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5

Por la mañana, papá nos deja hecho el desayuno antes de irse. Margot desayuna como si los cereales del cuenco se fueran a salir y echar a correr por toda la casa para escaparse de sus dientes trituradores.

Yo, ni siquiera voy la mitad del cuenco, cuando Margot lo deja todo en la pila y se coloca el jersey de punto que la regaló la abuela por su cumpleaños. 

—¿Tienes prisa?

—Está fuera la madre de Chase. Hoy nos lleva ella.

En cuanto Margot cierra la puerta de casa, yo me vuelvo a pegar el móvil como llevo desde anoche. Noah no me ha respondido al mensaje, y espero sinceramente que hoy le haya entrado la gripe o un dolor de la cabeza y que no vaya a clase.

Normalmente, limpiamos un poco la cocina y lo que manchamos antes de irnos, pero no me da tiempo. Son más de las siete y media y quiero llegar con tiempo para poder deambular por los pasillos y esconderme de Noah. Ya siento que me está ignorando, no me creo que lleve desde anoche sin mirar el móvil. Me monto en el coche y conduzco temeraria por la carretera. Papá iba conmigo en el coche cuando hice el examen, no lo bordé, pero no atropellé a nadie ni me excedí de la velocidad permitida; más bien, el hombre que me examinaba me advirtió que me podían multar por ir a la velocidad de tortuga a la que conducía. 

***

Estoy en mi taquilla, la puerta está tapándome por si Noah pasa por aquí y me ve. Taylor tiene la taquilla al lado de la mía y no deja de decirme que estoy haciendo una estupidez. Pero no. Son las once menos cuarto, y si Noah va a ir al campo de lacrosse porque piensa que yo voy a ir, tiene que pasar por este pasillo sí o sí. Mi meta, ahora, es conseguir ir a la cafetería sin encontrarme con Noah.

—No me puedo creer que le hablases después de irte de mi casa —me dice Taylor, con un deje de perplejidad en su voz.

—Soy curiosa.

Miro poco a poco por el lado de la puerta de mi taquilla. No hay Noahs a la vista. Agarro del brazo a Taylor y nos ponemos a andar detrás de un grupo de chicos y chicas del equipo de debate.

—Pues ve al campo de lacrosse a encontrarte con Noah.

—No, amiga. 

Por encima de las cabezas de los chicos de debate, veo a Freya, Chloe y Regina aparecer por el pasillo. Nivel 1: Las brujas de Millard.

Cuando Freya o cualquiera de sus amigas andan por un pasillo, todo es como en una película de chicas populares. Ellas entran en escena y todo se vuelve tenso, hasta a veces parece que te van a encerrar en una taquilla si las dice algo.

Las tres pasan por nuestro lado y ni nos miran. Nivel 1: Superado.

—¡Sierra!

O no.

Intento que Taylor y yo doblemos la esquina para encerrarnos en el baño de chicas, pero Noah corre a nuestro encuentro y dice:

—¿Podemos hablar?

Taylor y yo intercambiamos miradas. Quién sabe si es cosa del destino y Noah y yo hoy tenemos que hablar hoy.

—Adelante. Habla.

Noah pone los ojos en blanco.

—A solas.

Eso ya no me gusta tanto.

—¿No podemos hablar aquí?

—No.

Taylor me pellizca el brazo y me mira como si me preguntara: <<¿Me voy?>>. Me encojo de hombros y lentamente hago un gesto afirmativo con la cabeza.

—Vale. Estoy en la cafetería esperándote —me dice Taylor, y se marcha con unos andares decididos, aunque de vez en cuando se va girando para comprobar que no me he tirado al suelo fingiendo que me he desmayado.

En voz baja, Noah me pregunta:

—¿Tu escribes "El rincón de Millard"?

Se me abren los ojos hasta los topes y me lanzo a taparle la boca.

—¡Shhhh! ¿Qué dices?

—La próxima vez deberías cerrar sesión sesión cuando uses un ordenador del instituto. Sabes que funcionan cuando quieren.

—Cerré sesión. Además, ¿qué hacías tú en la biblioteca?

Noah mira a los lados del pasillo. Todavía veo a Taylor caminar para llegar a la cafetería, ¿correr con ella ahora estaría mal?

—Vamos mejor fuera.

Aunque no quiera, hablar de esto dónde nadie nos escuche es lo mejor y más seguro. Y tampoco quiero que Margot se me cruce por el pasillo y me vea con Noah Müller.

Mamá decía que la curiosidad era mi punto débil. Soy consciente de que ser curiosa me ha hecho pasar malos ratos en mi vida, pero no puedo evitarlo. Nací así. Margot; sin embargo, es una cotilla, y mamá solía decirla que eso era algo malo. No puede saber las cosas porque ponga la oreja, tiene que saberlas cuanto tenga que ser.

¿Porqué me creo lo que me dice Noah Müller? Yo cerré sesión, estoy segura. Segurísima. O eso creo. Que los ordenadores vayan lento no debería de hacer nada.

Noah me está lanzando sonrisas egocéntricas. Seguro que estoy soñando, desde anoche, desde el momento de los mensajes. Estoy en mi cuarto, dormida y soñando con mamá. Sí, eso es. Todo esto es un sueño. Porque no está pasando de verdad, ¿no? No, eso no puede ser. Noah no está a mi lado, sin embargo su cara me está acechando hasta en sueños. Eso no me pasa desde hace años.

—Entonces, ¿eres tú?

No. Demonios, no es un sueño. Estoy con Noah Müller en el campo de lacrosse. Solos. En mitad de las ráfagas de viento helado.

—Bueno, está claro que eres tú —puntúa, y se hunde en su sudadera del uniforme de lacrosse—. Es bueno, el blog, digo. ¿Por qué no pones tu nombre?

—Creo que eso no te interesa, Noah.

—En realidad sí lo hace —Noah se mueve en la grada y quedamos cerca. Entre su pierna y la mía no cabe ni una mano—. Te propongo un trato.

Suelto una carcajada, más falsa y mentirosa que el beso que me dió en sexto.

—¿Por qué debería hacer un trato contigo? No somos amigos, Noah. No nos hablamos ni somos ni siquiera conocidos. —No he ni dejado la mochila en el suelo, pero no me hace falta porque ya me estoy levantando de las gradas.

Noah me agarra del brazo y se pone de pie delante de mí en el minúsculo espacio de la grada.

—Si tu me ayudas, yo no te sacaré del anonimato.

Antes Noah no era un chantajista. Para nada. Por eso me gustaba. Ahora se podría meter su chantaje por dónde le quepa. Y aunque me fastidie, si no quiero terminar dentro de una papelera, ayudaré a Noah Estúpido Müller.

—¿En qué quieres que te ayude justamente yo?

Noah sonríe y se vuelve a sentar. Por fin puedo respirar. Me niego a respirar su colonia "atrapamujeres". 

—En un par de cosas —dice—. Pero te las iré diciendo porque ahora tengo prisa. Tengo una reunión con el equipo para hablar de los uniformes de temporada de este año.

—Vale, genial —refunfuño—. Que te vaya bien en la reunión —no sé porqué digo eso, pero en cuanto suelto la última palabra echo a correr. Corro como si estuviera compitiendo contra Usain Bolt. Y lo hago directa a los vestuarios femeninos porque no hay nadie a esta hora. Lo último que quiero ahora es tener que ver a alguien que me lea en la cara todo lo que acaba de pasar. 

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