —exclamé de manera exagerada para hacerlo reír.

Tomé a mi bebé y le besé el rostro. Giré con él y lo abracé contra mi pecho. Olía a bebé, no sé cómo describirlo pero así huelen todos los bebés. Su cuerpo estaba tan pequeño, que lo cuidaba como si fuera de cristal. Sus manitas se agarraban a mi camisa y comencé a tararear para él. Sentir cómo se dormía poco a poco en mi pecho, era algo tan mágico y maravilloso, tan utópico, tan irreal que llegué a pensar que estaba soñando.

Pronto, las puertas de mi ventana se abrieron y cerraron animadamente, como si la casita me saludara.

—Buenos días.

Saludé, y después me acerqué a mirar a través de ella, aprecié el alba anunciando al sol sobresalir por las montañas. El cielo estaba coloreado de rosa palo, blanco, amarillo y algo de azúl. La brisa era fresca. Quería aprovechar cada segundo que estuviera allí con mi hijo, después de todo, no lo volvería a ver en muchos años. Rápidamente me vestí, y también a Carlitos, y bajamos en busca de algo de desayunar.

—¡Buenos días, Camilo! —Mirabel me recibió en la cocina, tan feliz y animada de verme como la noche anterior—. ¡Buenos días, Carlitos! —hizo su voz más aguda y juguetona para saludar a mi hijo.

Me pidió cargarlo y accedí, dejando que lo sostuviera mientras la casita me preparaba mi café, tal y como me gustaba.

—Tan solo te fuiste unos años, y mira ahora, tienes un hermoso bebé, primo. ¿Cuando fue que pasó?

—Bueno, tú sabes, los caminos de la vida son algo... impredecibles. Me hubiera gustado avisarles, pero ya sabes que en el Encanto no hay modo de comunicarse.

—Entiendo, perfectamente, Camilo. Muchas veces he pensado en hallar alguna manera para poder tener comunicación con ustedes, pero mamá y la tía, son algo renuentes al respecto. Dicen que eso no es lo que hubiera querido la abuela.

Hice una mueca. No me gustaba hablar de la abuela, más que nada, porque me daba vergüenza el no haber asistido a su funeral. Con el tío Bruno y yo tan lejos del Encanto, y con el mismo Encanto tan incomunicado con el resto del mundo, no hubo forma por la cual nos hubieran avisado de que había fallecido. Fue demasiado doloroso cuando regresamos para las fiestas y recibir la noticia de que la abuela Alma había fallecido. El tío Bruno se desplomó en el suelo y lloró desconsolado. Mis tías lo abrazaron y lloraron con él. Yo por mi parte, me quedé congelado, ido en mi shock hasta que sentí a mis hermanos abrazarme y decirme que no pasaba nada.

—De todos modos, Mirabel, me gustaría al menos poder enviar cartas aquí. No me gusta llegar así de repente, siento que abuso de ustedes.

—Camilo, somos tu familia. A nosotros nunca nos pesará recibirlos, eso incluye a tu bebé. Son bienvenidos todas las veces que deseen regresar.

—Ese es el problema...

Al no saber recibir su cara de sorpresa, desvíe la mirada a mi taza de café. No podía creer que así es como se lo diría, pero me causaba mucha ansiedad seguir postergando esta charla por más tiempo.

—Ya no puedo tener a Carlitos conmigo, Mirabel. Y no es que no me quiera hacer responsable, es solo que es muy peligroso. Mi pareja falleció en el parto, así que no tengo a nadie más que me pueda ayudar. No puedo confiar en una niñera que lo cuide, en este negocio ves tantas cosas, tan impensables, que me da pánico dejar a mi hijo al cuidado de un extraño. No puedo llevarlo conmigo, me moriría si algo le ocurriera por mi culpa. Así que...

No continué por vergüenza, no podía creer que en verdad estaba a punto de pedir esto, me estaba costando mucho, pues adoraba a mi bebé, me partía el alma solo pensar en que cada vez estaba más cerca de separarlo de mi. Entonces mi prima me rodeó mis hombros con su brazo libre y me los frotó suavemente.

—¿Quieres que lo cuidemos aquí, verdad?

Asentí.

—Camilo, por supuesto que lo haremos. Cuidaré de él como si fuera mi propio hijo, no importa qué.

—Aún así, Mirabel, quiero estar comunicado con él.

—No te preocupes, pensaré en alguna manera para mantenernos en contacto. No me importa lo que digan nuestras madres, haré todo lo posible para garantizar que puedas comunicarte con nosotros.

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