66
Por la noche me desahogo con Margot en la cama y dormimos abrazadas como cuando éramos pequeñas. A las cuatro de la mañana he empezado a temblar en la cama y me han vuelto las ganas de llorar, pero no me he permitido hacerlo por no despertar a Margot. Aunque cuando se ha despertado estaba más pendiente de mí que de vestirse para ir a clase.
—Tienes fiebre —me ha dicho, y después ha corrido a llamar a papá y a los abuelos.
Me he sentido como una de esas estatuas a la que la gente mira con rareza y examina. Estaba tumbada en la cama y enredada en mis sábanas mientras ellos me miraban. La abuela ha comunicado en alto, después de tomarme la temperatura, que lo mejor sería que me quedara en casa hoy.
Estoy sentada en mi escritorio con una manta echada por los hombros y una taza de café caliente al lado. Sin embargo no estoy haciendo nada. He encendido el ordenador y sólo estoy mirando la pantalla con el puntero señalando intermitentemente la primera línea del blog. Pero no soy capaz de escribir nada aunque tengo temas: Nora y sus insultos a una chica de quince años; algo sobre el baile; las notas amenazantes que le caen en la mochila o entre las rendijas de la taquilla a Roger Bou. Entonces empiezo a escribir y pienso en Noah. No me dijo que lo dejáramos, seguimos juntos, sólo tengo que encontrar el momento de pillarlo por banda y explicarle todo.
—Cariño, ¿te encuentras mejor?
Cuando la abuela entra en mi habitación y se sienta a mi lado siento real miedo. No de ella, pero sí de que diga algo sobre que a mamá la gustaría escuchar mis problemas o cuidarme, y que no aguante a que salga del cuarto para llorar.
Agito la cabeza afirmando.
—Estoy mejor, gracias, abuela.
—No lo digo por tu fiebre. Lo pregunto por tu corazón.
Subo la cabeza de la taza de café a la cara de la abuela. Se parece mucho a mamá, creo, ni siquier tenemos una foto reciente de ella.
—¿Se nos escuchó desde el salón? —pregunto con temor.
No responde y asumo que es un sí. Chase, el abuelo, Margot... ya lo sabía antes de que se lo contara yo.
—Eres una buena chica, Sierra. Pero no a todas las personas buenas les pasan cosas buenas.
Eso lo tengo. El más claro ejemplo, para mi, era mamá. Era buena madre, buena esposa, buena hija, buena amiga... era buena en todo y no se merece la enfermedad que tiene.
—¿A qué te refieres?
La abuela acercó su silla a mi lado y me frotó la espalda con afecto.
—A que esto tenía que pasar. Son cosas necesarias en la vida para aprender.
—Yo no besé a Wes, abuela. Lo juro.
Siento que empiezo a encogerme, me siento fatal por hacer sentir a Noah que lo he engañado, y por si fuera poco creo que he perdido un amigo. Wesley me ha bloqueado en todas las redes sociales.
Podría bajar, cruzar el jardín y llamar a su puerta, pero siento que la respuesta que busco ya me la sé. Wes estaba celoso.
—Y te creo, Sierra. ¿Sabes qué lección estás aprendiendo?
—No, pero entiendo que debí haberle contado a Noah que Wes me besó. Aunque fuera antes de que empezáramos a salir juntos.
—No debías hacerlo Sierra. No pienses así.
Sé que aquel beso no fue importante, pero sí debí contarle a Noah sobre la insistencia de Wes y lo que siente hacia mí. Ese fue mi fallo y tengo que arreglarlo.
El abuelo llama a la puerta.
—¿Todo bien ahí, mujercitas?
Intercambiamos miradas y la abuela se pone de pie.
—Escribe a Elisa. Le corresponde a ella esta conversación.
El corazón se me estruja en un segundo y retengo las lágrimas hasta que la abuela sale y cierra la puerta. Si ya de por sí tenemos respeto a hablar de mamá en casa, decir su nombre está terminantemente prohibido. Elisa. Hace años que no lo escucho, y suena extraño. Pero es por el sentimiento que crea escucharlo, uno de nostalgia y tristeza.
***
Margot llega a casa sobre las tres y cuarto, ha venido caminando con Taylor. Ayer al final no tuve momento de comentar con Taylor que lo sucedió. Cuando entré en casa intenté contener el llanto, pero subiendo las escaleras se me salieron algunos jadeos y Margot me siguió corriendo.
Cuando entran en mi habitación estoy viendo una película de suspense en el portatil y entre tres mantas.
—Pareces un capullo de oruga —me dice Margot.
—¿Puedes dejarnos solas, Margot? —le pide Taylor. Margot nos da una mirada y resopla antes de irse—. Me ha contado lo que pasó ayer con Noah, cree que no quieres hablar de ello.
—Cree bien. Te lo iba a haber contado, pero no tuve tiempo.
Taylor lanza su mochila junto a la mía debajo de la cama y la hago un hueco entre las mantas. Entonces me pasa el brazo por los hombros como si me dijera: <<Todo estará bien>>. Pero no lo está. Noah no me coge las llamadas, ni me contesta los mensajes.
—Esto no es tu culpa, Sierra.
—Siento que si le hubiera contado a Noah lo del beso hubiéramos hablado más de ello y no desconfiaría de mí ahora. Cree que todo este tiempo he estado engañándole, y no es así... —las palabras se me hacen una bola rugosa que me raspa la garganta.
Taylor me estrecha en un abrazo fraternal y seguro y repite:
—No es tu culpa.
Intento distraerme con la película, es interesante y tiene su punto, pero Taylor menciona que hoy han adelantado mucho con los preparativos del baile (que es en dos semanas) y me vuelve la depresión. Ahora que Noah y yo estamos enfadados y no sé cómo de mal está la relación, empiezo a pensar que yo puedo ser una de esas chicas que se va a sentar con su bonito vestido en las gradas del gimnasio a esperar que algún chico la saque a bailar porque ha ido sola. Ese no es el baile que yo siempre he imaginado.
Taylor debe ver que no me siento bien hablando del tema, porque cambia el rumbo de la charla.
—¿Sabes? Lucas me ha estado ayudando a colgar los carteles. Es taaaaan mono.
—¿Te ha pedido ir ya al baile?
Taylor pone una cara afligida.
—Somos amigos. Además, he visto cómo Lana King se le acercaba a la hora del almuerzo. Se rumorea que le ha preguntado si tenía pareja para el baile.
—Bueno, Lucas es muy guapo y tiene madera de novio, un montón de chicas querrán ir con él al baile. ¿No has probado a preguntarle tú si tiene pareja para ir al baile?
Taylor agita la cabeza de lado a lado pero duda.
—He estado a punto. Cuándo me estaba ayudando quería preguntárselo, o incluso decirle que yo no tenía pareja.
—Deberías haberlo hecho, Lucas no es como... —Como Noah—. Lucas necesita estar seguro de que dirás que sí.
Taylor me mira pero no dice nada. Solo asiente con la cabeza.
Al cabo de unos minutos, me pregunta:
—No te importa, ¿verdad?
—¿Por qué lo preguntas?
—Estuvisteis saliendo.
—Hace años. Ya no importa.
<<Ahora quiero a Noah>>
Taylor se echa una cabezada en mi cama, al parecer subir y bajar la escalera para colgar un cartel tras otro por todas las farolas del instituto es agotador. Yo me siento cansada, aun así me quedo despierta por si Noah contesta alguno de mis mensajes o me llama. O por si a Wes le da por aparecer por aquí y disculparse.
Hacia las ocho de la tarde Taylor se va y yo me quedo en la cocina con mis capas de mantas encima. Margot y el abuelo están jugando al parchís con unas fichas que tuvimos que hacer con cartón de una caja de galletas y que pintamos con rotulador por que se nos perdieron las fichas de verdad.
—¿Te sientes mejor? —me pregunta el abuelo.
—Algo así. Me he tomado una pastilla esta mañana y la abuela me ha preparado un vaso con jarabe.
—A ver si te mejoras para mañana. Yo cuando era joven era duro como una roca y no me enfermaba —nos cuenta, y se da unos golpes en el pecho. Lanza los dados con el cubilete, y mueve su ficha roja—. Te toca, mujercita.
Mientras Margot tira sus dados y mueve su ficha, me pregunta:
—¿Te sientes mejor? —Pero no significa lo mismo.
Me aseguro de que el abuelo no me mire y meneo la cabeza de lado a lado. Con seguridad. No estoy mejor. Necesito hablar con Noah. Necesito explicarle las cosas y que deje de pensar que yo sería capaz de engañarlo. Sí, debería pillarlo por banda y acosarlo hasta que me escuche. Tiene que hacerlo y yo merezco explicarme.
—Saldré un momento.
Por un momento creo que solo lo he pensado y no lo he dicho, pero la abuela me intercepta cuando bajo de mi habitación con un chándal y el pelo recogido en una coleta vaga. Está de brazos cruzados delante de mí.
—¿Se puede saber a dónde vas? Estás enferma, deberías descansar.
Siempre que hablo con ella paso miedo, ahora tampoco es diferente por que podría terminar la frase con un: <<Si fuera tu madre no me gustaría que te pusieras peor>>
Busco una excusa rápida. La abuela piensa que debo darle tiempo a Noah y no me dejará salir si digo que voy a por él.
—A la farmacia. Me he quedado sin pastillas.
—¿Llevas dinero? Puedo darte...
—No, tengo dinero. Me iré ya. Así vuelvo antes.
Agarro las llaves del coche y salgo de casa. De camino al coche, y mientras subo la calle conduciendo, pienso en qué decirle. Pero cuando voy llegando frente a su casa no veo su coche aparcado fuera y todas las persianas de la casa están cerradas. No hay nadie. ¿Será lo mejor que le espere? Podría quedarme en mi coche con la calefacción a tope hasta que llegue. El problema es que no sé cuándo será eso y no quiero que la señora Müller me vea fuera de su casa.
—¡Sierra! Hola, ¿has venido a hablar con Noah?
Lucas atraviesa todo su jardín y cruza la carretera hasta que está a mi lado. Bajo la ventanilla con las pocas ganas que tengo de seguir aquí aparcada y asiento.
—Se ha ido hace un rato, pero si quieres puedes esperarlo en mi casa hasta que llegue.
—No, gracias. Será mejor que me marche. No me encuentro muy bien.
—Noah se ha preocupado por tí hoy. Me contó lo que sucedió ayer. Solo a mí. Llegó casi llorando y casi se come el coche de sus padres.
Nunca, jamás, he visto a Noah llorar. Siempre es el chico fuerte que puede con todo. ¿Cómo pudo pasar eso ayer?
Con un nudo en la garganta, asiento lentamente. No comento nada sobre Noah, pero digo:
—Tengo fiebre, solo es eso. Iré a la farmacia y a casa a descansar. Nos veremos mañana en clase.
Y lo hago para que después, si ve a Noah, se lo haga saber. Que no crea que no he ido a clase hoy por él.
—Vale —me dice, y se aleja un paso del coche—. ¡Oye, Sierra!
—Umm.
—¿Taylor tiene pareja para el baile?
Me inclino a meter la primera marcha. Es de día, pero el coche de la madre de Noah tiene las luces dadas y lo veo entrar en su calle.
—No, no tiene.
Lucas debe ver que tengo prisa. Mira el coche de la señora Müller acercarse y se aleja más.
—Perfecto. Nos vemos mañana, Sierra.
—Vale. Nos vemos mañana.
Arranco a toda pastilla y salgo de la calle de Noah en cuanto pillo una salida en dirección a la farmacia más próxima. Era verdad lo de que no había pastillas. Así que llego a la farmacia del barrio y me encuentro a Kendall Cass en la estantería del fondo, donde hay preservativos. Me lanza una mirada y me sonríe con sorna. Yo finjo que estoy hojeando las monturas de unas gafas de ver que hay colgadas de una estantería giratoria. No sé si esperar a que Kendall pague y acercarme yo a por las pastillas para el dolor de cabeza; pero pasan cinco minutos y Kendall sigue mirando los preservativos y a mi de reojo. Al final me acerco al mostrador y le pido a la señora una caja de pastillas. Cuando las está buscando, Kendall se pone detrás de mí en fila y noto como su pequeña cesta rebota contra mi espalda cuando se mece con los talones.
—¿Dónde te has dejado al idiota Müller? —me pregunta.
Decido ignorarlo. Será lo mejor si no quiero enzarzarme en una discusión con Kendall.
Mientras la mujer me prepara las pastillas, Kendall sigue dándome con la cesta en la espalda y dice:
—Lo has amariconado.
No lo creo. Sólo he sacado al verdadero Noah Müller.
Cuando tengo mis pastillas, agarro la pequeña bolsa y salgo casi corriendo de la farmacia con la mirada de Kendall en mi espalda.
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