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Cuando llega a casa la carta de aceptación de la Universidad, me pongo a saltar en la cama y a chillar. Margot me manda callar desde la silla de mi escritorio. Está trabajando en el libro de fotos que quiere regalarle a los abuelos; lleva días reuniendo e imprimiendo fotos de los tres.
—No me puedo concentrar si chillas como un cerdo agonizando, Sierra.
—¡Me han aceptado en la Universidad de Nebraska! —sigo chillando.
A Margot la cabeza le da la vuelta y el pegamento se la cae de la mano. Corretea hasta mi cama y se pone a saltar conmigo. Se puso a llorar cuando comenté en la cena que había envíado solicitud a la Universidad de Philadelphia también.
Durante nuestra celebración, la puerta de casa se abre y se cierra, entonces Margot se baja de mi cama y termina de hacer su trabajo. Los abuelos llamaron diciendo que iban a adelantarse unos días de su viaje, así podíamos pasar más tiempo juntos, así que cuando hemos llegado del instituto, papá ya se había ido al aeropuerto a por ellos.
Margot baja las escaleras delante de mí con sumo cuidado para que las fotos que acabamos de pegar no se despeguen. Los abuelos nos reciben con unos fuertes abrazos. Hace tanto que no los veíamos, que por un momento me había olvidado de las expresiones de su cara y sus gestos; de cómo la abuela me deja la huella de su pintalabios rosa en las mejillas o de cómo el abuelo nos pone su boina a Margot o a mí para saludarnos. Estoy parada junto al abuelo cuando Margot les entrega el libro de fotos. Antes de que perdiéramos un poco el contacto cuando mamá se fue, siempre había tenido claro que Margot era de la abuela y yo del abuelo. Margot siempre había preferido ver y aprender de la abuela mientras que yo optaba por sentarme con el abuelo y que me contara sus batallas y anécdotas juveniles.
—¿Y esto? —pregunta la abuela, agarrando el libro de fotos de las manos de Margot.
—Hemos creado un libro de fotos para que veáis momentos de estos años —dice Margot.
Papá alarga el brazo apuntando al salón.
—Pasar al salón, iré a por algo de tomar mientras —dice.
—Sí, vamos —Margot lleva casi arrastras a la abuela al salón y yo camino detrás con el abuelo que tiene una operación en la cadera y se tambalea de lado a lado.
Yo me siento entremedias de los abuelos y Margot en el respaldo del sofá para explicarles las fotos a los abuelos mientras trenza el pelo blanco de la abuela. No hay tantas a pesar de que hayan pasado muchos años. No solemos hacernos muchas fotos, sin embargo Margot ha conseguido llenar casi veinte páginas con un montón de fotos.
—Seguro que esta tarta estaba riquísima. —El abuelo señala una foto de hace años. Margot todavía tenía flequillo y yo me hacia peinados con moños porque me creía la más guapa del colegio.
—No tanto. Pasó algo —comento, y dejo el suspense que a Margot la encanta. Ahora tengo la atención de todos—. Margot tosió y estornudó cuando todavía estábamos haciendo la masa. Aun así la horneamos y papá se comió un trozo.
—Pasé enfermo una semana —añade papá entrando al salón empujando un carrito con cafés, Fairy Bread y algunas galletas.
En cuanto Margot supo que los abuelos llegaban hoy, se puso a buscar recetas australianas como una loca y ahora tenemos la nevera llena de productos y algunos postres australianos. A la abuela le brillan los ojos cuando Margot la sirve un pequeño plato de Fairy Bread y Lamingtons; un nuevo postre casero australiano que Margot ha aprendido hacer. No es muy difícil, es hacer un simple bizcocho, partirlo en cuadraditos y bañarlos en chocolate para después rociarlos con coco.
—Y, ¿qué tal os va en el instituto? —el abuelo moja su dulce en el café y nos mira mientras lo mordisquea.
Toda la atención está en mí porque yo voy a entrar dentro de poco en la Universidad.
—Me han aceptado en la Universidad del estado —susurro.
—¡Sierra! —exclama papá—. No lo habías dicho antes.
—La carta llegó esta mañana —digo.
Papá pone cara de entendimiento. Él ha tenido que coger que coger las cartas del buzón, y siempre las lee por encima para asegurarse de que no nos han vuelto a echar una carta de la vecina.
Los abuelos me felicitan, y me incomoda un poco cómo me miran, como si me dijeran: <<A tu madre le gustaría saberlo>>. Miro a papá y me está dando una mirada de ojos brillantes y algo triste. Lo peor de pasar tiempo con los abuelos maternos son sus miradas. Aunque creo que sólo es algo que pasa conmigo. Esas miradas que dicen: <<Eres igual a tu madre>> y que sólo me dan a mí porque Margot es más parecida a papá.
Entonces, Margot se pone a hablar de Chase y me quita un peso de encima. Habla y habla de lo buen chico que es, o de que vendrá a cenar para que los conozca, cuando la abuela me mira y me aprieta la mano.
—¿Y tu novio?
Le lanzo una mirada a Margot y doblo el brazo para darle un pellizco. No había contado nada de Noah a los abuelos.
—Se llama Noah —dice Margot con voz cantarina.
Pellizco de nuevo a Margot y ella me patea.
—Sierra, ¿porqué no le dices a Noah que se pase y que conozca a los abuelos? —papá suena tan calmado que me espanta como lo dice, pero entiendo lo que está detrás de su frase. Si Noah no viene, los abuelos se pondrán insistentes.
Busco una excusa para salir pitando y encerrarme en mi cuarto, así que me escondo el móvil dentro de la manga de mi sudadera y hago mi mejor actuación:
—Iré a decírselo ahora mismo, pero tengo el teléfono en mi cuarto.
A toda prisa me levanto del sofá y Margot ocupa mi lugar entre los abuelos. No es hasta que estoy en mi habitación calmando mi respiración, que me doy cuenta de que tenía un nudo en la garganta.
Me encierro en mi habitación casi todo el día. Cuando papá sube a preguntarme si me pasa algo, sólo le respondo que estoy hablando con el grupo del comité del instituto para arreglar las últimas cosas del baile. En realidad no es del todo mentira; Emer me pidió que terminara de hacer unas cosas que ella no podía por una emergencia familiar. También me pregunta si va a venir Noah, y vuelvo a actuar diciéndole que no puede porque tiene que ayudar a su padrastro a hacer algunas cosas en su casa. Ni siquiera le he preguntado si podía venir.
***
Para la cena hay pollo (por petición de Margot). Chase la ha ayudado a hacer una ensalada con trocitos de queso y unas migas de pan, que ha resultado ser lo que más ha triunfado porque a papá se le ha pasado el pollo en el horno. Voy picoteando poco a poco, he visto una tarrina de helado de vainilla y chocolate al fondo del congelador y necesito espacio para que me quepa de postre.
La abuela no deja de preguntar cosas a Chase y a Margot, se nota que está orgullosa de la pequeña de la familia. Me pregunto si la sonrisa de Noah y su talento para agradar a las personas funcionarán igual de bien con la abuela.
Un rato más tarde, todos están en el salón jugando a las cartas y yo estoy en mi cuarto dándole lametadas a mi cuchara con helado y sentada delante de mi escritorio.
Hola mamá. Han llegado los abuelos esta mañana y no dejan de hablar y de preguntarnos cosas. Conseguí un bonito vestido para el baile y la abuela no ha parado de insistir en que se lo enseñara. Estábamos solas en mi habitación, y no ha dejado de repetirme que era igualita a ti. Cuando ha salido me he echado a llorar. Yo sé que me parezco a ti, algún día tu también lo sabrás cuando vaya a verte si es que te acuerdas de estas cartas o de mi. Y no lo digo con rencor, creo que el chocolate del helado que me estoy tomando me hace sensible, así que te lo digo con dolor.
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