#5. Séptimo Día.
Córdoba, Argentina. 27 de Julio de 2007.
Ha pasado una semana desde el secuestro, las torturas continúan y aumentan de nivel con el paso del tiempo. Dos días atrás Fausto llevó al sótano un plato repleto de carne asada, humeante y sabrosa; le ofreció a la joven una disculpa por su falta de consideración y le permitió comer; solo para confesarle al engullir el alimento que se trataba de unas ratas capturadas entre los pastizales.
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Siendo las 3:00 am, un grito ensordecedor se desprende del cuerpo de Fausto, otro mal sueño interrumpe su descanso; el aborrecimiento que lleva por dentro nunca lo redimirá de su rutina perversa, como un demonio recorriendo su linaje, intoxicándolo de adentro hacia afuera. Se afirma al borde de la cama y apoya ambas manos en su frente empapada de transpiración.
Con la vista explora su brazo derecho y contempla las perpetuas quemaduras de cigarro adornadas por su padre en la epidermis, partes que no volvieron a espigarse y se remendaron con una membrana estriada y lóbrega. Se aparta de la cama, estira sus extremidades mientras bosteza y unos minutos más tarde se destina en calzoncillos al sótano.
Al cruzar la puerta del subsuelo, desciende la escalera, activa el interruptor de luz e ilumina la cuarta parte del recinto. Hay grandes espacios, aristas, que no se abastecen de luz, y permanecen entre sombras. Lizbeth se encuentra despierta, tiene la mente activa, aguda; se ha vuelto sigilosa, astuta y está dispuesta a soportar todo con tal de ganarse su confianza.
—¿Has podido dormir? —pregunta Fausto algo agitado.
—No, estaba esperándote, mencionaste querer conocernos ¿cierto? —responde Lizbeth mirándolo fijamente a los ojos, para no incitarlo, al percatarse de que lleva únicamente ropa interior.
—Así es, no podía dormir así que vine a verte y conversar contigo.
—Y dime, ¿cómo te llamas? Si soy tu invitada por lo menos debo de saber quién eres.
—Mi nombre no interesa —responde con voz fuerte, frunciendo el entrecejo.
—Tú quieres que nos conozcamos, debería saber tu nombre, ¿tienes padres o hijos? —insiste ella tratando de sonar amigable.
—¡No¡ El demonio me concibió, ¿qué pasa niña, me estas retando? — pregunta Fausto; recordar a su padre le altera las pulsaciones.
—Tranquilo, somos amigos, sigamos dialogando —intenta calmarlo, sin ningún éxito, su cambio de temperamento es inmediato.
—Tú, que te has creído, para decirme que debo hacer —entre dientes masculla, con la quijada casi quebrando sus dientes.
Fausto se acerca para escanearla, aun mantiene el olor a tierra mezclada con las tripas en descomposición del polluelo. Detrás de todo esto puede sentir su olor natural, observar su piel de porcelana; ella es un lienzo perfecto, tanto que hasta parece irreal. Delicadas facciones, mirada transparente y boca en forma de corazón; simplemente una diosa.
—Lo siento. Solo pretendo conocerte, eso hacen los amigos —dice ocultando un prominente miedo tras una sonrisa fingida.
—¿De veras crees que voy a caer en tu jueguito? ¡Eres una estúpida! —descarga la palma sobre su mejilla— Vas a tener tu merecido niña.
—¿Qué buscas de mí? —el hombre no responde y sale de allí.
Abandona a Lizbeth suplicando, implorando que ya no siga; poco le importa pues disfruta de escucharla rogar. Toma un gran latón que guarda en su baño donde coloca ropa sucia, lo lleva a la cocina para cargarlo con agua; sonríe con malicia. Cierra el grifo y retorna al subsuelo quedando frente a la muchacha, quien lo observa sin expresión alguna; ya no ruega y eso lo enfada aun más.
—No quería hacerlo, no pretendía castigarte hoy...¡Te comportas como una maldita perra y me obligas! —sujeta con rudeza su cabello, mirándola directo a los ojos— Te voy a enseñar a respetarme.
Dicho esto, procede a introducir la cabeza de la joven dentro del recipiente, hundiéndola por completo. Lizbeth convulsionada ansia zafarse sin éxito. La chica tose y procura recuperarse del ahogo, pero cuando al fin consigue hacerlo, Fausto vuelve a sumergirla. Se regocija ante la desesperación de su víctima, viendo emerger las burbujas del interior como consecuencia del esfuerzo por respirar bajo del agua. Luego de zambullirla por cuarta vez, la excluye de manera definitiva.
—Que descanses chiquilla —se despide dejándola sola.
Siendo las 11:00 am, el celular suena de manera escandalosa, dándole un gran susto, dado que siempre lo lleva en vibrador, pues detesta la gran mayoría de los sonidos repentinos e inoportunos, sin mencionar el estilo de música que la juerga popular suele escuchar; responde aún alterado por el suceso.
— Aló, ¿Quién habla? —pregunta de mala manera.
—Buen día, soy Marcos Gonzales. Tengo un trabajo para ti. La pared del pasillo tiene una filtración, se ha despegado una parte, ¿puedes arreglarlo? —consulta un cliente bastante bizarro y peculiar; un hombre ermitaño que vive en el mismo pueblo.
—Caballero, ese es un trabajo de tiempo, puedo empezar hoy y trabajar medio día mañana —explica protestando.
—Mira, te pagare más; preciso que esté listo. No puedo dormir si mi casa se está filtrando, ¿entiendes? —insiste el sujeto.
—Páseme la dirección de su casa —responde osco.
—Mirasoles 2356 esquina Federico Báez.
—Ok, estaré en veinte minutos en su domicilio —finaliza la llamada antes de obtener una nueva respuesta del cliente.
Fausto asedia su caja de herramientas, se viste con un jean, una vieja camiseta, sus botas descoloridas y sale a toda prisa en dirección a la vivienda del cliente que lo espera de pie frente a su propiedad, con los brazos cruzados en su pecho, por encima del abultado abdomen; es un hombre fornido, muy alto, de cabello rubio y recogido en una coleta.
— Vamos, apresúrate. Necesito que cuando termines con el pasillo examines el resto de la casa por si hay otra filtración —el hombre le sugiere en un ademan que acceda a la vivienda.
Ingresa a la propiedad y empieza a revisar visualmente; las paredes tienen la pintura sobresalida, abombada, algunas partes se han desmoronado y ya no forman parte del panel. Continúa por el pasillo buscando el origen de la destilación. Indudablemente posee muchos conocimientos en el tema aunque es un sujeto abandonado, cuyo único interés se centra en alimentarse del sufrimiento de sus víctimas hasta arrancarles el último aliento.
—A simple vista la filtración es tratable —dice Fausto—; Necesitaré los planos de la casa para comenzar con el trabajo.
Ya con los planos en su poder, ubica la tubería a través de la pared, empuña un mazo de su caja de herramientas y con un movimiento pendular adquiere suficiente impulso para transferir 360 grados de fuerza y precisión, suficientes para penetrar de un solo golpe el muro. Luego parapeta la tubería chorreante de fluido cándido, sella la medianera y elimina los restos de pintura desgajada. El acabado resulta peyorativo, no es necesario ser un erudito para advertirlo; a pesar de ello no se demora en anunciar la finalización del trabajo.
—¡Pero qué has hecho! Esto es inaceptable, has dejado horrible mi pared —protesta el cliente al ver el desastre— Se nota el hueco, hay pintura levantada sin retirar, ¡Y tienes las pelotas de decirme que está listo!
—Ya te dije, esto queda así, si no te gusta hazlo tú mismo —espeta.
—Claro que lo haré yo, he sido un idiota al contratarte, no te voy a pagar, lárgate de mi propiedad —ordena el cliente.
—Mira imbécil o me pagas o me pagas, no me desafíes, no sabes de lo que soy capaz, ¡Págame! —responde Fausto señalándolo amenazante.
—A mi no me impresionas mal nacido, voy a pagarte con creces.
González, sin vacilar le propina un puñetazo con determinación directo al maxilar que lo desploma sobre el suelo. Sin perder tiempo lo sujeta de los hombros y lo expulsa de la propiedad barriendo la entrada con su cuerpo. Fausto permanece aturdido por la sacudida, tendido en el piso, durante algunos segundos sin posibilidad de reaccionar.
—Me las vas a pagar maldito ermitaño —amenaza al individuo soltando un escupitajo de sangre en el terreno.
Pronto se incorpora del suelo con la ropa atestada de polvo, asciende al vehículo y se excluye expeditamente de la zona. Está furioso, necesita drenar toda la ira contenida por el episodio. Comienza a conducir sin rumbo, maldiciendo en voz alta y golpeando con fuerza el volante. Recuerdos lo invaden, el enfado aumenta y la ira lo domina.
Luego de varios minutos, da un inesperado giro en una curva tomando hacia la derecha, agarra por el puente principal y alcanza el principio de una avenida que desemboca en un pueblo muy habitado, donde suele ir. Enfrascado en su rabia, recorre la carretera a gran velocidad; no se detiene en trivialidades tales como admirar el pronunciado atardecer que se va adueñando del mundo, ni las farolas intermitentes por el boulevard.
Cuando al fin llega al destino, baja del vehículo cerrando muy fuerte la puerta y se encarrila hasta la entrada de un bar de mala muerte. Sujeta con inmensa violencia el picaporte de metal y asienta sus pies en el sitio, donde en tantas otras oportunidades desahogó parte de su cólera bebiendo grandes dosis de alcohol. Con pasos firmes, ceño fruncido y los dientes apretados observa la barra para encauzarse a la postre hacia el sector; atrae uno de los taburetes hacia atrás y se posiciona encima.
—Un whisky doble a las rocas —pide al cantinero, que se encuentra sirviendo tragos a un grupo de cuatro hombres.
—Enseguida le sirvo caballero —responde el muchacho, a sabiendas de que no es conveniente hacerlo esperar si desea mantener la tranquilidad del lugar.
Fausto roza su labio herido con el dedo índice sintiendo todavía la hinchazón y el hervor de la sangre por dentro; cierra uno de sus puños y agresivo, sacude el tablón provocando un respingo de los vasos situados sobre este. El joven entrega el pedido sin perder más tiempo, y él con mayor velocidad lo ingiere de un sorbo.
—Otro —exige tajante mientras enciende un cigarrillo— ¡Y ustedes qué me ven, bola de imbéciles! —increpa a un grupo de sujetos ubicados a escasos metros.
—Tranquilo hombre —responde uno de ellos— solo nos divertimos.
—Púdranse malditos —se levanta de su asiento orientándose hacia ellos— Quiten sus ojos de mi existencia o juro que voy a arrancárselos con mis propias manos.
—Ya, ya —interviene el camarero— nada de pleitos aquí por favor.
Fausto respira profundo y retorna a su sitio sin apartar la mirada del entorno. En poco más de dos horas, bebe varios whiskys; aunque no los suficientes como para embriagarse. Siendo las 15:30 pm decide que es hora de marcharse, por lo tanto lanza el dinero sobre la barra, se encamina al auto, se sube y emprende el viaje de retorno a la casa.
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