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8

Intento ser transparente el resto del día, pero después de la última hora, Noah me asalta cerca de mi coche.

—¿Vamos a la biblioteca?

Extiendo el brazo por delante de su cuerpo para quitarlo de mi camino. ¡Qué prisa tiene!

—En ningún momento he dicho que lo vaya a hacer hoy.

Se pone a caminar a mi lado, deprisa, como yo lo estoy haciendo, y me pilla el paso empujando con el hombro a un chico.

—Vamos, Sierra, estírate. Por lo menos... —se me acerca demasiado. Puedo sentir como su abrigo hace fricción con el mío—, por lo menos con lo de Betty. No sabes lo que me molesta esa tía.

Dejo de andar cuando llego al coche. Mierda. Margot y Chase están apoyados en él y no dejan de mirarnos. Es incómodo y extraño, porque me siento nerviosa. ¿Debería estarlo? Ahora Margot le dirá a papá que me ha visto con Noah y no me dejará en paz; a parte de que saltará con algún tema de Wesley y me hará sentir mal por más que no debería.

—Ummm... —Margot se despega del coche y se planta delante de Noah, examinándolo como si fuera un robot—. No sabía que erais amigos...

Antes de que pueda negar lo que acaba de decir, Noah se adelanta y dice:

—¡Claro que somos amigos! ¿A que sí, Bomer? —me rodea los hombros con su brazo. ¿Y a este que le pasa?—De hecho, esta tarde Sierra me ha invitado a vuestra casa. 

Abro los ojos y le pellizco la nuca por detrás. ¡¿Pero qué le pasa?! Acaba de arruinar mi vida de tranquilidad y paz.

—Oh. —Margot me lanza una mirada, impresionada—. Qué genial, pero, oye, ¿no tenías que ir al taller de papá?

Sí. Noah me acaba de fastidiar el día. Papá "se supone" que quiere que vaya para ayudarle con unos papeles, pero le conozco de sobra y terminaré con la cara negra y las uñas llenas de porquería de coches. Mirándolo desde este punto... quitarme de encima el chantaje de Noah no es un mal plan.

Noah me lanza una mirada como diciéndome: <<Eso no me lo habías dicho>> ¡¿Qué esperaba que le dijera y cuándo?! Se ha autoinvitado a mi casa y a estar en posesión de mi blog por un momento. ¡Mierda! No puede leer lo que escribí anoche.

—Sí —titubeo un momento—. Noah me va a acompañar al taller.

Ahora es él el que me mira como si tuviera dos caras: la mía, y una que me sale de la parte trasera de la cabeza y que acaba de decir eso. Si yo me mojo dejando que venga a casa, el se mancha ayudándome con los recados de papá.

—Um. Sí —dice, dudoso—. Nos vemos luego, Sierra —dice mi nombre con tanto énfasis, que noto como las letras forman un chico que me apunta.

En el camino a casa, Chase y Margot no me hacen muchas preguntas. Y menos mal.

***

Papá me ha hecho el lío. Estoy tumbada sobre un monopatín, y viendo lo feo que es un coche por debajo. Ni siquiera sé que tengo que mirar.

—¿Qué ves? —me pregunta papá.

—Una asquerosidad.

—Quédate ahí, voy a buscar una linterna.

Bufff.

Odio venir aquí y ponerme a trabajar. Podría estar perfectamente viendo una película en el ordenador y comiendo palomitas en mi cama desparramada con mi pijama.

De repente, alguien me tira de las piernas y grito mientras el patinete resbala fuera de debajo del coche. Cuando puedo incorporarme, Noah está riéndose en el suelo.

—Oh, Dios. Deberías haberte escuchado —dice entre carcajadas.

Estiro el brazo y le doy un puñetazo en el hombro.

—¿Pero eres tonto o qué? Además, pensaba que no ibas a venir.

Margot ya le había dicho a papá que Noah iba venir a ayudar un rato. Aunque no se conozcan, Margot se hubiera decepcionado si no hubiera sido así.

—Siempre cumplo lo que digo —asiente orgulloso—. A ver, ¿en qué puedo ayudar?

Noah se levanta del suelo y se quita la chaqueta. Papá tiene aquí dentro un par de calefacciones y hace bastante calor. La camiseta de tirantes que tenía debajo de la sudadera era blanca, era, ahora es negra.

—Pues puedes hacer lo que yo estaba haciendo. —Me intento poner de pie, pero el patinete se resbala y tengo que ayudarme de Noah—. Te tumbas ahí, y te metes debajo del coche.

Noah se queda boquiabierto. 

—¿Porqué siento que el chantaje no es lo mío?

—Porque no lo es.

Papá vuelve con la linterna en la mano y mira a Noah. Por favor, que Margot no se haya creído que Noah y yo tenemos algo...

—¡Pero Müller! Ya sabía yo que venías.

<<¿Pero qué...?>>

Noah me mira por encima del hombro estrechando la mano con la de mi padre.

—Siempre cumplo lo que digo —repite.

Que pedante es.

Papá me mira como si me dijese: <<Deberías aprender>> Por favor, ¿de Noah? Como no aprenda a coger algún tipo de enfermedad de transmisión sexual, no sé que puedo aprender de él. 

—Bueno, pues puedes hacer lo que estaba haciendo mi hija —dice papá—. Sierra, tu si quieres puedes ir a mi despacho y adelantar deberes.

Ya he hecho los deberes, a si que camino hasta la máquina de café y espero a hacerme uno. Kurt, uno de los trabajadores, se está bebiendo el suyo.

—Ey. ¿qué tal todo Sierra? Hacía tiempo que no te pasabas.

Lentamente pulso los botones de la máquina. ¿Descafeinado? o ¿Americano?

En lo que me decido, miro a Kurt.

—Lo sé. Estoy algo entretenida con el instituto.

Y qué venir no es mi pasatiempo favorito.

Descafeinado.

—Ya me ha dicho tu padre que estás mirando Universidades —comenta, girando una cucharilla de plástico en su café.

—Sí, pero tengo que barajar bien todas las opciones.

Pongo un vaso en el hueco de la máquina, y el chorro de café sale disparado.

—Mi hijo está muy contento en la de aquí.

—La estoy mirando. 

En cuanto está el café listo, vuelvo con papá y Noah. Ahora Noah está tumbado en el monopatín y debajo del coche mientras papá le pasa la linterna. Se podría meter papá ahí debajo, pero tiene una fobia terrible, por eso siempre vengo yo a estas cosas. Creo que por eso quiere también a Chase; él ayuda a papá sin rechistar y encima le gusta hacerlo. Es como un favor por tener a Margot.

Un coche entra en el taller y se queda aparcado en la zona dónde hay un gran cartel que dice: <<ESPERA>> Como si fuera un hospital.

Papá me pasa el trapo lleno de grasa y me dice:

—Toma, pásale lo que te pida de la caja de herramientas.

Nóah resbala fuera de debajo del coche y se incorpora sobre el patinete mirándome.

—Espero que después de esto te des prisa en quitarme a Betty de encima.

—No sé porqué te quejas —me encojo de hombros sin quitar la mirada de mi vaso de poliespán—. Betty no es fea, y parece tu tipo. 

Noah chasquea la lengua y le miro. Enciende la linterna y vuelve debajo del coche. Sé que sabe de coches porque su padre es un aficionado a ellos, y a Noah le encantan.

—Te equivocas —su voz se escucha difusa—. Betty no es mi tipo. Si lo fuera, tendría algo con ella, pero es irritante.

Pongo los ojos en blanco. Lo dice tan egocéntrico... como si a Betty, o a cualquier chica, la pudiera tener a sus pies solo sonriéndo. Puede que antes sí, porque Noah es Noah, pero se cree tanto que quiero tirarle el café caliente en la entrepierna.

—Entonces sois el uno para la otra —susurro.

Noah lanza una carcajada y saca una mano agitándola.

—Pásame otra linterna.

Le doy un pequeño sorbo a mi café y me agacho a la caja de herramientas.

—¿Otra?

—Si ésta alumbrara bien, no te pediría otra.

Rebusco entre las herramientas de papá, pero aquí no hay nada. Con cuidado, quito una herramienta afilada de encima de las otras y las dejo en el suelo; sigo rebuscando. Al momento de hundir más la mano entre las cosas, siento el dolor de algo hundiéndose en mi muñeca. Saco la mano y se me cae el café al suelo.

—¡Au au au au!

Noah sale de debajo del coche y se sienta en el patinete. Me agarra la mano y suelta improperios por la boca mirando dentro de la caja.

No quiero mirar, no quiero mirar. Soy intolerante a la sangre, ¡más si es la mía! ¿Pero porqué estoy aquí? Dios, debería estar en casa vigilando a Margot para que limpie la cocina cuando la mancha con su repostería.

—Te has cortado con un clavo, Sierra —dice, y se levanta—. Vamos.

¿Qué pinta un clavo en un taller de coches? Los coches no los llevan, ¿no?

Sigo a Noah por qué sé que yo sola no soy capaz de taparme o curarme el agujero y la raja que me he hecho. No puedo creer que llevemos sin hablarnos seis años y ahora esté dejando que me cure en el baño del taller.

—Creo que tienes que ir al hospital. Puede entrarte una infección y es un agujero... wow.

No voy a mirar.

—¿Un agujero "wow"? ¿Eso qué significa, Noah?

Noah saca del dispensador de papel un trozo largo, y me lo enrolla en la muñeca y la mano.

—Que...

No sigue hablando porque papá entra en el baño. Nos mira, detenidamente, como si pensase que estábamos haciendo algo malo. Mataría a Noah si se enterase de los beso en sexto; pero ya no importa, seguro que no se acuerda.

—¡Sierra! ¿Qué te ha pasado?

Noah responde:

—Se ha clavado un clavo.

—Pero si ya tienes el papel lleno de sangre. Vamos al hospital, cerraré el taller por hoy.

No quiero que papá pierda dinero. He venido en coche y puedo ir yo.

—Puedo ir yo, papá. He traído el coche.

Los dos me miran como si acabara de ofrecerme a algo descabellado.

—Yo puedo llevarla, señor Bomer —se ofrece Noah.

Y papá le pone esa cara a Noah. La cara de dar mil gracias.

No. No. 

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