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El ritmo del corazón

Hacía calor ese día miércoles; Enid, con el cabello pegado a la frente y el rostro enrojecido, esperaba el autobús con impaciencia, esperando no llegar tarde a su primera clase. El reloj avanzaba lentamente, cada segundo parecía una eternidad. El sudor corría por su espalda, empapando su camisa, mientras sus pensamientos se arremolinaban en una mezcla de nerviosismo y anticipación.

Finalmente, el rugido del motor del autobús rompió el silencio, y Enid sintió un alivio momentáneo.

— ¡Fuente, Bolivariano!

Enid se puso de pie de inmediato, alzando la mano para parar el autobús.

—Pasaje en mano —con una habilidad, producto de hacerlo regularmente, el colector recogía el pasaje de todos los que se bajaban del autobús.

—Buenas —sonríe Enid—. ¿Pasa frente a la bomba? —le pregunta.

—Sí, chama, subete de una —le dijo colector, antes de subirse y sujetarse de una de las ventanas para gritarles a los otros pasajeros—. ¡Hagan espacio, colaboren, colaboren! ¡La señora de rojo échese más pa'llá y el chamo de gorrita acomódese! ¡Espalda con espalda, que todos entramos!

Enid aprovechó el instante en que una señora se bajó del autobús y se sentó en el asiento, suspirando. Le dolían los tímpanos por "Lluvia" de Eddie Santiago a todo lo que daban los altavoces del autobús, y no ayudaba en nada que el colector también estuviera cantando. Mientras el vehículo avanzaba, las calles de la ciudad pasaban como un borrón, y Enid se perdió en sus pensamientos, pensando en que mamá fue a retirar el boletín temprano ese día.

— ¡Bomba, bomba! —anunció el colector.

— ¡Parada! —grita Enid de inmediato, tratando de ponerse de pie con el vehículo todavía en movimiento, sin embargo, su voz poco se escuchó.

— ¡Parada, chófer! —gritó alguien más, otro estudiante también—. ¡Paradaaaaa! ¡Llévame pa' tu casa, pues!

— ¡Paradaaa!

Al menos fueron escuchados pronto, el chofer se detuvo en la parada pronto, Enid se apresuró en bajarse y echarse a la carrera para llegar a tiempo, ¡y el colector siquiera le cobró! Ser bonita tiene sus ventajas, piensa para sí misma.

El viento caliente golpeaba su rostro mientras corría, y podía sentir su corazón latiendo con fuerza en su pecho, las calles estaban llenas de gente, pero Enid se movía con agilidad, esquivando a los transeúntes y sorteando los obstáculos con una destreza que solo la urgencia puede otorgar.

Al doblar la esquina, divisó a la señora que vendía café en un termo y cigarrillos detallados, a su lado había un puesto de empanadas y tequeños, mientras un grupo de estudiantes de camisa azul salía de clases, y llegó al fin a su destino final: Liceo Bolivariano "Nunca Más".

Apenas entró al liceo, pudo ver a sus grupito de amigos: Divina, el morocho de Divina, Kent, y Ajax, a quien medio liceo conocía como "Clorox", porque... ¿quién decide ponerle nombre de detergente a su hijo?

—Pana, ¡al fin llegas! —grita Ajax, sentad debajo del árbol de semeruco del liceo.

—No pasaba carro y tuve que agarrar autobús, y no joda, tardaba más —explica ella con una expresión cansada—. ¿Qué pasó? ¿Llegó la profe Marilyn?

—Nah, todavía nada que llega, y eso que vive a la vuelta de la esquina —dice Kent—. Segurito anda comiendo por ahí.

Divina se acerca a ella, colocándole el brazo sobre el hombro—. Marica, te tengo el beta que te caes pa' tras

—Coño, cuenta.

Durante los siguientes minutos procede a oír la historia más reciente acerca de cómo Bianca Barclay se cayó a coñazos y jalones de greñas con otra tipa en una matiné, ¿por quién? Xavier Thorpe, el rarito de Dibujo Libre, al parecer el chamo andaba calentándole la oreja a otra. Caminando por los pasillos, se escuchaba a varios estudiantes comentar sobre sus vidas diarias y cosas entre amigos, como chismes y salidas casuales.

—Estuvo candela la vaina y, de paso, casi nos atracan en la verga esa por culpa de Kent —continua contando el beta, empujando a Kent—, porque se le cayeron las llaves de la moto en una cuneta.

Doblan la esquina y van en dirección al salón de clases, esta vez el tema es acerca de Yoko, la jeva de Divina y mejor amiga de Enid, nuevamente volvió a retomar sus estudios en un parasistema y, quizás, este año si se gradúa. Pasan por una pared llena de grafitis por otros estudiantes.

—Vean esta verga —Kent empezó a carcajearse con ganas, señalando un escrito en la pared.

xavier es puto att: el marcador

"A que fue Bianca", Enid rueda los ojos, porque reconoce la letra.

tyler se chulea a la profe

ajax de cuarto E es marico

—Oye, Clorox, ¿te metiste a mariscal ahora?

Ajax se paró a leer y, de inmediato, le da un empujón a Kent, con el ceño fruncido—. ¡Borra esa vaina, llave!

— ¡No lo escribí yo, marico triste!

—Bueno, ahí embuste no están diciendo —añade Enid, encogiéndose de hombros.

Entraron al salón de clases, con algunos de sus compañeros de clases, se sentaron en sus pupitres habituales al final del salón. El ambiente estaba lleno de murmullos y risas, típico de un aula antes de que comience la clase.

— ¿Y qué más sabes de Yoko? —preguntó Enid, tratando de cambiar de tema.

—Bueno, está echándole bolas para graduarse este año —respondió Divina—. Ojalá lo logre, porque se lo merece.

—Sí, vale, ojalá —dijo Enid, asintiendo con una sonrisa.

De repente, entró la profesora Marilyn, con su característico andar apresurado y una pila de libros en las manos, haciendo que todos se callaran.

— ¡Buenas tardes, muchachos! —saludó, dejando los libros sobre el escritorio—. Hoy vamos a continuar con el tema de las Reacciones Químicas y darle corrección a sus trabajos.

Los estudiantes se acomodaron en sus asientos, preparándose para la clase. Enid miró a sus amigos y sonrió, sintiendo una mezcla de nervios y emoción. Uno por uno fueron llamados, a Kent y a Divina les fue bien (porque Yoko les ayudó seguramente), Ajax sacó lo mínimo y estaba orgulloso de ello.

—Sinclair, Enid.

Su nombre resonó en el aula de clase, nadie hacía ruido, mientras la profesora pasaba el listado de alumnos con voz calmada. La chica en cuestión dejó de hablar con Divina casi al instante y dirigió su mirada hacia el frente, mirando a la profesora de química.

—Presente.

Su respuesta fue automática, como quien ya la ha dicho cientos de veces.

— ¿Hiciste el trabajo acerca de los enlaces covalentes? —la mujer levantó la mirada del listado, fijando sus ojos en Enid.

—Sí, profesora, aquí está —respondió Enid, sacando una carpeta con el trabajo escrito.

La profesora anotó algo en su cuaderno y le asintió—. Muy bien, tráelo. Veamos qué tal lo hiciste.

—Voy —le responde a la profesora—. Cuídame el bolso, Divina —le susurró Enid.

Divina le dio un leve codazo y le susurró de vuelta:

—Tranquila, lo hicimos bien.

Enid sonrió, agradecida por el apoyo de su amiga. La profesora levantó la vista y asintió. Mientras la profesora revisaba su trabajo, Enid sintió un nudo en el estómago. Sabía que había trabajado duro, pero siempre había esa pequeña duda.

—Buen trabajo, Sinclair. Sigue así.

Enid soltó un suspiro de alivio y volvió a su asiento, sintiéndose más confiada. Sin embargo, lo primero que nota es que su envase de comida está destapado, con Ajax comiéndose la mitad de su arepa con jamón y queso y con Kent pelando el mango que había traído para su profesor de grupo estable.

— ¡Vale, ¿por qué son así?!

Divina suspiró—. Intenté pararlos, pero ya habían partido la arepa.

—Por cierto, ¿qué tal les fue con la entrega de notas? —les pregunta Kent—. ¿Cuánto sacaron ustedes? A mí me rasparon Física y Castellano.

Ah, las notas.

Enid sabía una vaina: la coñiza que le iban a dar la haría recordar hasta el día en que su mamá la parió.

—08 en Geografía e Historia, 13 en Química... pero pasé inglés con 20 y Matemática con 11 —responde Enid, cerrando el envase ahora vacío y guardándolo en el bolso—. Y creo que Castellano con 10, la profe dice que me como los acentos.

—Gringa nos salió la muchacha —dice Kent—. Veri gu ticher.

Ajax le siguió—. Fain tenkiu.

Du yu laik arepas?

Divina retomó la palabra, siguiendo con el tema, e ignorando a los otros dos agüevoneados.

— ¿Y en grupo estable?

—Saqué A —contesta—. Nunca falto a Danza, aunque me toque bailar joropo delante de raquel y to' aquel y calarme a Bianca.

La profesora aplaudió, llamando la atención de todos.

—Corregidos los trabajos, ahora abran los libros en la página ciento cincuenta y siete, y pónganse a copiar el párrafo número tres de dicha página —ordenó la mujer de gafas—. El que no lo haga, no obtendrá los puntos extras para el examen del día viernes.

Enid miró con enojo, al igual que sus demás compañeros, a la profesora. Sacó el dichoso libro de su morral y se dispuso a buscar la página que había mandado la desgra... es decir, profesora. La charla quedaría para después.

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Se encerró en su habitación cuando regresó a casa. Se acostó, colocó la almohada sobre la cabeza y fingió que el mundo a su alrededor no existía mientras pensaba en alguna excusa para el boletín que le habían entregado a su madre temprano ese día. En su casa casi parecía armarse la sampamblera por sus notas, pero eso a Enid la tenía sin cuidado.

Sin embargo, poco después de la cena, empezó nuevamente el martirio. Los regaños no se hicieron esperar, la voz de su mamá reprochándole había vuelto con fuerza y ningún milagro divino intervendría a su favor. Al menos sus hermanos ya no estaban ahí.

—Ve la vaina esta, Murray —la mujer pasa el boletín de notas a su marido—, a la guaricha tuya la tienen en salsa y no de tomate.

— ¡La profesora me tiene rabia, mamá, te lo juro! —fue la excusa de Enid.

—Enid, te dijimos que podías salir y todo lo que quieras, pero que debías tener buenas notas —intervino su papá, después de mirar por encima el boletín y ver que tenía hasta Educación Física por el suelo.

—Es cuarto año, eso no importa —desechó Enid con desdén.

—Si va importar cuando quieras meter para una beca y aparezca que raspaste y que te vas a reparar —le refuta su mamá—. Como el hermano tuyo, que no se graduó y ahora trabaja de mecánico.

— ¡Pero trabaja!

— ¡Sí, pero yo no quiero ver que otro hijo mío ande por ahí sin siquiera terminar el liceo!

Enid se quedó callada, sintiendo cómo la tensión en el ambiente se podía cortar con un cuchillo. Su papá, con el ceño fruncido, se levantó de la mesa y se dirigió a la sala, dejando a su mamá con la mirada fija en ella.

—Mira, mija, yo sé que no es fácil, pero tienes que ponerle ganas. No quiero que termines como tu hermano, ¿me entiendes? —dijo su papá, con un tono más suave pero firme.

Enid asintió, aunque por dentro seguía sintiendo que nadie la entendía. Se levantó y se fue a su cuarto, cerrando la puerta con un golpe seco. Se tiró en la cama y miró el techo, tratando de no pensar en las palabras de su mamá.

— ¿Por qué no pueden entender que no soy como mi hermano? —murmuró para sí misma, sintiendo las lágrimas acumularse en sus ojos.

El sonido de la televisión en la sala y el murmullo de sus padres discutiendo en voz baja le llegaban amortiguados. Enid sabía que tenía que hacer algo para cambiar la situación, pero en ese momento, todo parecía demasiado abrumador.

—Mañana será otro día —se dijo, tratando de convencerse de que las cosas mejorarían. Pero en el fondo, sabía que tendría que enfrentar sus problemas tarde o temprano.

Sacó su teléfono y abrió Facebook, quizá ver memes le haría olvidar el malestar. Sin embargo, eso tampoco funcionó, le llegó un mensaje de Ajax apenas se conectó.

AjaXx Thu Bebo:
pasame la tare de ficica hay pue

:
no hice esa vaina

:
pregutnale a divina y me la pasas tmb

AjaXx Thu Bebo:
fuego

Se fija en la esquina de su teléfono, y se alarma al ver el porcentaje de batería: 20% Y cuando iba a conectar el cargador al teléfono...

Se fue la luz.

Enid soltó un suspiro de frustración. La oscuridad llenó su cuarto, y el único sonido era el zumbido lejano de los generadores en la calle. Se quedó inmóvil por un momento, dejando que la rabia y la impotencia se asentaran en su pecho.

— ¡Maduro, coño e' tu madre! —murmuró, buscando a tientas una vela, sin éxito.

Opción dos: la luz del teléfono iluminó el cuarto, revelando las paredes llenas de carteles que imprimió en la papelería y los pegó con teipe, y el desorden de libros y ropa. Se sentó en la cama, tratando de pensar en qué hacer. Sin internet y con la batería del teléfono en las últimas, sus opciones eran limitadas.

— ¡Má, se fue la luz!

—Es un corte programado —escuchó de vuelta, y por el ruido que hacía, probablemente estaba buscando velas junto a su papá—. Esa viene como a las doce.

— ¡¿Y cómo hago mi tarea ahora?! ¡No tengo saldo ni batería!

—Te tocará esperar, y rogar para que no sea un apagón general.

Enid hizo una mueca, horrorizada de que pasara lo mismo.

Enid se dejó caer en la cama, sintiendo la desesperación crecer. La linterna apenas iluminaba su cuaderno de Física, y la idea de esperar hasta medianoche para que volviera la luz le parecía una eternidad.

—Qué caligüeva —murmuró, cerrando el cuaderno con un golpe seco.

El calor empezaba a hacerse insoportable sin el ventilador funcionando, y el zumbido de los mosquitos no ayudaba. Se levantó y empezó a caminar de un lado a otro en su cuarto, tratando de pensar en alguna solución.

— ¡Má, voy a salir un rato a casa de Yoko! —gritó, esperando que el aire fresco de la calle le ayudara a despejar la mente.

—Cuida'o con una vaina, no te lleves el teléfono —respondió su mamá desde la cocina—. Y mira bien por donde andas, no vaya a ser que te caigas por ahí.

Enid agarró su chaqueta y...

— ¡Bueeenas! —se escucha que llaman desde afuera de la casa, golpeando la puerta de acero—. ¡¿Está Enid?! —gritan un poco más fuerte. Es Yoko.

Oh.

"Ah, vaina, la reventé".

— ¡Enid, te buscan, ve a atender a la visita! —grita su madre—. ¡No los dejes pegando grito en el calle, Enid, ¿qué dirán los vecinos?!

— ¡Ya voooooooy! —grita Enid, calzándose unas cholas.

Apenas la joven abre la puerta y la ve a la cara, la mira con ojos abiertos y una expresión que combinaba la preocupación con la repulsión. Eran cariño y horror en extraños matices.

—Marica, estaba a punto de ir a tu casa.

—Estamos conectadas, ¿viste? —dice Yoko con sorna, a lo que su amiga abre la puerta, invitándola a entrar.

Enid solo se alza de hombros, cerrando la puerta detrás de sí.

— ¿Qué tal la vaina? Me tienes en el olvido, chama. ¿Cómo estás? —Yoko la bombardea con preguntas, sentándose el sofá de la sala de estar con toda la confianza del mundo, mientras encendía la luz el celular.

—Otra vez sin luz en esta vaina, esto es un desastre —respondió, sentándose junto a ella—. Y yo con tarea pendiente, tengo el teléfono descargado y la canaima también.

— ¡Qué ladilla! —exclamó Yoko, sacando un cargador portátil de su bolso—. Menos mal que traje esto, al menos podemos cargar tu teléfono un rato.

Enid sonrió, aliviada y fue corriendo al cuarto a buscar el teléfono—. ¡Eres una salvadora! —dijo al regresar, conectando su teléfono al cargador de Yoko—. Pero igual, sin saldo ni internet no puedo hacer mucho.

—Bueno, al menos podemos chismear un rato —respondió Yoko, encendiendo la linterna de su celular y apuntándola hacia el techo para iluminar la sala—. Cuéntame, ¿qué más ha pasado?

—Nada, lo mismo de siempre. El liceo me tiene loca, y con estos apagones es peor —dijo Enid, recostándose en el sofá—. ¿Y tú? ¿Cómo va todo? Divina me dijo que empezarás otra vez en el parasistemas.

—Ahí, sobreviviendo. Mi mamá está igual de histérica con los cortes de luz, y mi papá ni se diga —respondió Yoko, rodando los ojos—. Y sí, este año veo si me gradúo, ya mi papá anda metiendo cizaña para que haga algo productivo.

Siguieron conversando, compartiendo anécdotas y risas, mientras la luz de la linterna creaba sombras danzantes en las paredes. A pesar de las dificultades, encontraban consuelo en su amistad y en los pequeños momentos de alegría que podían compartir.

—Hablando como los locos —interrumpió Yoko con una sonrisa—, ¿qué tarea tienes pendiente?

—Física, y no entiendo ni papa —respondió Enid, haciendo una mueca—. ¿Tú sabes algo de esto?

—Algo, vamos a ver qué podemos hacer, trae el cuaderno —dijo Yoko, con determinación—. Entre las dos, seguro que lo sacamos.

Enid se levantó y fue a buscar su cuaderno de Física, mientras Yoko ajustaba la linterna para que iluminarle mejor; después de buscar a tientas en su cuarto, vuelve con el cuaderno en mano. Se sentaron juntas, y Yoko empezó a revisar los ejercicios.

—Mira, esto no está tan difícil —dijo Yoko, señalando un problema de MRU—. Solo tienes que aplicar esta fórmula.

— ¿En serio? —dijo Enid, inclinándose para ver mejor—. ¡Yo pensé que era más complicado!

—No, chica, es cuestión de práctica —respondió Yoko, sonriendo—. Deja te lo resuelvo desglosado para que lo veas mejor.

Aprovechando el teléfono de Yoko, se puso a grabar la explicación para que se la enviara cuando volviera la luz, se concentraron en la tarea, y poco a poco, Enid empezó a entender los conceptos. La paciencia de Yoko (que le gritara "¡no, pendeja, así no es!") hicieron que todo pareciera más sencillo.

— ¡Lo logré! —exclamó Enid, levantando el cuaderno con orgullo—. ¡Gracias, Yoko!

—Sabía que podías hacerlo —dijo Yoko, dándole una palmadita en la espalda.

—Eres la mejor, de verdad —dijo Enid, sonriendo—. Ahora sí ando más tranquila.

—De na' —respondió Yoko, guiñándole un ojo—. Pero bueno, ya es tarde, no hay luz y mañana hay que madrugar, yo para la chamba y tú para el liceo.

—Sí, tienes razón —dijo Enid, levantándose del sofá, desconectando el teléfono del cargador portátil de Yoko, devolviéndoselo—. Gracias por venir, de verdad. Me hiciste la noche.

—Para eso estamos, amiga —respondió Yoko, dándole un abrazo—. Cuídate y nos vemos por ahí.

— ¡Cuídate tú también! —dijo Enid, acompañándola hasta la puerta.

Yoko se despidió con una sonrisa y se perdió en la oscuridad de la calle. Enid cerró la puerta y se dirigió a su cuarto, sintiéndose un poco más tranquila.

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Un par de días después de la entrega del boletín, Enid recibe el aviso de su madre de que van a salir juntas a un lugar. Enid seguía sin entender qué bicho le había picado a su mamá para meterla en este embrollo. Ahí estaba, sentada al lado de su mamá, mientras la inscribían en un curso de música. ¿Para qué? Ni idea, pero ahí estaba.

— ¿Y necesita obligatorio el cuatro o...?

—No se preocupe, señora Estela —dice la profesora, Larissa Weems.

Su mamá se adelantó a corregir—. Esther.

—Señora Esther, podemos prestarle un instrumento a la muchacha... y después vemos cómo practica fuera de clases.

Enid suspiró, resignada. "Bueno, al menos no tengo que comprar el instrumento", pensó, tratando de encontrarle el lado positivo a la situación. Pero en el fondo, seguía sin entender por qué su mamá insistía tanto en que aprendiera música.

Mientras tanto, Esther sonreía, satisfecha con la inscripción—. Ya verás, Enid, esto te va a encantar —dijo con una sonrisa que no dejaba lugar a dudas.

Enid solo pudo devolverle una sonrisa forzada, pensando en cómo iba a sobrevivir a las clases de música.

Salieron del recinto poco después de formalizar la inscripción, recibiría clases todos los sábados a partir de las ocho de la mañana hasta el mediodía y, conforme avanzaba el curso, tendría pequeñas presentaciones junto a sus otros compañeros para demostrar el progreso obtenido. La cosa no pintaba bien. Mientras salían del edificio, Enid no podía dejar de pensar en lo surrealista de la situación. Caminaban por la acera, el sol de la tarde les daba en la cara y el calor no ayudaba a mejorar su ánimo.

—Mamá, ¿de verdad crees que esto es necesario? —preguntó Enid, tratando de no sonar demasiado quejumbrosa.

Esther la miró con esa mirada que solo las madres saben dar.

— ¿No era mejor un curso de uñas o de secar y planchar cabello? —sigue Enid, con la esperanza de encontrar una salida—. Capaz y monto un emprendimiento como el de la prima Daniela, que saca ceja y pone uñas casi que toda la semana.

—Tú deja la vaina quieta, que tú misma te buscaste esto —la manda a callar su mamá, con una mirada que no admite réplica—. Ahora vas a tocar ese cuatro como si fueras Reynaldo Armas, ¿me oyó? Y le decimos a tu tío Chuo pa' que te metas en el grupito ese que tiene con tu padrino, ganan platica buena en los quince años y en las bodas.

Enid frunció los labios, sintiendo la frustración burbujear dentro de ella—. Pero a mí no me gusta esa vaina, es música del abuelo.

—Te va a gustar y punto —sentencia Esther, con una firmeza que no deja lugar a dudas—. Dios libre no aprendas algo que el cuatro te lo reviento por el lomo.

— ¡Pero no me hubieras metido! —protesta Enid, al borde de las lágrimas.

— ¡Qué aprenderás cuatro y ya! Fin de la discusión, a ver si también agarras algo de disciplina.

La comprensión golpeó a Enid como un balde de agua fría. Por supuesto, esta es la forma de su mamá de castigarla por reprobar: que aprenda a equilibrar todo ahora que tiene una actividad extra. Con un suspiro resignado, Enid aceptó su destino, sabiendo que no había escapatoria.

—Ahora, camina, que nos deja el carro después.

Enid no podía dejar de pensar en cómo iba a sobrevivir a las clases de música, ¿será que algún día le agarro el gusto a esto?, se preguntaba, mirando al cielo con resignación. Pero en el fondo, sabía que su mamá no iba a ceder, y que tendría que encontrar la manera de hacer las paces con esto, aunque fuera a regañadientes.

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—Y bueno, pues, así está la situación.

Enid termina de relatarle a sus amigos, su voz cargada de resignación. Sus amigos la miran con una mezcla de asombro y compasión, como si no pudieran creer lo que acababan de escuchar.

— ¡A la verga, Enid! —exclama Kent, con los ojos bien abiertos y las manos en la cabeza—. ¿Tu mamá en serio te obligó a eso?

—De panita y todo, y no hay manera de que me saque de esa vaina porque pagó un platero para meterme —responde Enid, encogiéndose de hombros y soltando un suspiro—. Dice que es para que aprenda disciplina y no sé qué más.

—Bueno, al menos vas a aprender a tocar un instrumento —intenta consolarla Ajax, aunque su tono suena más a burla que a apoyo, con una sonrisa de coñoemadre en el rostro.

— ¡Cállate la jeta, Clorox, no seas ladilloso! —le reprende Divina, dándole un leve empujón en el brazo.

—Se armó, Divina, hay que aprovechar —insiste Ajax, levantando las cejas mientras se acomodaba su gorrito que decía "Mérida"—. Ahora ya tengo a quien pedirle cuando me toque cuadrar una chama.

—La única que te tocaré será "el vena'o" por tanto cacho que has llevada'o —responde Enid, blanqueando los ojos y cruzando los brazos.

—Ignora al enchavado ese, ¿qué harás? —pregunta Divina, con una mirada de preocupación genuina.

—No sé, Div. Supongo que tendré que ir a las clases y ver qué pasa. Pero te juro que si me ponen a tocar en una boda, me muero de la pena —dice Enid, llevándose una mano a la frente como si ya pudiera sentir la vergüenza.

—Tranquila, chama —dice Divina, dándole un abrazo reconfortante—. Vamos a estar contigo en esto. Y quién sabe, capaz y terminas siendo una dura con el cuatro, ¡date con furia!

Enid sonríe ligeramente, agradecida por el apoyo de sus amigos, aunque todavía no puede sacudirse la sensación de estar atrapada en una situación sin salida.

—O la ponen en cuatro, una de dos.

Interrumpe Yoko, bromeando, pasándole un vaso con Coca Cola a Divina, luciendo enratona'a como de costumbre. Enid se ríe a pesar de sí misma, sacudiendo la cabeza.

— ¿Así o le echo más hielo, mor? —le pregunta Yoko, colocando su brazo alrededor del hombro de Divina.

—Veeeee —le grita Kent a Yoko—, ¡déjala crecer, tiene quince!

—Bien bello con este careverga pues —detrás de sus gafas oscuras, Yoko rodó los ojos—. Deja la vaina, cuñis.

—Para la jeva refresco y para los panas ni un vaso de agua ofrece, qué pésimo servicio en esta monda.

"Bueno", piensa Enid "al menos tengo a estos pendejos conmigo".

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Sábado, primera clase. La flojera que carga la podía notar hasta un ciego mientras camina en un estado entre dormida y despierta, Enid miró a su alrededor, buscando alguna sombra bajo la que refugiarse. La idea de caminar bajo ese sol abrasador no le emocionaba, mucho menos cuando tenía clases de música.

— ¡Apúrate en esa vaina, que se nos hace tarde! —le ordena su mamá poco después de que el carro las dejó a medio camino.

— ¿Pero no era mejor agarrar el BTR, mamá? —insistió, sintiendo cómo el sudor le empapaba la camisa.

—Caminando nos ahorramos el pasaje, tú síguele, que ya casi llegamos.

"Si claro, como no", piensa Enid.

El sol parecía querer freírla viva, y cada paso se sentía como una tortura. Las calles estaban llenas de gente, cada quien en su propio mundo, pero todos compartiendo el mismo calor infernal.

— ¡Mamá, pero es que esto es un infierno! —se quejó, tratando de mantener el ritmo.

—Deja la quejadera, Enid de los Ángeles—respondió su mamá, sin perder el paso.

Finalmente, llegaron a la escuela de música. Enid se detuvo un momento para recuperar el aliento, mientras su mamá la empujaba suavemente hacia la entrada.

—Anda, entra de una vez. No vayas a llegar tarde —le dijo, dándole un beso en la frente.

—Bendición, amá.

—Dios te bendiga. Te paso a buscar cuando salgas.

Enid asintió y entró al recinto, siguiendo el mismo camino que la semana anterior, subiendo las escaleras. Entró al área con aprensión, todavía sintiendo el calor pegajoso en su piel, habían varios chicos con sus instrumentos en sentados y a la profesora Larissa de pie frente a ellos, explicándoles algo, hasta que su mirada se topó con Enid.

—Buenos días, Enid, bienvenida, toma asiento —saluda la profesora Larissa—. Hoy iniciamos con el Curso Básico de Cuatro.

Enid asiente en silencio, caminando hacia la única silla vacía. Al percatarse de que no tenía el instrumento, la profesora la detiene.

—Oh, dile a la chica de allá que te dé un cuatro —le indica—. Se llama Wednesday.

— ¡Oki! —responde Enid, con un tono de voz que apenas disimula su nerviosismo.

Se encaminó hacia donde le había indicado la profesora, entrando a otro salón diferente. Era un área despejada, con otros instrumentos como un teclado, una batería, una hilera de guitarras y una hilera de cuatros. No obstante, Enid perdió el aliento ante la chica que tocaba un arpa.

"¡Ay Dios mío, qué belleza!", pensó Enid, sintiendo cómo su corazón latía más rápido.

La chica, Wednesday, tenía una presencia imponente, con su cabello negro y su mirada concentrada en cada cuerda que tocaba. La melodía que salía del arpa era tan hipnotizante que por un momento, Enid olvidó por qué estaba allí.

—Epa, soy Enid —dijo finalmente, tratando de no sonar demasiado impresionada—. La profe Larissa me dijo que me dieras un cuatro.

Wednesday levantó la mirada, y por un segundo, sus ojos se encontraron. Enid sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Toma el último a tu izquierda—respondió Wednesday, señalando la hilera de cuatros con un gesto, antes de volver a su faena.

Enid asintió y se dirigió hacia los instrumentos. Mientras escogía el señalado, no podía dejar de pensar en la melodía que había escuchado, sin poder asociarla a alguna de las canciones que había escuchado antes.

"¡Qué arrecha es esta chama!", pensó, admirando la habilidad de Wednesday.

Con el cuatro en mano, regresó al salón principal, todavía con la música resonando en su mente. Se sentó en su silla, tratando de concentrarse en la clase. Pero cada vez que cerraba los ojos, veía a Wednesday tocando el arpa, y sentía una mezcla de admiración y curiosidad.

"¿Cómo alguien puede tocar así?", se preguntaba, mientras la profesora Larissa comenzaba la lección.

—No sabía que aquí enseñaban también a tocar el arpa —comenta en voz alta hacia uno de sus compañeros, cree recordar que se llama Eugene, intentando desviar su mente de esos extraños sentimientos de admiración.

— ¿Arpa? Aquí no... —comienza él—. ¡Ohh! Ya, ya, seguro es Wednesday, ¿no?

Enid lo miró confundida, asintiendo—. Si aquí no enseñan, ¿entonces esa chama...?

— ¿No sabes quién es? —interrumpe él, sin contener su incredulidad.

— ¿A parte de que parece familiar de Elvira? No sé —bromea ella.

—Es Wednesday Addams.

Wednesday Addams.

Fue la única respuesta de Eugene antes de ser llamado por una mujer, su madre supone Enid. El nombre persigue a Enid incluso cuando ya está en casa, respondiéndole a su mamá que la clase fue "decente" y que si va a darle una oportunidad. Quizás San Google le respondería sus dudas acerca de Wednesday Addams.

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Para su segunda clase, Enid ya sabía quién era Wednesday Addams. Su mente se había llenado con imágenes, fotos y vídeos de la otra chica en diferentes presentaciones. Había pasado horas navegando por internet, descubriendo cada detalle sobre esa misteriosa chica que la había dejado sin aliento.

Pero esa mañana, mientras su mamá la dejaba en la entrada de la escuela de música, Enid sentía un cosquilleo en el estómago, como si un enjambre de mariposas se hubiera instalado allí. Al entrar, sus ojos buscaron instintivamente a Wednesday. Y allí estaba, sentada junto al arpa de nuevo, con esa mirada fría y penetrante que parecía atravesar el alma.

Enid caminó hacia ella con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Qué lo qué, Wednesday, yo...!

—Toma el último a tu izquierda.

Síp. Hacerse amiga de Wednesday parecía ser un trabajo difícil. Y así siguieron en varias ocasiones, incluidas las presentaciones cada fin de mes, sin poder tener una conversación con la chica... ¡Pero Enid de los Ángeles Sinclair no se rendía!

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Esta es la décima clase de Enid en estos últimos meses (sin contar a las que ha faltado porque no le ha dado la gana), siente que ya le ha tomado el ritmo. Quizás su madre tuvo razón y esto la ayudaría (pero no le dejaría saberlo jamás), porque también sus notas del liceo han mejorado.

Al subir y entrar en el lugar, nota de inmediato a una figura oscura familiar: Wednesday Addams, está de pie junto a las guitarras y sostiene una, afinándola.

Es extraño entrar y no verla tocando el arpa.

— ¡Epa, Wednesday! —la saluda, como ya se le ha hecho costumbre. Nunca recibe una contesta de Wednesday, pero se conforma con ver sus ojos.

Por supuesto que eso no es gay.

Enid se detiene un momento, observando a Wednesday con una mezcla de curiosidad y admiración. La luz tenue del salón de música crea sombras que parecen bailar alrededor de la figura oscura de Wednesday, quien sigue afinando la guitarra con una precisión casi obsesiva.

— ¿Cómo va eso? —insiste Enid, tratando de romper el hielo, aunque sabe que es una tarea casi imposible.

Wednesday levanta la mirada, sus ojos oscuros y penetrantes se encuentran con los de Enid por un breve instante antes de volver a concentrarse en las cuerdas del instrumento.

— ¿Sabes? —continúa Enid, sin esperar realmente una respuesta—. Creo que estoy empezando a agarrarle el gusto a esto de la música. Mi mamá siempre decía que me ayudaría a concentrarme, pero yo pensaba que era puro cuento.

Wednesday, sin dejar de afinar, suelta una breve y casi imperceptible sonrisa, como si encontrara algo irónico en las palabras de Enid.

"Bueno, al menos no me ha mandado a callar", bromea Enid para sí misma, riendo suavemente.

Se acerca a donde están los cuatros y lo toma el habitual con cuidado. El silencio entre ellas es cómodo, lleno de una comprensión tácita. Aunque Wednesday no sea de muchas palabras, Enid siente que hay una conexión, una especie de respeto mutuo que se ha ido formando con el tiempo. Pero claro, eso nunca lo admitiría en voz alta.

Tomó asiento en una de las sillas de madera, la cual crujió al recibir el peso de su cuerpo, y soltó un suspiro. Acomodó el cuatro en su regazo para poder tocarlo: con el mástil a la altura de su hombro y su mano derecha sobre las cuerdas de nylon. Sus dedos quedaron bien posicionados sobre los rastres del diapasón; su pulgar se arrastró perezosamente sobre las cuerdas y el cam-bur-pin-tón rompió el silencio.

En un movimiento simple, hace sonar el acorde de D, y le gustó el sonido. Cambió la posición de sus dedos y volvió a tocar: A7 llegó a sus oídos, no obstante, este se escuchó un poco desafinado, sus dedos se movían ansiosos y su mano derecha trazó el ritmo constante sobre las cuerdas mientras tarareaba en voz baja, en un intento de imitar a su profesor.

—Lo haces mal —se escuchó una voz con desdén.

Hasta que una bola directa golpeó fuertemente a Enid, sin aviso previo, sus dedos se atoraron de manera torpe entre las cuerdas de nylon y una nota desafinada resonó. Casi se desnucó al girar bruscamente el cuello y mirar a la persona inesperada: a Wednesday cruzada de los brazos mientras miraba a Enid.

Enid cambió la posición de los dedos y repitió el movimiento que, previamente, el profesor le había explicado. En vez de un sonido limpio y claro, se escuchó un desafinado B7.

—No es así —vuelve a decir la chica, aunque su voz entonaba un dejo de irritación—. Solo consigues desafinar el instrumento y lastimarte.

Escucha pasos acercarse a ella con determinación, dispuesta a demostrar que el arte de tocar el cuatro no era tan complicado después de todo.

—Si eres tan arrecha, hazlo tú, pues, si tanto sabes.

La muchacha alzó una ceja, retadora. Con gracia, la joven tomó uno de los cuatros. Sus dedos, ágiles y seguros, se movieron con fluidez sobre las cuerdas.

Wednesday Addams, con su mirada penetrante, se acercó a Enid. Tomó el cuatro con una seguridad que solo alguien con verdadera destreza podría mostrar. Sus dedos se deslizaron sobre las cuerdas con una precisión envidiable, arrancando un acorde perfecto que resonó en la habitación.

—Así es como deberías hacerlo—dijo Wednesday, con una voz que no admitía réplica—. Mano-pulgar-pulgar-índice —recitó, dejando que el sonido claro del instrumento llenara la habitación. La melodía danzaba por el aire como un susurro—. Mano-pulgar-pulgar-índice —repitió, y su expresión se iluminó en medio de la música, como si cada nota la liberara de cualquier atisbo de tensión.

Enid, con los ojos bien abiertos y la boca entreabierta, observó cómo la chica oscura tocaba con una maestría que parecía casi sobrenatural. Cada nota era clara, cada acorde era perfecto. Wednesday no solo tocaba el cuatro, lo dominaba.

—No es tan difícil si sabes lo que haces —añadió Wednesday, devolviéndole el instrumento a Enid con un gesto de suficiencia—. Hazlo tú ahora.

Enid, aún impresionada, tomó el cuatro de nuevo. Inspirada por la demostración, intentó replicar los movimientos de Wednesday. Esta vez, sus dedos se movieron con más confianza, y aunque no alcanzó la perfección de su compañera, el sonido que produjo fue mucho más armonioso.

— ¿Así? —le imita, pero sus dedos son torpes.

—Estás tensa, no sirve así. Otra vez.

El tono de su voz era firme. Con un suspiro, trató de relajarse, pero la ansiedad estaba dibujada en su rostro, en sus cejas.

—Escucha el ritmo —sugirió esta vez, tomando asiento en la silla vecina—. Concéntrate en el movimiento.

Sus dedos empezaron a moverse, y poco a poco, la tensión fue cediendo, convirtiéndose en un suave vaivén.

—Otra vez —le dijo Wednesday, esta vez con una mezcla de determinación y calma.

Enid dejó de tocar poco después—. Ayyy, ya, me duele la mano.

—Pero has mejorado, ya no me rompes los tímpanos.

—Muy graciosa, Wednesday.

Wednesday entreabrió los labios, a punto de decir alguna frase, pero...

— ¡Mi amor bello, mira a nuestra carajita, ya hizo una amiga!

Una voz, perteneciente a un hombre, resonó en el espacio, haciendo que Wednesday se separara bruscamente de Enid, como si de repente ella quemara como el sol. Enid giró el cuello para ver que, en la puerta del salón, estaban dos personas que, vagamente, se le hacían familiares. La mujer alta a su lado guardaba cierto parecido con Wednesday y el tono de piel del hombre le recordaba a Wednesday, pero un tono más oscuro.

Supuso que eran los padres de Wednesday.

—Padre, madre —los reconoce Wednesday, con una mezcla de sorpresa y molestia en su voz.

— ¡Mi culebra venenosa! —respondió la mujer, avanzando hacia ella con una sonrisa radiante—. ¿Quién es tu amiga?

Enid, sintiéndose un poco incómoda, se levantó y se acercó a Wednesday, quien aún mantenía una expresión de disgusto en su rostro.

—Ella es Enid —la presenta Wednesday, con un tono seco—. Está aprendiendo a tocar el cuatro con Weems.

— ¡Oh, una estudiante de Larissa!—dijo el hombre, acercándose también—. Soy Gómez, y esta es Morticia, mi esposa.

—Es un placer —respondió Enid, tratando de sonreír a pesar de la tensión en el ambiente.

Morticia miró a Enid con una mirada evaluadora, pero luego sonrió cálidamente.

—Igualmente es un placer conocerte, Enid. Espero que Wednesday no haya sido muy dura contigo.

Enid soltó una risa nerviosa—. No, para nada. Me ha estado ayudando mucho.

Morticia miró con interés a su hija; Wednesday, en cambio, rodó los ojos, claramente incómoda con la situación.

—Bueno, ya que estamos aquí, ¿por qué no nos muestran lo que te ha enseñado Larissa? —sugirió Gómez, con entusiasmo.

Enid miró a Wednesday, buscando su aprobación. Wednesday suspiró y asintió.

—Está bien, pero no esperen mucho, ella todavía es principiante —dijo Wednesday—. Seré tu acompañante —agregó poco después, dirigido hacia Enid.

—Ha pasado tanto tiempo desde que te escuchamos tocar el arpa, querida.

Enid frunce las cejas.

Wednesday se encaminó hacia el arpa, sentándose lista para tocar. Enid acomodó el cuatro y se posicionó, a la señal de Wednesday. Wednesday miró a Enid y, por primera vez, sonrió de verdad. Uno, dos, tres. Sus dedos moviéndose con más confianza esta vez, aunque tropezó un par de veces en los cambios. La música llenó la habitación, y por un momento, la tensión se disipó, reemplazada por una armonía inesperada.

— ¡Bravo! —exclamó Gómez, aplaudiendo con entusiasmo cuando terminaron—. ¡Lo hiciste magistral, Enid!

Morticia asintió, sonriendo con orgullo.

Antes de que Enid pudiera procesar los halagos inesperados, escucha la tonada familiar de su teléfono y procede a sacarlo del bolso. Es su mamá.

—Ay, perdón, tengo que atender, es mi mamá —se disculpó Enid, levantándose rápidamente—. Un gusto conocerlos, señor y señora Addams.

Le pasó el cuatro al señor Gomez y se apartó para tener algo de privacidad.

— ¿Aló? Bendición, mamá.

Dios te bendiga —respondió su mamá, y de fondo se escuchaban autos pasar y la voz de uno de sus hermanos mayores—. Mira, no voy a poder ir a buscarte, estoy acompañando a tu hermano y a su esposa, y tu papá está ocupado, ¿puedes venirte sola?

Enid suspiró, encogiéndose de hombros, como si esto se lo hubiera esperado.

—Si es lo que me toca, lo haré. Chao.

Colgó el teléfono, la frustración danzando en su rostro como un recelo mal escondido. No es el momento ni el lugar, pensó, volviéndose hacia Wednesday y sus padres

—Lo siento, tengo que irme —recoge su carpeta y toma su morral—. Fue un placer conocerlos.

— ¿Está todo bien? —cuestiona Morticia. Wednesday la miró de forma extraña.

Enid se detuvo en seco, la pregunta de Morticia retumbó en su mente, una chispa de preocupación surgiendo entre la neblina de su frustración. Precipitadamente se sintió obligada a ofrecer una explicación, pero las palabras se atoraron en su garganta, presa de una intensidad emocional que la invadía.

—Sí, todo está bien, solo... —titubeó, sintiendo que cualquier intento de explicarse peor que el anterior—. Mi mamá no puede venir a buscarme así que me tengo que ir.

Los ojos de Wednesday aún estaban fijos en ella, había una inquietud que Enid no podía ignorar.

—Podemos llevarte —ofreció Wednesday, de forma inesperada.

Gómez y Morticia se miraron, perplejos ante esta interacción.

—Espérate, ¿estás segura, Wednesday? —preguntó Enid, una mezcla de sorpresa y orgullo llenando sus palabras.

Wednesday asintió lentamente, sus ojos nunca despegándose de Enid, como si pudiera comunicar todo lo que sentía en un solo parpadeo.

—Realmente no quiero causar más inconvenientes... —comenzó Enid.

Morticia sonrió—. No es un inconveniente en absoluto, querida —insinuó.

— ¡Siempre es bienvenida una amiga de nuestra muchacha! —agregó Gómez, con una sonrisa traviesa que aliviaba la leve tensión en la habitación.

Enid, sintiendo el torbellino de emociones cómo iba aflorando a la superficie, miró a ambos adultos que la observaban con curiosidad y una aceptación inusual. Su mente hizo un rápido repaso de posibilidades y, bueno, no se rechaza la ayuda de tu crush así.

—Está bien —dijo, y en su tono había una mezcla de resolución y vulnerabilidad—. Se los agradezco.

Bajando las escaleras hacia la salida, Enid mira a Wednesday con una sonrisa de gratitud, mostrando sus dientes blancos.

Bueno, quizás Enid esté un poco enamorada de Wednesday.

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La tragedia parecía ser sempiterna en su vida, un eco perpetuo que resonaba en cada rincón de su existencia. Pensamientos intrusivos, sombras danzantes que se colaban entre los resquicios de su mente, cotidianidad que detesta. Vive bien, en una familia promedio, en una ciudad promedio. Se ha metido en un sinfín de problemas, los vecinos la llaman a ella y a su hermano menor los "azotes de barrio", pero poco importan.

Todo es igual.

Nada cambia, siquiera la poesía que plasma en las hojas de su cuaderno, o las canciones que envejecen dentro de su armario.

¡Quién pensaría que Wednesday Addams viviría de tal forma con la forma en que solían conocerla!

.

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Larissa Weems es un vieja compañera de su madre, hicieron un curso en el INCES juntas y de ahí estrecharon lazos, pero se separaron años después cuando sus negocios despegaron por diferentes áreas. Larissa se dedicó a las enseñanzas musicales; su madre, en cambio, tenía un vivero que su padre había financiado cuando se graduó de la UGMA.

Cuando vio su potencial a la tierna edad de seis años, Larissa la invitó a su escuela de música y su carrera infantil despegó. Ganó un par de concursos, participó en competencias donde obtuvo reconocimientos. El arpa fue su gran amor, podía pasar horas tocando el instrumento, disfrutando la paz.

Pero ello pronto la llenó de un vacío, ¡irónico!

Dejó de tocar, dejó de escribir canciones, empero, eso no detuvo que siguiera asistiendo a las clases de Larissa, ayudaba afinando los instrumentos o instruyéndole a algunos de los cursos para principiantes. Recuerda a Eugene, antes de empezar a tocar el cuatro, solía tocar la pandereta; es un buen amigo.

Todo era monótono, rutinario, hasta que... sus ojos vieron a un ángel rubio entrar a la escuela de Larissa, siendo arrastrado por su madre para inscribirla en la cátedra de cuatro básico.

Enid Sinclair, su nombre. De rostro perfecto, mirada azul impresionante... Su mano picaba por escribir una oda para esos ojos. Si alguien notó que el arpa había vuelto a escucharse poco después de que Enid se marchara, nadie dijo nada.

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Wednesday Addams no puede identificarse con la famosa emoción de "sentir mariposas en el vientre", ella cree que solo un loco, un desequilibrado mental, lo haría. Pero ella ya tiene experiencia con lidiar con situaciones fuera de la norma, rompe los paradigmas impuestos por la sociedad, mata los clichés; nunca ha experimentado un romance adolescente digno de una película de Disney o Hallmark Channel, jamás quiso ser una princesa o alguna dama refinada, mucho menos esperaba al príncipe azul que la rescataría de su infierno y la llevaría al paraíso.

La verdad era que es un bicho raro, no sigue los clásicos estereotipos que encierran su edad o su género, ni quiere ser ordinaria, común, corriente; sin embargo, Enid Sinclair tiene... la hace sentir de forma diferente, le inspira pasión, la hace retomar el instrumento que llevaba acumulando polvo en una de las esquinas de la escuela de música de Larissa Weems.

Es extraña, habla hasta por los codos, no tiene ritmo al tocar y viste de formas tan coloridas que le provoca arrancarse los ojos para no verla. No obstante, no despega su mirada de ella al verla tratar de practicar. Una vez. Otra vez. Y otra vez. A la espera de un milagro.

Si pudiera acercarse...

Si pudiera decirle algo.

Pero solo dice . Toma el último a tu izquierda .

Se siente patética.

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.

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Hoy pudo interactuar con ella de forma adecuada. Fue una experiencia interesante, no era tan intimidante como lo parecía ser. Pudo ver de primera mano sus habilidades, presenciar el azul en sus ojos mirarla impresionada mientras tocaba "Polo Margariteño". Quiere verlo de nuevo.

—Parece que esa chica te importaba mucho, Wednesday.

Escucha la voz de su madre mientras afina su viejo cuatro, lo desempolvó y cambió las cuerdas, estaba listo para lo que haría el próximo sábado.

—No hay razón, madre.

Hay un nombre para este sentir, sin embargo, de sus labios no saldrá. No ahora.

Quizás en algún cantar.

Quizás en una copla.

Quizás en la melodía.

Quizás siguiendo el ritmo del corazón.

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¡Bienvenidos a este one-shot!

Formando parte de la actividad 'Wenclair Mitológico' organizada por la comunidad: 🖤 Wenclair/Jemma❤️ 🌙fanfics y fanarts ✨ les traigo una nueva historia de nuestro dúo dinámico si hubieran sido de mi natal Venezuela, con algunos cambios más que evidentes xD

P.D: Originalmente era más corto, pero me sentí inspirado.

P.D 2: Hay un glosario de términos, se subirá en un momento.




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