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Capítulo 8

En mi camino a retornar a mi cuerpo, subí unos peldaños negros que supuraban una plasta algo verde y muy pegajosa, tanto que tras cada pisada sentía que me despellejaría las plantas de los pies. Gran parte de los escalones estaban ocultos tras una neblina grisácea que descendía para unirse con las profundidades en las que hasta hacía poco había estado perdido.

Bordeando los peldaños, flotaban varias capas de semillas secas, hediondas, a rebosar de vómitos en descomposición, que producían un sin fin de destellos de varios colores, como si fueran una lúgubre purpurina con la que alguien se maquilló el estómago antes de vomitarla.

No faltaba mucho para alcanzar la titilante película roja que me permitiría retomar el completo control de mi ser, de mi alma, de mis pensamientos y de mi cuerpo.

Tras dejar atrás el último escalón, nada más pisar un terreno un poco desnivelado en el que habían varios montones de arena amarilla revuelta con esquirlas de huesos, escuché el repiqueteo de unas cadenas, me di la vuelta y contemple al desgraciado del traje rojo, preso, amarrado a unas ascuas púrpuras que apenas mantenían algo de luz y calor, rodeado de varias estatuas de un líquido rojizo casi sólido que lo señalaban con los dedos índices envueltos en fulgurantes llamas azules.

El desgraciado estaba consumido, la piel del rostro se le había terminado de quebrar y de las grietas escapaban finos hilillos de polvo rojo. Su aspecto, demacrado, puro pellejo sobre los huesos, no me dio pena. Al fin tenía lo que se merecía.

Invadido por la súbita felicidad que me produjo verlo destruido, caminé hacia él y me paré al lado de una de las estatuas de líquido.

—Aunque tengo muchas ganas de arrancarle el hígado y hacer que se lo coma, aunque lo odio tanto o más que a ti, reconozco que el Antecesor ha hecho un buen trabajo contigo —le dije, sin ser capaz de no deleitarme ante su esencia casi extinta—. Pero no te preocupes por estar aquí, esto es el paraíso comparado con lo que te espera, sean cuales sean los planes que tenga para ti, no los llevará a cabo. Lo voy a destruir, acabaré con La Plaga y me ocuparé de que tanto tú como yo tengamos lo que nos merecemos.

Elevó un poco la cabeza y centró sus ojos, agrietados, a punto de quebrarse, en mi rostro.

—Ese... —Tuvo que callarse para tomar aire y recuperar algo de fuerzas—. Ese Antecesor es muy poderoso. Demasiado para que lo enfrentes solo.

Miré su reloj de bolsillo tirado cerca de él, roto, como si un lunático lo hubiera pisado con rabia tras creer que al silenciar el tenue tictac las voces en su mente se acallarían.

—Acabaré con él. —Extendí la mano, la llama roja prendió con fuerza y el fuego danzó sobre la piel—. Incineraré su alma. —Moví un poco los ojos y los fijé en el rostro del desgraciado—. Y no lo haré solo, debilitaré la barrera que ha erigido en la capa de la realidad para que otro también obtenga venganza.

Con mucha resignación y cansancio, bajó la cabeza y observó de reojo el reloj roto.

—Ni siquiera junto a ese humano ungido con la esencia de Los Difusos, ese al que la tinta le recorre las venas, tendrás una oportunidad de vencer. —Exhaló, agotado, y esperó unos segundos a recuperar el aliento antes de volver a hablar—: Solo el fuego de la llama roja ardiendo sin ninguna barrera igualará el poder del Antecesor extinto. —Aunque le costó mucho, levantó un poco la cabeza para mirarme—. Me necesitas.

Me acerqué a él y lo agarré del cuello.

—No, estás donde tienes que estar, esperando tu final sin ninguna escapatoria, sin que tus trucos te sirvan para evitarlo. —Apreté los dientes, el odio se acrecentó en mi interior y apenas fui capaz de contener el impulso de estrangularlo—. Desde que llegaste a mi vida, unido a los malditos susurros, no has hecho más que volverme loco. Siempre deseando tener el control, siempre con ganas de apoderarte de mi cuerpo para convertirlo en cenizas y liberarte. —Le apreté el cuello y la piel se quebró más—. No contaste con que la llama me elegiría a mí en vez de a ti. Tú la necesitas, su naturaleza te mantiene vivo, pero ella quiere vivir en mí. —Lo solté, me di la vuelta y caminé hacia el débil fulgor rojo—. Sufre en tus últimos momentos con la idea de que nunca volverás a ser libre, que morirás a causa del dolor que me inflingiste.

—No se trata de mí ni de ti —me dijo casi cuando estaba a punto de abandonar el nexo entre los pozos y mi mente—. Ese Antecesor usará el polvo negro y la llama roja para crear grietas en las capas de la realidad. Quiere despertar a Los Nacthernies, los seres que carecen de sombra, que se moldearon en los confines del vacío y permanecen adormecidos entre los primeros pensamientos muertos.

Me detuve y giré un poco la cabeza.

—La llama roja está unida a mi alma y se consumirá junto a ella. Exterminaré a ese mal nacido de las marcas en la cara antes de que se dé cuenta de que es imposible que nadie más que yo avive el fuego.

Me adentré en la luz y sentí cómo la conexión con mi cuerpo se fortalecía.

—Draert, combates en desventaja, nos saldrás vencedor, te derrotará. Tenemos que luchar juntos. Me necesitas —dijo el desgraciado, antes de que su voz se silenciara y el frío del nexo entre los pozos y mi mundo desapareciera alejado por el calor de la llama.

Abrí los párpados, despacio, sin levantar la cabeza, y observé de reojo el pasillo de paredes agrietadas y ennegrecidas por un incendio. Al principio dudé, no sabia si me encontraba en el edificio que diez años atrás selló el retorno de la pesadilla a mi vida, pero, tras prestar atención a la charla que tenían un hombre y una mujer, poco a poco supe que me hallaba de nuevo en el noveno círculo de mi infierno.

—Nadie ha venido al sanatorio desde el día que La Plaga exterminó a más de media ciudad —dijo él, antes de sujetar los mangos de empuje de la silla de ruedas en la que me encontraba sentado e impulsarla hacia adelante—. Al menos nadie que no esté en el círculo de El Sharekhar.

Otra vez El Sharekhar. ¿Sería el Antecesor? Aunque los enigmas seguían amontonándose, como centenares de libros con las hojas arrancadas para no revelar lo que se escribió en sus páginas, estaba seguro de que pronto obtendría las respuestas que me habían rehuido durante tanto.

—Tanto dolor, tanta agonía, hacen que esto sea precioso —contestó la mujer, que iba ataviada con una fina bata tan oscura como el hollín del pasillo, tras adelantarse y tocar la sombra en la pared en la que quedó reducido algún desdichado—. El polvo los hundió hacia las sendas sin nombre ni forma. —El hombre detuvo la silla de ruedas y caminó hasta colocarse al lado de la mujer; iba vestido igual que ella y ambos tenían el pelo recogido en un gorro de tela fina lleno de símbolos triangulares con rayas en medio—. Su horror aún se mantiene vivo. —La mujer bajó la mano despacio y recorrió el contorno de lo que alguna vez fue la sombra de una cabeza—. Lo que tanto hemos esperado, está aquí. —El éxtasis la poseyó y le erizó el vello—. Al fin lo alcanzaremos.

El hombre inspiró, se contagió con el vomitivo frenesí, acarició la sombra de la persona consumida por la llama roja y soltó el aire despacio.

—Estamos cerca... —pronunció con la voz entrecortada mientras miraba a la mujer y esta le devolvía la mirada imbuida por el casi incontrolable impulso de dejarse llevar por todos y cada uno de sus deseos.

Era asqueroso, no solo la fascinación por la agonía de las almas que ardieron hasta quedar reducidas a ceniza, sino también que ese deleite enfermizo les hiciera venerar La Plaga y les provocara una excitación que casi los convertía en animales en celo.

A unos diez metros, una mujer de pelo oscuro recogido en una larga cola, que llevaba un pulcro y ceñido uniforme negro, salió de una habitación y los miró con el rostro reflejando un profundo reproche y mucho desprecio.

—Hemos venido a servir a El Sharekhar —pronunció al mismo tiempo que señalaba la gran compuerta metálica del final del pasillo—. Controlaos y cumplid con lo que se os ha ordenado. —Se enfureció al ver que apenas eran capaces de reaccionar—. ¡Vamos!

—Sí, señora —contestaron los dos al unísono mientras el hombre se daba prisa por coger los mangos de la silla de ruedas y empujarla.

Cuando pasamos por al lado de la que parecía una oficial de alto rango de esa panda de tarados, aceleraron el paso y la mujer agachó un poco la cabeza.

—¿Cómo se les ocurre traer ya a este ganado manipulable? —pronunció entre dientes la oficial, antes de caminar a paso ligero hacia el otro lado del pasillo—. Solo los reguladores tendríamos que estar aquí.

Aunque el hombre y la mujer recobraron un poco la compostura, una vez que en el corredor estábamos solo los tres, abrazaron de nuevo con deleite lo que les producía la mancillada esencia del sanatorio.

—Al final iremos más allá de Los Difusos —aseguró ella, tras mirar durante unos segundos las sombras en las paredes que encarnaban el sufrimiento de las personas abrasadas por el fuego rojo—. Él nos guiará.

El hombre dejó de empujar la silla de ruedas, se adelantó hasta donde estaba la mujer y afirmó con un ligero gesto de cabeza.

—Y todo gracias a esta escoria. A este portador fallido de la llama. —Cerré los ojos antes de que me sujetara el pelo y tirara de él; tuve que contenerme y no permitir que una mueca de rabia y dolor se plasmara en mi rostro—. Tantos años engañándolo, haciéndole creer que los sacrificios eran capaces de romper el sello de La Plaga, con El Sharekhar induciéndole las visiones, y este imbécil no supo nunca que contribuía a la obra. —Me escupió en la cara y dio un golpe con la punta del calzado en la rueda de la silla—. Podría haber sido el guía de una creación renacida, pero se pasó los años llorando y lamentándose.

La mujer rio y se inclinó para acercar su cara a la mía.

—Cayó en la trampa, cargó la arena de los rituales que pisaba con sombras del fuego rojo y nos dio el poder de liberar al Kherdamer. —Me cogió los mofletes y los apretó con fuerza—. Este maldito estúpido hizo todo lo que El Sharekhar quería. —Me empujó la cabeza y mi nuca chocó contra algo duro que estaba unido a la parte trasera del respaldo de la silla de ruedas—. ¿De qué le sirvió quemar a su mujer y a sus hijos?

Estallé, puse fin a mi resistencia a las idioteces y ofensas de esos inútiles. Abrí los párpados, la mujer se sobresaltó, pero no tuvo tiempo de hacer nada más que soltar un grito ahogado. Le puse la mano en la frente y la miré con los ojos proyectando el odio y asco que me daba.

—Que ardan todos tus pensamientos oscuros —dije, y ella retrocedió, tambaleándose, mientras su gorro se derretía, le surgía humo de las raíces del pelo y se echaba las manos a la cabeza en un vano intento de frenar el fuego que le calcinaba el cerebro—. Y tú. —Me callé, me eché a un lado, esquivé el golpe, el puño del hombre pasó y chocó con lo que estaba unido al respaldo—. Tú pasarás la eternidad siendo consumido por el fuego rojo.

Le sujeté la muñeca, traspasé una ínfima parte del calor de la llama a sus venas, herví su sangre y cayó contra las sucias y polvorientas baldosas mientras sus ojos se inyectaban en rojo y su respiración se convertía en una sucesión de estertores.

Miré hacia una cámara al final del pasillo, vi cómo parpadeaba una pequeña luz roja, levanté la mano y la incineré con una ráfaga de llamas.

—Si queréis verme la cara, venid a buscarme —mascullé.

Me levanté y el calor que desprendían las plantas de mis pies deformó las baldosas. Caminé por el corredor con la mirada fija en la gran compuerta de metal.

—Voy a hacer que deseéis no haber nacido. —El fuego, aun limitado por la ausencia de los susurros y del desgraciado del traje rojo, prendía con la suficiente fuerza—. Haré que vuestras almas ardan.

Elevé la mano, creé centenares de llamas y derretí la compuerta. Cuando el humo se extinguió, quedó a la vista una gran sala con las paredes cubiertas por deformes pliegues de carne, como si una ínfima porción de las estrellas cancerosas se hubiera propagado por la estancia. El espectáculo siniestro continuaba con decenas de personas, desnudas, sin vida, con inertes poses de agonía, sujetas en el aire por las varillas de acero que sobresalían de la construcción y las atravesaban.

—Esto es lo que querías —mascullé mientras me adentraba—. Infectar el mundo con la esencia podrida del origen, liberar La Plaga con la llama roja y usar la corrupción de ambas.

Tras pisar algunas gruesas venas negras que emergían de las láminas de madera deformadas y rotas del suelo, dirigí la vista hacia el otro lado de la estancia y observé la danza de infinidad de partículas rojas alrededor de una palpitante nube de humo negro.

—Tu primitiva mente humana no es capaz de comprender nuestra obra. —La voz del mal nacido de las marcas en la cara provino de todas partes—. No eres más que una mota que se fundirá con las demás en el cambio.

Me fui a dar la vuelta para buscarlo y enfrentarme a él, pero una llamarada azul me golpeó sin que pudiera girarme del todo y me arrojó unos metros por el aire. Reboté un par de veces antes de que la madera agrietada me frenara algo y rodara un poco aplastando algunas venas negras.

—Maldito —mascullé, antes de escupir sangre, presionar la madera con las palmas, flexionar los brazos y verlo aparecer a cierta distancia—. Debes ser el Antecesor más cobarde que existe, que solo ataca por la espalda o a rivales sedados. —Me levanté, apreté los puños y las llamas rojas los envolvieron—. No te va a ser tan fácil como la última vez.

Sin sorprenderse de que supiera que era un Antecesor, el mal nacido de las marcas en la cara me miró con indiferencia, como un gato que pasa de largo del pájaro muerto con el que ha jugado hasta quitarle la vida.

—No estoy aquí para derrotarte, estoy aquí para ver cómo tú mismo te vences —pronunció sin que en su rostro se reflejara emoción alguna.

Apreté los dientes y la rabia brotó con fuerza.

—¡Arde! —Alcé la mano y grandes llamaradas emergieron de la madera agrietada, abrasaron venas negras, lo rodearon, intensificaron su brillo y calor, y se abalanzaron contra él—. ¡Sufre por toda la maldita eternidad!

El crepitar de las llamas se intensificó y la sala se llenó de fuertes tonos rojizos. Apreté el puño, la naturaleza caótica del fuego se propagó por mi ser, bajé el brazo y me alegré de que ese mal nacido tuviera lo que se merecía, pero, mientras estaba deseando ver su cuerpo reducido a cenizas, una voz, que provino de la nube del otro lado de la sala, me heló la sangre.

—Draert, amor mío.

Era imposible, no podía estar pasando, aunque las risas de mis pequeños, las mismas que escuchaba cuando jugaban en casa, terminaron de convencerme.

Me giré temeroso, con el pavor imbuyendo cada porción de mi ser, no estaba preparado para verlos de nuevo, cada día durante años me martirizó la idea de que por mi culpa sus almas se encontraban retenidas junto a La Plaga. ¿Cómo iba a mirarlos a la cara y decirles que los condené con el fuego porque no quería perderlos para siempre? ¿Cómo iba a decirles que fui un sucio egoísta que no quiso poner fin a su sufrimiento aferrado a la vana esperanza de erradicar el mal de las ascuas extintas de sus almas y cuerpos? Aunque lo más doloroso fue la idea de que hubieran escapado de la prisión maldita tan solo para señalarme y culparme por lo que pasó.

—No puede ser... —solté con un hilo de voz, tras cerciorarme de que estaban allí, que habían salido de la nube de polvo.

El Antecesor caminó hasta quedar muy cerca de mí.

—Tu lucha dio frutos —me dijo, sin que yo apartara la mirada de mis tesoros—. Las vidas que se sacrificaron, y las pocas que salvaste, todas sirvieron al gran propósito. Temías que los rituales surtieran efecto y quebraran las barreras que mantienen contenida a parte de las ascuas extintas. Te daba miedo que las almas de tus seres queridos se perdieran si el polvo negro que estuvo a punto de destruir tu mundo se liberaba. —Avanzó hasta acercarse bastante a la nube de partículas oscuras—. Ya no debes temer. La arena que marcaste con destellos del fuego rojo nos dará el control sobre las ascuas y nos permitirá devolverte a tu familia.

Sacudido por un cúmulo de emociones que no era capaz de dominar, aparté la mirada de mis tesoros y miré al Antecesor.

—¿Me devolveréis a mi familia? —pronuncié, con la voz entrecortada, sin tener ni la voluntad ni la fuerza para recomponerme.

Volví a recorrer con la mirada los rostros de mi mujer y de mis pequeños.

—Te ofrezco la oportunidad de que completes las tres ofrendas, de que lleves a cabo el último ritual sin que ni tú ni tu familia paguéis el precio. —El polvo recubrió a las joyas de mi vida, ocultándolas de mi vista—. Te ofrezco la paz que tanto el Ígneo, los susurros y el fuego rojo, te negaron. Vive una eterna vida de felicidad, sin más dolor, sin más pérdida. Te concederé lo que ansias e incluso traeré de vuelta a tus padres.

La mención a mis padres terminó de nublar mis pensamientos, de cubrirlos con la densa oscuridad del vacío profundo, y alejó cualquier atisbo de claridad.

—¿Puedes devolverles la vida? —pregunté, incrédulo a la vez que esperanzado.

—Puedo hacer eso y más —aseguró—. Los traeré de vuelta sin que recuerden.

No era más que un hombre roto, tan destrozado que apenas era capaz de reconocerse al mirarse en un espejo, y necesitaba recuperarlos. Tenía ante mí la oportunidad de sanar lo que hice en el pasado y no la iba a desaprovechar. Abracé con fuerza la idea y me sometí a la tentación.

—¿Qué tengo que hacer? —le pregunté, convencido de llevar a cabo lo que fuera necesario.

El Antecesor movió un poco la mano, el polvo negro se retiró y quedó a la vista una puerta de metal líquido oscuro; la superficie hervía, millares de diminutas burbujas surgían y explotaban al mismo tiempo que un humo grisáceo se elevaba en pequeñas espirales.

—Tan solo debes desprenderte de tu maldición, ofrecerla como ofrenda y fundirla a las ascuas extintas. —Me miró complacido al ver cómo me remangaba y daba unos pasos, dispuesto a cumplir con el trato—. Quería obligarte, pero El Sharekhar insistió en que te concediera la oportunidad de hacerlo por voluntad propia. Es bueno ver que colaborarás en la obra.

Escuchar que hablaba de El Sharekhar me llevó a recordar los sangrientos rituales, los peores de todos, en los que se infligía un sufrimiento que duraba varios días. Cerré los ojos, aparté de mis pensamientos a los que murieron en los perversos sacrificios y alcé la mano, preparado para prender la llama roja.

El Antecesor caminó hasta quedar cerca de una pared envuelta en carne.

—Solo falta la arena —pronunció muy despacio.

Lo miré de reojo justo cuando movió la mano. Por encima de la puerta de metal líquido se materializó una capa de ceniza de la que descendió una fina y constante llovizna de arena amarilla y esquirlas de huesos.

Cuando acabaron de crearse varios pequeños montículos de arena, di unos cuantos pasos más y pisé algunos granos que se esparcieron sobre la madera partida bastante más lejos de la puerta.

Inspiré con fuerza, ignoré el pensamiento de que el mundo y sus habitantes serían devorados por La Plaga, me centré en la idea de que volvería a estar junto a mi familia y prendí la llama alrededor de mi mano.

—Estaremos juntos de nuevo—pronuncié, convencido de que sería así.

Solté el aire despacio mientras concentraba el fuego rojo dentro de mí y percibía cómo este estaba a punto de explotar. Estaba listo, pero una columna de humo negro surgió de la arena y dio forma a la misma figura de contornos difusos por la que me adentré en el furgón.

—Draert, mi niño, no lo hagas —me pidió al mismo tiempo que el humo se condensaba lo suficiente para que su rostro se revelara con claridad.

Las lágrimas brotaron de mis ojos a la vez que bajaba la mano.

—Mamá, ¿eres tú de verdad? —El pequeño gesto con el que afirmó no hizo más que aumentar la tortura que sentía—. Lo siento... —pronuncié mientras terminaba de derrumbarme, como una fortaleza erigida con sufrimiento que sucumbía porque el perdón desgastaba los cimientos.

Mi madre, o lo que quedaba de ella, convertida en una figura nebulosa de humo negro, avanzó un poco, hasta donde los montones de arena perdían grosor.

—No tienes que sentirlo —me dijo, sin reproches, sin guardar ni un ápice de rencor—. No fue tu culpa.

El Antecesor, harto ante mi muestra de dolor y humanidad, dio unos pasos y señaló la puerta.

—Quieres recuperarlos, aviva las ascuas extintas —me ordenó.

La figura de mi madre se interponía, estaba en medio y no iba a abrasarla. Quería cumplir con el trato y que mis seres queridos volvieran junto a mí, pero no a costa de hacer sufrir a mi madre antes de que retornara a la vida.

—Todavía no puedo... —fue lo único que alcancé a decir.

El mal nacido de las marcas en la cara movió la mano y una llamarada azul golpeó la figura de mi madre hasta hacerla desaparecer mientras ella chillaba.

La rabia me poseyó y el fuego que había acumulado en mi interior estalló como un volcán, rajándome la piel y haciendo que un montón de humo rojizo surgiera de las fisuras.

—¡¿Por qué lo has hecho?! —bramé—. ¡Iba a cumplir con el trato!

El Antecesor me miró con impaciencia y volvió a señalar la puerta.

—Hazlo —me ordenó—. Hazlo, ya.

Apreté los dientes y lo miré con rabia.

—Vas a arder —susurré, alcé la mano, arrojé una inmensa llamarada y lo lancé unos metros por el aire hasta que fue frenado por la carne deforme de una pared—. Vas a pagar por lo que has hecho.

Antes de que le diera tiempo a recuperarse, arrojé otra gran llamarada que calcinó parte de la carne enferma, derritió un poco el muro de la pared, envolvió al Antecesor y le arrancó un grito.

Al debilitarse, se reveló la verdad oculta de la sala. Varias figuras con togas oscuras y capuchas negras flotaban a unos dos metros de la madera quebrada, sus dedos alargados de sombra apuntaban hacía mí y de sus bocas, ocultas tras la penumbra que proyectaban las capuchas, surgía una discordante y mal entonada repetición de enfermizas entonaciones.

—Me estabais controlando —mascullé y los miré—. Era mentira, no estaban aquí, nunca lo estuvieron, siguen atrapados junto a La Plaga. —Apreté los puños—. Mi madre tenía razón, habéis jugado conmigo.

Grité con tanta rabia, con mi cuerpo y mi alma tan impregnados por la llama roja, que gran parte de la carne de la sala estalló y las figuras con togas temblaron mientras eran empujadas por mi chillido.

El Antecesor aprovechó que estaba centrado en hacer pagar a esos seres de sombras, se acercó, puso la palma en mi espalda y prendió el fuego azul.

Khesmyetes —conjuró y un montón de ceniza gris me cubrió casi todo el cuerpo, se solidificó e hizo que la llama roja se apagara lo suficiente para que me fuera muy difícil sentirla—. Todo habría sido más fácil si hubieras obedecido.

Una fina ráfaga de viento levantó unos pocos granos de la arena amontonada delante de la puerta.

—Mi niño, tienes que frenarlo. —La voz de mi madre sonó al mismo tiempo que el humo negro surgía de nuevo de la arena y daba forma a su figura—. La mujer que me sacó del sueño me enseñó lo que quiere hacer contigo.

El Antecesor, rabioso, caminó a paso ligero hasta quedar muy cerca de los montones de arena.

—Maldita Errabunda, siempre metiéndose en medio. —Levantó un poco el brazo, cerró el puño y un remolino de llamas azules envolvió y consumió la figura de mi madre—. Por su culpa vamos a tardar más.

Volví a gritar, preso de la rabia y la impotencia, y el fuego prendió lo suficiente para agrietar un poco la ceniza solidificada.

—¡Voy a hacer que sufras mucho! —le prometí a gritos mientras trataba de liberarme.

El Antecesor caminó a paso lento, sin verme como una verdadera amenaza, llegó hasta mí y me tocó la frente.

—Lo dudo —aseguró, antes de prender las llamas azules en sus dedos y que el calor me penetrara el cráneo, alcanzara mi consciencia y la adormeciera—. Súmete en pesadillas mientras dreno tu alma.

Quise replicar, liberarme y encararme con él, pero mis fuerzas se desvanecieron y la negrura del vacío extinguió mis pensamientos.

                          Representación del dolor de la llama roja y La Plaga creada con nightcafe.

🌟 Muchas gracias por leer y pasarte por esta locura. Espero que te esté gustando. 🌟

😈 Justo en la recta final de la historia, esto se ha vuelto a poner infernal. 😈

🔳 ¿Qué has sentido por el desgraciado del traje rojo, te ha llegado a dar algo de pena o te ha gustado verlo tan destruido? 🔳

🔲 Antes de este capítulo, ¿creíste en algún momento que Draert pudiera haber sido manipulado durante tanto años pot sus enemigos? 🔲

⬜️ ¿Qué te ha parecido la aparición de la madre de Draert? ¿Y qué piensas que pueda pasar ahora? ⬜️

✔️ Me encantará comentar cualquier teoría y que tratemos de averiguar cómo será el tramo final de la novela. 🤔

⭐️ Si te gusta la historia, se agradecen los comentarios y los votos. Además sería de mucha ayuda si compartes o le hablas de la novela a alguien que le pueda interesar. ⭐️

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