Final
Las humeantes ruinas de una construcción se encontraban rodeadas por edificios con graves daños: grandes grietas recorrían los muros exteriores, muchos de los apartamentos y escaleras que comunicaban las plantas habían colapsado y los cimientos no tardarían en ceder.
Aunque en otras partes de la ciudad el cielo estaba despejado y el sol brillaba con fuerza, sobre los escombros apenas alcanzaban algunos rayos oscurecidos por la gran capa de ceniza en suspensión que se elevaba a una treintena de metros.
Mientras una lluvia de diminutas partículas de polvo negro descendía muy despacio y se amontonaba en los cascotes, un hombre caminaba por las ruinas sin serle imposible no padecer por profundo pesar. Estuvo casi un par de horas inmerso en una incesante búsqueda, escarbó entre ladrillos, restos de compactas piezas de hormigón, tuberías, camas aplastadas y el polvoriento acolchado de algunas paredes.
Cansado, sin verse capaz de hallar ni un diminuto rastro de lo que buscaba, se sentó en los fragmentos amontonados de un muro, suspiró y permaneció inmóvil con la mirada fija en la lenta lluvia de polvo negro.
Las horas pasaron, muy despacio, tanto que el hombre las percibió como si fueran semanas encapsuladas en sesenta minutos. En ese tiempo ningún habitante de la ciudad se acercó a curiosear en las ruinas; los escombros y los edificios medio derruidos que los rodeaban se mantenían ocultos para la mayoría.
La atmósfera gris que creaba el cielo cubierto por ceniza, la lluvia de partículas negras, cierta penumbra y los montones de polvo en restos de la construcción, se incrementó al atardecer.
El hombre, resignado, incapaz de resolver la duda que lo carcomía, se levantó y caminó para abandonar las ruinas.
—Lo siento... —susurró—. Siento no haber encontrando parte de tu esencia y ayudarte a que seas libre...
Al percibir un leve temblor en las suelas, se detuvo y se giró muy despacio preparado para mover los dedos y conjurar símbolos.
—No estoy aquí por ti —pronunció una mujer, que tenía la cabeza rasurada, con un tono que no reflejaba ninguna emoción—. Estoy por lo mismo que tú.
El hombre terminó de darse la vuelta y caminó despacio hacia la recién aparecida.
—No hay rastro de su esencia —dijo, tras quedar a un metro de la mujer y mirar los escombros polvorientos que los rodeaban—. Consumió con sus pecados el polvo negro y la llama roja. —El pesar se reflejó en su rostro—. Quería liberarlo del dolor al que se condenó, que encontrara un poco de paz tras la muerte, pero se encargó de que nadie fuera capaz de librarle del sufrimiento eterno.
La mujer asintió con un ligero gesto de cabeza.
—Así es —afirmó—. Antes de desvanecerse, invocó a los espectros del castigo para asegurarse de que no escaparía del pago de sus pecados. —Extendió la mano y permaneció unos instantes con la mirada fija en los granos de polvo negro que se posaban en la palma—. Selló su destino.
El hombre suspiro, impotente, y se perdió entre la tristeza de sus recuerdos.
—Estuvo condenado desde el mismo día que nació —pronunció con pesar, antes de fijarse en una ráfaga de aire que esparció un montón de polvo—. Pero su condena nos liberó y no somos capaces de ayudarle a que se libere.
La mujer de la cabeza rasurada cerró despacio la mano y atrapó varios granos de la polvorienta lluvia.
—Solo él es capaz de concederse un poco de paz —dijo, tras dar varios pasos y acercarse a un gran fragmento de muro—. No tengo nada en contra de vosotros y tampoco nada a favor. Me dan igual vuestras vidas y vuestras muertes. Solo sois ínfimas criaturas que existís en una tenebrosa creación en la que se os acecha desde las sombras. —Movió la mano y varios cascotes se elevaron—. Tanto tú como Draert sois rarezas. Humanos que han trascendido la reclusión mental de los vuestros. Él alcanzó uno de los mayores poderes de la existencia y tú te has convertido en una pieza relevante en el sombrío juego cósmico. —Los escombros cayeron a un par de metros y se creó un acceso a una parte sepultada de la construcción—. En este sanatorio contraje una deuda con él, una que jamás podré saldar, pero quizá sí que sea capaz de no permanecer toda la eternidad con el insoportable pensamiento de que no lo intenté.
El hombre se acercó y observó la oscuridad del gran agujero que conducía a la zona soterrada.
—Merece descansar. Si hay una posibilidad de que encuentre el camino a la paz, tenemos que hacer lo que haga falta —dijo, tras mover la mano, crear un símbolo de tinta —un triangulo con el trazo inferior difuso y zigzagueante— y que se iluminara el acceso a la parte sepultada de la construcción—. Aunque en su antiguo mundo solo haya pasado un día, en el plano donde su esencia esté recluida ya habrá padecido una eternidad de tortura y sufrimiento.
La mujer se agachó y examinó las profundidades con la mirada.
—Demasiado dolor, demasiado tiempo —contestó, antes de callarse por la visión de un poco de ceniza roja dispersa entre varios fragmentos de un mineral opaco y los restos de una superficie vítrea—. Escondió cualquier destello de su antigua esencia. He tenido que pedir favores para que la destacaran. —Se miró la palma, hundió los dedos de la otra mano y la desgarró con las uñas—. Esperemos que sea suficiente. —Apretó el puño, la sangre descendió gota a gota y empapó la ceniza—. Que acepte lo que se le ofrece y se perdone.
El hombre observó los destellos rojizos que iluminaron las profundidades y deseó que funcionara.
—Merece descansar —pronunció el persistente pensamiento que no hacía más que repetirse en su mente desde el día anterior.
La ceniza brilló con potentes destellos antes de evaporar la sangre y desvanecerse. La mujer pasó los dedos por la herida en la palma de la mano, la cerró y se levantó.
—Ahora es cosa de él aceptar el descanso eterno —aseguró, tras darse la vuelta y caminar en dirección a un pequeño montón de arena amarilla que apareció a cierta distancia—. Ya no se puede hacer nada más. Si él no lo rompe, su sello solo podría ser quebrado por lo innombrable y sin forma. Y, sean cuales sean los designios de lo que está más allá de La Oquedad Originaria, no suelen conllevar intervenciones en las capas de la realidad. —Se detuvo antes de alcanzar la arena—. Vienen tiempos difíciles y, por más que sea inevitable recordar a los caídos, hay que estar preparados para hacer frente a la voracidad insaciable.
La mujer pisó la arena y se descompuso mientras el hombre permanecía pensativo.
—Espero que encuentres la paz, que la aceptes —dijo, tras mirar una última vez a las profundidades soterradas de la construcción—. Ya has tenido bastante dolor.
Inspiró despacio, alejó los pensamientos del sanatorio en ruinas convertido en el cementerio de un don maldito y de seres cósmicos, caminó hacia una zona donde la lluvia de polvo negro era muy poco densa, trazó un círculo de tinta, creó un portal a un paraje desértico muy alejado y lo atravesó.
Al poco de que el zumbido de la tinta al descomponerse cesara, un tenue chasquido provino del interior sepultado de la construcción. Una minúscula porción de ceniza, que no se desintegró al ser empapada por la sangre, se elevó un poco, brilló con gran intensidad, estalló, creó una avalancha de fragmentos que sellaron el acceso y dio la oportunidad a un caído de elegir cómo pasar el resto de la eternidad.
Representación de la culpa que asoló el interior de Draert durante muchos años.
Imagen que da una idea del plano donde Draert se encuentra pagando por sus pecados.
🌟 Muchas gracias por leer y pasarte por esta locura. Espero que te esté gustando. 🌟
😞 Draert lleva una eternidad sufriendo. 😞
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🔳 Hemos llegado al final, Draert planificó muy bien su castigo, creía que merecía sufrir durante toda la eternidad y usó su inmenso poder para asegurarse de que fuera así. No pudo cambiar lo que hizo, pero quiso pagar por ello y eso dice mucho de él. Es una lástima que no tuviera oportunidad de tener un vida normal y no pasar por el infierno que pasó. Solo queda la esperanza de que decida hallar la paz en un descanso eterno y no en un sufrimiento sin fin. Ojalá que sea así. 😥
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