54
Durante el desayuno, Margot mordisquea su tostada sin quitar la sonrisa y papá ya sospecha que algo la pasa. De repente, deja el periódico en la mesa y se cruza de brazos.
—Creo que necesitamos hablar —dice.
Margot me da una mirada espantada. Siento que nadie va a decir nada, entonces digo:
—¿De qué?
Papá se aclara la garganta.
—Sé que esto sería más fácil de hablar con una madre que con un padre. Y soy un padre enrollado. Sólo voy a decir que creo que sois demasiado jóvenes para tener relaciones sexuales. —Suena como si le doliera hablar de esto—. Pero entiendo que ya tenéis pareja y que estáis creciendo...
Puedo ver como la conversación va más dirigida a mí que a Margot. Papá no deja de mirarme y de hacer énfasis con las cejas. Estoy apunto de decirle que Noah y yo seguimos igual que hace días, separados, pero no quiero dejar a Margot sola en esto y simplemente lo dejo correr.
—Papá, Noah y yo no tuvimos sexo cuando estábamos juntos.
Asiente, pero no duda:
—Sólo digo que sé lo que los chicos quieren, Sierra. Quiero que las dos estéis protegidas —dice aunque me mira más a mí que a Margot.
Puedo entender que confíe más en Chase que en Noah; Chase lleva con nosotros toda la vida y Noah apenas estaba llegando a la familia. Además, Noah y yo somos los mayores, ¿eso significa que somos los que tenemos las hormonas o la madurez?
—¡Papá! No hemos hecho nada —defiende Margot. Tiene toda la cara roja de la vergüenza.
—Tienes que creernos papá —añado con voz ahogada.
Si papá puede llegar a creer que Noah y yo hemos tenido sexo, no quiero imaginar lo que el resto de personas pueden creer.
Por un momento papá se siente atacado y levanta las manos al aire con una expresión de dolor en su rostro.
—Os creo, os creo. Sé que esto sería más fácil de hablarlo con una madre, pero si necesitáis... protección, prefiero que me lo digáis antes que no usar.
Nos sumimos en el silencio durante un largo rato. Aprovecho para deslizarme fuera de la silla, llevo mi vaso de café y mi plato sucio a la pila y corro por las escaleras como si la vida me dependiera de ello. Margot me sigue corriendo detrás y acabamos tiradas en mi cama desternillándonos de la risa.
—¿Crees que lo sabe?
Me encojo de hombros.
—Chase y tú lleváis años, es difícil que no se imagine algo.
—¡Por Dios, tenemos quince años!
—Estáis a punto de los dieciséis. Y que sepas que no puedes defender eso si lo has hecho tú.
—Touché.
***
Mañana es el último día de vacaciones y el tiempo para llamar a Noah se me acaba.
Chase se ha llevado a Margot a una cita y papá está viendo un partido en baloncesto en la televisión.
¿Quieres venir ahora a casa?
Le envío. Espero sentada en el sofá al lado de papá hasta que Noah me manda un mensaje que dice: Llego en veinte. Después, no puedo dejar de mover la pierna como si tuviera un tic nervioso. Papá me mira de reojo a cada rato.
—Vendrá Noah un rato —comento.
Está tan ensimismado con el partido que solo dice:
—Vale.
Justo veinte minutos después, el timbre suena y yo ya tengo la mano en el pomo. Me miro un segundo antes en el espejo. Antes lo hacía siempre cuando salíamos juntos, pero creo que por verme bien no pasa nada. Me ajusto la coleta con fuerza y me recojo los pelos que se me han quedado sueltos detrás de las orejas.
Noah sube la cabeza del móvil en cuanto abro la puerta. Viene con una bolsa de deporte colgada al hombro y tiene el pelo mojado.
—Pasa. —Cierro la puerta detrás de él cuando entra y se queda en el marco del salón viendo el partido—. Umm... ¿subimos?
Noah se coloca bien la mochila al hombro y se toma su tiempo para subir las escaleras. Yo me quedo detrás para decirle a papá que estaremos en mi habitación, él me mira y dice:
—No hagáis cosas indebidas.
—¡Papá! —chillo.
Noah se ríe y con un comentario leve le dice a papá que no tiene de qué preocuparse, en un susurro añade:
—Si hiciéramos algo no se enteraría.
Aprieto las manos en mis muslos conteniendo no darle un golpe en la cabeza. Si mi padre le llega a escuchar me tocaría soportar todos los días una charla de lo más incómoda.
Entramos en mi habitación y Noah suelta su mochila en el suelo delante del armario. Mientras yo preparo el ordenador me voy sintiendo mal. Ese tipo de "mal" que sientes cuando sabes que haces algo inútil. A lo mejor estoy haciéndome ilusiones con volver con Noah y a él ni siquiera le interesa. A lo mejor solo quiere escribir en el blog. No puedo creer la cara de tonta que se me quedará si es así.
La tensión se nota en el ambiente y Noah empieza a hablar mientras abro Google Chrome.
—Estaba con Lucas en el gimnasio.
Tuerzo los labios en una mueca.
—¿Qué tal está Lucas? Me siento un poco mal por no hablarle hablado desde la semana pasada.
Noah mueve el taburete del tocador a mi lado. Es un poco más bajo que mi silla, pero Noah es alto y está a mi misma altura. Pasa su brazo por el respaldo de mi silla y empiezo a evitar apoyarme en él.
—Está bien. Se han instalado ya completamente. El otro día estuve ayudándolos a montar muebles —dice, pero no suena para nada egocéntrico, más bien suena orgulloso por haber hecho una buena obra.
—Que bien oír eso.
Le doy el control del ordenador a Noah, y se me queda mirando. Entonces se pone en el ordenador en el regazo y no me deja ver. Me inclino para ver que hace, pero me pone la mano en la cara y me empuja a la silla.
—Hasta que no me vaya no puedes ver lo que escribo.
—¿Perdona? No puedes hacer eso, Noah —me quejo de brazos cruzados.
Con un tono egocéntrico dice sin mirarme:
—Oh, rétame, cariño.
Estoy segura de que Noah ni siquiera sabe que me acaba de sacar el aire. Está tan concentrado en lo que sea que esté defendiendo con sus argumentos escritos, que no me presta atención.
Me levanto de la silla y camino por detrás de Noah para abrir un poco la ventana. No hace mucho calor, pero yo siento que toda la tensión sale volando. Doy pasos cortos por detrás de Noah intentando mirar sobre su hombro lo que escribe. Entonces se gira y me lanza una mirada asesina.
—Necesito silencio para concentrarme —me dice.
—No estoy haciendo ruido —me defiendo.
Noah alarga la mano hasta que toma mi codo y me hace sentarme de nuevo en la silla. Suelto un suspiro largo y Noah me mira.
—Sierra.
—¡Eso no cuenta como ruido, quejica! —El ruido son sonidos. Noah debería saberlo, le pusieron una suspensión en sexto por aporrear todos los instrumentos del salón de música. El profesor de música le escribió una nota a la señora Müller diciendo que su hijo dañaba la harmonía de la clase con el ruido que formaba.
—No, para nada. —Está siendo sarcástico. Odio a la gente cuando se te pone sarcástica. Es una falta de respeto.
Aprieto los labios para no mandarle lejos, muy lejos, y me balanceo en la silla. Noah me frena después de unos segundos poniendo su mano en mi pierna. Tiene una mirada que es muy suya, como si la llevase perfeccionando años para que sólo él sepa cómo hipnotizarte. Después de unos segundos, pregunta con voz baja y cautelosa:
—¿Puedes parar?
—Sí. —Y casi se me resbala la sílaba de la boca.
A partir de ese momento Noah no quita su mano de mi pierna más que para algunos segundos en los que la necesita. Agarra mi mano y comienza a trazar las líneas de mi palma. De vez en cuando cierro la mano porque me hace cosquillas y no puedo no reírme, entonces le veo mirándome fugazmente.
Echo un rápido vistazo alrededor. Con su mochila tirada en el suelo y con Noah delante, es como si siguieramos juntos. Se siente raro, pero tengo que admitir que no es una mala sensación. Yo sigo siendo yo y Noah sigue siendo Noah, tengo la sensación de que no hemos roto, como si hubiera sido un mal sueño, pero extraño el sentimiento que me daban sus labios y sus leves caricias en mi mejilla.
El reloj marca las siete y cinco. Margot ha dejado preparado un poco de Fairy Bread para que nos lo comamos esta noche durante el maratón de Harry Potter que hay en el canal cuatro de nuestro televisor. Creo que no la importará si Noah y yo nos comemos un par de pedazos.
—Bajaré a por un poco de comida —le digo, y cuando me pongo de pie, Noah no suelta todavía mi mano—. ¿Quieres un poco de café? Tenemos una cafetera nueva.
Está distraído escribiendo, sin embargo asiente con la cabeza y me suelta lentamente la mano. Me escabullo de mi cuarto y el sentimiento de extrañeza me invade por completo. Estoy bajando por las escaleras y echo de menos la presión de la mano de Noah sobre la mía. A lo mejor es solo por el calor que desprendía. ¿Y si...?
—¿Qué haces? —me pregunta papá desde el principio de las escaleras.
—Nada.
Me desenlazo las manos y me las escondo detrás de la espalda. Como me lo temía, son las manos de Noah las que me gustan, no el calor en sí. Termino de bajar las escaleras y papá me sigue a la cocina. Yo voy al mostrador de repostería que le compré a Margot en una tienda vintage, siempre hay dentro algo metido. Cojo un plato pequeño de debajo de la pila y nos sirvo a Noah y a mí unos trozos de Fairy Bread. Para Noah dos y uno para mí. Antes de que le ponga la tapa de plástico al mostrador, papá mete la mano y saca otro trozo.
—Espero que no estéis haciendo nada malo.
El calor se me extiende por toda la cara. ¡Tocarse las manos no es nada malo!
—No quiero hablar más de eso, papá. —Es molesto. Si Noah y yo estuviéramos juntos todavía podría decir algo, pero ni siquiera salimos.
Agarro dos tazas. Una es de Navidad y en la otra hay un pavo dibujado por Acción de Gracias. Saco la leche de la nevera y en lo que se hace el café en la máquina vierto la leche en una pequeña jarra de metal y la meto en el microondas. Cuando tengo los dos cafés preparados, le pongo dos cucharadas de azúcar al de Noah porque dice que sino está asqueroso. Pongo todo en una bandeja y hasta un par de servilletas.
De vuelta a mi habitación me encuentro con Noah enfocado en lo que hace. Se muerde la lengua y frunce levemente el ceño.
—Te has acordado del azúcar —dice sorprendido. Se me solía olvidar muy a menudo.
Estoy sentada unos quince minutos mordisqueando mi Fairy Bread y saboreando mi café hasta que Noah termina. Me voy acercando al borde de mi silla para ver que escribe.
—No —Noah se ríe—. Cuando me vaya lo podrás leer.
—¿Puedes darme por lo menos una pista sobre lo que has escrito?
—No.
Noah se pone de pie después de apagar el ordenador. Me quejo, pero Noah no me deja que ni tan siquiera lo toque.
—Prométeme que hasta que no me vaya no mirarás el blog —me pide.
Las ganas de correr a leer lo que ha escrito, crecen.
En un pequeño susurro, digo:
—Te lo prometo.
Noah saca una sonrisa genuina y se agacha a por su bolsa de deporte.
—Nos vemos mañana, Sierra —me dice inclinándose. Creo que me va a besar, y lo quiero, pero deja sus labios en mi mejilla.
—¿Y por qué mañana?
Entonces, abre la puerta de mi habitación y repite:
—Nos vemos mañana.
Sin poder reclamarle, echa a correr por las escaleras. Escucho como cuando él sale, Margot entra y se saludan fugazmente en la entrada de casa. Me apresuro a abrir el ordenador y a esperar que cargue de encenderse para meter la contraseña. Técnicamente, está fuera de casa hablando con Margot. ¿O se refería a cuando estuviera en su casa? ¡Ups!
Cuando estoy abriendo de nuevo todas las pestañas de Google, Margot irrumpe el momento y tengo que cerrar el ordenador corriendo.
—¡Cuéntame qué hacía Noah aquí! —me exige.
—Necesitaba algunos apuntes de historia para hacer un pequeño trabajo —miento.
Margot me mira con los ojos entrecerrados sin llegar a creerse lo que digo, pero rápidamente la cruza un brillo por la mirada y me enseña un pequeño unicornio de peluche que trae en su bolso. Chase se lo ha ganado en los recreativos.
***
Por la noche, es tarde, casi las doce cuando escucho a Margot chillar en su cuarto y a papá regañarla a gritos. A los segundos Margot entra de puntillas en mi habitación y desde la puerta me dice:
—Tienes que leer "El rincón de Millard. Ahora. ¡Oh. Dios. Mio!
—¡Margot! —regaña papá.
Y como viene, Margot vuelve a su habitación.
De un salto me alargo hasta coger mi teléfono de la mesilla. Tengo mensajes de Taylor y hasta de Gabriel y Lucas. Todos me mandan al blog. <<¿Qué?>>
Le doy pequeños toques a la pantalla de mi teléfono para cargue rápido la página del blog. Cuando al fin lo hace y veo el post que ha subido Noah...
<<Noah, ¿qué has hecho?>>
Comentar que creéis que ha escrito Noah.
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