67
Se supone que las parejas se pelean e intentan arreglar sus problemas por que se quieren. Por eso lo que más me aterra es que Noah haya creado un muro entre nosotros, porque no me quiere o no le he interesado tanto.
Me despierto con ganas de ir corriendo al instituto y hablar con Noah, pero pasa todo lo contrario. No hago nada por acercarme a él durante todo el día, y sólo consigo verle un par de veces: en la clase que compartimos y ahora. Me encuentro con Noah y sus amigos cerrando un círculo frente la taquilla de Paul. Estoy esperando a que Taylor encuentre su subrayador entre el jaleo que tiene en su taquilla, cuando Lucas se separa del grupo en el que está Noah y se acerca a nosotras.
—Buenos días, chicas —nos dice.
<<¿Qué tienen de buenos?>> Saco una sonrisa dudosa y agito la cabeza. Como si ya no doliera nada de lo que pasa.
Taylor saca la cabeza de su taquilla y sonríe.
—Hola.
—Oir, esta tarde Gabriel nos ha invitado a unas partidas de ping-pong en su casa, ¿queréis venir?
Taylor rápidamente asiente. Entonces me miran a mí y yo miro a Noah. Por un momento creo que me está mirando de reojo y que además está atento a lo que hablamos.
—Creo que los abuelos querían que saliéramos a merendar todos juntos. —No es una mentira total, pero es una buena excusa.
Supongo que ya he perdido parte de mi orgullo estos días arrastrándome a Noah, y si sigo así, no haré más que perderlo del todo y sólo me quedará volver a llorar.
—Vale. Pero si al final puedes, pásate por allí.
—Claro.
—¿Os váis ya? Puedo acompañaros al coche —se ofrece de repente.
—Hemos venido andando —dice Taylor—. Para aprovechar el buen día.
—Entonces me ofrezco a llevaros a casa.
Taylor y yo intercambiamos miradas, asentimos, y echamos a andar por el pasillo. Voy un poco alejada de Lucas y de Taylor fingiendo que miro algo en el teléfono, y antes de girar la esquina doy una fugaz mirada hacia atrás. Noah tiene vuelta la cabeza y capto un ligero movimiento de cabeza, como un: <<Hola>>.
A mitad de camino hacia el coche de Taylor, veo un destello al otro lado del aparcamiento, son los autobuses escolares. Si me doy un poco de prisa puedo todavía cojer asiento en alguno.
—Ummm... Margot me acaba de enviar un mensaje, iremos juntas en el autobús escolar a casa.
Lucas me da una mirada y parece algo relajado. Taylor me mira con los ojos desorbitados.
—¿Enserio?
—Sí. Quiere que tengamos una charla de hermanas antes de llegar a casa.
Me doy la vuelta para marcharme, pero Taylor me agarra del cinturón de mi pantalón. Tiene esa mirada indecisa y parece dudar entre si ahorcarme o darme las gracias.
—Te contaré después.
Asiento con un golpe de cabeza y cuando se da la vuelta y pilla el paso de Lucas, yo hago marcha hacia los autobuses. Necesito ir sentada hasta casa. Emer ya ha cogido de nuevo el ritmo del comité del baile y nos ha machacado porque la decoración planeada no era la ideal. Hemos tenido que hacer cientos, o miles, de tiras rizadas de color negro y dorado. De pie. Decía que las tiras rizadas que hicimos de color rosa no pegaban para nada y no eran tan elegantes a como lo son el negro y el dorado.
Espero detrás de un par de chicos de otro curso para entrar en el autobús cuando papá me envía un mensaje:
¿Por qué no llevas donuts para los abuelos?
La tienda ni siquiera está cerca de casa. Tendría que cambiar mi ruta y caminar veinte minutos más, además de que los donuts no llegarían calentitos a casa. Posiblemente también me coma un par por el camino.
Me arrellano en uno de los asientos de delante del autobús y me coloco los cascos. Emer sube de las últimas y se sienta a mi lado cuando el conductor arranca.
—He escuchado que no irás al baile con Noah.
Mi mente se queda completamente en blanco. Tal vez no estemos bien, pero quiero creer que Noah y yo arreglaremos todo para dentro de una semana.
—No es cierto. Sólo estamos algo enfadados.
Emer ladea la cabeza y me clava la vista sobre sus gafas.
—¿No crees que habéis discutido porque él quería? Quiero decir, tal vez él no está seguro de ir contigo al baile y ha creado la discusión. Todo el mundo ha notado que os habéis distanciado.
Sí, sobre todo las chicas que se le lanzan al cuello.
—Eh, Sierra. Sólo lo digo porque eres muy buena y Noah es un capullo.
Meneo la cabeza de lado a lado. No quiero pensar en lo que me acaba de decir porque no quiero que sea la realidad. Prefiero pensar que Noah sólo está confundido y dolido, que por eso no me quiere escuchar todavía. Aprieto los labios con fuerza y los ojos un par de veces. Quiero asumir por mi bien que Noah no quiere dejarme, pero Emer ha escogido las palabras correctas para hacerme pensar en los <<Y sí...>> o <<Tal vez>>. Porque, ¿y si Noah quiere dejarme? Tal vez por eso pasa de mi.
***
Al final papá sale a las seis del taller y trae los donuts con unas botellas de chocolate. Estamos merendando todos juntos en el salón, Margot ha sacado el Monopoly y aunque llevamos una hora de juego, no ha gastado el montón de dinero falso que tiene desde el principio. Se ha dedicado toda la partida a comprar propiedades, y con el dinero que nos ha sacado ha convencido a la abuela para hacer una alianza de bienes y ahora se reparten el dinero y van a medias en todo.
—Abuelo, te compro tu estación de tren —le dice Margot cuando cae sobre la propiedad—. Te doy también un dinerito extra.
—¡Eso no vale! Tú antes no me has querido vender la tuya —me quejo.
Margot me mira y me saca la lengua. Golpea con su ficha, que ha elegido un zapato de tacón, el tablero.
—Hay que ser precavida. Me haré con el monopolio del turismo cuando tenga todas las estaciones de trenes.
Pongo los ojos en blanco y miro al abuelo. Margot siempre ha tenido mucha estrategia en este juego y papá y yo siempre perdemos. Chase la enseñó las estrategias y ahora las ha mejorado.
El abuelo parece pensar y se retoca la boina.
—Mejor. Te vendo mi estación de trenes para que tengas el monopolio del turismo, y además quiero esa calle en la que has puesto tantas casas y hoteles.
—No sirves como negociador —le dice Margot.
Yo estoy agarrando los dados porque es mi turno cuando llaman al timbre y nadie se mueve. Yo estoy esperando a que alguien se levante, y vuelven a llamar dos veces más.
—Ya voy yo —digo. Me levanto del sofá y los apunto con un dedo—. No mováis nada tengo contado mi dinero.
Arrastro los pies hacia la puerta y antes de que llegue vuelven a llamar.
—¡Ya van! —chillla Margot desde el salón.
Todo mi cuerpo se pone rígido cuando me encuentro con Noah detrás de la puerta. Pasea sus ojos por mi cuerpo. Sí, no esperaba visita. Mis pintas lo dicen todo. En cuanto he llegado a casa de las clases me he colocado unos pantalones del pijama que me van algo grandes y una camiseta que se le destiñó a papá en la lavadora hace un par de años.
—Hum, hola.
—Hola.
Salgo fuera de casa y piso el porche con mis mullidos calcetines de invierno. Hace algo de calor, pero sigo un poco enferma y no quiero ponerme peor por andar descalza por casa.
—¿Qué haces aquí?
—Estaba en casa de Gabriel y han comentado que necesitas transporte para ir con nosotros.
Me quedo unos segundos congelada. No he hablado con Taylor desde que hemos salido del instituto. Gabriel me ha escrito hace media hora, pero le he dicho que estaba de merienda familiar y que no estaba segura de que pudiera ir a jugar unas partidas de ping-pong.
—Ummm... En realidad... —Me sabe un poco mal que Noah haya venido para nada, y podría aprovechar el camino para hacer que me escuche—. ¿Puedes esperar a que me vista?
—Claro.
Empujo la puerta de casa y doy unos pasos dentro antes de mirar a Noah. Dudo unos segundos antes de subir corriendo las escaleras y meterme en mi cuarto. Vuelvo a ponerme lo que usé esta mañana: mis vaqueros rotos a la rodilla deshilachados, y una camisa de manga ancha anaranjada. Me calzo unas zapatillas y voy encajando en ellas dando saltitos por las escaleras. Me he dejado la puerta abierta, así que Noah me ve cuando me despido de todos en el salón.
—Iré a casa de Gabriel. Taylor está allí.
Papá levanta la cabeza del juego. Está mordisqueando uno de los donuts y se ha manchado de chocolate la mejilla.
—¿Vas en el coche?
—No. Me lleva Noah.
Margot me mira de repente y deja de mover su zapato de tacón por el tablero. Sus labios dibujan un: <<Me contarás luego>>. Asiento con un golpe de cabeza y agarro mis cosas de la mesilla de la entrada antes de salir de casa.
—¿Ya?
—Sí.
A mitad del jardín Noah me adelanta unos pasos y abre la puerta de su coche. La mía.
—Gracias —susurro entrando.
Me abrocho el cinturón cuando aún Noah no se ha movido y no ha cerrado la puerta. Entonces, se inclina y me da un rápido beso en los labios. Su comportamiento me toma por sorpresa. Pero ahora siento que no estamos tan mal a como pensaba; seguro que ha entrado en razón.
Noah avanza por la calle y vamos en un total silencio. La radio no está puesta y el silencio empieza a ponerme nerviosa.
—¿Puedo poner la radio?
Me mira de reojo girando en una curva fuera de mi calle.
—Claro. —Noah conduce con una expresión serena en la cara, luce como si se hubiera quitado un peso de encima—. Pensé que en cuanto te subieras al coche empezarías a hablar sin parar.
Suelto un suspiro agresivo. Yo también lo esperaba, pero estoy algo descolocada por su comportamiento. Espero que no esté jugando. ¿Acaso quiere tenerme detrás todo el fin de semana también?
—Me ha quedado más que claro que no me quieres escuchar.
Noah se rasca la garganta y carraspea antes de decir:
—Wesley y yo hablamos el otro día. Me pareció mucho mejor que él que me explicase algunas cosas porque no quería gritarte a ti.
Me quedo callada unos segundos sin saber qué decir. Que hablase con Wes antes que conmigo me molesta un poco; quiero autoconvencerme de que es porque no sé si Wesley habrá sido del todo sincero con Noah. Aun sabiendo que es, posiblemente, porque Noah ya no confía tanto en mí y ha preferido recurrir a Wes porque él le contó lo del beso y yo no.
—Ya.
Y ahora estoy enfadada. Estoy realmente enfadada. ¿Ha sabido la verdad estos días y aun así me ha tenido detrás de él suplicándole? ¿Es así cómo crece su ego?
Noah suelta un suspiro y se escucha frustrado. Reduce la velocidad cuando el coche pasa por un bache, y la mantiene reducida todo el camino.
Entonces, de repente y sin venir a cuento, dice:
—Yo también te quiero, Sierra. —Escuchar eso en estos momentos es un alivio. Pero...—. Pero me dolió bastante enterarme por boca de tu vecino que os besasteis.
—Ni siquiera estábamos juntos, Noah.
—Wesley me dijo que sí.
Me llevo las manos a la cara. Si me hubiera dejado explicarme a mí, a su novia, todo sería más fácil y seguramente habría dormido mejor las últimas noches.
—Tú le dijiste que estábamos juntos días atrás, cuando nos lo encontramos en aquella cafetería. Me besó la noche antes de que tu y yo empezáramos algo de forma oficial.
Noah vacila un momento, pero al final dice:
—Me hubiera gustado que me lo contaras.
—No te lo conté porque que Wes me besara no significó nada para mí, y tu no eras mi novio como para darte explicaciones. Además, me decepcioné demasiado cuando eso pasó.
Por un momento un atisbo de sonrisa aparece en los labios de Noah, hasta que no se contiene y lanza una carcajada.
—Seguro que porque besa fatal.
Nunca me he parado a pensar si Wes besa mejor que Noah o al revés. Los besos se deben medir en los sentimientos que crean y no en la técnica del movimiento de los labios. Por eso elijo a Noah.
—No, fue porque esperaba que tú me besaras.
Noah aparca delante de casa de Gabriel. Pero nos quedamos en el coche. Estoy entretenida contando cuántos tipos de flores tienen plantadas en el jardín delantero cuando escucho el claxon del coche. Pego un bote en el asiento y miro a Noah. Tiene la cabeza enterrada en el volante y los brazos le caen a los lados del cuerpo por delante del asiento.
—Me siento un jodido imbécil.
Tuerzo los labios en una mueca. No le voy a negar que tampoco lo sea, pero puedo entender que Wes no sabía que cuando me besó estaba en una relación inventada con Noah y se confundieran las cosas.
—Ya da igual, Noah.
Noah despega la frente del claxon y me mira agarrando mis dos manos encima de mis muslos. Me da un fuerte apretón y me aferro a él.
—Te quiero, Sierra.
—Yo también.
A Noah se le extiende una sonrisa y a mí el rubor me llega a las mejillas. Es todo un alivio que parezca que todo está de vuelta en su sitio.
—¿Estamos bien? ¿Como antes?
Rápidamente digo:
—Por supuesto.
Quiero olvidarme de todo.
—Noah.
—¿Si?
—Iremos al baile juntos, ¿verdad?
Noah tira de mí y los dos nos inclinamos sobre los controles de su coche antes de besarnos. Lo extrañaba. Luego, en un susurro bajito, Noah dice:
—No tenía pensado ir con alguien que no fueras tú.
Cuando bajamos del coche y caminamos por un lado de la casa hasta el patio trasero; ya me siento mucho mejor. En el fondo no he dejado de sentirme un poco culpable por hacer pasar por algo así a Noah. Taylor lo llamó "karma" el otro día, como un tipo de venganza del universo porque Noah se besó con Chloe.
Entramos en la caseta del jardín de Gabriel cogidos de la mano y todos nos miran como si fuera algo que llevasen esperando tiempo. Es agradable sentir que eres parte de algo con lo que no contabas.
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