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La sede central del reino de la muerte era como una ciudad humana, lo único que la diferenciaba era que allí había almas y tres puertas diferentes. La primera era al cielo, la segunda era al infierno, y la tercera los campos de las almas que al morir solamente querían descansar y no renacer.

El reino de la muerte era el conocido purgatorio.

MinHo entró a su reino escuchando el caos en los pasillos, muchos insultos y llantos. La gente jamás se tomaba bien la muerte.

Había mandado a sus ayudantes a recolectar las almas ese día, ya no podía dejar el papeleo sin hacer.

Al entrar a su oficina notó una pelusa rosada asomada sobre una de las sillas. Confundido miró mejor y se encontró con una pequeña cosita rosada. Un chico de cabellos rosados, ¿era un niño?

Maldijo por lo bajo. Esos niños de la actualidad que se morían de la forma más pendejas posibles siempre llenaban su oficina.

—¡Ey tú!—llamó dejando sus cosas sobre su escritorio antes de ver a la pelusa que le sonrió levantándose no sin antes tirar la silla al suelo, que al caer se llevó una mesa con todos los documentos que el de la guadaña debía tramitar.

MinHo quiso regresarlo a la vida para matarlo él mismo.

—Disculpe soy algo torpe—soltó la suave voz de esa pelusa caótica.

—Solo dime rápido la forma en la que moriste—dijo usando sus poderes para dejar todo otra vez como estaba, pero la pelusa se lo impidió.

—¡Yo arreglo lo que tiré!—chilló el joven tratando de tomar los portafolios.

—No es necesario—dijo usando sus poderes, pero el contrario parecía esté dispuesto ha arreglar lo que tiró, y entre el tira y jala de ambos, la fricción creó una chispa que luego formó una llama.

Una llama que empezó a consumir los portafolios. MinHo definitivamente lo quería matar otra vez.

Detuvo el fuego y restauró los daños, después de haber colocado al chiquillo en la silla, y mantenerlo presionado usando sus poderes.

Se alegraba por la familia de ese joven, se imaginaba la paz que deberían estar sintiendo.

Y era así, los ángeles en el cielo estaban teniendo un banquete de celebración por haberse librado un tiempo de Yuki. Definitivamente no dejarían que Mimi volviera con su antiguo jefe.

—S-Señor muerte—llamó el de cabellos rosados y MinHo le dió una mirada asesina.

—¿Qué quieres? ¡No! ¡¿Cómo carajos te moriste?!

—¡Oh no! Yo no estoy muerto—y MinHo frunció el ceño, ¿de qué hablaba esa cosita?

—Si no estás muerto, ¿qué haces en mi reino?

—Me presento, soy Yuki, virtud de la curiosidad, ex-ángel de la guardia, ex-ángel querubín, ex-ángel en general. ¡Pero soy su nuevo secretario!

Y MinHo lo miró asombrado. El chico al ver la sorpresa del mayor mostró sus alitas las cuales no eran tan blancas, sino eran las puntas de un tono lila, en el medio un tono celeste y al final rosado como su cabello. La aureola dorada apareció sobre sus cabellos.

MinHo no lo iba a a matar. ¡Se iba a suicidar!

Esos plumosos sarnosos lo habían estafado. Sí tan solo los pudiera matar. No dijo nada y salió de su oficina. Yuki escuchó las maldiciones fuera del lugar, junto a un grito de frustración. La puerta se volvió a abrir y MinHo entró con una sonrisa fingida.

—Perdona que haya salido así—dijo excusándose, aunque por dentro estuviera que irradiaba enojo. Tomó asiento y miró al joven—. ¿Y cómo es tu experiencia laboral?

—Creo que me va muy bien—MinHo enarcó una ceja curioso—. De los siete humanos que me asignaron cuidar cuando era ángel guardián, solamente tres murieron, pero ¡los otros cuatro estan con vida!—lo último lo dijo feliz— Tendrán traumas por el resto de sus días, pero están vivos

MinHo se preocupó. Tragó grueso y miró al chico sonriente. ¿Quién sería feliz por haber matado a tres humanos? Bueno, él si, pero no era el hecho.

—¿Cómo afecta tu curiosidad en el trabajo?

—Umm, no lo sé, trató de controlar mi curio...¡¿Qué es eso?!—preguntó levantándose y usando sus alitas para volar hacia una planta que MinHo tenía, la cual era carnívora. El de la guadaña corrió tras de él— Tiene boca y dientes y...¡Ahh!...

Tres mordidas después...

—Perdón—dijo Yuki cubriendo su vergüenza con sus alas. MinHo frente a él estaba todo rasguñado, al su planta haberlo tratado de digerir cuando apartó al angelito, pero él terminó casi siendo comida se planta.

—Continuemos, ¿qué sabes del reino de la muerte?

—Posee todas las almas de los humanos que pasan a un siguiente plano, el señor muerte en este caso usted, los juzgará cada año que permanezcan aquí, y decidirá si pueden cruzar a los otros tres reinos para renacer según lo decidan los otros jefes, ya sea Dios o Lucifer. Aunque en el tercer reino estas almas solamente estarán en un descanso eterno.

—Estás en lo cierto, me sorprende que...¡¿eso es tinta?!—y miró el brazo de Yuki que tenía escrito todo lo que había dicho reciente.

—Me lo sabía, se lo juro. Era por si se me olvidaba una palabra.

A MinHo le daría un aneurisma, espera, ¿qué? ¿Desde cuándo pensaba como mortal? ¿Un aneurisma? Era ridículo él no podía morirse.

—¡Mierda! Me hace falta una secretaria, estás contratado hasta que encuentre a otra persona más completa para el cargo, ¿cómo te llamabas?

—¡Yuki!

—Te diré pelusa—dijo levantándose para señalarle al chico que le siguiera. Yuki batió sus alitas para volar y seguir al mayor, que lo llevó a un escritorio fuera de su oficina.

—¿Qué es esto?—preguntó Yuki tomando un objeto y mostrándolo a MinHo que le miró raro.

—Es un borrador.

—¡Wow! Es asombroso.

—¿Qué demonios?—Minho lucía aturdido— Olvidemos eso, bien este será tu cubículo, cuando te lleguen a preguntar por mí, no estoy, ¿okey?

—¿Y si está?

—Dices que no estoy.

—Eso es mentir.

—En mi reino le decimos omitir información—Yuki iba a decir algo pero al final sonrió.

—Está bien entonces. El Serafín Chan me dijo que le debo hacer caso en todo.

—¿Cuántos puntos años tienes?

—Soy un ángel joven, tengo 18 mil años.

—Que joven eres—exclamó MinHo sarcástico, pero ante su inocencia Yuki no supo comprender—. Aquí están los formularios para cuando las almas vienen, de igual forma debes guardar todo en los expedientes de tu computadora, de ahí lo envías todo a mi correo.

Y Yuki sonrió asintiendo.

—Señor muerte...

—Dime MinHo.

—Señor Muerte MinHo—y el mayor quiso cachetearse—, ¿qué es una computadora?

—¿No sabes que es una computadora?—el niño negó— ¿Un teléfono?—otra negativa— ¿Sabes sobre tecnología?

—Es que en el cielo no existe, pero lo último que supe de la tecnología es la magnífica creación del ábaco.

MinHo se golpeó la cabeza contra la pared. Sería un largo, largo muy largo día.

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