Annie

Adam siempre fue mi persona favorita en la vida, pero no en un sentido románico, el era con quién compartí los mejores recuerdos en mi infancia. Era con quien me ocultaba en el árbol que unía el patio de nuestras casas cuando teníamos seis años. Era quien apenas terminaba la hora de cenar, me estaba esperando con un plato de galletas en el marco de su ventana para luego ver las estrellas sobre su techo.

Adam era quién hacía que los gritos de mis padres mientras discutían, se convirtieran en noches de pijamada bajo su cama mientras escuchábamos canciones con audífonos. Adam era como un superhéroe en mis peores momentos.

Pero así como las cosas que suben, son atraídas por la fuerza de gravedad abruptamente en dirección al suelo, la gran felicidad que sentía al estar junto a Adam, se vino abajo en cuestión de segundos. Como si alguien me levantara a lo más alto y luego me dejara caer al precipicio a gran velocidad.

Lo que mis ojos vieron esa noche cambiaron mi vida y también la de Adam. Su secreto era mi secreto, y Adam se fue con el y desapareció,

Para siempre,

O mejor dicho,

desapreció hasta aquel día. Aquel día en que mis ojos se volvieron a encontrar con los suyos.