Me miraste, con tus ojos hinchados y rojos por derramar tantas lágrimas.

"Perdóname, perdóname, perdonarme, perdóname", eran tus constantes súplicas.

Pero, no sabía con certeza si realmente querías mi perdón, o el de alguien más.

Mis pensamientos no eran claros, no contigo abrazándome y pidiendo que no te deje.

Gracias a eso, comencé a alterarme y perdí la paciencia.

Aún había cosas que no entendía, que no terminaban de encajar en tu historia.

¿Quién tenía la culpa? ¿Tus padres? ¿Tú? No quería siquiera pensarlo.

"Ciel, deja de llorar", mi voz sonó más gruesa de lo normal, al darte aquella orden.

Tú te separaste un poco, conteniendo el llanto, como asustado.

Y yo también estaba asustado, sin saber con exactitud de qué.